Año: 10, Noviembre 1968 No. 138

EL CAPITALISMO: MANERA CREATIVA DE VIVIR

Rev. EDWARD W. GREENFIELD

Conferencia pronunciada ante la asamblea anual de Associated Oregon Industries, en Portland, Oregon.

Me agrada empezar casi todos mis discursos, recordando a mi auditorio que no siempre me he sentido como hoy, favorablemente dispuesto hacia el capitalismo, el comercio y los comerciantes. Durante un considerable periodo de mi vida, como estudiante de colegio y seminario, y más tarde también como predicador y profesor de colegio, he estado infestado por lo que el profesor Von Mises llama la «mentalidad anticapitalista». Durante la depresión de los años 1930, dos veces voté por Norman Thomas,1y en los primeros años siguientes a 1940 hasta lo hice hablar en mi Iglesia. No hace tanto tiempo, en 1948, aún pensaba que el «New Deal» y el «Fair Deal», como igualmente los conservadores que eran llamados «me too», eran demasiado «conservadores» y, por tal motivo, voté por Henry Wallace. Me complace citar un artículo de Norvin R. Greene, que sirve para identificar la actitud que yo compartía:

«Como estudiante secundario... me impresionaban los sermones pronunciados desde la tribuna del colegio por los sacerdotes que nos visitaban. Domingo tras domingo, contenían la condenación del hombre de negocios, del afán por el dólar, y de nuestra civilización materialista. Obvio era que los sacerdotes de Park y Fifth Avenue obtenían sus medios de vida y construían sus grandes edificios de piedra con las contribuciones de los desollados hombres de negocios. Y recuerdo haberme preguntado si el hombre de negocios era un masoquista, o si aguantaba las zurras semanales a fin de asegurarme la entrada al Reino de los Cielos.

«Esa condenación sin reservas de todo lo relativo al mundo de los negocios, se encontraba también en las aulas universitarias, tanto como en las novelas y la literatura de la época. Se pintaba al hombre de negocios como un vasto proveedor de mercaderías, a cambio de la ganancia; como no intelectual, y, en verdad, como un animal inferior que merecía desprecio».

Mr. Greene hablaba de la época de 1920. La actitud que describe era la mía en los tiempos de 1930 y 1940. Aun cuando la imagen del mundo de los negocios mejoró algo hacia 1950, pienso que el curso de los acontecimientos, en la capital de la Nación y en todas partes, indica claramente la persistente hostilidad hacia el comercio y los comerciantes en 1960. En verdad creo que el mundo de los negocios jamás ha estado en peligro como hoy. Se ha desarrollado tanto el socialismo disfrazado y diluido lo que generalmente se llama socialismo fabiano, que no obstante oírse a mucha gente hablar bien de la empresa libre, vemos minados sus cimientos con mayor rapidez que en cualquier otro momento, en los últimos treinta años.

En realidad, ya no nos queda mucho del capitalismo de libre empresa; tenemos, sí, un capitalismo controlado y altamente regulado, lo que significa la desaparición absoluta del capitalismo en el verdadero sentido. Puede ser conveniente recordar, a esta altura, que en tanto el comunismo y el socialismo apuntan a la propiedad estatal de los medios de producción, la otra especie de socialismo, llamado fascismo, se encamina en dirección al control por el Estado. El grado en que se sigue aceptando hoy la empresa privada no parece obedecer a la estima que merezca, sino a que produce réditos que pueden gravarse. Cada vez con mayor certidumbre nos vemos frente al hecho de que los hombres de negocios no trabajan por su cuenta, sino por la del Estado. En lo que respecta a los impuestos pagados por vosotros, de cada doce meses, ya estáis trabajando entre cuatro y seis para el Estado. Como hombres de negocios, lo sabéis mejor que yo.

¿QUIÉN TIENE LA CULPA?

Ahora bien, es fácil culpar, por esta peligrosa situación, totalmente a los comunistas, socialistas, newdealers, fabianos, keynesianos y todo el resto de los que ocupan posiciones de influencia en nuestras mundos económico, político, educacional, editorial y religioso. Y no hay duda de que esa gente ha tenido un éxito deslumbrante en la difusión de tonterías anticapitalistas. Pero una cosa es difundirlas; otra muy diferente es adoptar esas ideas. Puede comprenderse, sin dificultad, la razón por la cual algunas personas se han dejado seducir tan fácilmente, si se tiene en cuenta que el prestigio de Robin Hood, por su legendaria lucha en favor de los pobres, los débiles y los improductivos, contra los ricos, los fuertes y los que tienen éxito, es antiguo como la humana codicia.

