Año: 5, Abril 1963 No. 60

La Riqueza: Su Creación y Distribución

Por Alberto del Corral

Cortesía de la Fundación Para Estudios sobre la Libertad. - Bogotá, Colombia.

La mayoría del grupo de la clase dirigente colombiana se encuentra percatada de la necesidad de una reorientación de los problemas sociales y económicos del país para sacar a éste de su subdesarrollo, en el que ahora se encuentra. Se encuentra también esta clase, plenamente percatada de la necesidad de una justicia llamada hoy en día «justicia socia», que establezca un sistema equitativo de redistribución de la riqueza. Todas estas ambiciones son válidas en mayor o menor grado y es solamente en los caminos de solución en donde se encuentran las diferencias de unas y otras facciones. Lo que nos divide a los colombianos no es, pues, el deseo o no deseo de hacer justicia, o una visión más o menos realista de la situación actual. Sabemos que la situación es mala, y sabemos que hay injusticia, pero diferimos en los caminos de solución, en las vías que debemos utilizar para salir de la situación presente.

A pesar de algunas críticas que habrán de seguir en este artículo sobre las actividades del gobierno como tal, así como de los funcionarios públicos, debe entenderse claramente que considero que el grupo gobernante en Colombia es tal vez uno de los más sanos de América Latina, tanto por su buena intención en corregir los errores pasados como por su actividad y empeño en realizar esta labor. No habré pues de criticar tal o cual clase social. No me interesan los fanatismos de grupo. Pero ha llegado el momento de salir del campo de las buenas intenciones al campo de las buenas realizaciones. Es necesario encontrar soluciones operantes. Es necesario ser una verdadera clase dirigente en lugar de conservar el nombre como simple apelativo y sin ninguna obligación, aunque esto implique un análisis despiadado de las soluciones inoperantes o «tiros por la culata» como las llamaba un tío abuelo mío. Si el análisis que a continuación me propongo hacer se sale de la lógica cerrada para volver al terreno de las «buenas intenciones», habrá perdido completamente su objeto y se habrá salido de sus verdaderos propósitos.

EL PROBLEMA

Existen dos partes importantísimas del problema, a saber:1o. El nivel general de la riqueza;

2o. La distribución de ésta.

Para resolver el primero de ellos es necesario profundizar en los orígenes de la riqueza de los pueblos. Al igual que Adam Smith, podríamos titular nuestro estudio «La riqueza de las naciones». Para resolver el segundo problema, debemos haber resuelto primero el que hemos presentado en primer lugar. Además de esto, debemos definir un criterio de justicia distributiva, es decir, entender claramente cuál es la distribución a la cual queremos llegar, y por qué razones. No debemos olvidar, pues, en el análisis subsiguiente, de qué estamos hablando para que este estudio no pierda de vista estos dos objetivos primordiales.

La riqueza de los pueblos, es decir, lo que se ha dado en llamar «standard de vida» o el inverso del también llamado «costo de la vida», no tiene nada que ver con su distribución social. Un país puede ser igualmente rico que otro y en un caso estar la riqueza concentrada en unos pocos, en el otro estar distribuida a lo largo y ancho de toda su población y territorio. Esto no cambia el hecho de que la riqueza en ambos casos sea igual. Y como no se puede repartir lo que no existe, en primer lugar hemos de analizar cómo se genera esta riqueza y cuáles son los factores que contribuyen a acelerar el proceso de enriquecimiento de los pueblos. El primer concepto que se me viene en mente es que la riqueza la constituye la suma total de los productos y servicios de que dispone un pueblo. Esta riqueza no tiene nada que ver con el nivel de salarios en la moneda del país correspondiente, ya se trate de pesos, bolívares, cruzeiros o dólares. La moneda es una simple representación de los valores esenciales que se miden en productos y servicios, pero no es la riqueza misma. La riqueza son aquellas cosas que se pueden adquirir con dinero. Los dos factores sobre los cuales se afianza la producción de riqueza son los siguientes:

1o. El valor individual de los hombres; y

2o. El valor de los bienes de capital vinculados al trabajo de esos mismos individuos. El primero de estos factores tiene que ver con el nivel educativo general, y el segundo con aquella parte de la riqueza nacional que está vinculada a máquinas u organizaciones que sirven para producir otros bienes. De estos dos factores, a medida que progresa un país, el primero de ellos adquiere menor importancia relativa, y el segundo de ellos se vuelve cada vez más importante. Conviene aclarar un poco más a fondo esta idea, y lo hago en el párrafo siguiente:

Si un país está produciendo bienes a mayor velocidad de la que corresponde al aumento de su población, su riqueza per capita va en aumento, Si un país está produciendo bienes a un ritmo menor del crecimiento de su población, el nivel de vida en ese país va en descenso. Si lo que está sucediendo es el primero de estos procesos, que es el que se considera deseable, todos los días aumentará más el capital vinculado por cada individuo que trabaja. Todos los días dispondrá cada individuo, teóricamente, de un mayor capital de trabajo para procurarse en forma más eficiente aquellos servicios que desea. Este argumento es válido como un promedio nacional, aunque esta riqueza esté siendo distribuida en forma más o menos equitativa o simplemente esté siendo concentrada en manos de unos pocos individuos (o del «Estado»). El hecho sería que, en tal caso, la riqueza estaría allí, ya sea que aquellas personas que merecen tenerla la tengan en realidad, o que estén siendo desposeídos por otras, o que esté concentrada por derecho propio en manos de aquellos que la han producido. No hay que olvidar aquí que estamos ocupados en determinar los medios para incrementar la riqueza, y no su sistema de distribución, que habremos de tratar posteriormente una vez que se haya encontrado el camino de producción.

Para incrementar la riqueza necesitamos aumentar el valor humano de la contribución en labor y el valor de capital de la distribución de bienes de producción. Tanto para educar a un pueblo como para adquirir máquinas de trabajo se necesita tener alguna riqueza inicial.

Y esta riqueza inicial la tenemos que sacar de la que empleamos en subsistir simplemente. Es el ahorro de un país lo que le permite producir más riqueza, o aumentar el ritmo de crecimiento de esa riqueza. Un ejemplo sencillo de esto es el caso de un trabajador del campo que se contrata a razón de $10.00 diarios, pero que carece totalmente de herramientas. El individuo se da cuenta de que si disminuye su comida por un tiempo para poder ahorrar $1.00 a la semana, al fin podrá comprar un azadón. Y una vez comprado el azadón, obrero y azadón se contratan a razón de $15.00 diarios. Nos apretamos la correa, como se dice vulgarmente hoy, para incrementar nuestros recursos que nos permiten producir más riqueza para nosotros o para nuestros hijos más tarde.

Vemos, pues, que la educación y los bienes de capital se obtienen: en los que poco tienen a costa de sus necesidades más inmediatas, y en los que mucho tienen, con el empleo de sus recursos superfluos o adicionales. Quien ya tiene educación y riqueza comprende muy bien la necesidad de dedicar su capital superfluo a estos fines, y por lo tanto es una de las personas que más contribuye a la adquisición de los bienes de capital en un país. Quienes poco tienen, se ven confrontados a un estatus quo que no les permite salir de un sistema de simple supervivencia. Sin embargo, para salir de tal sistema, el que tiene escasos recursos debe hacer un esfuerzo para disminuir sus necesidades inmediatas para poder convertir parte de su riqueza en bienes de capital, es decir, en herramientas de trabajo, que le permitan obtener en el futuro un nivel mayor para cada uno de sus ciudadanos, o invirtiéndolo en algún bien que le produzca renta, como una casa, un autobús, etc.

