Año: 9, Mayo 1967 No. 149

N.D. Recientes experiencias en nuestros países han demostrado que sanas ideas de política económica son imposibles de adoptar cuando no hay un clima de opinión pública que permita su adopción: el político obligadamente se adapta al sentir general, para poder ejercer su profesión. Una política económica sana no se podía implantar en tanto no exista una opinión favorable a ella Pero no la habría en tanto sus partidarios no aclaren a sí mismos y, por consiguiente, estén mejor preparados o dispuestos para defender y difundir los principios en que tal política se basa. El siguiente artículo del profesor, Dr. Ludwig von Mises, constituye una clara exposición de conceptos sobre los cuales existe gran confusión. Estamos seguros que su lectura será considerablemente apreciada por la contribución que para la claridad de conceptos significa.

La Libertad Económica en el Mundo Actual

Ludwig von Mises

El único hecho que importa

El programa del liberalismo (en el primitivo sentido del término, como se le conocía en la Europa del siglo diecinueve, y no con la actual connotación norteamericana que lo hace a veces sinónimo de intervencionismo radical, y más frecuentemente, sinónimo de socialismo y comunismo), se basaba en el reconocimiento de que en la economía de mercado, es decir, en el sistema social de propiedad privada de los medios de producción y de división del trabajo, los intereses bien entendidos a corto y a largo plazo, de todos los individuos y grupos de individuos, son armónicos.

En épocas anteriores había prevalecido el concepto erróneo de que ningún hombre o grupo de hombres puede obtener ganancias, si no es a costa de las pérdidas de otros. Al desvirtuar completamente este sofisma, la filosofía social y la economía del siglo dieciocho prepararon el camino para las realizaciones sin precedentes de la moderna civilización occidental.

La declinación del liberalismo estriba precisamente en el hecho de que la política de todas las naciones nuevamente se guía por la idea de que existe un conflicto irreconciliable entre los intereses de las diversas clases (en el sentido marxista), naciones y razas. La decadencia del liberalismo no es uno entre varios acontecimientos de una serie de otros tantos, igualmente importantes, que se pudiera separar del contenido de la historia de las últimas generaciones para estudiarlo aisladamente. Es la esencia misma de esta historia, el único hecho que tiene importancia. Todo lo que ha ocurrido en las décadas pasadas, fue consecuencia de la firme aplicación de la filosofía del conflicto irreconciliable.

Gran empresa, gran servicio

En la economía de mercado, los consumidores, al comprar o dejar de comprar, determinan en última instancia qué es lo que se debe producir, de qué calidad y en qué cantidad. Continuamente están haciendo cambiar de mano el control de los factores esenciales de la producción entre los empresarios, capitalistas y hacendados que han logrado proveerlos de todo lo que requerían, en la mejor forma posible y a los mejores precios. El principio característico del capitalismo es la producción en masa para satisfacer las necesidades de las masas. La industria sirve al consumidor, ante todo al tan mentado hombre común. Todas las más grandes ramas de la industria, todas las empresas que la ignorancia y la envidia llaman con ánimo ofensivo «la gran empresa», producen para el gran número. Las fábricas que producen lo que se considera artículos suntuarios para unos pocos, nunca exceden de un volumen pequeño o mediano. El capitalismo multiplica las cifras de población y proporciona al hombre medio un nivel de vida que aun los más prósperos de épocas anteriores hubieran considerado fabuloso.

La economía política demuestra que ningún sistema imaginable de organización económica de la sociedad, podría alcanzar el grado de productividad que alcanza el capitalismo. Ha refutado categóricamente todos los argumentos interpuestos a favor del socialismo e intervencionismo.

Hay gente, por supuesto, que no quiere someterse al veredicto de la teoría económica. Rechazan el pensamiento económico como una pérdida de tiempo de reconocida inutilidad y declaran que sólo tienen confianza en las enseñanzas de la experiencia. Si con el objeto de continuar la discusión, admitiéramos como correctas sus afirmaciones, podríamos aún preguntar: ¿dónde está la experiencia que demuestra las ventajas del socialismo contra el capitalismo?