Pero lo asombroso ¡es la apetencia por las ideas socialistas que muestran los mismos hombres de negocios! Durante años, los socialistas y comunistas han venido imputándoles «imperialismo», «monopolio», «explotación» y la «voracidad del hombre de negocios». Han hecho de «capitalismo» una expresión tan vil, como la peor del idioma. Y, ¿cuál ha sido la respuesta de los hombres de negocios? El profesor Herrell de Graff lo expresa de la siguiente manera:

«Lo habitual es contestar que el capitalismo explotador del siglo XIX ya no existe, que el imperialismo ha sido liquidado, que los monopolios ahora son de propiedad del pueblo, y que, en cuanto a las ganancias, hoy todo el mundo participa en ellas. En esta respuesta, hay algo de un patético tono de disculpa, una enfermiza nota de timidez, y los que la formulan están aquejados de una conciencia culpable. Al aceptar ser llevados así a discutir con los comunistas, en sus propios términos, los confirmamos en su creencia de que tienen razón. Es como si les dijéramos: «tienen razón en sus ataques; lamentamos nuestro anterior comportamiento; pero, tengan presente, ahora nos hemos corregido. ¡Hoy ya somos por lo menos, medio socialistas!».

Asimismo, los hombres de negocios se han hecho culpables de otra agresión, que debe señalarse, contra el mundo de la industria y el comercio. El doctor Ernst Wilkinson, presidente de la Brigham Young University, pudo decir hace poco lo siguiente:

«Manifiesto, además, que los hombres de negocios mismos tienen mucha culpa respecto a la carencia de conocimientos económicos que aqueja al país. Los «boards of trustees» (una especie de Consejos de Administración) de la mayoría de las instituciones de altos estudios, y los consejeros de la mayor parte de los colegios secundarios y elementales, se encuentran integrados (en amplia medida) por hombres de negocios. ¿Qué han hecho para estar al corriente de los programas de estudios de sus diversas instituciones? ¿Qué han hecho para asegurar que los profesores designados tengan fundamentales conocimientos acerca de la corrección y validez del sistema estadounidense de empresa libre? Temo que, en muchos casos, no sólo no han hecho nada, sino que han recomendado a sus diversas compañías contribuir al sostenimiento de instituciones educacionales superiores, responsables de haber envenenado y de seguir envenenando las mentes de nuestros hijos e hijas contra la empresa libre. En esta época, en que se pide al comercio hacer importantes aportes para las instituciones de altos estudios, sostengo que es deber de los donantes vigilar para que los donatarios no traicionen la mano que los nutre».

NUEVA VALORACIÓN DEL CAPITALISMO

Lo dicho resume antecedentes cuya importancia reclama la atención de los hombres de negocios en reuniones de esta naturaleza. A primera vista pudiera aparecer que, hablar a hombres de negocios de libre empresa capitalista, es como «llevar naranjas al Paraguay». Lo manifestado anteriormente debiera indicar que no es así. He descubierto, además, que ningún examen del capitalismo puede tener mayor interés que el realizado por un sacerdote, siempre que conozca el tema, por supuesto La autoridad moral de la religión organizada ha sido opuesta, con tanta frecuencia, a los negocios y a los hombres de negocios, que muchos integrantes del mundo comercial casi se avergüenzan en admitir que se afanan por obtener lucro. Será un cambio reconfortante oír decir a un sacerdote que, lejos de sentirse avergonzados, debieran estar orgullosos por dedicarse a los negocios. Supongo que ésa es la razón por la que ninguno de mis discursos ha tenido más amplia difusión, que el que motivó esta invitación, titulado: «Un sacerdote hace un nuevo examen de la empresa libre».

En esa conferencia, cité un párrafo de un excolega de la Universidad de Syracuse, también censor del capitalismo anteriormente, el profesor T. V. Smith. En las aludidas palabras, expresa la convicción, que es materia de nuestro actual estudio:

«La verdad habrá de surgir muy lentamente, pero al final quedará de manifiesto. Se verá entonces que el capitalismo no pone el acento en el hecho de obtener dinero, sino por encima de cualquier cosa y subordinándolo todo, en que el dinero sea ganado. Es el aspecto creativo lo que transforma el proceso. El capitalismo es la invención más creativa de la especie humana; crea excedentes de bienes; crea y distribuye poder adquisitivo para absorber los bienes que con tanta profusión se producen; crea una atmósfera en la cual los hombres no sólo pueden disfrutar de sus productos, sino que pueden gozar de su mejor situación, sin desmedro de las inferiores. El capitalismo, es la manera creativa de vivir».

Por supuesto, ésta es una idea que los anticapitalistas y colectivistas quisieran destruir y han avanzado por ese camino de una manera consumadamente hábil. Por ejemplo, antes de que la palabra «capitalismo» se hiciera de uso ampliamente difundido, gracias a los malos oficios de Karl Marx, la empresa privada libre, dentro de un mercado libre, se denominaba «liberalismo». Siendo así, ¿qué hicieron los colectivistas? Tomaron esta magnífica palabra, que significa libertad, y la distorsionaron para convertirla en signo de esclavitud. En adelante, liberalismo no habría de querer decir libre empresa, sino empresa colectivista. Lo mismo sucede con el vocablo «progresista». Al observar el inmenso progreso que estaba haciéndose con el capitalismo en realidad el único progreso material verdadero que en más de 2,000 años se hiciera también tomaron para sí los colectivistas la idea de progreso. En adelante, «progresista» debía referirse, no al capitalista, sino al socialista. De igual manera, han procedido con nuestras otras excelsas expresiones, tales como «justicia», «moral», «humanitarismo», «fraternidad», «democracia» y «libertad».

