Año: 9, Junio 1967 No. 151

PRÓLOGO de Los Fundamentos de la CIENCIA ECONOMICA

Ing. M. F. AYAU

Prevalece hoy en el mundo un constante diálogo sobre tópicos económicos y sociales, motivado por la general y justificada preocupación por mejorar el nivel de vida del hombre, especialmente en aquellas sociedades que se considera existen a un nivel mínimo de subsistencia.

Este diálogo sin embargo, no siempre ocurre con ponderación y amplitud de criterio, requisitos indispensables para encontrar la verdad. La intolerancia que frecuentemente se observa quizá se debe a que se olvida que la Ciencia Económica se refiere exclusivamente a medios, a procedimientos, y jamás a objetivos, finalidades o metas. No existe la opinión propiamente científica referente a objetivos. El diálogo económico debe circunscribirse exclusivamente a métodos, en el supuesto de que la intención es siempre la misma: encontrar los medios acertados para lograr la prosperidad y bienestar del hombre a corto y, principalmente, a largo plazo.

Muchas fórmulas y experimentos sociales se ponen en práctica. Gran cantidad de ellas no son más que expedientes políticos que subordinan el interés de los pueblos al interés de personas ambiciosas; pero, sin duda, no es ello la causa del subdesarrollo que padecen los pueblos, pues aun los políticos poco escrupulosos necesitan moldear sus programas a lo que es aceptable por la sociedad, para tener la oportunidad de ejercer con éxito su profesión. Lo cierto es que la política socio-económica adoptada por una sociedad es reflejo de la opinión prevaleciente, cuando no siempre a corto plazo, invariablemente a largo plazo.

Son las ideas las que gobiernan el mundo; son las teorías sobre Economía Política que sostienen los miembros de una sociedad las que, a largo plazo, prevalecerán. Toda acción individual o concertada entre cualquier número de personas actuando en sociedad, indefectiblemente es el producto de las teorías de las premisas en que se basa la expectativa de tal o cual resultado. De allí que la suerte de una sociedad dependa de lo acertado o desacertado de las ideas que prevalecen referentes al desarrollo económico y, sobre todo, las pertinentes al régimen de derecho, del cual necesariamente depende la vida ordenada en una sociedad basada en la división del trabajo y el intercambio indirecto.

Si bien no es imposible, sí es improbable que una persona inteligente, a través de diálogos y perspicaz observación del fenómeno económico cotidiano, descubra el complicado funcionamiento del mecanismo llamado Economía. La imperfecta inteligencia humana y el corto tiempo de una vida, sin embargo, obligan a recurrir a la experiencia asentada en la historia y a aprovechar los conocimientos que, a través de costosos procedimientos, se han ido ordenando para formar la ciencia. De lo contrario, actuar, opinar y, por ende, influir, sin conocimiento de causa, constituye en realidad una imprudencia y es evidencia de irresponsabilidad temeraria. Especialmente cuando la ignorancia en este caso es tan fácil de evitar y cuando el precio de los errores de la continua improvisación se paga con sufrimiento humano.

Aunque la Ciencia Económica es joven, sí es ciencia. Para el hombre no versado en ella, al considerar el gran número de opiniones y propuestas que continuamente se exponen, quizá parezca que se trata de racionalizaciones espurias y justificaciones de teorías preferidas. Y, en verdad, no debe extrañar tal impresión, pues la mayoría de criterios expresados al respecto son, precisamente, lo que aparentan.

No deben causar asombro las incongruencias y falta de solidez que personas no versadas en Economía ponen en evidencia. Pero sí extraña que personas supuestamente conocedoras de la materia, que influyen a través de las aulas, la prensa, los puestos públicos y el púlpito, aseveren tan frecuentemente teorías incongruentes cuando no disparatadas. No debe sorprender, entonces, que los ejemplos de fracasos sean tan numerosos y los ejemplos de éxito pocos y contados.

La Ciencia Económica no es cuestión de opiniones. Ningún economista serio ha refutado, ni se atrevería a negar, la validez de los tres pilares de la Economía que a continuación se mencionan:

1. LA TEORÍA DEL VALOR SUBJETIVO, como fundamento general de la Ciencia Económica;

2. LA TEORÍA DE LA UTILIDAD MARGINAL, como único instrumento válido para dilucidar cualquier problema de asignación óptima de recursos y, por ende, como único procedimiento válido para el análisis de todo problema económico; y

3. LA LEY DE ASOCIACIÓN, como explicación de las causas y efectos de la división del trabajo y, por consiguiente, del fenómeno «vida en sociedad».

Cualquier análisis que no sea congruente con la Ciencia Económica lógicamente es falaz y, por consiguiente, cualquier curso de acción basado en tal análisis resultará en un estado de cosas diferente al deseado, independientemente de la intención con que se actúa. Es más, el resultado no puede ser otro que el de agravar la situación que se desea corregir o evitar.

Por supuesto, la teoría (sic) económica socialista no acepta la validez científica de los tres puntos mencionados, pero su rechazo no es científico sino emocional y, por lo tanto, no se puede tomar en serio. Hasta la fecha no existe una teoría económica propiamente socialista y aun los mismos teóricos del socialismo admiten que lo más que han logrado son ensayos «sobre» el socialismo. No han encontrado, por ejemplo, un sustituto para el mecanismo de los precios (para lo cual es necesaria la propiedad privada de los recursos y medios de producción) que les permita asignar los recursos económicamente, es decir, establecer relación entre costo y precio, comparar el valor que las cosas tienen entre sí, para poder actuar racionalmente. Entretanto, para poder subsistir lo mejor posible, franca y necesariamente tienen que depender del parasitismo intelectual, recurriendo al mercado exterior para asignar valores a todos los recursos materiales, humanos y de capital, y a los bienes de consumo.

El libro del profesor Faustino Ballvé viene a llenar una necesidad urgente para el momento actual; viene a ofrecer la oportunidad de aprender, de un excelente y conciso tratado, los fundamentos de la Ciencia Económica en forma clara y precisa.

Obvio es que no contiene toda la Ciencia Económica. Pero sí presenta los principios fundamentales en forma tan inteligible y breve que facilita a la mente del lector ordenar sus cimientos para seguir adelante.

No es, pues, una casualidad que esta obra haya conseguido la gran popularidad que está gozando. Se ha traducido al inglés por la editorial Van Nostrand; se está traduciendo al francés, al árabe y al alemán.

La integridad personal del profesor Ballvé, así como su extensa experiencia tanto en el ejercicio de sus profesiones como en el campo académico y literario, explica en gran parte la excelencia de este trabajo, pues presupone una perspectiva muy poco común combinada con amplios conocimientos, no sólo del ramo de la Economía propiamente dicha, sino del Derecho, base de la sociedad civilizada, sin el cual no tendríamos ni la oportunidad ni la necesidad de estudiar la Economía.

Constituye un honor para los editores publicar esta obra, en la seguridad de que representa una valiosa aportación a la cultura, tanto del hombre de negocios, como del hombre público y del estudiante.

Agradezco a la Señora Kate M. v. de Ballvé su generoso permiso para esta edición.

«La esencia de la economía no es el equilibrio sino el desequilibrio: el equilibrio la llevaría a estancamiento y a la muerte; el desequilibrio es el motor que la hace viva y progresiva. Economía no es paz y seguridad: es osadía y aventura... Es la lucha por lo desconocido.

La economía no es para cobardes»

FAUSTINO BALLVE