Año: 6, Abril 1964 No. 77

ROBINSON CRUSOE Y LA PROTECCIÓN ARANCELARIA

Por Federico Bastiat

¿Recuerdas cómo hizo Robinson Crusoe para hacer un tablón sin tener sierra?

Sí, derribó un árbol y luego, cortando un tronco a derecha e izquierda con el hacha, lo redujo al espesor de una tabla.

-¿Y eso le costó mucho trabajo?

-Quince días completos de trabajo.

-¿Y de qué vivió durante ese tiempo?

-Tenía provisiones.

-¿Y qué le sucedió al hacha?

-Quedo desafilada.

-Sí, pero quizás no sepas que cuando Robinson comenzaba el trabajo, vio que la marejada había depositado un tablón en la costa.

¡Feliz accidente! Supongo que habrá acudido corriendo para recogerlo...

-Ese fue su primer impulso, pero se detuvo y razono para sus adentros: «Si recojo este tablón solamente me costará la molestia de llevarlo, y el tiempo necesario para bajar y subir el acantilado. Pero si hago un tablón con el hacha tendré ante todo, quince días de ocupación. Después el hacha se desafilará, lo cual me dará más ocupación para afilarla. Por último, se me agotarán las provisiones, lo cual será una tercera fuente de empleo para reponerlas. Pero como sucede que el trabajo es riqueza, es evidente que si recojo el tablón me arruinaría a mí mismo. Debo proteger mi trabajo personal, y ahora que lo pienso hasta podría aumentar ese trabajo tirando el tablón al mar.

-¡Pero ese razonamiento era absurdo!

-No cabe la menor duda. Sin embargo, es el razonamiento de toda nación que se protege a sí misma mediante prohibiciones. Tira al mar la tabla que le ofrecen por una pequeña cantidad de trabajo, con el fin de realizar un trabajo más grande. Hasta en el trabajo de los funcionarios de las aduanas se descubre una ganancia. Esta ganancia está representada por las molestias que se toma Robinson para devolver a las olas el regalo que le han ofrecido. Si consideras a la nación como un ser colectivo, no hallarás un ápice de diferencia entre su razonamiento y el razonamiento de Robinson.

-¿Robinson no comprendía que podía dedicar a otra cosa el tiempo que economizaba?

-¿A qué otra cosa?

-Mientras el hombre tenga necesidades que satisfacer y tiempo a su disposición, siempre hay alguna tarea qué realizar, y no soy el indicado para especificar el tipo de trabajo que haría en un caso así.

Comprendo claramente qué trabajo podría haberse evitado.

Y sostengo que Robinson, con increíble ceguera, confundió el trabajo con su resultado, el fin con el medio y voy a probarte...

-No hace falta. Tenemos aquí el sistema de restricciones o prohibiciones en su forma más sencilla. Si te parece absurdo planteado así, es porque las dos capacidades de producir y consumir se hallan en este caso mezcladas en el mismo individuo.

-Pasemos entonces a un ejemplo más complejo.

-De todo corazón. Cierto tiempo después, habiéndose encontrado Robinson con Viernes, ambos unieron su trabajo en una tarea común. Por la mañana cazaban seis horas y traían cuatro cestos de caza. Por la tarde trabajaban seis horas en el huerto y obtenían cuatro cestos de hortalizas.

Cierto día llegó a la isla una canoa. Desembarcó de ella un apuesto forastero y fue admitido a la mesa, de nuestros dos reclusos. Este forastero probó la producción del huerto, la elogió mucho y antes de despedirse de sus anfitriones habló como sigue:

Generosos isleños, habito un país donde la caza es mucho más abundante que aquí, pero donde la horticultura es completamente desconocida. Sería fácil traeros todas las tardes cuatro cestos de carne si vosotros me entregáseis a cambio dos cestos de hortalizas.

Al escuchar estas palabras, Robinson y Viernes se retiraron para consultar, y la discusión que tuvo lugar es demasiado interesante como para no consignarla íntegramente.

VIERNES. -¿Qué le parece?

ROBINSON. -Si aceptamos la proposición estamos arruinados.

R. -El caso es evidente. Aplastada por la competencia, nuestra caza, como rama de la industria, quedará aniquilada.

V. -¿Pero eso qué importa, si tendremos los venados?

R. - ¡Teorías! Ya no serán el producto de nuestro trabajo.

V. -Perdone señor, porque para tener los venados tendremos que entregar hortalizas.

R.-¿Qué ganaremos entonces?

V. -Los cuatro cestos de carne nos cuestan seis horas de trabajo. El extranjero nos lo da a cambio de dos cestos de hortalizas que solamente nos cuestan tres horas de trabajo. Esto nos deja tres horas libres.