Pero aún no han conseguido por completo apoderarse de la palabra «creativo». Esto tal vez se debe a que los mismos capitalistas han sido lentos en el reconocimiento exacto de cuán creativo es su sistema económico. De algún modo se nos ocurre la idea de que pintar un cuadro, escribir un libro, componer una sinfonía o hacer los planos de un rascacielos, es algo creativo; pero no el desarrollo de un establecimiento industrial o comercial, ni el logro de una fortuna. Quien puede actuar en un escenario, y hacer reír o llorar a millares de personas, es un artista; pero el creador de una industria, que proporciona ocupaciones a millares de personas, es «un explotador que arrebata dinero». La distorsionada manera de ver que tiene en tan poca estima a la libre empresa capitalista y a quienes la practican, es resultado de mitos y falsedades que han sido deliberadamente cultivados y repetidos inocentemente durante más de un siglo. No todos los mitos comenzaron con Karl Marx, pero no es una completa coincidencia que Marx y la mitología anticapitalista tengan mucho en común. Y a menos que aprendamos a separar el mito de la realidad lo que, en mi opinión como sacerdote, a este respecto, equivale a separar lo moralmente malo, de lo moralmente bueno-, vamos a continuar viendo a nuestra sociedad libre, con su libre economía, descender hasta alguna forma de tiranía colectivista.

Es por eso por lo que quiero afirmar la virtud creativa de la libre empresa capitalista, frente a por lo menos tres de las más groseras falacias que con respecto a ella se han formulado:

1. El mito de que el capitalismo crea pobreza e injusticia.

2. El mito de que las ganancias y el motivo de lucro son inmorales.

3. El mito de que la completa libertad de empresa es algo peligroso.

Ésta no es de ningún modo una enumeración exhaustiva, ya que los mitos forman legión, pero pudiendo desvirtuar estos tres, el resto habrá perdido su principal apoyo.

CURA DE LA POBREZA

El primero de los mitos la creencia de que el capitalismo crea pobreza e injusticia tiene un claro origen marxista. Arranca de la equivocada opinión de que, en una economía capitalista, los acaudalados adquieren su riqueza desposeyendo a los pobres. De acuerdo con eso, como lo veía Marx, los ricos se enriquecen cada vez más, y los pobres se hacen cada vez más pobre y, eventualmente, a los pobres no les queda otro recurso que rebelarse, destruyendo a los ricos explotadores o, como les agrada decir a los comunistas, «expropiando a los expropiadores».

Si fuera Marx el único que hubiera dicho esas cosas, podríamos estar en condiciones de solucionar el punto sin mayores dificultades. Desgraciadamente, sin embargo. se ha hecho eco de aquellas ideas buena cantidad de gente, de mucho mejor reputación. Uno de los principales teólogos norteamericanos, por ejemplo, criticó en cierta oportunidad a las Iglesias, por haber permanecido «durante tanto tiempo despreocupadas por las víctimas de la Revolución Industrial y del capitalismo primitivo». Que tal supuesta negligencia haya quedado «corregida», parecía demostrado hasta la evidencia por un manual destinado a usarse en las escuelas dominicales del mismo grupo cristiano a que pertenezco. No hace mucho, el invierno pasado, ese manual hablaba de Amós, el profeta del Antiguo Testamento, que vivió y predicó en el siglo VIII a.C. «Y en aquellos días, dice el manual había en Israel escasa justicia económica. Era un mundo de ricos y pobres, los que llevaban una vida cómoda (con casas para verano e invierno) y los que calan en esclavitud para pagar sus deudas. Era un mundo desprovisto de conciencia, la especie de mundo que existía en Norteamérica, antes de la legislación social de los años 1930» (Sin bastardilla no la contiene el original).

Me atrevo a decir que hasta un buen número de hombres de negocios creen que eso es verdad. Que hayan existido injusticias con anterioridad a 1930 no se habrá de negar aun cuando sostengo que esas primitivas injusticias, poco son comparadas con las que se han cometido después, ¡y no por los hombres de negocios!. Lo que generalmente se omite preguntar, es si las injusticias de la primera época, en los países capitalistas, fueron resultado del capitalismo como tal, o simplemente iniquidades cometidas por hombres que serían igualmente corrompidos, bajo cualquier sistema. Digámoslo sin rodeos, aquí y en este momento: los titulados «pecados del capitalismo» no han sido cometidos por el sistema, sino por individuos que actuaban dentro de él. ¡Y tales pecados no habrán de ser eliminados llevando a los sitiales del poder gubernamental! En realidad, la verdadera corrupción consiste en que tales hombres, políticamente privilegiados, intervengan en contra del capitalismo.