Sin embargo, y habida cuenta de estas ideas tan sencillas, hay quienes proponen medidas distintas a las aquí mencionadas. Se habla de que para salir del subdesarrollo hay que empezar por elevar el nivel de los salarios. O que la ayuda exterior debe traducirse en alimentos para nuestros niños y en planes de vivienda y de salud pública. Estas pretendidas soluciones alternas son todas falaces, pues ni la elevación de los salarios se traduce en un aumento del nivel de vida cuando no hay producción adicional de riqueza, ni el aumento de los bienes de consumo se traduce en ningún aumento de bienes de capital, por lo cual apenas constituye un aplazamiento del problema para unos días o meses más tarde. Sería como el caso de un talabartero que manifestara que prefería recibir ayuda en comida, más bien que el regalo de una máquina remachadora para trabajar más rápidamente. Es indudable que su nivel transitorio subiría, pues comería mejor por un tiempo, pero su capacidad adquisitiva continuaría siendo la misma y el problema no habría cambiado sustancialmente de como estaba antes. Otro ejemplo sería el de un individuo que ha empeñado sus herramientas de trabajo para poder comer. Este individuo ha logrado resolver su problema de hoy contando con comida buena y abundante, pero su capacidad adquisitiva se ha rebajado sustancialmente y su problema a largo plazo se ha agravado. Otro ejemplo sería el de un padre que ha preferido regalarle una casa a sus hijos, más bien que regalarles una educación. Sus hijos habrán de vivir cómodamente por un tiempo que lo que hubieran vivido si estuvieran dedicados a estudiar, pero su capacidad adquisitiva del futuro se ha puesto seriamente en desventaja.

Pasando por un momento a las razones sicológicas que mueven a los individuos a trabajar en una sociedad libre, vemos que los hombres trabajan por el afán de lucro. A medida que la situación económica de un individuo prospera, este individuo pasa también por diversos estados de ánimo, En el principio vive una vida sórdida preocupada con obtener los medios más indispensables para vivir. A medida que progresa adquiere otras cosas que también llama necesidades pero que no son de necesidad inmediata y urgente como lo son los alimentos. Se preocupa por tener buen vestido, adquirir una casa, disponer algunas herramientas de trabajo y poseer algunos medios de transporte. Puede también empezar a pensar para sus hijos y no para sí mismo, en el sentido de iniciar una reserva con miras a atender su futura educación. La tercera etapa es cuando ya están cumplidas todas estas finalidades y el individuo se encuentra con casa, medios de transporte, educación para sus hijos, buena ropa, buena comida y algunas horas de ocio y descanso. De allí en adelante lo que el individuo recibe de más generalmente se dedica a inversiones en empresas constituidas o por constituir que habrán de producirle rentas futuras sin que necesariamente estén vinculadas a su trabajo. Este individuo empieza, pues, en la tercera etapa de su prosperidad económica a ser altamente beneficioso para la sociedad, puesto que está invirtiendo su dinero y su riqueza en bienes de trabajo que van a quedar al servicio de otros. Esos bienes de capital que el individuo ha adquirido con lo que ganó anteriormente, habrán de servir para incrementar la productividad y por lo tanto el nivel de salarlos reales de obreros o trabajadores que todavía se encuentran en la primera o en la segunda etapa de dicho progreso. Mientras más pobre es un país, más necesita de la existencia de estas individuos acaudalados, que son los que ponen estas herramientas a disposición de los demás. La concentración de riqueza, que hoy en día ha venido a condenarse como un mal, es una necesidad de la sociedad para su progreso. Si en este momento se dividiera toda la riqueza de Colombia por igual entre todos los ciudadanos colombianos, sería utilizada en bienes de consumo, o a lo mejor en algunos bienes adicionales o de necesidad relativa, tales como ropas más finas, artículos de tocador o cosas similares. Pero el país no solamente se habría paralizado por completo, sino que estaría en vía de su desintegración final.

