Año: 10, Enero 1968 No. 166

PROSPERIDAD PARA TODOS

Ludwig Erhard

El principio «Prosperidad para Todos», concebido simplemente como política dirigida a mejorar el nivel de vida material de nuestro pueblo, sería lo bastante importante como para convertirse en artículo de fe de un partido que abarca a todas las clases sociales de la población. Mas no podemos ser acusados de materialistas par el hecho de que en nuestra política de la «economía social de mercado» inspirada par el anhelo de crear una nueva sociedad sobre las ruinas del período de guerra y postguerra nos hayamos visto obligados a dar prioridad absoluta a la tarea de satisfacer de nuevo las necesidades básicas del pueblo alemán. ¿De qué otro modo podríamos haber superado eficazmente la penuria que nos amenazaba en todos los aspectos de la vida?

Nuestro pueblo no habría tenido futuro político, económico ni social si no hubiésemos logrado eliminar la carga casi intolerable de las dificultades materiales, dar de nuevo sentido al trabajo, aumentando su retribución, restaurar la capacidad productiva y competitiva, reintegrando así la República Federal a la economía mundial, y recobrar la confianza y la amistad del mundo mediante trabajo honesto e intenciones igualmente honestas. La alternativa hubiese sido condenarnos a una vida primitiva que hubiese señalado el fin de la historia de nuestra nación. Pero sin esta nueva Alemania, cuya regeneración política es en estos años históricos en gran parte imputable a la CDU[i], la situación política en Europa habría tomado un giro bien distinto. Al decir que el éxito de la reconstrucción alemana ha contribuido a la seguridad de Europa y a hacer más estrecha y más libre la cooperación internacional no estamos presumiendo de nuestras fuerzas, y ciertamente no estamos olvidando la ayuda que recibimos especialmente de América, en momentos de apremio. La paz y la libertad de aquellas naciones de nuestro continente para las cuales son sagrados esos ideales dependen de estos lazos internacionales. Si bien deberíamos y tendríamos que tener siempre presente que los valores materiales son relativos, no podemos, de otra parte, subestimar las implicaciones políticas y sociales de una prosperidad nueva y ampliamente basada. En mi opinión, fue simplemente un acto cristiano por nuestra parte liberar a nuestros conciudadanos de la necesidad y la miseria y devolverles un sentimiento de seguridad y dignidad.

Me voy a permitir ilustrar nuestros éxitos en este terreno citando algunas cifras. Nuestro producto nacional bruto, que es una medida de nuestra situación económica, es ahora doble de lo que era en 1936. Comparada con la de ese mismo año, nuestra producción industrial es el 220%. En el curso de los últimos ocho años, el comercio exterior de la República Federal ha mostrado un aumento constante de las exportaciones, hasta llegar al nivel actual de 3,200 millones de marcos. Esta mejoría se ha reflejado especialmente en nuestras reservas de oro y de divisas extranjeras, que se aproximan ahora a los 19,000 millones de marcos. El total de sueldos y salarios netos ha subido en los últimos cinco años de 34,000 a 68,000 millones de marcos, y la cifra del ingreso nacional bruto se elevó exactamente en la misma proporción, de 45.000 a 90.000 millones; en otros términos, se ha duplicado. Otro efecto de nuestra política económica durante los pasados ocho años ha sido el aumento de la cifra de trabajadores empleados de 13.5 a 18.6 millones.

En resumen, los logros económicos y sociales de nuestra política son ahora tan patentes e irrefutables que vale la pena recordar al pueblo alemán la forma amarga y despiadada como la oposición socialista combatió contra toda la concepción de la 'economía social de mercado'. Sin embargo, esos mismos socialistas doctrinarios que constantemente profetizaban que nuestra política económica conduciría a la bancarrota, no han sido capaces de liberarse del pasado político de su partido y están ofreciendo al pueblo alemán una política económica que acarreó el desastre en todos los países en donde se ha ensayado. Los países que han sido incapaces de resolver los problemas de su balanza de pagos y se han visto obligados a sostener su moneda por los medios más tortuosos son precisamente los países con vociferantes Gobiernos socialistas. Éstos son los Estados que se han visto obligados a imponer restricciones sobre el comercio interior y exterior y en donde más agudo ha sido el incremento relativo de los niveles de precios. Es fácil entender por qué nuestros socialistas alemanes no mencionan nunca estos hechos, pero el pueblo alemán no debe perderlos nunca de vista.

Prescindiendo de los inevitables demagogos, ciegos para la verdad, el pueblo alemán en su conjunto tiene suficiente integridad mental y moral para ser capaz de distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso. Ha de haber muy pocas personas que no recuerden en sus momentos de seria reflexión lo que eran las cosas en Alemania hace nueve años y hasta qué punto se nos aparecía sin esperanzas el futuro. Nadie pintó un cuadro más sombrío que el difunto Kurt Schumacher, líder entonces de la oposición. Como él, ningún alemán osaba esperar que podría trazarse una política definida que habría de reconstruir en tan poco tiempo los fundamentos de nuestra vida nacional. Los logros del hombre no alcanzarán nunca sus propósitos, pero este tipo de visión y de humildad está, en un plano moral muy distinto que el correspondiente a las mezquinas críticas que se han convertido en parte inseparable de la política de la oposición.

