Año: 7, Julio 1965 No. 106

¿Puede Funcionar una Economía Controlada?

Por MILTON FRIEDMAN

Tomado de la Revista Orientación Económica, No. 14.

LA RESPUESTA a la pregunta formulada en este título es desde luego: «sí». Hay muchas economías controladas que están operando y realmente funcionan cada una a su modo. Pero esta no es una contestación adecuada; un coche de caballos actúa como medio de transporte, pero es mucho menos eficaz que un automóvil a la hora de funcionar. Las preguntas cruciales son: ¿Hasta qué punto y para qué fines puede funcionar una economía controlada? Estas preguntas ya no pueden contestarse de un modo tan simple.

Toda economía está controlada. Sin embargo, en su uso corriente el término se refiere a las economías intensamente controladas por funcionarios del gobierno, quienes preparan planes centrales y procuran llevarlos a cabo por mecanismos de control político economías como en Rusia e India, más bien que a economías controladas en su mayor parte por individuos aislados o empresas que los agrupan y cuyas actividades vienen siendo coordinadas originariamente por un mercado impersonal economías como Hong Kong, Japón o los Estados Unidos.

En viajes recientes por Europa Oriental y Asia, sobre todo en las llamadas naciones subdesarrolladas, y tanto en economías controladas como en las incontroladas, me ha impresionado mucho el agudo contraste entre los slogans y las realidades. Las economías con planes centrales más explícitos y de largo alcance dan al viajero casual la impresión de no estar planificadas, mientras que las economías que tienen planes centrales rudimentarios o carecen de ellos le dan la impresión de estar bien planeadas. Un hombre de Marte que nunca hubiera oído las discusiones ideológicas de los últimos cincuenta años, sino que se hubiera limitado a observar las distintas economías, seguramente habría sacado la conclusión de que Rusia e India están organizadas y planificadas menos eficazmente que Hong Kong, Grecia o Japón.

Los dos aspectos en los que el contraste para el viajero casual es más evidente son la eficacia de la distribución de los bienes de consumo corrientes y la discrepancia entre el sector público y el privado. La ineficacia de distribución en la Unión Soviética, con irregularidades por falta o exceso, colas y escaceses ha sido destacada repetidamente por los observadores. Lo mismo ocurre en la India, aunque en menor grado porque el control central es mucho menor y la distribución de los medios de consumo es predominantemente privada. Lo mismo sucedió en todos los países occidentales en los que se impusieron controles de precios durante y después de la guerra. En particular, lo que nos sorprendió fue el evidente cambio al pasar de Rusia a Yugoslavia. Aunque es también una sociedad socialista, Yugoslavia se ha apartado grandemente en la última década del control centralizado y ha introducido una buena dosis de descentralización. Aún está lejos de tener una economía de mercado libre, pero el grado de descentralización que ha alcanzado ha sido suficiente para producir una distribución más ordenada eficaz de los bienes de consumo que en la Unión Soviética.

Tanto en Rusia como en la India existe una discrepancia extraordinaria entre el sector público y el privado. En ambos países, al ver un edificio magnífico podemos tener la casi certeza de que pertenece al sector público. El nuevo edificio de la Cámara de los Congresos del Partido Comunista en el Kremlin es un magnifico edificio de cristal y aluminio, moderno en su trazado, atractivo en su aspecto, y en apariencia de excelente construcción. Es bien sabido que la Opera, el ballet y otras instituciones fuertemente subvencionadas por el Estado, son magnificas y de alta calidad; y están equipadas fabulosamente. En el mismo plano están la investigación espacial y las fuerzas armadas. En contraste, los hoteles recientemente edificados son poco atractivos y están pobremente construidos y malamente equipados; el programa de construcción de viviendas se destaca tanto por la gran cantidad construida como por su pobre calidad, la mayor parte de los productos de consumo existentes en las tiendas son vulgares y ordinarios; la belleza es difícil de hallar en la vida normal del hombre corriente. Es como si hubiera dos naciones: una, un pequeño grupo, selecto, que tiene todas las comodidades modernas y vive en el siglo XX; la otra, las masas, que viven en un nivel completamente distinto, en el siglo XVII o XVIII. Invirtiendo una frase de Galbraith, lo que nos impresiona es la opulencia pública en medio de la mezquindad privada.

