Año: 10, Junio 1968 No. 175

Robinson y Viernes Inventan el Mercomún

Manuel F. Ayau

El aumento de las importaciones y la disminución de exportaciones tiene, naturalmente, muchas causas. Aquí se comentará uno de los muchos fenómenos que contribuye a acentuar tales efectos, cual es, la política arancelaria del mercado común en cuanto es utilizada para fomentar la industrialización.

Primero, es necesario enfatizar un hecho que, por ser tan evidente, quizás pasa inadvertido. Esto es que la misma existencia de demanda de crédito constituye prueba irrefutable que sí existen actividades productivas realmente económicas, o lo que es lo mismo, que rindan lo suficiente para atraer inversión aún pagando los costos de capital. Como consecuencia, lógico es admitir que si por alguna razón el capital es inducido a invertirse en actividades que en realidad son anti-económicas, pero cuyo rendimiento artificial es garantizado por la política arancelaria (o política económica en general), dichas inversiones se llevarán a cabo a sacrificio de aquellas otras, realmente económicas, que la misma política arancelaria les impide obtener utilidades.

Lo anterior, desde luego, no solamente afecta la importación y/o exportación, ya que es aplicable a toda utilización de recursos, a toda actividad productiva. Pero aquí se tratará únicamente del efecto en la balanza de comercio.

Hoy día, se garantiza el mercado de casi cualquier actividad productiva, siempre que «agregue valor», o cause«empleo» de trabajadores, sea o no económica en realidad.

Se utiliza el arancel para evitar la importación de bienes al área centroamericana, de otras partes del mundo donde sería más barato importarlos, obligándonos a producirlos e importarlos de Centro América, a precios más caros. Por ejemplo: se pueden importar de Europa o EE.UU. un producto que cuesta Q50.00/ton. Pero ¡Presto! se fabrica en algún país de C.A., y el precio sube a Q100.00/ton. Inmediatamente resulta que aunque se siga importando la misma cantidad de producto (ahora proviniendo del área Centroamericana) el valor de la importación de este producto aumenta en un 100%. Podría argumentarse que este aumento de importaciones se compensa automáticamente porque también aumenta las exportaciones de los respectivos países, pero ello es cierto siempre que los demás países del área produzcan y exporten otros artículos de valor equivalente, e igualmente anti-económico.

Y, si este último fuera el caso, aunque las cuentas de exportación e importación se equilibren, constituiría un proceder por demás absurdo, que entre dos personas, Robinson quien vive en Honduras y Viernes que vive en Guatemala podría iniciarse así:

Robinson: Oye, tú importas de Alemania, 50 toneladas de Yeye a Q120.00 la tonelada, y yo estoy importando del Japón, 100 toneladas de Gogo, a Q60.00 la tonelada. A mí se me ocurre conveniente poner una fábrica para producir Yeye, pero, para que me salgan las cuentas, te lo venderé a Q200.00/ton.

Viernes: ¿Qué intentas, amigo Robinson? ¿Hacerme quebrar?

Robinson: No te preocupes, amigo. A cambio de ello, tú pones una fabrica para producir Gogo, y me lo vendes a Q100.00. Y así lo que pierdes en la compra, lo ganas en la venta.

Viernes: No me convences, porque entonces ¿qué habremos ganado?

Robinson: No me interrumpas: es más, se me ocurre que he descubierto la fórmula para enriquecer a todos nuestros conciudadanos, pues, si generalizamos el proceder, podremos tener un mercado cerrado que no permita la competencia de extraños; la riqueza se quedará en casa; abriremos muchas fuentes de trabajo y aumentará el poder adquisitivo de toda la población.

Viernes: Pero no ves que si los dos nos compramos la materia prima al doble, los costos de ambos aumentarán, salvo que tal aumento sea exclusivamente utilidad, en cuyo caso no tiene objeto que ambos nos aumentemos los precios?

Robinson: Eso no importa porque lo que tú pierdes en la compra lo ganas en la venta.

Viernes: ¿Y quién paga el aumento de costos?

Robinson: Tú sabes que para hacer mercado común, algún sacrificio tiene que hacer el consumidor quien a la larga saldrá beneficiado. Entonces, justo es que se suban los aranceles para que podamos subir nuestros precios.

Viernes: Pero ¿no me has dicho que tu fórmula aumentará el poder adquisitivo de los consumidores? ¿Cómo les vas a aumentar ese poder adquisitivo, subiendo los precios?

Robinson: ¡No seas cerrado! Al generalizarse el proceder, el número de plazas de trabajo aumentará y habrá más consumidores.

Viernes: Pero ¿no te das cuenta, Robinson, que esas fábricas y las plazas de trabajo serán creadas, privando de recursos de capital y mano de obra a otras actividades?

Robinson: ¿De cuáles?

Viernes: ¡De otras!

Robinson: ¡Vaguedades! ¡No me puedes dar ni un ejemplo!