«Prosperidad para todos», si me permiten extenderme un poco, no puede ni debe significar que una nación se adormecerá en un estado de satisfacción, que los valores básicos del individuo y de la nación serán sacrificados al deseo obsesivo de cosas puramente materiales. Pero hemos de guardarnos contra la falsa hipocresía; no hemos de sumergirnos en nuestras buenas intenciones hasta el punto de perder contacto con el mundo y con las gentes. No puede hacerse una tortilla sin romper huevos, y cuando la prosperidad llega rápidamente, produce en todas las clases de nuestra sociedad repercusiones que son perturbadoras, molestas y, a veces, incluso alarmantes. ¿Pero no es esta efervescencia simplemente una comprensible reacción frente a la penuria, la miseria y la desesperación?

Constituye un buen tanto a nuestro favor el que hayamos sido capaces de desembarazamos de la idea demasiado conservadora, e incluso reaccionaria, de que haya alguna ley económica o incluso algún mandamiento divino de acuerdo con el cual la sociedad ha de estar dividida en una exigua capa de gentes acomodadas y una gran masa de desposeídos. Sobre este principio no hubiera sido posible construir una economía moderna, eficaz y competitiva. La alternativa a la barbarie no es la propuesta socialista tendiente a una distribución supuestamente justa de la pobreza, sino eliminar la pobreza misma. Esto significaba, sin embargo, que teníamos que crear poder adquisitivo en la masa, «prosperidad para todos».

Sólo en una sociedad libre puede desarrollarse la capacidad productiva de un país para finalidades pacíficas. Sólo estimulando la iniciativa creadora del individuo puede producirse ese dinamismo que es tan característico de la actual economía alemana y que ha beneficiado a toda la humanidad. ¿Cuántos intentos abortados de economía socialista planificada, dirigida y controlada hemos de tener aún para convencer al mundo y, especialmente, a los trabajadores organizados de que este dogma es una mera ilusión que, lejos de producir resultados positivos, dejará mellas permanentes en nuestra libertad? Es posible trazar un paralelo casi exacto y decir que cuanto más pura y más consistente en su práctica se hace la política económica socialista, tanto mayor es la amenaza para la libertad económica y humana.

En apariencia, la oposición socialista en este país no desconoce totalmente esta conexión pues, de otro modo, difícilmente ofrecería al pueblo alemán el espectáculo patético y, al misma tiempo, cómico, de un portavoz del partido esforzándose por interpretar las declaraciones económicas contradictorias hechas por sus colegas... con el único resultado de que los economistas del SPD2se encuentran ahora en tal estado de caos que todo el pueblo alemán se ha dado cuenta de ello.

Si ustedes aceptan la tesis «prosperidad para todos», tienen que estar en favor de la economía de mercado. Pero este sistema económico no admite todo género de variaciones a de interpretaciones o la introducción de principios extraños. Esto es de particular aplicación a la reunificación de Alemania, que es un anhelo de todos las alemanes y que sólo podremos lograr si creamos para toda Alemania un orden social que, de acuerdo con la voluntad del pueblo alemán, constituye una sociedad libre. Es más probable que el espíritu de libertad que hemos alumbrado en la República Federal gane el corazón de todos los alemanes si nosotros mismos estamos imbuidos de él y ponemos en claro que no puede haber vía media ni compromiso entre una libre economía social de mercado, de una parte, y una economía socialista con tintes más a menos colectivistas, de la otra, en el supuesto, desde luego, de que sea posible cualquier compromiso entre la sociedad libre y el totalitarismo.

Es precisamente en las cuestiones importantes de este tipo en donde tenemos que tener el coraje de nuestras convicciones, y la alternativa que se ofrece al pueblo alemán es clara. Si se quiere mantener la economía de mercado con todas las ventajas que nos ha proporcionado en los años pasados, hemos de continuar nosotros asumiendo las responsabilidades. Pero quienquiera que crea que el destino de Alemania debe ser configurada por otras manos ha de enfrentarte también a las consecuencias que tiene, a largo alcance, esa decisión.

Podemos mirar adelante, hacia los meses venideros, con tranquila confianza. Lo que estamos esforzándonos por conseguir ha sido ya, en gran parte, logrado y se ha convertido en historia. No nos hemos encerrado en una crítica negativa, sino que hemos actuado, y aunque resta mucho por hacer, lo peor ha pasado. No nos bastaba can anunciar una política; tuvimos que instrumentarla. Nuestra acción no se desarrolló en el vacío, sino que puede ser medida por sus resultadas. El hecho de que la República Federal se haya convertido en un factor de estabilización en la política económica de Europa, de que pese a las dificultades casi insuperables de los comienzos la divisa alemana sea hay una de las más duras del mundo, de que ocupemos el tercer lugar en el comercio mundial, de que la enorme carga resultante de las destrucciones de la guerra y de la postguerra haya podido soportarse sin menoscabar la estabilidad económica y financiera del país y, por ultimo, el hecho de que este programa de reconstrucción material haya sido coronado por una medida social de importancia suma, la gran reforma del sistema de seguros, que garantiza al puebla alemán, no sólo un permanente aumento de su prosperidad, sino también mayor seguridad social, toda esto y mucho más debe hacer que todo ciudadano alemán se dé cuenta de cuán frívolo e incluso absurdo es el slogan emocional del SPD: «Es hora de dar una oportunidad a otros».