La India muestra el mismo contraste, quizá en un grado todavía mayor porque la penuria de lo privado es aún peor. El cambio más destacado desde una anterior visita mía a la India hace unos ocho años, lo observé en Nueva Delhi, con sus numerosos edificios gubernamentales nuevos, hoteles lujosos y residencias. En el resto del país, las nuevas Universidades, poderosas instalaciones y fábricas del Estado ofrecían un nivel de riqueza y modernidad en agudo contraste con el resto de la economía.

Tal discrepancia existe en todos los países. En todas partes el edificio público tiende a ser monumental, y los Estados Unidos no constituyen una excepción; pero en otros lugares la discrepancia no es tan notoria. En Atenas, Hong Kong o Tokio existen edificios espectaculares para albergar a los ciudadanos e instalar en ellos sus negocios privados; las tiendas están llenas de una gran variedad de objetos de alta calidad, asequibles al ciudadano medio; es más difícil afirmar, con sólo mirar a un hombre en la calle, si es un trabajador manual, un empleado o un miembro de las clases superiores políticas o económicas; y sobre todo, existe algo de belleza y de variedad en la vida del ciudadano corriente.

Lo que es cierto de países distintos en un momento determinado, lo es igualmente a lo largo del tiempo. Si retornamos al siglo XIX, ¿cuáles han sido las historias con mejor resultado en el desarrollado económico?: Gran Bretaña, Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. El éxito de cada uno de estos países consistió en lograr un formidable aumento del rendimiento ecoii6niico e igualmente del nivel de vida del ciudadano corriente; en ninguno de ellos existió nada que se asemejara a una economía controlada.

En cada uno se produjeron numerosos actos de gobierno: en su mayor parte, las medidas gubernamentales estaban encaminadas a salvaguardar la ley y el orden, los derechos sagrados de la propiedad privada y la fuerza ejecutiva de los contratos todo ello necesario en cuanto estructura para el mercado. Pero incluso cuando estas medidas fueron más allá, como en el Japón después de la restauración Meiji, constituían intervenciones de detalle para subvencionar una industria aquí o allá o para conseguir un objetivo particular. No se produjo ninguna tentativa p ara desarrollar un «plan» total que determinara a estructura de la economía e que controlara su desarrollo en detalle. Se daba por supuesto en todas partes que la empresa privada y el mercado habían de constituir el principal método de organización económica; además, muchas de las intervenciones especificas fueron perjudiciales, e impidieron el desarrollo económico en lugar de favorecerlo. Así ocurrió en Japón, donde la subvención de industrias, como las del hierro, y el acero, derrochó, probablemente, un escaso capital que podría haberse utilizado más eficazmente en otra parte. Por fortuna para el Japón, los tratados internacionales le prohibieron durante treinta años imponer una tarifa de más de 5 por 100, y tuvo así la gran ventaja del libre comercio, librándose de sus industrias improductivas y favoreciendo las productivas. En cambio, en los Estados Unidos, el desarrollo fue dificultado por las distintas políticas proteccionistas del comercio.

Lo mismo ha sucedido en el período más reciente; desde la segunda guerra mundial economías como Japón, Hong Kong, Israel, Grecia y Formosa han llevado a cabo la transformación más impresionante, dejando a un lado los países occidentales en pleno desarrollo. Cada una de ellas ha tenido cierto grado de intervención gubernamental, pero ninguna ha tenido un control centralizado, al detalle, de la actividad económica; todas han dependido principalmente de la libre empresa y el mercado. Por contraste, en la India, que de todos los países del mundo libre ha sido el de más intensa planificación económica centralizada, el espectáculo ha sido mucho más pobre; ha mostrado ganancias decepcionantemente pequeñas en su producción total, a pesar de la gran ayuda del exterior. Indonesia es otro ejemplo de planificación centralizada y de espectáculo económico decepcionante, ya que en el momento actual se halla probablemente en estado de retroceso.