Si la experiencia histórica enseñara algo, sería que ninguna nación ha alcanzado o preservado nunca la prosperidad y la civilización, sin la institución de la propiedad privada. Experiencias anteriores, de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y otros países, han demostrado que el rechazo de algunas de las medidas intervencionistas, el abandono de la política inflacionista y hasta el restablecimiento limitado de la supremacía del mercado, han mejorado inmediatamente la situación económica en general.

Beneficios del capitalismo

Hay también personas que sostienen que considerar los problemas de la organización social preocupándose exclusivamente por un suministro abundante de diversas mercaderías y servicios, es revelar una mentalidad poco moral. Repudian tal «materialismo ruin» por razones morales y quieren examinar los asuntos planteados, desde un punto de vista, según ellos, más elevado y más digno.

Semejantes ideas están de acuerdo, indudablemente, con el concepto del mundo que tiene un monje budista. Para su modo de ver, una vida de suciedad y de penurias tiene un valor positivo, y las posesiones terrenales son peligrosas, porque pueden apartar a un hombre del buen camino. Pero el caso es diferente para los moralistas teológicos y filosóficos de occidente. Éstos critican al capitalismo porque todavía existe gente que no ha recibido sus beneficios y está, por lo tanto, en situación poco satisfactoria. Desean que se aumente la cantidad de mercaderías accesibles para esa gente pobre. Saben que esto sólo se podría conseguir intensificando la producción, es decir, intensificando el capitalismo. Pero respaldando imprudentemente y sin darse cuenta todos los errores socialistas, recomiendan métodos que, de aplicarse, reducirían la cantidad total de bienes disponibles para la subsistencia y que, por lo tanto, rebajarían el nivel de vida.

La posición anticapitalista de una gran cantidad de dirigentes religiosos y maestros de moral seglar contemporáneos, está inspirada en el resentimiento y en la ignorancia. Las realizaciones del capitalismo, como la disminución de la mortalidad infantil, la lucha afortunada contra las plagas y el hambre, el mejoramiento general del nivel de vida, tienen que ser también únicamente apreciadas desde el punto de vista de las enseñanzas de cualquier credo religioso y de cualquier sistema de doctrina ética.

Ningún principio religioso o ético puede justificar una política que aspire a la substitución de un sistema social bajo el cual la producción con relación al consumo es mayor, por un sistema en el cual es menor.

Los «moderados» equivocados

La deplorable situación que el «experimento» bolchevique ha creado, y el fracaso lamentable de todos los intentos de socialización y nacionalización parcial, han desalentado, hasta cierto punto, la intolerancia fanática con que varias generaciones de partidarios acérrimos luchaban por los ideales de Georges Sorel: la destrucción de todo lo que existe.

La perspectiva de una «revolución social» que de un soplo haya de transformar al mundo en Jauja, ha perdido gran parte de su atractivo. Fue un golpe tremendo para los comunistas de salón, los profesores socialistas y burócratas, y para los cabecillas sindicales, el descubrir que el Moloc revolucionario devora no sólo a los capitalistas, a los «parásitos de la burguesía» y a los kulaks, sino también a gente de su propia clase. Dejaron de hablar de la necesidad de «terminar la revolución inconclusa» y se dedicaron a un programa destinado a introducir el socialismo paso a paso, valiéndose de una serie de medidas intervencionistas. Volvieron al plan que Marx y Engels habían trazado en el Manifiesto Comunista y que, en el desarrollo ulterior de su doctrina, habían abandonado virtualmente, porque era incompatible con los dogmas esenciales del materialismo dialéctico y del esquema marxista de una filosofía de la historia. Las pocas líneas en que el Manifiesto Comunista explica y justifica su programa de diez puntos para la realización gradual del socialismo, es lo mejor que Marx y Engels hayan dicho sobre cuestiones económicas; en realidad, son las únicas observaciones aceptables aportadas por Marx y Engels a la economía política. Llaman, a las medidas que sugieren, «incursiones despóticas sobre los derechos de propiedad y las condiciones de la producción burguesa», y declaran que «estas medidas parecen económicamente insuficientes e insostenibles», pero que «en el curso del movimiento se superan a sí mismas y son ineludibles como medio de revolucionar íntegramente los métodos de producción».

