Año: 9, Junio 1967 No. 152

«EL PROBLEMA CRUCIAL DE NUESTRA ÉPOCA»

MANUEL F. AYAU

Debido a la importancia del tema, el CEES lo presentanuevamente, en la esperanza que no se tratará con la infantil suposición de que si cerramos los ojos, el problema desaparecerá poco a poco...

La civilización está sufriendo actualmente grandes conmociones sociales. La democracia liberal republicana no se entiende y menos se aplica; seudo sistemas de organización social se improvisan y fracasan uno tras otro; personas influyentes se pronuncian recomendando precisamente los sistemas que han fracasado y seguirán fracasando.

Las controversias, increíblemente, se llevan a cabo en una esfera de aparente profundidad, de frases complejas pero vacías, mientras el punto crucial, lo pertinente, lo fundamental, se evade.

El punto crucial, el que a toda costa se evade y que es previo a cualquier diálogo, pero que no obstante se rehusa discutir, es uno: si es factible la existencia de la sociedad que elimine en su totalidad o en gran parte la propiedad privada y sus corolarios: la libre elección de actividad individual, el libre intercambio de recursos y bienes de consumo, la igualdad ante la ley (que significa la no discriminación por cualquier razón), todo lo cual limita el poder de cualquier parlamento o mayoría electoral.

De lo anterior se deriva también la cuestión de si es posible suprimir ese sistema (llámesele capitalismo, liberalismo, individualismo, democracia republicana, «laissez faire») en parte, estableciendo un sistema «mixto», tomando lo «bueno» del capitalismo y lo «bueno» del socialismo, pretendiendo evitar lo «malo» de ambos. Si ello es factible, previamente hubo de determinarse cómo operaría tal sistema, y cómo afectará, a largo plazo, el bienestar de los pueblos. Pero primero, si ello es factible.

Todas las controversias actuales presuponen que tales alternativas son factibles, y ante tal supuesto, lógicamente, desde un punto de vista utilitario y objetivo, la discusión aparentemente es pertinente. Pero tal premisa es falsa y, por lo tanto, cualquier argumento subsiguiente es falaz, es ingenuo.

¿Por qué, sin embargo, se evade el punto crucial? ¿Será posible que nuestra civilización esté tan atrasada intelectualmente en el siglo XX en cuanto a ciencias sociales, en la misma época histórica, cuando tan avanzadas se encuentran las ciencias naturales puras y sus derivados en la aplicación de la ciencia para el evidente beneficio del hombre?

Después de todo, el problema de la supervivencia de la civilización consiste en que las decisiones que tome el hombre resulten de tal manera productivas que el empleo de los recursos humanos, los naturales y los creados por el hombre, produzcan lo necesario para mejorar su condición tanto espiritual como material.

Tal sistema tiene que ocuparse de problemas prosaicos pero ineludibles; por ejemplo: quiénes y cuántos serán carpinteros, cuáles combinaciones de un gran número de alternativas se utilizarán de los recursos disponibles, las prioridades de uso de capital, de materias primas, de fuentes de energía, de transformación local de recursos o su producción lejana y transporte subsiguiente, de explotaciones sujetas a rendimientos óptimos y no máximos, de remuneraciones diferentes a individuos por esfuerzos iguales pero de diferente productividad, de métodos para evaluar y comparar productividades; todo ello, respetando derechos individuales y dentro de un enmarcamiento normativo que le permita al hombre o al que va a dirigir, anticipar con alguna certeza normas de acción futura y así contar con cierta estabilidad que le permita planear, ahorrar y contemplar objetivos a mediano y largo plazo.

Todo lo anterior, indudablemente, es crucial, fundamental y previo al diálogo que se lleva a cabo en la actualidad, y no sólo en Guatemala sino en el mundo entero.

¿Por qué se evaden tales cuestiones? ¿Es que se supone que el problema crucial del socialismo ya ha sido resuelto? Tal suposición es falsa, y la falsedad ha sido suficientemente probada[i].