Hong Kong es en muchos aspectos el caso más claro y sorprendente. Aquí tenemos una economía que casi no tiene recursos naturales, que ha tenido que absorber una gran afluencia de refugiados sin dinero y que ha recibido, relativamente, poca ayuda del exterior. Ha tenido un comercio completamente libre, sin derechos de aduana ni restricciones cuantitativas en las importaciones, ni subvenciones en las exportaciones; sin planificación central, sin banco central, con un tipo fijo de cambio para su moneda con los países extranjeros, con pocas intervenciones específicas e incluso sin demasiadas estadísticas ese sello característico del moderno estado administrativo. Sin embargo o, yo diría por consiguiente ha experimentado un crecimiento ex­traordinariamente rápido, y sus residentes tienen un nivel de vida que constituye la envidia de la mayor parte de Asia.

La Unión Soviética parece ser la única excepción a la afirmación general de que las economías controladas han sido menos eficaces que las incontroladas para lograr el desarrollo económico: por una parte ha sido decididamente controlada, y por otra, ha experimentado claramente un extenso crecimiento económico. Sin embargo, la Unión Soviética no constituye en realidad una excepción; más bien explica que usamos el término único «crecimiento económico» para designar dos tipos muy diferentes de crecimiento; sólo uno de ellos ha sido con frecuencia logrado por las economías controladas, el otro no. El primero es un aumento en la suma de producción física, sin considerar su composición ni los objetivos a que sirve; el otro, es una elevación autosostenida en el nivel de vida de la gente corriente.

Un antiguo ejemplo de la primera clase de crecimiento lo proporciona Egipto en el tiempo en que los Faraones construyeron las pirámides. Si cualquier estadístico moderno hubiera calculado el producto nacional bruto de Egipto en aquel tiempo, habría incluido en su costo las pirámides, y no hay duda de que la suma resultante, estimada así, habría mostrado un rápido ascenso. Pero esta subida no significaba una producción de bienes y servicios que beneficiaran al hombre corriente. Al contrario, ello Implicaba una pérdida de los recursos disponibles para él; era a su costo y no en su beneficio. Del mismo modo, un fuerte gobierno central ha sido siempre capaz de extraer una considerable parte de los ingresos de sus súbditos para sus fines, fuera para construir pirámides o los monumentos del imperio mongol en la India, fuera para la potencia militar creada por los nazis. Tal es el caso de Rusia; el crecimiento de que se jacta, y con razón, está en las monumentales y modernas fábricas de acero y las grandes presas, sputniks, satélites espaciales en órbita y potencia militar. Estos son los fines para los que han utilizado los grandes recursos que han extraído de su pueblo. Como Instrumento para extraer tales recursos y emplearlos para fines gubernamentales, una economía controlada puede funcionar eficazmente.

El segundo tipo de crecimiento es bien distinto del anterior.

La subida del nivel de vida de la gente corriente de Rusia es mucho menos espectacular que la del producto nacional bruto o del índice de producción industrial. Esta subida no es fácil de medir, y hay un gran desacuerdo entre los expertos rusos acerca de sí ha existido, y en caso afirmativo, en qué proporción. Pero casi todos coinciden en que cualquiera que haya sido el crecimiento en este aspecto, ha ocurrido de un modo más lento que en las economías occidentales no controladas y que en la Rusia de 1890 a 1914, cuando la revolución industrial acababa de iniciar su incorporación a una economía que no estaba controlada. Naturalmente, los rusos declaran que están estableciendo el fundamento de un futuro crecimiento rápido en el nivel de vida. Es posible; pero el movimiento se demuestra andando, y sigue siendo cierto que, hasta la fecha, Rusia no constituye una excepción a la afirmación general de que las economías controladas no han tenido éxito en el logro de una elevación rápida y constante del nivel de vida de las masas, mientras que, sí lo han tenido, por lo menos, algunas economías no controladas.