Cuando, más tarde, cuarenta años después de la primera publicación del texto alemán del Manifiesto y cinco años después de la muerte de Marx, se publicó una «traducción inglesa autorizada» del mismo Manifiesto, «editada y comentada por Federico Engels», éste hizo un agregado al texto con el objeto de explicar el significado de las más bien enigmáticas palabras «se superan a sí mismas» (über sich selbst hinaustreiben). Intercaló entre las palabras «se superan a sí mismas» y «son ineludibles»: «se necesitan ulteriores incursiones en la estructura social anterior». En estas pocas palabras, Engels resumió las enseñanzas de la economía clásica con respecto a los efectos de la ingerencia en el mercado, y aun, hasta cierto punto, anticipó la teoría del intervencionismo de los economistas modernos.

Esta teoría del intervencionismo trata de los efectos de la coerción y la compulsión (por parte del gobierno o de otros agentes como los sindicatos, a los que el gobierno ha otorgado virtualmente el privilegio de apelar a la violencia) que obligan a los empresarios y capitalistas a emplear algunos de los factores de la producción de manera diferente de la que hubieran utilizado si sólo hubieran estado sometidos a los dictados de los consumidores, transmitidos a través del mercado. Esta teoría puntualiza que los efectos de las interferencias son, precisamente, desde el mismo punto de vista del gobierno y de los abogados y defensores de las medidas en cuestión, menos aceptables que el anterior estado de cosas que se proponían modificar. Porque si el gobierno no está dispuesto a abolir su intervención, ni a resignarse al estado de cosas poco satisfactorio que ha originado, se ve luego obligado a agregar una segunda intervención a la primera, y como el resultado de nuevo es desde el punto de vista del gobierno, peor que el estado anterior, deberá agregar una tercera, y así sucesivamente, hasta que sus decretos dictatoriales reglamenten todos los aspectos de las actividades humanas y, por lo tanto, establezcan el sistema social que es conocido bajo los términos de fascismo, socialismo, comunismo, planificación, totalitarismo. Cuando la gente que aspira a la sustitución de la economía de mercado por el socialismo propicia medidas intervencionistas, procede de manera consecuente con el punto de vista de sus aspiraciones. Pero están muy equivocadas aquellas personas que consideran al intervencionismo como una tercera solución en el problema de la organización económica de la sociedad; como un sistema que, según dicen, está lejos del socialismo como lo está del capitalismo, y que combinando lo «bueno» de los dos sistemas, evita lo «malo» de ambos.

El intervencionismo no se puede considerar como un sistema estable de organización económica de la sociedad. Es un método para llevar a cabo el socialismo por etapas. Le producción puede ser orientada, ya sea por los deseos de los consumidores que se ponen de manifiesto cuando compran o dejan de comprar; o si no por el Estado, el instrumento social de coerción y compulsión. Un factor de la producción concreto por ejemplo, una pieza de acero determinada puede ser usado de acuerdo con las órdenes de los consumidores o de acuerdo con las órdenes de la policía. No hay nada intermedio.