Mas la acusación de injusticia radica principalmente en el aspecto de la pobreza. En los primeros años del capitalismo, especialmente en nuestra propia república, había tanta opresión y pobreza, que no podemos dejar de preguntarnos por qué Estados Unidos llegó a conocerse como «la tierra de las oportunidades» y «la última esperanza de la Tierra». Les llamo la atención sobre el hecho de que el mayor de los males aislados registrado por nuestra historia, la esclavitud, quedó abolido, no ante el impacto obtenido por la acción de los reformadores socialistas de nuestros días, sino cediendo a la marea del creciente capitalismo de hace un siglo. Aun cuando no trato aquí de explicarlo, sostengo que la esclavitud se extinguió, en buena medida, a causa del capitalismo. No hay economía que pueda subsistir medio esclava y medio libre.

Ahora bien, no puede negarse que la Revolución Industrial, cuyo impulso cubrió de fábricas en poco tiempo a Inglaterra entera y al aún joven Estados Unidos hace menos de 200 años, no produjo riqueza inmediata para todos. Algunos individuos emprendedores se hicieron ricos, en tanto que la mayoría continuaba siendo relativamente pobre.

Pero quien crea que el capitalismo causó la pobreza, debe examinar con mayor atención tanto la historia como la ciencia económica. La verdad es que el capitalismo fue la primera y única cura verdadera para la pobreza. La raza humana había estado luchando por desprenderse de las cadenas del yugo y de la explotación, desde el comienzo de la historia. La pobreza, la escasez y el hambre aquejaron a los hombres desde los principios de la historia. El capitalismo de empresa libre no creó la pobreza; ¡la heredó! El llamado «propetariat», cuya existencia comenzó, no fue una clase producida por el capitalismo al empobrecer y mantener en la pobreza a la gente. El proletariado fue una clase surgida gracias a que, por primera vez, con la aparición del capitalismo, ¡esa gente estuvo en condiciones de mantenerse en vida!

El profesor Von Mises, de la Universidad de Nueva York, ha dado una explicación diferente, arrojando nueva luz sobre lo que durante tanto tiempo se deploró como mal, traducido en que mujeres y niños se vieran «forzados» a trabajar en las fábricas:

Constituye una distorsión de los hechos decir que las fábricas sacaron a las amas de casa del cuidado de los niños y de la cocina, y a los niños de sus juegos. Esas mujeres carecían de lo necesario para preparar alimentos y nutrir a los niños que se encontraban desamparados y muertos de hambre. Su único refugio fue la fábrica. Esta los salvó, en el sentido más estricto de la frase, de la muerte por inanición».

Escuchemos también al profesor Hayek, de la Universidad de Chicago, en el libro de que es igualmente editor, «El Capitalismo y los Historiadores».

Mucho después del acontecimiento, no debemos permitir que la distorsión de los hechos, ni aun si ello obedeciera a celo humanitario, venga a influir sobre nuestra manera de ver respecto a lo que debemos a un sistema que, por la primera vez en la historia, hizo entrever a la gente la posibilidad de su aflicción (la pobreza) pudiera ser evitada. Los mismos reclamos y ambiciones de las clases trabajadoras, fueron y son resultado de la inmensa mejora determinada por el capitalismo en su situación».

Ya es tiempo de que rectifiquemos el punto de vista histórico. Los pobres tuvieron, con la liberación de su propia energía para dedicarse a la empresa privada, para poseer bienes privados y para perseguir ganancias, su primera y real oportunidad para sobrevivir y medrar. Sólo dentro del capitalismo hubo siquiera la posibilidad de llevar a cabo mejoras en todo el bienestar general. Así es que lejos de crear pobreza, el capitalismo es el único sistema económico conocido jamás por el mundo, que produzca y al mismo tiempo distribuya la riqueza. De formularse el cargo de que en ello hay materialismo, podemos preguntar a los críticos socialistas de qué manera la creación de riqueza puede ser algo más materialista ¡que la creación de pobreza efectuada por ellos!

MORALIDAD DEL LUCRO

Pero tenemos el segundo mito: la idea de que las ganancias y el motivo de lucro son algo contrario a la moral Algunos podrán decir, socarronamente, que si la ganancia es algo contrario a la moral ellos se han hecho sumamente virtuosos. En cualquier caso, no habrá ni uno de vosotros, supongo, que no se haya sentido blanco del sentimiento anticapitalista, cada vez que obtiene una ganancia sentirá esos ataques, los domingos en la iglesia, en los días de semana, por parte de los empleados; en la época correspondiente, a través de los recaudadores de impuestos: más o menos año por medio, mediante los reclamos del agente que representa al sindicato, y en muy diversas oportunidades, provenientes de variadas instituciones de caridad. Alguien habrá de caer sobre vuestra ganancia en cualquier momento, de seguro, con alborozo, envidia, enojo, codicia, indignación moralizadora o con la demanda de recibir una parte de aquella ganancia. La actitud que en esta época habréis de encontrar se encuentra aproximadamente reflejada en uno caricatura reciente. Muestra al Presidente mientras lee algo expresado en un discurso presidencial de hace poco tiempo, y se dirige a un hombre que representa al ambiente de los negocios: «Nosotros, los del gobierno, tenemos gran interés en vuestras ganancias...». Y, metiendo la mano, desde atrás, en el bolsillo del hombre de negocios, se ve a otra persona identificada como el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.