Viernes: Mientras exista demanda para el capital, está probado que aunque yo no sepa qué otra actividad específica se puede hacer, los que están buscando capital, sí lo saben. Hay tantas cosas que necesitamos.

Robinson: En vista de que no tienes argumentos, quiero ofrecerte otros a favor de la gran idea que he tenido. Del ejemplo anterior, fácil es observar que, además de aumentar las exportaciones de todos, también aumenta el producto nacional, bruto.

Viernes: Por favor, nada de insultos!

Robinson: No me entiendas mal, querido amigo. Me refiero al índice «Producto Nacional Bruto» que se usa para medir la riqueza de un país, y obvio es que, si se producen en C.A., por cada tonelada de Yeye y PNB aumentará en Q80.00 y por cada tonelada de Gogo, Q40.00.

Viernes: ¡No entiendo: puesto que las cantidades de Gogo y Yeye no habrán aumentado, tendremos lo mismo y, por lo tanto, no seremos más ricos!

Robinson: ¡Eso es lo malo de hablar con empíricos! Si hubieras ido a la Facultad de Economía, sabrías que la riqueza se mide según las cifras del producto nacional bruto.

Viernes: Dispensa, mi ignorancia, Robi, pero yo creí que mientras más cosas tuviésemos aunque su precio fuera menor más ricos seríamos. ¡Ciertamente que la ciencia económica es difícil! No logro entender cómo mientras más perdemos, más ricos estaremos. No logro entender cómo nos vamos a hacer más ricos, comprándonos mutuamente todo más caro. No veo cómo, al restarle poder adquisitivo a la población, vamos a crear más plazas de trabajo. No comprendo cómo, invirtiendo en actividades anti-económicas, sacrificando las que sí son económicas, vamos a estar mejor. Y por último, no veo cómo, al reducir la productividad real de toda nuestra economía, vamos a evitar una balanza comercial desfavorable.

Robinson: Pero ¿no ves que al producir dentro del área de los Yeyes y los Gogos, las importaciones del área van a bajar?

Viernes: No lo veo porque, al sustituir la importación de algún producto con producción local, tenemos forzosamente que utilizar parte de nuestros escasos recursos para producirlo; y si esta producción es antieconómica, no sólo perdemos la diferencia en costo, sino también el rendimiento económico que esos recursos bien empleados hubiesen producido. La pérdida se multiplica. Pero es más. Como en tal caso todo el país pierde poder adquisitivo interno, el volumen de las otras actividades también baja, lo cual significa rebajar la productividad de todo nuestro sistema económico, con la consecuente baja en poder adquisitivo general; es decir, produce un nivel de vida más bajo. Y al ser nuestras industrias menos competitivas, los productos del exterior se convierten, en comparación, más baratos, lo cual tiende a aumentar las importaciones.

Robinson: ¡Pero eso se arregla subiendo más los aranceles de las otras cosas!

Viernes: Eso inducirá a aumentar aún más nuestras importaciones porque, en vez de importar las cosas baratas de fuera del área, las importaremos más caras de C.A. ¡Total, seremos más pobres!

Robinson: Aunque tuvieras razón, amigo Viernes, no debemos prestarte más atención porque es preferible ser pobre que depender del exterior. ¡Seremos más pobres, pero nuestra pobreza será nacional! Además de no industrializamos así, nos convertiremos en un país de compradores.

Viernes: Eso sí que no lo entiendo. Favor explícate.

Robinson: Si no protegemos nuestra producción, los países industriales nos inundarán con sus bienes, más baratos. Repito, ¡nos volveremos un país de compradores!

Viernes: Sí sólo compramos y no vendemos, ¿con qué vamos a pagar esas compras? Porque supongo que no nos las van a regalar, ya que, en tal caso, mayor razón para no producirlas localmente. Yo creo, pues, que tendremos que dar algo producido aquí en cambio. Sí tú no vendes tus servicios o alguna cosa, no puedes convertirte en «sujeto comprador». Eso es obvio.

Robinson: Claro, pero como tú sabes, los precios que nos pagan por nuestros productos agrícolas cada vez bajan más, y los precios a que nos venden suben más.

Viernes: ¡Pero quién entiende ese enredo!

Robinson: ¿Por qué no estudias economía?

Viernes: ¡Aclaremos de una vez! Si me acabas de decir que nos inundan con cosas baratas que impide nuestra propia industrialización, entonces es falso que los precios del exterior sean muy elevados porque definitivamente no puede suceder que los precios en el extranjero sean altos y bajos a la vez. Y, es más, si nos pagan mal nuestros productos y nos cobran mucho por los de ellos, les podremos comprar menos cada vez y la producción nacional tendrá cada día menos competencia, y nuestra industria florecerá.

Robinson: ¡Por fin se te ocurre algo constructivo!

Viernes: Yo creo que mejor nos tomamos otro trago y hablemos del problema del Viet Nam.