En este Congreso del Partido CDU hemos de hacer, sin embargo, un esfuerzo especial para dar al concepto de «prosperidad para todos» un significado nuevo y más profundo que el de mero avance material. Pues, por así decir, estamos marchando hacia una nueva fase de la economía social de mercado en la que la prosperidad debe aportar a cada individuo algo más que la simple liberación de la necesidad material y la seguridad social. Debe despertar en él una nueva conciencia de la vida. La libertad de la necesidad debe ir acompañada por un sentimiento de libertad espiritual. Si rechazamos la forma socialista del Welfare State, no es simplemente porque esta tutela, aparentemente bien intencionada, crea una situación de dependencia que alimenta la sujeción y asfixia la libertad, es también porque esta especie de autoenajenación por el abandono de la responsabilidad individual paraliza en último término la iniciativa privada y reduce la actividad económica de la nación. Volveríamos entonces al punto en el que todas las clases de la sociedad se sienten defraudadas y la distribución de nuestro ingreso nacional quedaría totalmente obscurecida por las luchas en torno al poder político.Allí donde la función del mercado es sustituida por la actuación de los funcionarios, y la competencia por una burocracia dirigida, desaparecerán la mejoría del rendimiento y el progreso; y en este caso, llegará también a su fin la beneficencia social y el bienestar humano.

Los frecuentes intentos de los socialistas encaminados a introducir la que ellos llaman una «redistribución del producto nacional» a fin de proteger a los trabajadores contra los efectos de una política equivocada, al mismo tiempo que incrementan las cargas de las empresas, han perdido el significado que pudieran haber tenido para la justicia social, especialmente por obra del crecimiento de las clases medias dentro de nuestra economía, y sólo pueden ser descritos como una política anárquica que destruiría nuestras instituciones libres. No se puede desafiar seriamente la economía de una nación con engaños socialistas de esta índole. El daño producida por una «política de plazuela» de este tipo sería de mayor alcance aún. A menos que se intente encubrir los defectos inherentes al sistema, embarcándose con una política inflacionista, es decir, creando un poder de compra por encima de la producción nacional, el precio de la mala gestión económica sólo puede pagarse reduciendo las inversiones esenciales, cosa que equivale a abandonar todas las perspectivas de un aumento de la producción y de la productividad, de las que depende el futuro de toda nación. La nación en cuestión queda condenada a vivir al día y cualquier gobierno que suscriba tal locura está actuando según el principio «Aprés moi le déluge»

Es un hecho irrefutable y por tanto un hecho sobre el cual hemos de basar nuestra política que el progreso técnico y económico y las inversiones esenciales para ese progreso carecen de significado real en la economía de una nación a menos que la nación misma tenga confianza en su presente y en su futuro, pues sin un consumo creciente, el incremento de poder productivo no encontrará salida. Pero tampoco es posible escapar a la conclusión de que si un pueblo desea aumentar y mejorar su consumo tiene que mejorar la eficacia de su producción o, dicho de otra forma, tiene que invertir, y para eso tiene que ahorrar. Si los principios sobre los que se apoya una política económica responsable y progresiva hubieran de resumirse en una frase, no sería «esto a aquello» sino «esto y aquello». Desde luego habrá que acentuar más un aspecto u otro para adecuarse a las tendencias políticas cambiantes, pera sin alterar la estructura básica. De aquí se deduce, sin embargo, que debe surgir un tipo de conducta humana concordante con los fines político-económicos, conducta que no puede surgir de una orden, sino que debe resultar de la aplicación correcta de la política económica y de su influencia sobre las acciones humanas.

Esto no es simplemente una teoría, sino un hecho bien probado del que todos tenemos experiencia. Por ejemplo, durante los últimos nueve años, desde 1948, la tendencia económica dominante no ha sido cíclica, con alzas y bajas regulares, sino, por el contrario, de crecimiento constante e incluso rápido. Esto no es un mero accidente ni un regalo de la Providencia, sino el resultado de una política deliberada. Me atrevo a sugerir, par la tanto, que este mismo proceso constante y firme de crecimiento económico ha hecho mucho para fortalecer el sentimiento de seguridad de todos los relacionados con la economía, tanto patronos como obreros. Ha hecho posible planear con antelación y ha liberado a todos del temor a un futuro incierto al que antes parecían irremisiblemente condenados. Cualquiera que considere contradictorios a inconsistentes los desplazamientos de énfasis político o los cambios periódicos en la política de inversiones y en la producción de bienes de consumo sabe muy poco de la moderna maquinaria económica. Nuestro lema es: «Juzgarlos por sus obras, no (y esto se refiere a nuestros críticos) por sus palabras».

Habríamos de ser a la vez complacientes y ciegos para dejar de ver las deficiencias y las frustraciones que hemos de afrontar a cada instante y que tendremos siempre que afrontar. La réplica que la oposición tiene para esta humildad es la de comportarse como si sólo ellos hubiesen encontrado la fórmula mágica. Esto no puede ser tomado en serio, siquiera sea por la razón de que un partido cuya política económica se ha hecho casi grotescamente anticuada desde 1948 no puede pedir confianza. Y cuando, como hemos visto, se ha hecho imposible ocultar, y aun menos embellecer, las frecuentes recaídas atávicas en la ideología marxista-colectivista, es seguro que el pueblo alemán no puede abrigar dudas sobre lo que cabe esperar si confía su futuro social y económico al socialismo.