Sin embargo, totalmente aparte de dicha consideración, las ganancias y el motivo de lucro requieren ser examinados y apreciados nuevamente Es así como lejos de imponer una condena moral al sistema de «ganancias y pérdidas», me complace manifestar que, en el ambiente de los negocios, todos tienen, no sólo el derecho moral, sino, en realidad, el deber moral, de lucrar. Allá, en los días antiguos de la ética protestante no corrompida, los cristianos, en especial los de denominación calvinista, acostumbraban hablar de «enriquecerse para la gloria de Dios». Cuando se lucraba, de una manera legitima, todos entendían por ello que Dios nos veía con buenos ojos. No obtener ganancias era para ellos una desgracia, lo mismo que no encontrarse en el favor de Dios. Un hombre de negocios con éxito feliz, tenía la consideración y el respeto de la gente, no a causa de su dinero, sino debido a que su fortuna constituía la prueba visible de que era buen cristiano: ¡uno de los elegidos de Dios!

Bueno, eso era ir un poco más lejos de lo que hasta un calvinista estricto pudiera estar dispuesto a conceder hoy, pero es importante, con todo, desembarazarnos de la atosigante idea de que en la ganancia y en el motivo de lucro haya algo de malvado. Existen las «ganancias mal habidas», por supuesto, pero no es eso lo que entendemos por ganancia. Ganancia es lo que se obtiene, por encima y en exceso del costo, en cualquier especie de intercambio libre y voluntario. Todos buscamos siempre alguna especie de satisfacción, y aquello que nos la proporciona satisfaciendo, a la vez, a las demás partes que intervienen, es un lucro legítimo. Esto es verdad, tanto si la satisfacción consiste en la salvación de almas, perseguida por el misionero, como en disfrutar de una nueva casa, o en el aplauso tributado al actor o en el dinero que gana el comerciante.

En lo relativo al lucro, las dos cosas que deben recordarse son: primero, el motivo de lucro es algo tan acorde con la naturaleza y la normalidad como respirar, de modo que su supresión importaría destruir la fuente principal de la acción humana constructiva. Es el impulso interno hacia la superioridad y excelencia. Quítese el motivo de lucro el impulso hacia la excelencia y se reduce al hombre a los límites de un vegetal. Segundo, lucro no es la misma cosa que rapiña. Jamás debe incurrirse en el error de confundir a un hombre como Billie Estes Sol2, con un legítimo comerciante que trabaja para lucrar. No hay manera de que un comerciante pueda conseguir alguna ganancia sin dar algo en cambio. Por eso puedo decir que es obligación vuestra obtener ganancias. Si no obtenéis lucro alguno, el hecho significa que no ofrecéis la calidad y cantidad de bienes y servicios que la gente se encuentra en condiciones y en disposición de comprar en el mercado libre.

Puesto que obtener ganancias es tanto un derecho como un deber moral, no será necesario recordaros que es también una necesidad y un gran bien. De nuevo citaré al profesor De Graff:

«La ganancia es la sangre vital de una economía libre... Al guiar la economía para satisfacer las exigencias de la sociedad, el sistema de la ganancia hace lo que ninguna autoridad central es capaz de hacer... Toda ocupación y todo hogar, en la extensión entera de la nación, se mantiene y sustenta gracias a que el proceso de los negocios cumple su ciclo obteniendo algún lucro, ya sea en ganancias anteriores, en las actuales o en las razonablemente esperadas para el futuro... Nuestro bienestar personal. El bienestar público, y el futuro bienestar, todo descansa sobre un solo apoyo: ¡la ganancia empresarial!».

De una opinión tan favorable debiera seguirse que los negocios y la industria no sólo fueran permitidos, sino fomentados a fin de que obtuvieran ganancias. Lo único malo, en cuanto a las ganancias, es que no las haya bastantes y, por supuesto, allí está la dificultad. Entre las presiones de los sindicatos obreros, los impuestos, la inflación y las reglamentaciones gubernamentales, conseguir alguna ganancia, en nuestros días, es algo así como un pequeño milagro.

Pero lo más sorprendente del ataque a los negocios y a las ganancias, ¡es que los hombres de negocios hayan hecho tan poco para resistirlo! A menudo me he preguntado por qué. Se me ocurre que una de las razones pudiera estar en que se los ha hecho sentirse culpables respecto a la persecución de la ganancia. La culpabilidad es una de las calamidades más paralizantes que pueden afligirnos. Las personas aquejadas de sentimiento de culpabilidad es improbable que se muestren dispuestas a luchar en favor de lo que fueron inducidos a considerar como malo. Carlos Todd señala que «los comunistas son excelentes psicólogos... han tomado buena nota de esta característica peculiarmente norteamericana; y su Instituto Pavlov de Moscú, manda detalladas instrucciones acerca de (cómo) acrecentar su influencia y dominio, por medio del «espíritu de culpabilidad».