Lo que los optimistas consideran como un renacimiento del verdadero liberalismo es, simplemente, una pausa en la marcha hacia el socialismo, detención producida por el fracaso espectacular de todas las aventuras socialistas. Si el New Deal no hubiera fracasado en la época del año treinta, en cuanto a terminar con la desocupación en masa (ver cuadro 1), y si la TennesseeValley Authority no hubiera sido un desastre sumamente costoso[i]; si la nacionalización de las minas de carbón y de la industria del acero británicas hubiera tenido algún resultado favorable; si el nazismo alemán y el fascismo italiano no hubieran arruinado todo lo que se podía arruinar; si el correo, el telégrafo, teléfonos, empresas de transporte, los ferrocarriles y otros servicios administrados por el Estado no hubieran puesto en peligro el equilibrio del presupuesto de muchas naciones a causa de sus déficit, los progresistas de estilo propio continuarían propiciando su política, con la misma energía que empleaban sus antecesores hace algunos años.

Es un error considerar a estos «moderados» como liberales en el sentido clásico del término. Los republicanos americanos de Eisenhower y los conservadores británicos no son defensores de la economía de mercado y de la libertad económica. Lo que los distingue de los demócratas del New Deal y del Partido Laborista no son los principios, sino el grado de su ardor reformista y el grado de celeridad en su marcha hacia el estatismo. Siempre están retrocediendo, tolerando hoy medidas que rechazaban con vehemencia hace algún tiempo, y es muy probable que dentro de pocos años adopten medidas que los hacen temblar en la actualidad.

El ordo-liberalismo alemán solamente difiere en ciertos detalles de la sozialpolitik de la escuela de Schmoller y Wagner. En principio es después de los episodios del radicalismo de Weimar y del socialismo nazi un retorno al «Wohlfahrtsstaat» de Bismark y Posadovsky. Todos estos movimientos son, por supuesto, moderados cuando se comparan con el absolutismo de los dictadores. Pero no hay diferencias substanciales entre los intervencionismos más o menos moderados. Todas las medidas intervencionistas, como Engels observó oportunamente, «necesitan ulteriores incursiones en la estructura social anterior» y, por lo tanto, conducen finalmente al socialismo integral.

La necesidad de una moneda sana

El intervencionismo tiene la creencia de que bajar la tasa del interés a menos del nivel que alcanzaría en un mercado sin trabas es muy beneficioso, y considera la expansión del crédito como medio acertado para conseguir tal fin. Pero el auge de prosperidad creado artificialmente por la expansión del crédito no puede durar. Debe acabar en una depresión general de los negocios, en una crisis económica.

De esa explicación del ciclo económico la llamada teoría del crédito monetario o de circulación se debe deducir que hay un solo medio de evitar el retorno de los períodos de depresión económica; éste es el de abstenerse de cualquier tentativa de producir una explosión artificial de prosperidad pasajera por medio de la expansión del crédito. Pero los intervencionistas no están dispuestos a renunciar a su cara política de hacer feliz a la gente por poco tiempo, por medio de una prosperidad ilusoria. Como están bien enterados del hecho de que es imposible refutar y desacreditar la teoría monetaria de los ciclos económicos, la pasan por alto en silencio o la distorsionan y la ridiculizan con desprecio.

A cambio de esta doctrina proscrita, el oficialismo y las universidades propagan una doctrina que, como la de Karl Marx, interpreta la reaparición periódica de las crisis de la industria como una consecuencia necesaria del capitalismo. La crisis, declara el Manifiesto Comunista, revela la incapacidad del sistema de producción capitalista, de la propiedad privada y de la libre iniciativa, para manejar las fuerzas productivas. Son una característica inherente al sistema burgués, se repetirán a intervalos siempre más cortos con el correr del tiempo, y cada vez más amenazantes, mientras la planificación general socialista no haya substituido a la «anarquía de producción» capitalista.

Los socialistas y los intervencionistas están de acuerdo en que, según ellos, estas crisis son la consecuencia necesaria del mismo funcionamiento de la economía de mercado. Están en desacuerdo en cuanto a los métodos que se deben emplear para prevenir los períodos futuros de depresión económica.

Los marxistas ortodoxos declaran que hay un solo medio disponible para este fin, la adopción incondicional y total del tipo soviético de dirección socialista.