Alguien ha dicho que si una mentira es lo suficientemente grande y se repite con suficiente frecuencia, su veracidad no se duda. ¿Será éste un caso semejante? Obviamente, es éste el caso.

Pero, ¿será posible que tantas personas y personas importantes de buena voluntad, estén circunvalando el tema más importante de nuestra época como lo es la supervivencia misma de la civilización? ¿Será posible que la ignorancia económica sea compartida hasta por los asesores del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica?

Desde luego que a esta pregunta se suele responder con emoción, evadiendo el tema, apelando a la fe, criticando a las personas que se atreven a plantear la pregunta, o inclusive insultándolas.

Se puede contestar que el capitalismo ya pasó de moda. Que el liberalismo «craso» es cosa del pasado y que además es injusto.

Toda la dialéctica que se utiliza para evitar una respuesta al tema crucial suena ya a disco rayado. Lo sorprendente es que se siga evadiendo el problema crucial de asignación de recursos debido a tan superficiales posturas.

Imagínense que la misma existencia del problema es ignorada por la mayoría de profesores de economía en las universidades, resultando con ello que tantos jóvenes estudian lo que suponen es la ciencia económica, ejercen una profesión que suponen es científica, y pasan así una vida, ingenuamente, en la creencia que han contribuido al mejoramiento de la sociedad, cuando en realidad a pesar de sus buenas intenciones y sus esfuerzos en los puestos, cátedras y hasta ministerios, han contribuido a la desgracia de sus semejantes en una forma cuya inmensa y terrible magnitud jamás podrá ser evaluada.

Un señor, el profesor Paul A. Samuelson, escribe un libro que se convierte en el texto más utilizado por las facultades de economía. El profesor logra una cátedra en la no poco sobresaliente Universidad de Massachusetts Institute of Technology (MIT). El profesor se convierte en asesor del presidente de la nación más poderosa del mundo.

En el libro, el profesor «describe» cómo funciona el socialismo sin mencionar cómo se asigna la utilización de recursos. No nos dice nada más que es el Estado el que se .encarga de ello. No toca el tema principal, el crucial: «CÓMO». ¿Es que considera tal problema obvio para el estudiante de economía? ¿Es que considera que con «buena» administración el problema está resuelto? ¿Es que no le da importancia al hecho que el administrador, por bueno que sea, necesita usar criterio? ¿Es que no sabe que para usar criterio en una decisión «económica» se necesita aritmética y para ello se necesitan sumandos y sustraendos, es decir, precios o sus equivalentes?

Surge la pregunta: ¿cómo es que el estudiante, inquieto, hasta rebelde, ha sido objeto de semejante engaño e inclusive convertido en emocional defensor de tan engañosas e ingenuas tesis?

¿Se le brinda hoy día al estudiante de economía o derecho la oportunidad de aprender, o se le convierte en un enérgico defensor de teorías espúreas, evitando que al estudiar economía o derecho entre en contacto con los mejores defensores de aquellos sistemas que no son simpáticos a sus profesores? ¿Logran una cátedra los mejores críticos del socialismo? ¿Se asigna por lo menos lectura de Von Mises o Hayek a los estudiantes para que conozcan, de primera mano, lo que efectivamente sostienen los liberales?

Definitivamente, NO. El procedimiento es «interpretar» lo que ellos dicen, y luego, destruir lo que se les ha hecho creer que dicen. Por ejemplo, casi cualquier estudiante cree que el monopolio es producto del capitalismo, cuando en realidad sólo el capitalismo lo ha combatido; todo monopolio dañino indefectiblemente tiene que ser producto de una medida fundamentalmente socialista. ¿Pero, tiene el estudiante de las mejores universidades, oportunidad de oír la defensa de ese punto de la boca de uno que tal postura defiende? No. La defensa no la oye del que sostiene tal postura, sino más bien de algún opositor que cree ser «objetivo», para que los estudiantes oigan ambos lados y que consciente o inconscientemente hace énfasis en las imperfecciones del sistema liberal que por ser humano tiene que ser imperfecto. ¡Y a ello le llaman universidad!