Hace quince años, Arthur Schlesinger Jr., observó con maligna satisfacción la facilidad con que podía triunfar en Norteamérica el socialismo fabiano, principalmente debido a lo que él llamaba la «cobardía» de los hombres de negocios. Y bien, la idea de tener culpa, nos convierte a todos nosotros en cobardes.

En consecuencia, no vacilo en decirles que se desembaracen de ese enervante complejo de culpabilidad. No sólo tienen el derecho y la obligación moral de lucrar; la sociedad carece, por su parte, de derecho para obstaculizar el cumplimiento de tal deber. Es derecho vuestro obtener ganancias, de igual manera que comerciar honestamente, en la medida que lo permita un mercado libre y competitivo. Ahí, la ley de la oferta y la demanda y el continuo voto de la clientela habrán de decidir qué cantidad de beneficios corresponde a cada quien El gusto y la preferencia del público pueden ser volubles, pero si el significado de la democracia ha de prestar servicio al pueblo, el mercado libre, en el que es rey el consumidor, es el orden más democrático realizable en sociedad. La lucha por la ganancia ¡la única verdadera democracia económica que hay!. El día en que la ganancia y el motivo de lucro terminen, será el día en que comiencen los mandones.

BENEFICIOS DE LA LIBERTAD

La última de las falacias a que quiero referirme, es la creencia de que la completa libertad de empresa es peligrosa; y aquí nos encontramos con un acontecimiento extraño. Los peores enemigos de la libertad en Estados Unidos no son los comunistas y los socialistas, pues los podemos reconocer como enemigos, y sabemos cómo habérnoslas con ellos. Lo que no reconocemos con tanta facilidad son aquellos a quienes Suzanne Galambos llama «capibuts» (capitalistas, pero...). Son gente incluyendo en ella a muchos hombres de negocios que dicen: «Sí, creo en el capitalismo, pero...» Creen en el capitalismo pero también creen en la conveniencia de imitar la competencia por intermedio de leyes así llamadas de «comercio leal»; creen también en la legislación encaminada a beneficiar sus intereses particulares; quieren protección y licencias exclusivas en favor de su negocio en especial; reclaman subsidios del gobierno como ayuda de sus necesidades particulares; piden energía pública, rutas federales, que el gobierno actúe como benefactor, y ayuda exterior en forma de donativos. La lista podría continuar interminablemente.

Cuando la historia se haya escrito por fin, temo hallarlos, en caso de que muera el capitalismo, frente a sus enemigos, envolviéndolo sonrientes en el sudario, pero sólo una vez que sus amigos declarados hayan sido sus desapercibidos victimarios. En mis contactos con hombres de negocios a través de todo el país, no hay nada más desconcertante para mí que la falta de fe de los mismos capitalistas en la verdadera libertad de empresa. Dicen: «capitalismo, sí, pero no podemos hacer andar para atrás el reloj, hasta la época de McKinley... Sí, el capitalismo, pero, después de todo, si no fuera por los sindicatos obreros, todavía tendríamos los talleres en que el trabajador era sacrificado y los salarios ínfimos... Capitalismo, sí, pero si no fuera por el gobierno, seguiríamos teniendo depresiones e inestabilidad económica. . Capitalismo, sí, pero si no tenemos cuidado, los grandes monopolios habrán de tragarse a las pequeñas empresas... Capitalismo, sí. pero no debemos permitir que el temor de la deuda pública y de la inflación obstaculicen el bien público... Capitalismo, sí, pero seguimos necesitando que el gobierno estimule el crecimiento de la economía».

«Capitalismo. sí, pero...», ¿acaso hay aquí alguien que no haya escuchado expresiones semejantes a éstas, no en boca de los enemigos del mundo de los negocios, sino en la de sus descontados favorecedores?

Ahora bien, resulta extraño mi temor a encontrar alguna resistencia hasta en personas como vosotros, en el intento de apoyar la verdadera libertad de empresa. En verdad, me atrevo a decir que os habéis acostumbrado tanto a las reglamentaciones. intervenciones, presiones, subsidios y confiscaciones, que, por lo menos, algunos se sentirán descontentos si todo eso les faltara. Saben que son cosas perjudiciales, pero no pueden deshacerse del hábito, como ocurre con las drogas. Me parece una particular ironía, encontrarme, siendo sacerdote, en actitud de urgir a los capitalistas a empezar el ejercicio de un capitalismo honesto ante Dios, absteniéndose de absorber ese engañoso socialismo, que los está matando como un lento veneno.