Los hechos que acabo de citar contradicen creencias ampliamente difundidas. Muchos intelectuales de Occidente y probablemente la gran mayoría de los intelectuales de los países subdesarrollados, están firmemente convencidos de que la planificación central por el gobierno es un requisito esencial para un rápido desarrollo económico, entendido como una elevación autosostenida del nivel de vida de las masas. Ello constituye un testimonio extraordinario del poder de las palabras sobre los hechos, de las ideas sobre la evidencia. He pedido una y otra vez en varios países a grupos de personas con las que he hablado que nombraran un solo ejemplo de un país que hubiera impulsado con éxito una rápida subida en el nivel de vida de su pueblo gracias a las técnicas de planificación económica central. Cuando formuló la pregunta en esta forma, la contestación invariable es: Rusia. Aunque si añado «y que se haya caracterizado además por una libertad política y civil en grado sustancial», no obtengo respuesta.

Desde luego, la ausencia de ejemplos hasta ahora no demuestra que no pueda llegar a ocurrir. El futuro no tiene que repetir forzosamente el pasado. Pero esta ausencia de ejemplos debería indudablemente dar origen a un cierto escepticismo, cierta duda, cierta modestia en las pretensiones. Sin embargo, la creencia en la planificación central es sustentada con frecuencia con una fe ciega de carácter más bien religioso que racional.¿Por qué las economías controladas funcionan mucho peor que las no controladas cuando se trata de conseguir una subida rápida y sostenida en el nivel de vida de las masas? La razón principal es que la llamada economía no controlada es de hecho un sistema mucho más eficaz que la llamada economía controlada, si se aspira a estimular el saber, la energía y la voluntad de las gentes de una sociedad que pretendan la consecución de sus fines por separado. La llamada economía no controlada está en realidad controlada por las gentes idóneas, por los millones de individuos aislados que colectivamente forman la sociedad, y cuyos fines y objetivos independientes forman colectivamente la verdadera meta de la sociedad.

El recurso más valioso de cualquier nación es el conocimiento detallado y las facultades especializadas poseídas por sus ciudadanos. La principal ventaja de la economía de mercado descentralizado consiste en permitir que estos conocimientos y estas facultades sean utilizadas eficazmente. El hecho de estar cada individuo en libertad de perseguir sus intereses, constituye un fuerte incentivo para utilizar eficazmente sus propios recursos. No obstante, la actividad separada de los individuos debe ser coordinada. En una economía Moderna literalmente millones de individuos han de cooperar unos con otros para producir nuestro pan de cada día. En una economía descentralizada ello se hace a través del mercado: el sistema de cooperación voluntaria más eficaz para coordinar las actividades económicas de mucha gente que se haya desarrollado hasta ahora. A través del mercado cada persona está en situación de cooperar positivamente con personas a las que nunca ha visto, cuyos nombres desconoce, que pueden vivir en lugares de los que jamás ha oído hablar. A través del mercado se transmite velozmente la información requerida para permitir a la gente que coopere de una manera eficaz, y se proporciona a las personas la información adecuada precisamente para cada una. Pongamos que se produce una revolución en Cuba junto con pérdidas de cosechas que contribuyen a provocar una reducción en la cantidad de azúcar producida. El precio consiguientemente más alto del azúcar informa rápidamente a la gente de todo el mundo que es necesaria una economía en el uso del azúcar. Ello proporciona a millones y millones de individuos un incentivo para suprimir los usos del azúcar menos esenciales, y reservar azúcar para los más esenciales juzgando la esencialidad del uso de acuerdo con los gustos de cada individuo. Y esto ocurre así, conozcan o no las personas implicadas la causa de este precio más alto; no les deja ninguna alternativa, ningún modo de cambiar este reajuste para fijar otros; además, con el sistema, se hace mínimo el costo del reajuste. Compárese esta rápida transmisión de información y este mecanismo eficaz de racionamiento del azúcar con cualquier sistema administrativo, dirigido a través de canales políticos, que se haya desarrollado hasta ahora.