Si repartiéramos los bienes físicos de una empresa como Cotejer, Fabricato, o todas las de textiles, muchos de nosotros podríamos llegar a ser dueños de una hilandería, o de un telar, o de un torno mecánico o de otras herramientas de trabajo, pero en Colombia se acabarían los vestidos. Llegaríamos a tal grado de desasosiego que posiblemente nos constituiríamos en comité de emergencia para volver a crear las mismas compañías que habíamos empezado por destruir o repartir. Y si esto puede decirse de los textiles, lo mismo puede decirse de la industria de alimentos, de la industria de transportes y de todas las demás.

Entonces, desde el punto de vista de la producción de riqueza, dentro de una libertad económica absoluta estaría ocurriendo exactamente lo que nosotros queremos que ocurra. Se estaría concentrando la riqueza en los bienes de producción, cosa que empezaríamos nosotros mismos por hacer, si se nos diera a escoger la manera de incrementar la riqueza nacional. Y si esto ocurre mediante el afán de lucro y dentro de un sistema totalmente libre económicamente, ¿para qué habríamos de utilizar el látigo para lograr lo mismo que se está logrando ya en forma totalmente espontánea y libre?

LA DISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA

Veamos ahora el segundo aspecto de nuestro problema. Supongamos ahora que somos totalmente ricos y que hemos dejado hace mucho tiempo de ser un país subdesarrollado. ¿Qué pasa en un país libre cuando aumenta fuertemente la riqueza concentrada en unas pocas manos? A medida que aumenta la complejidad de los instrumentos de trabajo, o la extensión de las tierras de labranza, aumenta también la necesidad de personal calificado para ser vinculado a dicha producción. El industrial que utilizaba un obrero para manejar un torno mecánico manual, no puede utilizarle ya para manejar un torno automático de tipo complejo. Se ve obligado a buscar otro operario más calificado, o a entrenar el operario que antes tenía. Pero si tal proceso está ocurriendo simultáneamente en todo un país, no va a poder encontrar ese operario calificado en otra parte, puesto que las otras empresas están también buscándolo con igual interés. En la economía de mercado, esto se denomina una situación ofrecida para el capital y demandada para la labor. Esto quiere decir en lenguaje más corriente que la labor competente es escasa y que las utilidades de los grandes capitales están disminuyendo por esta escasez de labor. Pero como los grandes capitalistas siguen estando movidos por el afán de lucro y quieren resolver su problema, aplican simultáneamente dos soluciones que son las únicas posibles. Para poder obtener personal calificado a costa de las otras empresas que también lo están buscando, los capitalistas suben salarios. Esta medida, transitoriamente sirve a algunos de los capitalistas a costa de los otros pues ya hemos visto que la labor especializada es escasa. Los otros, que se quedan sin dicha labor especializada, recurren al segundo procedimiento que consiste en educar los obreros que antes tenían para que sean más competentes y puedan manejar la maquinaria más compleja de que hoy disponen. En esta forma empieza a educarse un país dentro de una economía libre y empieza a hacerse general el beneficio de la educación para todos.

Una vez obtenida la educación por parte de aquellos operarios que antes no eran calificados, su nivel de salarios sube también. De lo contrario, estos obreros irán a aquellas empresas en donde ya se está reconociendo un salario alto a los pocos obreros calificados que estaban buscando. Es decir, aunque los obreros hayan recibido la educación en forma gratuita de las empresas para las cuales trabajan, no solamente han de recibir esta educación, sino que ella empieza a significar para ellos mayores frutos por el mismo trabajo. Y como esta elevación de salarios no es un juego monetario como lo podría lograr un sindicato, sino el producto de la abundancia de bienes y de la escasez de labor, este mayor salario no ha aumentado el costo de la vida, sino que lo ha disminuido, y la prosperidad general empieza a aumentarse. Los bienes del país por doquier son abundantes y baratos, y los salarios suben todos los días a medida que aumentan las utilidades de las empresas y las disponibilidades de mayores bienes de capital por invertir. Esta inicia un proceso distributivo de la riqueza hacia los que poco tienen, que es también automático e inevitable dentro de una libertad absoluta económica. Lo que pasa es que esta distribución no se inicia hasta que no se tienen los bienes mismos que se han de distribuir. No se vive en un país de ilusiones en los cuales se cree que el aumento general de la moneda aumente la prosperidad. No se busca tampoco la solución tan continuamente defendida en nuestros días de distribuir la riqueza futura de nuestros hijos, y dejarles a ellos sin bienes de capital que les permitan conservarla. Por un fenómeno de gravedad económica empieza a beneficiarse toda una nación de bienes reales que sí existen porque ya han sido producidos y están a la disposición del consumidor.