Se pretende, por ejemplo, que las personas pobres tengan algún derecho (vago e indefinido) sobre la riqueza de las personas que tienen mucha, aunque dicha riqueza se haya adquirido legítimamente, es decir, de acuerdo con las normas legales decretadas por la misma sociedad, a través de su gobierno, las cuales establecen la forma legítima de adquisición de propiedad. En síntesis, se pretende que la ley norme las transacciones, y simultánea y contradictoriamente se recomienda la anulación del resultado de las mismas transacciones legitimas. ¿Qué sucede entonces con el régimen de derecho?

Naturalmente que si esto es cierto, el problema bajo los actuales sistemas, cuando todo el profesorado es escogido entre profesionales del ramo, y todos se han educado bajo la misma escuela intelectual aunque sea en diferentes universidades de diferentes países, la probabilidad de que los estudiantes tengan oportunidad de oír otros puntos de vista es sumamente difícil.

El problema es grave. En gran parte se debe a la muy natural inclinación del hombre a evitarse trabajo, a ahondar lo mínimo necesario para pasar un curso y, muy importante, a sentirse parte del consenso, a la solidaridad. Pocos quieren estar solos, ser independientes de criterio, ser considerados disidentes. A todos consuela la aprobación de sus compañeros y subconscientemente subordinan su propio criterio a tal deseo. Se desea sobresalir a base de expander el apoyo de quienes uno aprecia, de obtener su aprobación y admiración. Inclusive para conservar el empleo es preciso un alto grado de conformismo, y justo es reconocer que tal sumisión intelectual muchas veces es impuesta por las circunstancias y necesidades del individuo y, por lo tanto, es comprensible, aunque nunca excusable.

Sin embargo, todo ello es destructivo y no queda otra alternativa que afirmarlo si se quiere contribuir a evitar una catástrofe.

Que no se siga evadiendo el problema crucial. Que no se utilice el insulto como sustituto de contestación. Que se enfrenten los problemas como hombres civilizados. Que se discutan ideas. Que se le abran horizontes a los estudiantes. Que se deje de experimentar con la gente. Que se recurra al raciocinio. Que se conteste la pregunta crucial: ¿Cómo se lleva a cabo el cálculo económico (cómo puede el hombre actuar racionalmente) en ausencia del sistema de propiedad privada de los medios de producción? ¿Cómo, en pocas palabras, funcionaría el socialismo en ausencia del capitalismo? ¿Es factible otro sistema que no sea el tan distorsionado y difamado liberalismo? ¿Cómo es compatible la moral con cualquier sistema que no permite al hombre escoger entre el bien y el mal? ¿Cómo es factible la religión cristiana con un sistema que resultaría en la destrucción de la civilización occidental porque no puede alimentar a sus habitantes y, por ende, desemboca para sobrevivir en limitar la natalidad u otro método de disminuir el género humano en forma coercitiva; o que, para postergar el fracaso, recurre a una burda e ineficiente imitación del capitalismo?

En una frase: ¿cómo funciona el sistema o los sistemas con que pretenden sustituir la escasa y distorsionada libertad que aún permite la existencia de «mercado»? ¿Cómo funciona tal sistema? Tal el problema crucial de nuestra época que debe discutirse. De la contestación que se le dé, y la importancia que se le conceda, dependerá el éxito o fracaso de nuestra civilización.

«Queda la voluntad del hombre optar por hacer un buen uso del rico tesoro que los conocimientos de la economía le ofrecen, o rechazarlos. Pero si se abstiene de utilizarlos con provecho, y desprecia las enseñanzas y advertencias, no anulará la ciencia económica, sino destruirá la sociedad y la raza humana»

Ludwig von Mises


[i] Léase el «Socialismo» del Dr. von Mises.