Los planificadores de una economía controlada pueden estar individualmente mucho mejor informados y ser mucho más inteligentes que el promedio de los que intervienen en el proceso económico, pero necesariamente son pocos. La suma de sus conocimientos no puede llegar a igualar a la suma de conocimiento de la gran cantidad de gente que participa de hecho toda la economía y carecen además de un sistema para transmitir información o coordinar las acciones de millones de individuos que posean la eficacia del mercado. El resultado se ve claramente en la carencia de coordinación, y visible desorden, que son tan llamativos en toda economía controlada. También se ve en el dato que ninguna economía, por muy controlada que esté, ha sido capaz, de hecho, de sustituir al mercado como medio principal de organización de los recursos. Rusia utiliza el mercado como el medio principal para dirigir el trabajo; permite a los granjeros que conserven pequeñas parcelas de terreno y vendan sus productos en mercados relativamente libres, y estas diminutas granjas proporcionan una parte importante de las legumbres y de la carne que se consume en las ciudades; y existen muchas otras secciones de la economía en las cuales el mercado también funciona, sea legal o ilegalmente.

La economía controlada sustituye por fuerza los valores y objetivos del pueblo por los dos planificadores centrales. Esta es la explicación fundamental de la enorme diferencia existente entre el sector público y el privado, anteriormente señalada. Pero incluso donde los planificadores centrales procuran seriamente utilizar sus poderes para favorecer los intereses del pueblo como en gran parte ha ocurrido en la India, no han sido capaces de lograrlo. Esto se debe, en parte, a la ineficacia del mecanismo de planificación central, ya expuesta; también se debe, en parte, a la inevitable estrechez de miras de todos. Estamos mucho mejor enterados y nos enfrentamos mucho más seriamente con los problemas que nos son personalmente familiares que con aquellos que no nos lo son. Aún con la mejor voluntad del mundo, los planificadores centrales están inevitablemente predispuestos. Un ejemplo es su tendencia a favorecer proyectos que lleven consigo prestigio y sean espectaculares con preferencia a los muchos proyectos pequeños, que son insignificantes individualmente, pero que colectivamente pueden ser más importantes.

Sin embargo, aún existen más razones fundamentales de la incapacidad de la economía controlada para fomentar una elevación rápida y autosostenida en el nivel de vida de las masas. El proceso de crecimiento implica inevitablemente el ensayo y el error. La experimentación es necesaria y la mayor parte de los experimentos están condenados al fracaso. Un sistema eficaz de fomentar el crecimiento debe contar con un método para separar los experimentos afortunados de los desafortunados, y, lo que es igualmente importante, para acabar con estos y apoyar aquellos. Esta es una de las grandes fuerzas del mercado cuando se le permite funcionar. El llamado sistema de ganancias, en realidad, es un sistema de pérdidas y ganancias, y la parte de la pérdida es por lo menos tan importante como la parte de la ganancia. La disciplina del mercado es impersonal e ineludible. La empresa que se compromete en un experimento desafortunado pierde dinero, y, cualquiera que sea su propósito, no tiene otra elección que suspenderlo. La empresa que emprende un experimento, afortunado, gana dinero, y obtiene tanto el incentivo como los recursos pera continuarlo.