REALIZACIONES DEL CAPITALISMO

Permítaseme abordar el punto de dos maneras. En primer lugar, todos estamos obligados a reconocer que EE.UU. de América se ha convertido en la nación más grande, más rica y más fuerte del mundo debido a su libertad. Hemos empezado por tener un gobierno constitucional limitado, cuya consigna fue abstenerse de intervenir en los asuntos de la gente, salvo en los casos en que fuese necesario proteger sus derechos, sus libertades y sus bienes. La empresa privada, dentro de tal arreglo, recibió un estímulo, como jamás se había conocido antes en la historia de la raza humana. ¡Hablamos acerca del capitalismo creativo! ¡Las energías liberadas de hombres libres, dentro de una libre economía capitalista, en seis generaciones, sobrepasaron las creaciones y producciones resultantes del esfuerzo realizado en los 6,000 años precedentes. La empresa privada libre ha hecho más para la creación de mayor riqueza, para más gente, con mayor rapidez, que cualquier otra especie de economía conocida por el hombre. ¡Aquellos que nos dicen que EE.UU. de América tiene obligación de compartir su riqueza, simplemente por ser rica, y hasta la culpan porque el resto del mundo sigue siendo pobre, que empiecen, en primer lugar, por examinar la manera cómo EE.UU. de América se hizo rica!

Sostengo que la razón de nuestra prosperidad está en que aquí en EE.UU. de América, con nuestro gobierno limitado, nuestra economía capitalista, y nuestra responsabilidad individual, hemos tenido el primer ejemplo verdadero de una sociedad moral, visto por el mundo. No ha sido perfecta, porque somos todos hombres imperfectos; pero dada la naturaleza humana, y el mundo real, tuvimos la estructura que más se acercó a las leyes morales de Dios a lo que los Padres Fundadores llamaron «ley natural»-. La antigua institución bíblica ha sido mal comprendida, traicionada y escarnecida, pero la antiquísima creencia de que Dios favorece a quienes viven dentro de su Ley, y de que quienes la menosprecian habrán de perecer, es una de las más profundas verdades que jamás hayan sido reveladas al hombre.

Y bien, Estados Unidos ha demostrado la antigua verdad, probando que la empresa libre ha tenido feliz éxito. ¡Pero, una vez probado esto, parecemos inclinados a encaminarnos a la apostasía bíblica, dejando que la prueba sea destruida! Sólo en la medida en que guardamos aún algunas briznas de empresa libre, se nos puede observar relativamente fuertes y prósperos, pero tendremos que recuperar y aumentar la libertad creativa de la época anterior, para poder mantener prosperidad durante algún tiempo. No es cuestión de retroceder, en materia de técnicas, hasta las anteriores de hacer las cosas; lo importante es retomar a los principios iniciales, los que han sido en buena medida abandonados en temerario coqueteo con el estatismo colectivo del socialismo.

PRIMACÍA DE LA PROPIEDAD

¿Acaso abogo por un retorno al laissez faire? No, abogo en favor de avanzar hacia el laissez faire. A través de los primeros años de nuestra historia, se había llegado a una desmañada aproximación de tal sistema, pero aún no hemos tenido un laissez faire claramente comprendido, maduro y completo. Bien sé que la reacción que nos ha sido impuesta ante la expresión misma es de protesta, pero aquí viene el segundo punto sobre el que deseaba hablar, referente a convertirnos en capitalistas honrados ante Dios. El capitalismo no es nada más y nada menos que un sistema de bienestar económico y social, basado en el respeto a la propiedad privada. El que no cree en la propiedad privada, no puede ser capitalista. La primera meta del Manifiesto Comunista, recordaréis, es la destrucción de la propiedad privada. La prueba fundamental de si una civilización se encuentra en el camino de la libertad, o en el de la servidumbre, es su actitud hacia la propiedad privada.

¿Qué significado damos a la propiedad privada? No se trata sólo de una parcela de tierra. Es todo lo que somos y poseemos: vuestra persona, vuestras creencias, vuestros valores, vuestros bienes materiales, lo que hagáis con vuestras manos y con vuestra mente, y aquello que la naturaleza produzca u otorgue mediante vuestro esfuerzo. La vida es de vuestra propiedad; el alma es propiedad vuestra. Lo es la religión que profesáis. Igualmente, vuestra libertad, vuestra felicidad, los medios para alcanzarla y todo lo adquirido a cambio del propio trabajo, es de vuestra propiedad. De querer adoptarse un punto de vista teológico al respecto, estoy dispuesto a admitir que todas aquellas cosas, en realidad, pertenecen a Dios, y sólo sois el administrador en cuyas manos fueron depositadas. Ya sea que uno se considere propietario, o sólo administrador, el distingo que, tan a menudo, se hace entre «derechos humanos» y «derechos de propiedad» es una construcción artificial a que han recurrido los demagogos. Los derechos humanos son derechos de propiedad; los derechos de propiedad son derechos humanos; y lo que debe preguntarse es: ¿a quién corresponde el derecho y la obligación de controlar esta propiedad, que está a vuestro cuidado?

Conocéis perfectamente bien la respuesta. Si alguien se presentara diciendo: «vuestra vida no os pertenece, en realidad es mía» y os quita la vida, tal hecho se juzga como asesinato. Si dice: «la felicidad que tenéis no es vuestra, es mía», y os priva de vuestra felicidad, eso es llamado crueldad. Si dice: «no es vuestro el dinero que tenéis: es mío», os desposee de él, comete un robo. Si dice: «vuestra libertad no os pertenece; es mía», y os arrebata la libertad, incurre en tiranía.

