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Año: NaN, Septiembre No. 206

¿A Donde Vas. Tomas?

Por Manuel F. Ayau

Pedro: ¿Sabes Tomás, que recientemente se ha llegado a probar que no hay posibilidad alguna de establecer el socialismo y que nadie lo ha propuesto en forma completa? ¿Que sólo se ha propuesto en forma muy vaga, sin establecer cómo funcionaría?

Tomás: Realmente no te entiendo. Tengo la impresión de que o estás hablando disparates o quieres comunicarme una verdad que no alcanzo a comprender, pues todos sabemos que hay países socialistas.

Pedro: Creo que es una importante verdad la que quiero comunicarte, pues pretendo hacerte ver que los llamados países socialistas en realidad no son socialistas y, además, que no solamente no existen de hecho sino que no podrían existir.

Tomás: ¿Te das cuenta cabal de lo que estás afirmando? Sinceramente creo que no. Pretendes negar, en primer término, lo que todo el mundo sabe, esto es, que existen países socialistas. Y esos países no sólo existen sino que están empeñados en lograr que su sistema socio-económico sea adoptado por el resto del mundo porque están convencidos que es muy superior al sistema capitalista. Es evidente, pues, que quieres tapar con tu dedo capitalista el sol socialista, y eso no se va a poder. Pero as mucho más lejos. Pretendes no sólo negar la existencia de los países socialistas. También quieres negar la posibilidad de su existencia, y si bien yo puedo entender que tus prejuicios capitalistas no te permitan aceptar la existencia de los enemigos de tu sistema, realmente me parece absurdo que pretendas hacerme creer que esos países no sólo no existen sino que no podrían existir, como países socialistas.

Pedro: Veo que me has entendido perfectamente. Lo que tú dices es exactamente lo que pretendo hacer. Pero antes debemos ponernos de acuerdo acerca de los términos que vamos a emplear. De lo contrario nuestra conversación no sería fructífera. Y en cuanto a que hay países socialistas, hay quienes sostienen que en realidad no pueden existir sin el capitalismo, es decir que su «maquinaria» tiene una pieza prestada, por decirlo así, del capitalismo, cual es, el sistema de precios; que son parásitos; que no hay posibilidad de un socialismo autónomo, y que nadie, ni siquiera en teoría, te podría explicar cómo funciona el socialismo.

Tomás: ¡Pero no seas absurdo! Hay mucha literatura que explica cómo funciona la economía en Rusia, para ponerte un ejemplo.

Pedro: Claro, se puede explicar cómo funciona la economía de Rusia. Pero no te pueden decir cómo podrían subsistir si el socialismo fuera lo único que existiera. Es decir, si no hubiera mercado libre (en mayor o menor grado) afuera de Rusia. Sí se puede explicar cómo funciona una economía con mercado libre. Pero no se puede explicar cómo operaría una economía socialista.

Tomás: ¡ Pero el mercado libre produce tantas injusticias!

Pedro: Eso no viene al caso. Y de todos modos, una cosa es evitar injusticias y otra cuál sistema es el que hemos de adoptar. Bajo el socialismo tampoco hay garantía de justicia. Allí también habrá que contar con buena voluntad y leyes adecuadas para que unos hombres no se aprovechen de otros.

Tomás: Concedo que me salí del punto, pero quiero que dejemos el argumento de Justicia para después y que no lo echemos al costal, porque para mí, es lo más importante. Ahora bien, ¿qué entiendes tú por socialismo?

Pedro: Pues, para ser breve y generalizar, te diré que incluyo, bajo el título de socialismo, todo aquel sistema donde el «estado» es el dueño de los medios de producción o donde dirige la economía como si fuera el dueño. Es decir, donde el estado dispone qué se produce, cuánto de cada cosa y dónde; por lo tanto, el intercambio no es libre. Por ejemplo: el Nazismo.

Tomás: ¡Pero el Nazismo es derecha!

Pedro: Derecha no quiere decir nada, porque cada quien la entiende como más le convenga. En cambio, socialismo sí se define bien. Lo contrario al socialismo es el liberalismo. Nazismo, por cierto, quiere decir nacional-socialismo!

Tomás: Bueno Pedro. Ya no discutiré semántica. Dime mejor, ¿si no crees ridículo que haya quien niegue el socialismo hoy día? Lee cualquier libro de economía comparada y te comparan los diferentes sistemas. ¿Quieres que crea que todos los profesores y asesores del gobierno ruso, y los de todos los países socialistas, y aún los de EE.UU. y demás países, los que están en contra o los que están a favor, que todos ellos están equivocados? ¡No importa qué razones me des, simplemente encuentro inverosímil tu argumento! ¡Alguien te está tomando el pelo! Si no es posible, ¿por qué van a oponerse los que no les parece? El opositor mismo tiene que creer que es factible, si no, ¿a qué se opone? ¿Crees tú que habría guerra en Vietnam si no fuera porque hay gente seria, unos a favor y otros en contra del socialismo? ¿Crees tú que con los conocimientos actuales, las computadoras y los centros científicos de investigación, un «detallito» como la no factibilidad del socialismo escaparía la atención del mundo entero? No niego que los países socialistas tienen grandes problemas con su planificación y que ellos lo admiten. Pero una cosa es que no hayan perfeccionado el sistema y otra que simplemente sea imposible. ¡Que sea difícil lo acepto, pero no creo que sea imposible! Es cuestión de avance científico, y tú sabes que eso toma tiempo Todo evoluciona, y estoy seguro que con el avance de la ciencia, todo lo irán resolviendo cada vez mejor. ¡El progreso no se puede parar!