Los intervencionistas, sin embargo, atribuyen al gobierno el poder de impedir o al menos mitigar en gran parte el rigor y la duración de la declinación, por medio de medidas que llaman «anticíclicas». Con esta denominación altisonante recomiendan, para la situación en que disminuyen los ingresos del gobierno a causa de la depresión, por un lado una reducción de los impuestos y, por el otro, un gran incremento en los gastos del gobierno a través de obras públicas gigantescas y del aumento de la compensación a los desocupados. Aunque la crisis es el resultado inevitable de la creación de cantidades adicionales de moneda y substituto de la misma, los intervencionistas quieren remediarla por medio de una inflación mayor todavía. Alegremente omiten tomar conocimiento de las enseñanzas, tanto de la teoría como de la historia, con respecto al resultado final de una política inflacionista prolongada.

La inflación es también la única solución que propone el intervencionismo para el problema de la desocupación en masa. De nuevo aquí el eslabonamiento fatal de todos los intentos de trabar el funcionamiento del mercado acarrea la ruina. Primero, el gobierno o los sindicatos decretan y ponen en vigencia salarios mínimos que son más altos que los niveles potenciales del mercado. Después, como esto termina inevitablemente en una desocupación en masa, prolongada indefinidamente, el gobierno apela a la inflación. La inflación trae como consecuencia un alza en los precios de las mercaderías y un mayor costo de la vida,, lo que nduce al gobierno y a los sindicatos a intervenir con el objeto de elevar otra vez el nivel de los salarios por encima del nivel potencial del mercado. Y así sucesivamente.

Un movimiento liberal no debe olvidar nunca que una moneda sana es uno de los principios fundamentales del liberalismo, ya sea éste el antiguo o el nuevo.

Las fábulas pueden causar la guerra

Los fundamentos legales de la civilización y la prosperidad occidental han sido proporcionados por la institución de la propiedad privada. Lo que separa al Este del Oeste es, precisamente, el hecho de que el Oriente no desarrolló la estructura ideológica, legal y política dentro de la cual pudieran prosperar los derechos de propiedad y su eficaz protección contra las arbitrariedades de los gobernantes. En estas condiciones no se puede lograr la acumulación de capital y la inversión en gran escala que determinan el desarrollo de las plantas industriales y de las fábricas.

Las condiciones naturales para la producción eran, en gran parte de Asia, más favorables que las de Europa al norte de los Alpes. En vísperas de la «revolución industrial», India y China eran consideradas como más ricas aun que los países europeos más prósperos. En cuanto a la habilidad técnica y a la capacidad requerida para tener éxito en la investigación científica, los estudiantes asiáticos de los métodos occidentales no parecen ser inferiores a los europeos. Lo que faltaba y todavía falta en Oriente es el espíritu de libertad que engendró ese gran concepto de los derechos del individuo, que nadie debe violar.

El principio vital de una constitución liberal es la independencia del poder judicial, que protege al individuo y su propiedad contra cualquier transgresor, ya sea éste rey o vulgar ladrón. A las instituciones que las burlas irónicas de los «progresistas» tratan de ridiculizar apodándolas «derechos divinos del capital», los «proletarios» del Oeste les deben todo lo que diferencia su situación de la de las masas indigentes de Asia y África.