Entre tanto, nosotros continuaremos aumentando honesta y tenazmente el bienestar social y la prosperidad de la nación.Sólo puede elevarse el ingreso individual y colectivo incrementando el producto nacional, en otros términos, aumentando la producción. Y sólo incrementando la prosperidad de todos podemos adquirir los medios, es decir, el capital que nos capacitará como un país industrial moderno para mantenernos al día en el progreso técnico y para competir en los mercados mundiales. El capital no cae de los cielos, sino que tiene que ser producido, primero, con el sudor de nuestra frente y tiene que ser mantenido, después, mediante una renuncia al consumo inmediato. Esto se aplica, además, a todos los sistemas sociales o económicos. La cuestión crucial es siempre la de saber cuánto capital hay acumulado y cómo se gasta. Y el problema principal que nos afecta desde el punto de vista social y político es el de determinar a qué manos va el capital y quién debe disponer de él.

Esto me lleva muy cerca de la posición adaptada por mi amigo Karl Arnold en su discurso, pues si bien los conceptos de propiedad sobre el capital y de disposición del capital no se confunden con el de «propiedad para todos», ambos revelan la dirección y los objetivos que nuestro partido persigue en sus esfuerzos para moldear el sistema social de Alemania.No aceptamos la idea socialista de la «redistribución» del capital productivo o de los títulos de propiedad que representan este capital porque tal terminología puede alimentar la peligrosa ilusión de que una institución como el Estado ha de tener el poder de apoderarse a su capricho de la propiedad sobre el capital y de distribuirla, o incluso regalarla, según se le antoje. En tanto que propiedad de capital sea sinónimo de propiedad libre y privada sólo puede ser adquirida (y sólo tiene que ser adquirida) mediante el trabajo y un consumo restringido. Las ideas románticas no nos serán aquí de ninguna ayuda; sólo conducirán a la confusión y al error.

Incluso un estudio superficial de los recursos de capital y de la política de inversiones de la Alemania de la postguera es suficiente para mostrar que nuestros esfuerzos para revivir la capacidad productiva de nuestra economía han sido exitosos y tenían que serlo si habían de crear oportunidades de empleo permanente para todos los trabajadores y especialmente para los refugiados y expatriados. Al mismo tiempo, la creación de capital estaba, en considerable medida, en manos del Estado y de los empresarios privados, en tanto que los ahorros de la masa del pueblo aunque han aumentado desde 3,000 a 24,000 millones de marcos en el curso de los últimos siete años quedaban algo atrás. Puede considerarse esto como un defecto lamentable y probablemente como algo aún más serio, pera hay que confesar con toda honestidad que durante el periodo en cuestión éste era el único método posible de reconstrucción. ¿Cómo podría haber resuelto, por ejemplo, el Estado todos los problemas que tenía ante sí sin adquirir los medios necesarios a través de los impuestos? Y habiendo perdido nuestras anteriores reservas de capital, ¿cómo hubiera podido nuestra economía, sin disponer de ningún mercado de capital a donde recurrir, embarcarse en ese programa de rápida reconstrucción sin autofinanciarse? Todos los habituales criterios para una «justa» acumulación de capital carecían simplemente de aplicación y no había tampoco analogías históricas para ayudarnos. Nuestro curso de acción estaba dictado por las presiones y las urgencias de las circunstancias externas. Además, parecía más que natural que tanto aquellos que tenían un empleo como aquellos que estaban buscándolo, después de las privaciones sufridas, tendieran más al consumo que al ahorro, al menos en los primeros tiempos.

En tal situación, una distribución ostensiblemente justa, pero no necesariamente libre de capital nuevo, tanto en dinero como en equipos, habría conducido inevitablemente a una disminución muy sustancial del ritmo de desarrollo en los sectores público y privado de la economía. Tomando en cuenta todas las circunstancias, el precio que habríamos tenido que pagar por un prolongado período de estrechez hubiera sido demasiado alto. En último análisis, todas las clases de la población se han beneficiado del rápido y amplio avance del programa de reconstrucción de Alemania. Permítanme recordar, por ejemplo, que en dos períodos legislativos la República Federal ha construido tres millones y medio de viviendas nuevas: que en los últimos seis años los salarios nominales han aumentado en más del 55% y los salarios reales, en más del 40%; que los gastos sociales del Presupuesto Federal se han duplicado durante el mismo período y que la gran reforma de los seguros llevó las prestaciones anuales por concepto de seguros de 7,400 a 13,000 millones. Así, amigos míos, tomando todo en consideración, nadie puede tener dudas de que aquellos de nuestros opositores que siempre creen saber más no han de tener éxito en sus esfuerzos inútiles, por no decir pueriles, para empequeñecer nuestros éxitos ante los ojos del pueblo alemán.

No consideramos, sin embargo, que nuestro deber y responsabilidad es solamente mejorar los niveles de vida en general, sino también despertar una conciencia social que ha de producir una actitud más madura y más inteligente en el individuo y ha de conducirnos, al mismo tiempo, como nación hacia un nuevo moda de vida. Esto supone que hemos de dejar de pensar en términos de clases o incluso de grupos, que podemos mirar más allá de nuestros intereses inmediatos de grupo, adquirir un sentido real de la vida comunitaria y sentirnos responsables, como comunidad, del destino futuro de nuestro país y nuestro pueblo. Por esta razón no me estoy dirigiendo hoy a grupos comerciales o profesionales determinados pues, en tanto que verdadero Partido del pueblo y, especialmente, en vísperas de una elección tan importante como ésta, no podemos seguir el fácil camino de prometerlo todo a todos. O prosperamos como pueblo, a todos hemos de sufrir.