¿Qué es, pues, el laissez faire? No es ni más ni menos que el hecho de tener completo dominio sobre nuestra propiedad, respetando el derecho de los demás para ejercitar igual dominio sobre lo que les pertenece. Este principio fundamental se viola cada vez que el gobierno, o el sindicato obrero, os impide controlar vuestros propios negocios, y por medio de gravámenes o de exigencias de salarios antieconómicos, confisca los beneficios obtenidos a costa de vuestras inversiones y de vuestro trabajo. Si un delincuente nos privara en igual forma de lo que nos pertenece, no vacilaríamos ni un momento en llamar a eso delito. ¿ Cómo puede ser que ignoremos la naturaleza delictiva del mismo acto, y lo encontremos hasta benevolente, o por lo menos legítimo, cuando es realizado con el auspicio del Estado, o de una turba organizada?

En último análisis, sólo puede elegirse entre dos cosas: o uno mismo es quien debe decidir qué hacer con lo propio, o debe decidir algún otro al respecto. Si abrigáis la creencia de que el gobierno, o el sindicato obrero, conoce mejor que vosotros lo que conviene a lo vuestro y, por consiguiente, se encuentra facultado para dictaminar qué hacer con lo que os pertenece o con las propiedades de los demás, sois esencialmente socialistas. Por otro lado, si creéis que ninguno tiene derecho a manejar coercitivamente la vida de otro, sois capitalistas del laissez faire.

Y no tratéis de engañaros con la quimera de que sólo un tercio o la mitad de lo vuestro puede quedar bajo control y confiscación ajena. En Estados Unidos estamos tratando de aferrarnos a esa creencia reaccionaria, que Lincoln repudió hace un siglo, que, de alguna manera, podemos existir mitad libres y mitad esclavos o, dicho con mucha elegancia por algún chistoso: ¡que podamos evitar las consecuencias de una preñez a medias

LO ÚNICO CON QUE PUEDE SOÑARSE

De todo lo expuesto se desprende que el futuro soñado no puede revestir la forma socialista. Los cristianos, a menudo, se han visto seducidos por lo que se denomina «socialismo cristiano», partiendo de la idea fundamental de considerar idénticos el socialismo y el reinado de Dios. Debiera ser ya evidente a los ojos de todos, excepto para quienes se niegan a ver que el socialismo no puede constituir sino una pesadilla, semejante como ninguna al reino infernal.

Sólo el capitalismo de laissez faire puede ser un sueño para el futuro, apareado, como necesariamente tiene que estar, con el gobierno limitado y la responsabilidad individual. Por ese motivo hablo, no de un retorno, sino de un avance hacia al Iaissez faire. Que nos sea dado tener tan sólo una generación de verdaderos laissez faire, basado en el sentido de la responsabilidad individual, fundamento de nuestra herencia judeocristiana; que ese orden impere no sólo en Estados Unidos, sino en el mundo entero, y podremos esperar el advenimiento de un milenio de tal prosperidad, paz y moralidad, como el mundo jamás ha conocido.

Pienso que ya es tiempo de adoptar una decisión cobre cuál es nuestra creencia, y dónde nos encontramos. La esperanza del mundo estriba en la empresa capitalista libre, con su trama moral y espiritual. En vez de excusarnos y disculparla, comencemos a luchar por ella. En lugar de humillarnos como culpables ante la acusación de que el capitalismo es contrario a la moral y anticristiano, declaremos con orgullo que el capitalismo es la verdadera cristiandad y moralidad puesta en obra en el mundo de los asuntos económicos. Lejos de aceptar humildemente las restricciones y confiscaciones que están matando nuestra gallina de los huevos de oro, exijamos que sean suspendidas. Y en vez de «seguir tirando», simplemente, con lo que nos queda de libertad de empresa, mientras acariciamos la esperanza de que dure por lo menos hasta el fin de nuestra vida, comencemos a comprender el sistema que ha hecho posible todo lo bueno que tenemos, a valorarlo, y a proclamar su virtud por encima de los tejados. Queremos entregar a nuestros hijos algo mejor que nuestras deudas y que las promesas de Khruschev de que nuestros descendientes habrán de vivir bajo el socialismo.

El capitalismo es, en verdad, la manera creativa de vivir, pero no ha de seguir así, a menos que todos nosotros decidamos conservarlo. Si se me permite parafrasear un conocido eslogan sobre el tráfico, diré: «la manera de vivir que salvemos quizás sea la propia» Personalmente, deseo conservarla, ¿y vosotros?

Tomado de «Ideas sobre la libertad», Buenos Aires, Argentina.


1 Candidato a presidente de EE.UU. del Partido Socialista.

2 Protagonista de escandalosas estafas, que no hace mucho alcanzó triste celebridad en Estados Unidos. N. del T.