Los habitantes de los países «subdesarrollados» anhelan los bienes materiales del capitalismo occidental, por lo tanto, reconocen implícitamente la superioridad de los métodos occidentales en la dirección económica. Pero sus gobiernos, ampliamente respaldados a este respecto por los «intelectuales», sabotean cualquier tentativa de intensificar la producción y, por lo tanto, de mejorar el nivel de vida. Lo que estos países necesitan es, ante todo, mayores inversiones de más capital. Sin embargo, sus políticas impiden tanto la acumulación de capital nacional como la entrada de capital extranjero. Le situación en Inglaterra y en otros países europeos, en vísperas de la «revolución industrial», era tan afligente como la de muchas regiones de Asia y África en la actualidad. Pero en tanto que Inglaterra tuvo que levantarse por sus propios medios reuniendo el capital adquirido, y acumulando experiencia técnica en un proceso que insume tiempo, los países asiáticos y africanos pueden usar libremente la técnica del Oeste y han recibido (y podrían recibir todavía, si no lo impidieran) ayuda substancial por medio de las inversiones de capital extranjero. Confundido por las fábulas comunistas, que pintan las inversiones extranjeras como una secuela del imperialismo voraz, el «progresismo» occidental, al tratar la situación del Este, experimenta una sensación de culpabilidad. Los capitalistas de Europa occidental y luego también los norteamericanos han construido en los países «subdesarrollados»la mayoría de los ferrocarriles, canales, otros medios de transporte y de comunicación, y obras de utilidad pública; han explotado sus recursos naturales y han instalado fábricas. Una gran parte, quizás la mayor parte del capital invertido en esa forma, ha sido expropiada con varios pretextos. Lo inverosímil es que estas medidas confiscatorias han sido aprobadas con entusiasmo por los compatriotas «progresistas» de las víctimas de dicha desposesión. Muchos gobiernos no sólo no protestaron por el daño ocasionado a esos ciudadanos, sino que virtualmente alentaron a los que lo causaron.

Una de las principales paradojas del mundo moderno es ésta: las realizaciones del liberalismo del laissez faire y de la economía de mercado capitalista, infundieron al final en todos los pueblos orientales la convicción de que lo que propugnan las ideologías occidentales y lo que practican las ideologías occidentales, es lo que debe hacerse. Pero en la época en la que el Este adquirió confianza en los métodos occidentales, la ideología y la política del socialismo y del intervencionismo habían suplantado al liberalismo en Europa y América.

Al adoptar las doctrinas que condenan todo lo rotulado como «burgeois», como el peor de los males, Oriente creía adoptar las ideas que habían dado prosperidad y civilización al Oeste. Fue en estas nuevas doctrinas estadounidenses y de Europa occidental, declaradas modernas y progresistas, donde los orientales se inspiraron para tomar las banderas que enarbolan hoy en día en su lucha contra Occidente. Esto se puede referir también al comunismo ruso que, visto desde el punto de vista ruso, es una ideología occidental importada por discípulos de Hegel, Fourier, Marx, Sorel y los Webbs, con la clara intención de «occidentalizar» su país atrasado.

Dirigidos por el poder soviético, los pueblos de Asia y África están empeñados en lo que creen que es una lucha por su emancipación del «yugo del capitalismo». Su antioccidentalismo fanático es verdaderamente un hecho sumamente deplorable desde el punto de vista de las naciones del Oeste. Pero también perjudica los intereses vitales de los pueblos del Este más seriamente que a los de Occidente. Y puede encender una nueva guerra mundial, esta vez, atómica.

El papel de los disidentes

Los defensores del socialismo (comunismo o planificación ) quieren substituir el control privado de los medios de producción por el control público(del gobierno).

Los abogados del intervencionismo declaran que no quieren abolir completamente la economía, de mercado. Quieren, según dicen, solamente mejorar su funcionamiento por medio de diferentes actos de injerencia del gobierno en el comercio. Estas dos doctrinas actualmente se enseñan en los colegios, se exponen en los libros, revistas y diarios; los partidos políticos las profesan y los gobiernos las practican, Hay colegios, libros, periódicos, partidos y gobiernos socialistas, y hay colegios, libros, periódicos, partidos y gobiernos intervencionistas.

También hay unos pocos disidentes, que piensan que la economía de mercado (el sistema de laissez faire del capitalismo) es el único sistema que conduce a la prosperidad y a la civilización y que solamente él puede evitar la ruina de Occidente y la caída otra vez en el caos y la barbarie.