La conciencia de una responsabilidad común debe hacer imposible para nosotros, para cada uno de nosotros, vivir irreflexivamente al día. Pero cada ciudadano será más capaz de ver las cosas de este modo a medida que aumente su confianza en que él, sus hijos y los hijos de sus hijos participarán en el feliz futuro de nuestro pueblo. Cuanto más se acentúe este sentido de responsabilidad individual, tanto más pronto estaremos en condiciones de poner en su verdadero lugar al Estado y a los demás órganos colectivistas de poder. Cuanto mayor sea el anhelo de cada persona por lograr la independencia y la libertad interna mediante su propio esfuerzo y sin ningún apoyo colectivista, tanto más podemos confiar en que la creciente riqueza no ha de esclavizarnos, sino que nos liberará.

Los socialistas creen, y de hecho así lo han afirmado expresamente, que las exigencias de capital resultantes de los modernos medios técnicos no pueden satisfacerse a través de los canales tradicionales del llamado sistema capitalista y que el espectro de la automación que ellos invocan por razones obvias, puede llegar a ser una amenaza de tal calibre que una vez más habrá que confiar al Estado, y sólo al Estado, el poder de configurar el presente y el futuro de nuestra economía nacional, o al menos de controlarla y dirigirla. Por razones nada difíciles de entender, el SPD no tiene ya el coraje de predicar una economía planificada, pero no pierde oportunidad de introducir subrepticiamente su dogma en la estructura económica y social de Alemania por la puerta trasera. Hemos de estar, por tanto, en guardia permanente para no perder nunca de vista esta amenaza a la prosperidad y la libertad del pueblo alemán.

Como quiera que no hay poder en la tierra que pueda producir capital agitando una varita mágica, el Estado sólo puede crear capital se está preparado y en condiciones adecuadas para establecer impuestos. Así dicho, esto resulta aparentemente inocuo, pero en la práctica significa que el ciudadano es expropiado sin compensación para proporcionar al Estado una suma de capital y de riqueza. Esto significa que, como resultado de esta forma específica de ahorro forzoso, los frutos de una restricción en el consumo no recaen sobre quien ahorra o sobre el contribuyente, sino sobre un Estado cada vez más poderoso.

No hay ideología más falsa que la que afirma que va en interés del pueblo, es decir, de los trabajadores y productores, el transferir al control público y a la propiedad del Estado el capital productivo de la nación porque se arguye hábilmente lo que pertenece al Estado pertenece también al pueblo. Hubo un tiempo en el que se pensaba que las demandas de socialización o de nacionalización podían suscitar el entusiasmo de las masas. Hoy día sólo los ideólogos más endurecidos y los burócratas más cínicos pueden encontrar algún aliciente en sus tibios recuerdos de ese falso ideal social. A la larga, los conceptos de prosperidad y de propiedad son inseparables. De hecho, puede decirse de forma aún más clara: la CDU se ha fijado como objetivo político el que en cada estadio de la expansión económica se extienda del modo más amplio la propiedad de los medios de producción. Dicho de otra manera, debe haber, prescindiendo de que el progreso técnico conduzca a una concentración de los medios de producción a de que así suceda en algunos sectores, un proceso continuado de desconcentración en la propiedad de este capital económico nacional. Esto se aplica, en primer lugar, a los recursos productivos que actualmente son de propiedad pública pues, para hablar claramente, el título anónimo, imaginario, que el ciudadano tiene sobre estos bienes no vale un adarme, ya que esta pseudopropiedad no es libremente negociable por el individuo. Sólo sirve para reforzar el poder o, mejor dicho, la omnipotencia del Estado o de cualquier otra autoridad colectivista hasta el punto de deificar el poder central y, al mismo tiempo, incrementar la dependencia del ciudadano hasta el límite de la esclavitud. Y si el ámbito individual de trabajo productivo y de expansión es cada vez más restringido por la creciente intervención estatal en la economía, la posibilidad de progreso del individuo no resulta fortalecida, sino debilitada.

Una ojeada al sistema económico y a los métodos de los Estados totalitarios, los del bloque soviético, por ejemplo basta para mostrar que la propiedad estatal de los medios de producción no conduce a un incremento de la riqueza del pueblo, sino, al contrario, a su explotación; en tanto que sucede justamente lo contrario con los países y los pueblos libres, denunciados a causa de su pretendido capitalismo, pero que ilustran claramente cómo la propiedad privada de los medios de producción contribuye cada vez más al bienestar general. Así que, para cuando llegue el tan ansiado día de la reunificación, declinamos el honor de adaptar como modelo para todo el pueblo alemán el tipo de sistema social representado por las llamadas «conquistas sociales» de la pretendida República Democrática Alemana. No puedo simplemente imaginar y estaría desgraciadamente muy lejos del espíritu del pueblo alemán y especialmente de los trabajadores alemanes si lo hiciera cuál es la satisfacción que podría derivar nuestro pueblo de saber que la llamada propiedad del pueblo estaba siendo dirigida par los funcionarios del Partido. ¿Qué conseguiría realmente con eso?

