Tópico de Actualidad
Año 54. Febrero del 2013. N.o 1,021

Nota del editor:

El autor de este tópico discute el tema de la gratuidad de la educación. Nos pone delante una serie de consideraciones que tienen que ver con la responsabilidad de los educandos y de los padres en contraste con el Estado. La educación es mejor cuando quien la recibe exige y solo exige quién paga por ella. Los que más insisten en la gratuidad de la misma son los que menos dispuestos están a prestar algún servicio comunitario gratuito, cuando son profesionales.

La buena educación

Por Carlos Alberto Montaner

La gratuidad de la enseñanza universitaria consiste en meter la mano en el bolsillo a todos, para favorecer a unos cuantos de manera permanente.

Menudo lío. Escribí que me parecía cínico que los estudiantes chilenos, mayores de edad y presumiblemente responsables, se empeñaran en que otras personas les pagaran los estudios universitarios y, encima, pidieran la clausura de las universidades creadas con fines de lucro. Mucha gente no estuvo de acuerdo.

Al margen de los insultos y las descalificaciones personales, que nada añaden al debate, el mejor argumento de quienes rechazan mi criterio tiene que ver con el bien público. Al conjunto de la sociedad, dicen, le conviene tener buenos profesionales. Así todos progresamos. Es una inversión, opinan, no un gasto.

De acuerdo. Creo que la educación a veces es una inversión y no un gasto. En todo caso, no estoy seguro, exactamente, de cuál es la ventaja social de graduar teólogos o filósofos, dos ocupaciones muy respetables, mas escasamente productivas. Pero hay varios asuntos que deben abordarse.

El primero es de carácter moral. El Estado, insisto, no debe otorgar privilegios a los adultos responsables. Las ventajas en calidad de empleo y nivel de salario de los graduados universitarios son muy notables. La gratuidad de la enseñanza universitaria consiste en meter la mano en el bolsillo a todos para favorecer a unos cuantos de manera permanente.

El Estado, en cambio, puede avalar los préstamos de los universitarios y estimularlos para que estudien. También puede otorgar becas a los mejores. La meritocracia es un factor clave en los sistemas en los que no se busca la igualdad de resultados, sino del punto de partida.

Los padres, naturalmente, también deben responsabilizarse. Si los que los trajeron al mundo y las personas que los conocen de cerca no creen en ellos, ¿por qué el resto de los ciudadanos debe pechar con el riesgo de prestar a quienes acaso no van a cumplir sus compromisos?

Los universitarios que pagan sus estudios tienden a esforzarse con mayor interés y a exigir más a sus profesores. Tienen más incentivos para trabajar y crear riqueza cuando terminan. Los fondos que devuelven sirven para educar a quienes vienen detrás. Es más justo.

Hay universidades públicas y gratuitas en América Latina, en las que el promedio de años de estudio por alumno duplica al de las universidades privadas. Ya se sabe que la única ley inalterable de la economía es la que asegura que cuando la oferta es gratis, la demanda es infinita y el consumidor, además, no la valora.

Por otra parte, los recursos disponibles por el Estado son siempre escasos y hay que emplearlos más inteligentemente. Si se quiere contar con adultos responsables, que sean buenos universitarios y mejores ciudadanos, donde hay que poner el acento es en la enseñanza preescolar, primaria y secundaria.

Es en las primeras etapas de la vida donde se forman el carácter y los hábitos, y donde se adquieren lo valores. Ahí, además, están casi la totalidad de los niños y los jóvenes. Para que la búsqueda de igualdad de oportunidades no sea un fraude, la función del Estado, por medios públicos o privados, es preparar a los niños para que puedan competir y sobresalir en la vida. Un niño de origen humilde, bien nutrido y bien educado, tendrá entonces la oportunidad real de abrirse paso.

La manera de contar con buenos universitarios es formar buenos alumnos en los primeros grados. Es en esa época donde hay que suministrarles alimentación adecuada y magníficos maestros, bien remunerados y dotados de buenos métodos pedagógicos, de manera que, cuando lleguen a la edad adulta, puedan tomar las primeras decisiones vitales que en gran medida definirán su destino: cómo se van a ganar la vida, qué estudiarán, qué actividad emprenderán, cómo y cuándo constituirán una familia.

Quienes tenemos experiencia docente universitaria sabemos la enorme diferencia que hay entre los estudiantes formados en buenas escuelas durante los primeros grados y los que provienen de pésimas instituciones, casi siempre públicas, donde los maestros no tienen buena preparación, no están motivados o no son remunerados decentemente.

Una última e inteligente observación, hecha por el profesor Alberto Benegas Lynch desde Argentina: le parece curioso que esos universitarios que se oponen al lucro, cuando se convierten en profesionales, rara vez emplean su tiempo en ayudar gratuitamente al prójimo.

Lo dicho: el lucro que les molesta es el de los otros.


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