Algunos de estos disidentes han publicado libros y artículos. Pero casi ningún político o burócrata presta atención a sus ideas. La opinión pública no está al tanto del hecho que tales doctrinas existe. El lenguaje político de los Estados Unidos ni siquiera tiene un vocablo para designarlos a ellos y a sus simpatizantes. La palabra «liberal» define en Norteamérica al socialista o intervencionista de la actualidad. Que sea conveniente iniciar una nueva organización para favorecer el progreso del socialismo y del intervencionismo, es cuestión que tiene que ser dedicada por los socialistas y los intervencionistas. Pero ciertamente, seria de desear una organización de los defensores amigos de la economía del mercado. Pero ésta debería ser una asociación de hombres y mujeres que estén dedicados con esta honesta y seriamente a tal finalidad. No es necesario agregar una nueva organización a las asociaciones ya existentes que, bajo los engañosos rótulos de liberalismo, economía de mercado, y libertad económica, está luchando por imponer diferentes tipos de intervencionismo. La situación que tenemos que encarar es ésta: las políticas intervencionistas adoptadas por todos los gobiernos y sostenidas por todos los partidos de este lado de Cortina de Hierro, o temprano van a provocar, hablando moderadamente, condiciones muy desfavorables. Como la opinión pública considera erróneamente estas políticas intervencionistas como procapitalistas (o como los comunistas y mucho autores declarados anticomunistas describen «como un último y desesperado esfuerzo para la salvación del capitalismo») la gente va a razonar de esta manera: «Ahora que fracasó el capitalismo, no nos queda otra cosa que ensayar los métodos rusos».

La gente no se va a dar cuenta de que lo que fracasó no ha sido el capitalismo, no fue el sistema económico de mercado sin trabas, sino el intervencionismo. ¿Cómo pueden darse cuenta de esto cuando hay tantos grupos ansiosos de presentar una política de intervencionismo como si fuera política de preservación de la libertad económica y de la economía de mercado?

El peor daño que ocasionan esos grupos que, con la denominación engañosa de liberalismo, están auspiciando lo que llaman una política intermedia, es precisamente el hecho de que crean la confusión que atribuye a la economía de mercado, responsabilidad y culpa por las deficiencias que corresponden al intervencionismo.

Por lo tanto, actualmente no hay tarea más importante que la de esclarecer a la opinión pública en cuanto a las diferencias básicas entre el liberalismo genuino, que propugna la economía de mercados libres, y los diferentes partidos intervencionistas que auspician, la injerencia del gobierno en los precios, salarios, la tasa del interés, ganancias e inversiones, que están a favor de los impuestos confiscatorios, de aranceles y otras medidas proteccionistas, grandes gastos gubernamentales y, finalmente, de la inflación.

N.D. Los datos siguientes no son del artículo original de Von Mises, pero se ha incluido el primero por considerarlo como dato histórico ilustrativo, y el segundo en vía de aclaración.

DATOS EN MILES

CUADRO 1

Año.

Población
Laboral
total

Población
Laboral
con empleo

Población
sin empleo

%
sin empleo

 

1929

49,440

47,630

1,550

3,2

 

1930

50,080

45,480

4,340

8,1

 

1931

50,680

42,400

8,020

15,9

 

1929

51,250

38,940

12,060

23,6

1933

51,840

38,760

12,830

24,9

1934

52,490

40,890

11,340

21,7

1935

53,140

42,260

10,610

20,1

1936

53,740

44,410

9,030

16,0

 

 

 

 

 

1937

54,320

46,300

7,700

14,3

1938

54,950

44,220

10,390

19,0

1939

55,600

45,750

9,480

17,2

U.S. Labor Department Statistics.


[i] La empresa TVA, que produce electricidad, productos químicos y controla navegación, ha provocado cuantiosas pérdidas al pueblo norteamericano, ha inundado extensas áreas agrícolas permanentemente y causó disminución sensible en la navegación pluvial dentro del área que controla.