Pero, como ya he dicho, la mayor amplitud en la distribución de la propiedad sobre el capital productivo de la nación debe extenderse también a las empresas privadas. Por supuesto que esto no significa que hayan do caer en descrédito los beneficios que ayudan a las empresas a autofinanciarse. Por el contrario, el objetivo de toda gestión económica debe ir por este camino. Incluso las empresas socializadas deben obtener beneficios, si queremos evitar un descenso en los niveles y en el estilo de vida.

En este punto, sin embargo, conviene recordar el principio de que la cantidad debe ceder ante la calidad, o, en otros términos, que esto es una cuestión de proporción. El proceso de creciente prosperidad desencadena una serie de acontecimientos y de cambios que son incalculables y que sólo gradualmente pueden conducir al reagrupamiento social deseado. Además, cualquiera que concluyese del deseo de una más amplia distribución de la propiedad, que la participación de los salarios y sueldos en el producto nacional es básicamente inadecuada en la actualidad, encontraría grandes dificultades para probar su aserción. Al mismo tiempo, es igualmente cierto que ese cambio de nuestro pensamiento económico que implica una participación activa y responsable de todos los individuos en el proceso económico ha de arrojar una nueva luz, tanto desde el punto de vista económico como desde el punto de vista sociológico sobre el problema de la distribución del ingreso nacional.

Si no compensamos totalmente o incluso sobrecompensamos el incremento de la productividad con una reducción de las horas de trabajo, podemos estar seguros de que un aumento del ingreso total creará una base real y cada vez más sólida para mayores ahorros y para una participación más activa en la compra de acciones por parte de grupos de ingresos relativamente pequeños. En este sentido, la creciente prosperidad conducirá también a un cambio de perspectivas, a medida que el horizonte se amplíe y cambien los valores. Entonces la prosperidad no se reflejará solamente en el número o la cantidad de los bienes consumidos, el status social no se expresará ya tan sólo en la exhibición de mejores niveles de vida, sino que, a medida que la gente se vaya interesando en satisfacer sus necesidades mentales y espirituales, mirarán hacia el futuro y sentirán la necesidad de buscar paz, seguridad, satisfacción y plenitud conformando y dirigiendo sus propias vidas. Todo lo que podamos hacer para estimular la conciencia de sí mismo en el individuo ayudará a librarlo de la desastrosa influencia del colectivismo. Un hombre pensante resistirá siempre cualquier amenaza a su libertad espiritual.

Si podemos alcanzar este objetivo e indudablemente podemos no necesitamos abrigar ningún temor por la seguridad del mundo libre. De otra parte, hay que añadir y esto no es un signo de resignación que no existe ni puede existir ninguna fórmula precisa que nos permita predecir qué estadios, o cuántos estadios debemos atravesar pera alcanzar nuestro objetivo. Una nación que es lo bastante fuerte para arrojar de su seno el demoníaco veneno del colectivismo ha abierto el camino, no sólo de la libertad y la independencia espirituales, sino también de la prosperidad y de la seguridad.

A la indudable relación existente entre el autofinanciamiento industrial y la extensa formación de capital a partir de los ahorros hay que agregar un tercer factor: el de la tributación. En gran medida, la carga tributaria refleja no sólo la actitud del individuo frente al Estado, sino también su actitud general ante la vida. Cuanto más primitivo es el modo de vida de una nación y menas propicia es la persona media a aceptar una responsabilidad personal, tanto más le costará esa autoenajenación. De otra parte, esas cualidades humanas que ya he mencionado, cualidades que crean y preservan la prosperidad personal, nos liberan también de excesiva interferencia estatal y se convierten, con ello, en otra fuente de bienestar individual.

Podría aducirse que, por deseable que sea el objetivo, y quizás por esa misma razón, se trata en realidad de una ilusión. ¿Pero quién habría creído en 1948, amigos míos, que podríamos superar nuestros aparentemente insuperables problemas en un tiempo tan corto? Así como entonces sucedió, así también la segunda fase de la economía social de mercado conducirá, a través de una riqueza y prosperidad mayores, a la cúspide de la libertad y de la dignidad humanas. Otra vez necesitamos esa fe y una vez más avergonzaremos a quienes se nos oponen. No puede haber mejor camino para dar un golpe de muerte a la ideología y los poderes totalitarios y colectivistas que esta política que trata de crear la igualdad social y la justicia, no mediante una inhumana máquina burocrática, sino haciendo que la gente se dé cuenta de que el verdadero criterio de la justicia ha de estar basado en la libre responsabilidad humana y es irrealizable sin ella.

Sin conciencia humana no puede haber democracia libre. Cuando, por ejemplo, Víctor Agartz, quien parece estar en situación de comparar, declaraba y por ello se le aplaudía cálidamente que la República Federal tiene 'poco que exhibir en materia de rasgos democráticos' e incluso llegaba a sostener que el Parlamento, en cuanto órgano libremente elegido en representación del pueblo, debería tener la salvaguardia de otras instituciones democráticas que lo preservaran de la incapacidad de llevar a cabo la voluntad del pueblo, nunca se será demasiado tajante al atacar ese punto de vista, sospechosamente próximo a los principios del Partido de Unidad Socialista. Como por experiencia sabemos,las democracias nunca han sido preservadas de la decadencia por organizaciones poderosas. Las democracias sólo pueden sobrevivir y sólo sobrevivirán mientras sean mantenidas por hombres que conocen el valor y las ventajas de la libertad. Cuando se ven amenazadas, lo único que puede sostenerlas es el coraje personal o, si lo prefieren, el coraje cívico de sus ciudadanos. Éstas no son precisamente las cualidades que se fomentan en un Estado colectivista.