En una economía controlada la situación es muy diferente. Puede no existir un claro indicador de éxito o fracaso, y, lo que es más importante, no existe tal ineludible correctivo. Es humano que me encuentre difícil el admitir errores; es natural alegar que los reveses son temporales y que a pesar de ellos el proyecto tendrá éxito, para cubrir las apariencias. Y con la ayuda del poder coercitivo del Estado, es posible actuar así. Una fábrica establecida por el Estado puede constituir un experimento desafortunado en el sentido de que fabrique un producto a costos excesivamente altos, o un producto de baja calidad, o poco apropiado; pero si no es desafortunada de un modo extremo y espectacular raramente será abandonada o abocada a cerrar. Será mimada, subvencionada, protegida por tarifas, y, por uno u otro medio, se le hará aparecer como un éxito. Los ejemplos son abundantes en los Estados Unidos, y no hablemos ya de la India. Las fábricas gubernamentales de acero se señalan en la India con orgullo, a pesar del hecho de que los costos de producción son mucho más altos en las nuevas fábricas modernas que en las fábricas privadas mucho más antiguas. Pueden mantenerse porque las tarifas y las restricciones cuantitativas impiden que entre el acero extranjero, y permiten cargar un precio adicional que cubra los costos en las fábricas estatales, dejando desde luego una ganancia muy considerable a las privadas. Las fábricas privadas de automóviles, pequeñas, pero patrocinadas por el gobierno, pueden sobrevivir aunque produzcan automóviles a costos impropiamente altos, porque todas las importaciones están prohibidas. Estimaciones aproximadas sugieren que la India malgastó anualmente alrededor de una cantidad igual a una décima parte de la ayuda recibida del gobierno de los Estados Unidos, en obtener sus vehículos de motor de este modo, en lugar de hacerlo a través de importaciones. Creo, pues, que los planificadores centrales son menos aptos para elegir los experimentos convenientes que las empresas privadas que arriesgan su propio capital; pero esta diferencia es aún menos importante que la ausencia de un mecanismo eficaz para acabar con los experimentos desafortunados.

Desde luego, seria ingenuo hablar de los fines de los planificadores centrales como si fueran objetivos dados, con independencia de la existencia de una economía controlada. El poder concentrado en las manos gubernamentales es un imán. Aquellos que están más hambrientos de poder, o se pueden beneficiar más del uso del poder, y son menos escrupulosos en los métodos que emplean para adquirir el poder, tienen esa ventaja en la lucha y, desgraciadamente una vez atrincherados en él, es difícil desalojarlos. La concentración de poder político y económico en un solo lugar deja a los focos de poder independientes sin recursos eficaces para servir como freno al ejercicio irresponsable del poder político. Naturalmente, esta es una razón fundamental de por qué una economía controlada es la antítesis de la libertad política, pero también significa que los poderes de la economía controlada no pueden ejercerse durante mucho tiempo sólo atenidos al interés del público en general. Me he referido a la India como un país en el que los planificadores centrales han estado procurando, en gran parte, promover los intereses del pueblo. Sin embargo, aún en la India, esto es sólo parte de la historia y temo que una parte que va en disminución. El soborno, la corrupción y la influencia política son frecuentes. La imagen pública de la India es la de un fuerte gobierno central que está dando forma a las acciones privadas para impulsar lo que el gobierno considera como de interés social. No sería menos exacto describirla como una situación en la cual los intereses privados investidos están capacitados para utilizar la economía controlada para sus propios fines. Esta es una razón de por qué más de una década de planificación ha sido acompañada de un aumento aún mayor en la distribución ya muy desigual de renta y riqueza.

Estas tendencias actúan en toda economía. Tanto en los Estados Unidos como en la India, los intereses privados procuran, naturalmente, utilizar al gobierno para sus propios fines. El debilitamiento gradual de la creencia en el principio general de que el gobierno no debería intervenir en asuntos económicos, les ha capacitado cada vez más para su éxito.

