Año: 9, Febrero 1967 No. 144

QUIÉN PAGA LOS IMPUESTOS

M. F. AYAU

Nadie discute la necesidad de impuestos, pues obvio es para todos, menos para los anarquistas, que el gobierno es necesario y que hay que sostenerlo. Pero sí se oye mucha confusión sobre la incidencia de tal o cual impuesto.

En última instancia, es el consumo el que sufre con cualquier impuesto, y la pregunta ¿quién paga los impuestos?, se reduce a: ¿el consumo de quién (el nivel de vida de quién) es el que sale afectado con los impuestos?

La aseveración anterior podría respaldarse desde un punto de vista general, que aunque no es específico, sí es estrictamente correcto, el hacer ver que siendo el único propósito de la producción el satisfacer necesidades de consumo, cualquier efecto de impuestos así como de todo fenómeno económico tendrá que reflejarse eventualmente en el consumo.

Cuando se impone un impuesto a un producto en el mercado, el vendedor tiene tres alternativas: 1) subir el precio, 2) prescindir de ofrecer ese servicio o artículo al público, o 3) absorber la pérdida.

En cualquier caso, sufre el consumo. En el primero y segundo casos, sufre inmediatamente el consumo de los compradores, y en los tres casos sufre el ingreso (aunque no necesariamente el consumo) del vendedor, ya que en los primeros dos casos el volumen de la venta baja y en el tercero su ingreso neto es reducido. Cuando el vendedor es de escasos recursos, una merma en sus ingresos sí reducirá su consumo, pero si sus ingresos totales son altos y, por tanto, esa merma en ingresos no le obliga a reducir su consumo, lo que sacrifica es su capitalización.

En este último caso es cuando menos se relaciona la incidencia del impuesto al consumo, ya que dicha relación es indirecta. Sin embargo, el impuesto a la capitalización privada, ya sea por absorción de un impuesto directo al producto o directamente al ingreso neto, es lo que más disminuye el poder de consumo de los pobres, como se demuestra más adelante.

El consumo del pobre absorbe la totalidad de su ingreso. Tal ingreso, a su vez, depende de su productividad. Y el principal factor en la productividad del trabajador es la acumulación de capital, es decir, la herramienta que utiliza para producir.

Porque el capital del capitalista consiste en títulos de propiedad sobre activos útiles a la sociedad por eso tienen valor y que sirven para aumentar la productividad y comodidad de aquellos cuyos ingresos no les permite hoy por hoy ahorrar, vale decir, capitalizar. Cuando se tasan ingresos capitalizables sufre la capitalización del rico: tiene menos títulos de propiedad. Pero su consumo no sufre: sufre el consumo de aquellos quienes ven su ingreso disminuido o no aumentado debido a la menor cantidad de capital invertido per cápita.

Por ejemplo, mucho más gravoso sería, para el pobre, rebajar su productividad en 15% o más, que tasar su consumo directo en 2%. Y la realidad demuestra que tales proporciones no son exageradas, ya que por lo reducido del número de personas a quienes se les puede gravar sus ingresos capitalizables, esas tasas son generalmente elevadas; y lo contrario sucede con los impuestos al consumo.

Así, resulta que los impuestos a la capitalización afectan considerablemente el consumo de los pobres sin que produzcan un importante ingreso fiscal compensatorio. Al contrario, al disminuir la productividad del país, disminuyen también los ingresos fiscales.

La incomprensión de todo lo anterior es, sin lugar a duda, la causa principal del atraso y pobreza de la mayoría de los pueblos subdesarrollados.

EPÍLOGO

Sin embargo, la diferencia en riqueza que la capitalización privada lleva consigo, induce a algunos a sugerir que la solución es la capitalización propiedad del Estado. Empero, cuando no existe propiedad privada, no existe mercado para los recursos. Y cuando no hay mercado, no hay precios. Y cuando no hay precios no se puede determinar el uso económico de lo. escasos recursos y, como consecuencia, no puede haber progreso: se generaliza la pobreza. Se logra menor grado de desigualdad, en la generalización y agudización de la pobreza.

El triste dilema del anticapitalismo es que que no ofrece solución: solamente destrucción.

«La sociedad vive y actúa solamente en los individuos. Cada uno lleva sobre sus hombros una parte de la sociedad. Nadie es aliviado de esta responsabilidad por otros. Y nadie puede encontrar un camino seguro si la sociedad es empujada hacia la destrucción. Por consiguiente, cada uno, en su propio interés, debe abrirse paso vigorosamente en la batalla intelectual. Nadie puede hacerse a un lado con indiferencia: del obrar de cada uno dependerán los resultados futuros. Ya sea que escoja o no, todo hombre es arrastrado en la gran lucha histórica; la batalla decisiva (entre libertad y esclavitud), dentro de la cual nuestra época nos ha sumergido».

Ludwig von Mises