Los problemas sociales a los que tenemos que hacer frente se nos aparecen de nuevo cuando buscamos estructuras nuevas y, ciertamente, no definitivas, para la integración de Europa y del mundo libre. Muy pronto se hará patente que números desiguales no pueden ser reducidos a un común denominador y que el abismo entre el tipo occidental de ideas económicas socialistas y los principios de una economía libre, como la que nosotros profesamos, no será fácil de salvar dentro de una comunidad económica. Pero mientras este conflicto continúe podemos al menos esperar que el sistema libre triunfará en virtud de sus mayores éxitos sociales y económicos. Pero, para hablar en términos concretos, si Alemania sucumbiera ante los dogmas socialistas, existiría un serio peligro de que la balanza se inclinase en favor de esta doctrina, incluso en la Europa occidental. Les dejo a Ustedes la cuestión de saber si, en ese caso, un sistema socialista sería lo bastante fuerte para sostener el ataque colectivista y mantenerse frente a él. La integración europea presupone prosperidad --en todos los países afectados, disciplina nacional y una sociedad bien equilibrada. A este respecto, la República Federal no teme la comparación con otros países; precisamente porque Mercado Común significa destino común, cada partícipe ha de tener el derecho de abordar los problemas que conciernen a todos.

Puede preguntarse ahora, y la pregunta es justa, qué acción se propone emprender la CDU/CSU para realizar los objetivos que acabo de delinear. Si yo fuera un dirigista y un socialista, es probable o, más bien, seguro, que hablaría de muchos controles y planes que el Gobierno habría de aplicar y anunciaría nuevas medidas de compulsión sobre los hombres libres. Todo esto es, sin embargo, contrario, no sólo a todos mis instintos personales, sino también a mi concepción de los ingredientes básicos de la sociedad humana. En consecuencia, me dirijo una vez más al individuo mismo para recordarle que es libre de tomar sus propias decisiones y de configurar su propio destino, pero que puede también confiar en que el Estado le garantizará protección y seguridad suficientes para ponerlo en condiciones de asumir esa responsabilidad. Cualquier proyecto que mire hacia adelante implica confianza en la estabilidad del sistema económico, de la moneda y de los precios. Si bien es cierto que ningún país puede ser completamente inmune contra las altas y bajas del comercio internacional, hemos probado, sin embargo, más allá de toda duda, que nuestro más serio propósito es el de proteger al pueblo alemán contra la devaluación constante o la crisis monetarias, Lo conseguido por la República Federal en la salvaguardia de su estabilidad y en seguridad interna puede compararse favorablemente con la realizado par cualquier otro país. Pero la constatación de que la expansión económica no discurre con rigidez no es una razón para el pesimismo a para basar la propia política en la posibilidad del desastre. Seria mejor para los socialdemócratas, especialmente si se tiene en cuenta la solidaridad internacional de que se jactan, que cuando critican nuestra política de precios llevasen sus sugestiones a otras partes, donde parece que hay mayor necesidad de ellas. Nosotros sabemos bien que el mantenimiento de una moneda estable es uno de los deberes más importantes y más inmediatos de cualquier Gobierno responsable.

He oído también el argumento de la oposición de que, al perseguir nuestros objetivos sociales y económicos, estoy tratando nuevamente de emplear armas psicológicas. Esto es enteramente cierto, pues sostengo que sólo un pueblo que desea liberarse de una dominación excesiva por parte del Estado y de otros órganos colectivistas, que está familiarizado can la situación económica y que se preocupa también de su futuro, puede utilizar adecuadamente una creciente prosperidad. El aumento de la prosperidad ha de conducir a la larga hacia la degeneración si su único propósito es elevar el consumo sin pensar en liberar al individuo de las influencias colectivistas. A este respecto, el pueblo alemán puede y tiene que estar seguro de que no sólo es posible avanzar en la dirección adecuada, sino que ha de alcanzar con seguridad ese objetivo con tal que la nación tenga confianza en sí misma y en una política progresista.

Es importante, sin embargo, comenzar de algún modo, proporcionar alguna prueba visible de que no sólo estamos dispuestos a abrir nuevas perspectivas, sino también a tomar medidas prácticas. Es cierto que la República Federal, como ya he dicho, no tiene nada que regalar, pero está dispuesta a abandonar sus títulos de propiedad y a procurar que tanta gente como sea posible tenga posibilidad de adquirir y disfrutar el capital productivo de nuestra economía nacional. Ciertos propagandistas políticos opuestos a la propiedad privada han intentado condenar la participación de accionistas en las empresas industriales como explotación capitalista de los trabajadores. Pero los días del especulador, cuya última preocupación era el bienestar del pueblo, están cantados. Cada día se hace mayor y se extiende más la convicción de que sin recursos de capital adecuados no puede crearse ni asegurarse el empleo. La hipocresía de ciertos propagandistas políticos se hace totalmente evidente cuando los reaccionarios de la oposición apuntan, de una parte, a los supuestos beneficios de los accionistas, pero hacen cuanto pueden, de la otra, para evitar que el obrero se convierta en accionista. No obstante, ellos saben muy bien lo que están haciendo, pues si el gran público se familiariza con el funcionamiento de nuestra economía y toma un interés activo en la productividad y en la riqueza potencial de la economía nacional, el socialismo perderá su poder sobre quienes, a pesar de estar educados por tradición en la ideología marxista, terminarían finalmente por abrir los ojos.