Queda una última pregunta por hacer. ¿Qué clase de bienes se producen en una economía libre? ¿Sí se tratará de aquellos bienes que son los más necesarios? La respuesta a lo anterior es muy sencilla. Se producen solamente aquellos bienes que los consumidores están dispuestos a comprar, y se producen exactamente a aquellos precios que los mismos consumidores están dispuestos a pagar. Es el pueblo mismo quien determina si le gustan o no las cosas, o si le gusta o no el precio que se está cobrando por ellas. Es decir, no solamente se distribuye la riqueza, sino que la riqueza consta exactamente de aquellas cosas que el pueblo considera convenientes para su vida. Y si esta distribución de la riqueza se logra en un sistema de total y completa libertad económica, ¿por qué habría de ponerse por parte del gobierno una distribución más o menos artificial? ¿Por qué le habríamos de otorgar a nuestros gobiernos el derecho de efectuar tal distribución arbitraria, cuando el aumento de capitales habrá de derramarse necesariamente sobre nosotros y sobre nuestros descendientes? Al igual que un estanque, cuando el caudal que le entra empieza a ser superior a lo que se filtra por el terreno, el estanque empieza a llenarse. Y al igual que este estanque, una vez lleno, empieza a derramarse. La libertad económica tiene un efecto muy similar. Cuando la riqueza que produce un individuo es superior a lo que necesita para subsistir, su nivel de vida empieza a aumentar. Y cuando su nivel de subsistencia está ya totalmente atendido, su superabundancia se derrama sobre los demás en forma de bienes de capital a su servicio, y eventualmente también en mayores salarios, honorarios o precios pagados a los demás por lo que ellos a su vez tienen que aportar.

En conclusión, no veo pues la necesidad de decretar que se haga lo que los ciudadanos espontáneamente están dispuestos a hacer, y sí mucho mal en ello puesto que así se sacrifica la libertad individual de todos. No puedo afirmar que haya existido un ejemplo puro de mis teorías en la historia. Sin embargo, hay ciertos ejemplos fraccionarios que dan alguna indicación de los efectos de la libertad económica. En la medida que se ha permitido dicha libertad en algunos países, en la misma proporción se ha aumentado su riqueza y se ha mejorado su nivel de vida para todos. Inglaterra, en un periodo de transición desde una época feudal, tuvo una chispa de liberalismo llamado entonces manchesteriano, que la convirtió en un refugio de libertad y prosperidad. En EE.UU., los puritanos implantaron al principio sistemas colectivos y procedieron a crear un fondo común por el cual el gobernador de la colonia regía la distribución que había de darse a toda la producción. Esto continuó hasta que se encontraron en una verdadera situación de hambre. Los llamó entonces el gobernador de la colonia para manifestarles que no podía hacer nada más por ellos, y que el lema de ahí en adelante habría de ser, sálvese quién pueda. Se inició así una época de completa libertad que produjo la revolución industrial de Estados Unidos, un fenómeno que todavía estamos admirando. Un ministro alemán, Ludwig Erhard, ante una Alemania devastada por la guerra y completamente arrasada por sus enemigos, decretó (hasta donde fue posible) la supresión de los controles económicos, y la prosperidad consiguiente fue tal que llegó a llamarse con el nombre de «el milagro alemán».

Los anteriores ejemplos no fueron puros. Muy fácil será para muchos indicarme los controles que existían en tal o cual materia, en tal o cual país. Ante esto, no me queda más que una cosa por decir: «quien quiera ver, que vea; quien quiera oír, que oiga».