Históricamente, en los Estados Unidos la tarifa aduanera ha sido siempre una brecha en este principio, la brecha más desafortunada. El libre comercio habría ido siempre en pro del verdadero interés del pueblo de los Estados Unidos. La adhesión firme al libre comercio habría forzado a las empresas a mantenerse o a fracasar en su eficacia productiva, más que en su destreza en dirigir la presión política en provecho propio. En el período postbélico habría proporcionado un estimulo para el desarrollo en los países atrasados, conforme a las directivas de la libre empresa. En vez de esto, les hemos dado a todos un mal ejemplo y les hemos animado a desenvolverse en economías controladas.

Otras numerosas intervenciones se han añadido a la tarifa aduanera. LaInterstate Commerce Commission, establecida inicialmente para proteger al público contra los ferrocarriles tachados de monopolísticos, se convirtió rápidamente en un medio por el cual los ferrocarriles podían protegerse a si mismos contra la competencia de camiones y líneas aéreas; si alguna vez tuvo una misión, ahora no tienen ninguna, y debería ser abolida. La industria petrolífera ha proclamado su apoyo a la libre empresa, pero en realidad ha apoyado y promovido el control gubernamental sobre la producción doméstica de petróleo, ha luchado tenazmente para obtener y conservar concesiones de vaciamiento de pozos petrolíferos al amparo de las leyes fiscales que son en su mayor parte injustas e indefendibles, y recientemente, por lo menos parte de la industria, ha estado francamente a favor de las cuotas en la importación del petróleo, medidas éstas que suponen apartarse de la libre empresa. La lista puede extenderse ad nauseam: el control sobre los precios y la producción agrícola constituye un ejemplo infame de monumental despilfarro, ineficacia y oposición a la libertad; las numerosas subvenciones especiales de la industria hotelera con una variedad de ingeniosas formas, merecen ser consideradas como no menos ignominiosas; las disposiciones sobre contratos de inquilinato en muchos de nuestros Estados, y el control gubernamental de radio y televisión, constituyen otros ejemplos.

Volvamos a la pregunta que da título a este artículo. Una economía centralmente controlada puede funcionar satisfaciendo los intereses especiales de aquellos que la controlan, pero es el sistema más ineficaz para favorecer los intereses del público en general. Implica una concentración de poder, que es contraria a la libertad política y a la de los individuos. Un sistema descentralizado en el cual los individuos persiguen sus propios intereses de acuerdo con sus propios objetivos a través del intercambio voluntario y de agrupaciones voluntarias, funciona mucho mejor en cuanto sistema para mejorar la suerte de a masa del pueblo, y también para fomentar y conservar la libertad política y civil. Desgraciadamente, los Estados Unidos en las décadas recientes, se han desplazado cada vez más hacia una economía controlada. Hemos llegado a ser lo bastante ricos como para podernos permitir el despilfarro económico que implica. Si el gobierno central hubiera desempeñado hace un siglo un papel tan preponderante en el sistema económico como el de ahora, dudo mucho que hubiéramos alcanzado nuestra envidiable situación actual. Pero aunque hoy podamos permitirnos este derroche, nada ganamos con él. Sería mucho mejor marchar en la dirección contraria, suprimir las intervenciones actuales, extender el ámbito de libertad económica. Ningún Otro orden de medidas haría tanto por alentar un aumento ulterior de nuestro bienestar económico y una futura expansión de nuestra libertad política. Ninguna otra clase de medidas constituiría, además, un ejemplo mejor para el resto del mundo.

«Creo que las comunidades democráticas tienen una natural inclinación hacia la libertad. Tenderán a lograrla, procurarán conservarla y contemplarán con sentimiento cualquier restricción que de ella se haga. Más sienten una pasión ardiente, insaciable, incesante e invencible, hacia la igualdad. Aspiran a la igualdad en un régimen de libertad y, si no pueden lograrlo, reclaman en todo caso la igualdad, aunque sea la que resulte de un régimen de esclavitud».

ALEXIS DE TOCQUEVILLE