Me siento, en consecuencia, feliz de poder anunciar que la fracción parlamentaría de la CDU/CSU tiene la intención de presentar un proyecto de ley por el cual la empresa más eficaz existe baja propiedad nacional, la fábrica Volkswagen, será transferida a la propiedad privada sobre una base muy amplia.

El hecho de que nuestro partido haya decidido transferir la fábrica Volkswagen a la propiedad del más amplio sector posible de la población por medio de las Acciones Populares constituye una simbólica indicación de la dirección en que nos estamos moviendo. Sin anticipar en modo alguno las deliberaciones y resoluciones del Bundestag, puedo decir que esta ley, juntamente can las medidas que en definitiva se adopten sobre la cuestión de la propiedad en conjunto, contendrá también salvaguardias contra la concentración de acciones en grupos grandes a mayoritarios. Ante todo, serán precisamente los pequeños y medianos ahorros los que gozarán de prioridad en cuanto a posibilidades y condiciones para la adquisición de dichas acciones e incluso obtendrán ciertas ventajas materiales. La misma ley asegurará también que el ejercicio de los derechos de voto no ha de quedar concentrado en unas pocas manos.

Aunque por mi parte tengo opiniones muy definidas sobre la forma que estas Acciones Populares deben adaptar, las pocas observaciones que acabo de hacer deben bastar para hacer evidente que nuestro partido está firmemente resuelto a continuar desarrollando y al mismo tiempo fortaleciendo nuestro sistema social y económico libre mediante el incremento de la prosperidad general y la riqueza individual. Y la transferencia de la fábrica Volkswagen a la propiedad privada del pueblo no será el fin del asunto. De acuerdo con el monto de ahorros disponibles y siguiendo la voluntad del pueblo alemán, se considerará la transferencia de otras empresas de propiedad pública. No es éste el momento ni la ocasión para decidir cómo se gastará el producto de estas transacciones. Ciertamente no faltarán sugestiones y deseos, pero es seguro que hay acuerdo unánime sobre un punto: que el Estado no tiene ni puede tener la intención de atesorar dinero improductivo.

Por supuesto que el Partido Socialista Alemán saludará estos planes can una tempestad de protestas, pero estamos decididos a reñir esta batalla ante la opinión pública y todo el pueblo alemán. Ellos dirán de nuevo que una «propiedad del pueblo», que sólo puede ser mencionada en marcos de cotización, no debe ser despilfarrada, que el Estado no debe abandonar su propiedad de empresas industriales y exponerlas a las fluctuaciones industriales y de precios. Mi réplica a eso es que nadie está pensando en despilfarrar y que la propiedad del pueblo que, como se nos dice, debemos proteger, sólo adquiere significado social real y verdadera significación cuando el pueblo mismo obtiene la propiedad directa a través de la tenencia de títulos privados.

Al remodelar nuestra sociedad sobre una base moderna y, en un sentimiento verdaderamente social, la CDU/CSU no sólo está abriendo el camino al progreso y a la creciente extensión de la propiedad por todo el país sin obstaculizar a la iniciativa humana creadora y sin falsear la capacidad competitiva de la empresa libre, sino que está también manteniendo vivo el espíritu que nos protegerá contra la amenaza del colectivismo y del totalitarismo.

Ni la decisiva victoria política de este año ni el futuro han de corresponder por las razones expuestas a las marxistas reaccionarios que viven eternamente en el pasado y no son capaces de desprenderse de sus tradiciones dogmáticas, sino a nosotros, que hemos marcado el camino que conducirá al pueblo alemán más allá de la miseria y la deses­peración, hacia un futuro más feliz, hacia la prosperidad y hacia la seguridad social y que hemos probado, además y esto es mucho más importante que sabemos cumplir las promesas que hacemos.

«Una ojeada al sistema económico y a los métodos totalitarios --los del bloque soviético, por ejemplo-- basta para mostrar que la propiedad estatal de los medios de producción no conduce a un incremento de la riqueza del pueblo, sino, al contrario, a su explotación. En tanto que sucede justamente lo contrario con los países y los pueblos libres, denunciados a causa de su pretendido capitalismo, pero que ilustran claramente cómo la propiedad privada de los medios de producción contribuye cada vez más al bienestar general». Erhard

TÓPICOS DE ACTUALIDAD reproduce en este número el discurso pronunciado por el Profesor Dr. Ludwig Erhard, ex Canciller de la República Federal Alemana ante el Congreso del Partido Demócrata Cristiano Alemán (CDU) que se reunió en Hamburgo en el año 1957.

El mencionado Congreso tenía como finalidad preparar las elecciones para el Bundestag, en las que se habían de contraponer, por una parte, las tesis doctrinarias del Partido Socialista Alemán, (SPD) y, por otra parte, las ideas preconizadas y aplicadas por la democracia cristiana a favor de la economía social de mercado.

En una época en que el ideario económico de la democracia cristiana --especialmente en Latinoamérica-- varía curiosa y ostensiblemente en función de los países y de las personas que lo emiten, es especialmente interesante escuchar la voz del hombre que ha sido el artífice principal de la recuperación económica alemana y que es el portavoz más calificado del pensamiento económico de la democracia cristiana alemana.


[i] Unión Demócrata Cristiana Alemán

2 Partido Social Demócrata