R. -Diga más bien que esas horas son restadas a nuestros esfuerzos. Ahí está la pérdida. El trabajo es riqueza, y si perdemos la cuarta parte de nuestro tiempo, seremos la cuarta parte menos ricos.

V. -Usted está muy equivocado, mi querido amigo. Tendremos la misma cantidad de carne, la misma cantidad de hortalizas, y tres horas más a nuestra disposición. ¿Esto es progreso o eso no existe?

R. - ¡Usted se pierde en generalidades! ¿Qué haremos con esas tres horas?

V. -Haríamos alguna otra cosa.

R. -Ah! Comprendo. Usted no puede concretar. Alguna otra cosa, eso es fácil decirlo.

V. -Podemos pescar, adornar nuestra cabaña, leer la Biblia.

R. - ¡Utopía! ¿Hay alguna certeza de que debamos hacer lo uno o lo otro?

V. -Muy bien, si no tenemos ninguna necesidad que satisfacer, podemos descansar. ¿Acaso el descanso no es nada?

R. -Pero mientras descasáremos nos moriríamos de hambre.

V. -Mi querido amigo, usted se ha metido en un círculo vicioso. Hablo de un reposo que no substraiga nada a nuestro abastecimiento de carne y hortalizas. Usted siempre olvida que mediante nuestro comercio exterior, nueve horas de trabajo nos proporcionarán la misma cantidad de provisiones que obtendremos en la actualidad con doce.

R. -Es muy evidente, Viernes, que usted no ha sido educado en Europa y que usted habría aprendido que todo ahorro de tiempo es pérdida pura. Lo importante no es comer ni consumir, sino trabajar. De nada sirve lo que consumimos si no es el producto directo de nuestro trabajo. ¿Quiere saber si usted es rico? Nunca considere los goces que obtiene sino el trabajo que debe hacer. Esto es lo que el Moniteur Industriel le enseñaría. En cuanto a mí, no tengo pretensiones de teórico y sólo me preocupa la pérdida de nuestras actividades de caza.

V. -¡Qué manera de invertir las ideas! Pero...

R. -Nada de peros. Además, hay razones políticas para rechazar las ofertas interesadas del pérfido extranjero.

V. -¡Razones políticas!

R. -Sí: él sólo nos hace estas ofertas porque son ventajosas para él.

V. -Tanto mejor, dado que también son ventajosas para nosotros.

R. -Entonces, con este tráfico nos colocaríamos en una situación de dependencia con respecto a él.

V.- Y él se colocaría en situación de dependencia con respecto a nosotros. Nosotros necesitaremos su carne, él necesitará nuestras hortalizas y todos viviremos en términos de amistad.

R. -¡Sistemas! ¿Quiere que le tape la boca?

V. -Eso lo veremos. Todavía no he escuchado ninguna buena razón.

R. -Supongamos que el extranjero aprende a cultivar un huerto y que su isla resulta ser más fértil que la nuestra. ¿No ve las consecuencias?

V. -Sí, nuestras relaciones con el extranjero cesarían. Ya no se llevarían nuestras hortalizas, dado que podría tenerlas en su isla con menos trabajo. Ya no nos traería carne, dado que nada podríamos darle a cambio, y entonces nos encontraríamos precisamente en la situación en que usted nos quiere colocar ahora.

R. -¡Salvaje imprevisor! Usted no comprende que después de haber aniquilado nuestra caza inundándonos de carne, él aniquilaría nuestros huertos inundándonos de hortalizas.

V. -Pero esto sólo duraría mientras estemos en condiciones de darle otra cosa, o sea mientras encontramos otra cosa que producir con economía de trabajo para nosotros mismos.

R. -¡Otra cosa, otra cosa! Usted siempre vuelve a lo mismo. Usted está en la luna, mi estimado amigo Viernes; sus opiniones no tienen sentido práctico.

El debate fue muy prolongado, y, tal como sucede a menudo, cada cual siguió aferrado a su propia opinión. Pero como Robinson ejercía gran influencia sobre Viernes, su opinión prevaleció, y cuando llegó el extranjero para conocer la respuesta, Robinson le dijo:

-Mire, extranjero; para inducirnos a aceptar su proposición debe usted darnos dos seguidores: primero, que su isla no tiene mejores existencias de animales de caza que la nuestra, porque queremos pelear con armas iguales solamente. Segundo, que usted pierda en la operación. Porque tal como sucede en todo intercambio, por fuerza hay una parte que gana y otra que pierde, y nosotros seríamos tontos si usted no perdiera. ¿Qué me dice?

-Nada-, respondió el extranjero, y echándose a reír volvió a subir a su canoa.