Pedro: Oye Tomás, hay que ser razonable En primer lugar sí hay muchas cosas imposibles, y no tengo que ponerte ejemplos. En segundo lugar, todo lo que sucede no es progreso simplemente porque sucede. El hombre es falible. Cuando acierta, progresa; cuando no, regresa. Y además, la realidad es que el hombre sólo puede escoger entre alternativas factibles. Admito que según algunos, lo que otros escogen no es factible.

Tomás: Pues he allí tu respuesta. Si unos creen que el socialismo no es factible, no quiere decir que no sea factible para otros.

Pedro: Talvez, Tomás. ¿Pero estás de acuerdo en que el que sí cree que algún sistema es factible debería tener alguna idea de en qué consiste ese sistema? ¿O crees que es lógico que alguien diga «yo estoy de acuerdo en hacer algo que no sé qué es?»

Tomás: ¡No se trata de una posición tan ridícula!

Pedro: Precisamente, ¡sí se trata de una posición tan ridícula!

Tomás: ¿Crees tú posible que el socialismo llegue a ser una influencia en el mundo contemporáneo si no se hubiera dicho cómo funciona?

Pedro: Aunque suene increíble, ¡así lo es! Ya sé que pensarás que es imposible. Y te diré mas, como todos piensan como tú, y simplemente dan por sentado que «ha de haber» algún modo que haga funcionar el socialismo («porque si no, no podría ser la fuerza mundial que es»), entonces ni se preocupan, ni les interesa saber si ello es o no cierto. Por eso todavía existe el socialismo.

Tomás: Todo se reduce, entonces, a la pregunta: ¿por qué no es posible el socialismo?

Pedro: Exactamente a eso se reduce, y la respuesta es: para que exista civilización, debe ser factible la división del trabajo, y ella sólo es posible si cada cosa tiene un precio que la relacione con todas las demás cosas y servicios. Ahora bien, como bajo el socialismo los medios de producción no son privados ni el intercambio es libre, no pueden tener una manera objetiva de valorizaciones, y como consecuencia, no tienen una estructura de precios. Por lo tanto, no saben qué valor ponerle a cada cosa, ni a los recursos que usaron para producir lo que produjeron. No pueden saber cuánto vale nada. Están ciegos. No pueden calcular nada porque no tienen ningún valor qué sumar o restar. No pueden medir eficiencia, no pueden averiguar si lo que gastan vale más de lo que producen, ni qué hacer para satisfacer sus prioridades (si pudieran establecerlas), ni cómo distribuir objetivamente el producto social.

Tomás: Ahí sí que como dijo el tocayo, «¡hasta no ver, no creer!». Porque veo muy fácil, para el gobierno central, ponerle precio a todo, distribuir el producto como lo disponga, y decidir cómo y cuáles cosas hacer.

Pedro: Precisamente eso es lo que todos hemos supuesto erróneamente todo el tiempo: que eso sí se puede hacer racionalmente en un sistema socialista.

Tomás: Pero si los rusos usan los precios de Occidente (los capitalistas), entonces si puede funcionar el sistema, de ese momento en adelante.

Pedro: Pero eso no es socialismo. Eso es como si te dijera que te hablaré en inglés pero uso palabras en español. Además, tendrán que copiar continuamente los cambios de precios, pues por las mismas razones que no tienen criterio propio para establecerlos originalmente, no pueden determinar cambios; y aceptarás que el progreso mismo significa cambio.

Tomás: Bueno, dime Pedro: ¿Por qué no puede el gobierno poner el precio que le da la gana a cada cosa?

Pedro: En cierto sentido sí puede. ¿Pero de que le sirve si igualmente lo puede cambiar sin ton ni son? Es como si nos ponemos a jugar casita. Nada es real en tal caso y si queremos que el valor de dos cosas cualesquiera sumen cinco y tenemos el poder de hacerlo, a una le ponemos valor de cuatro y a la otra de uno; o lo volvemos a cambiar y a la primera le ponemos tres y a la otra de dos; o lo cambiamos y a la primera le ponemos dos y a la otra tres y. así, seguiremos jugando casita. ¿A quién engañamos? Puedo jugar o soñar que la comida llueve del cielo, hasta que despierte, y la tenga que ir a conseguir. Entonces averiguaré que si quiero maíz, lo tengo que sembrar, y esperar que crezca. No basta con soñar. El mundo es real y todo cuesta algo, hay escasez de todo, y hemos de racionar aun el tiempo. El problema es precisamente ese: cada cosa o satisfacción que obtenemos presupone algún sacrificio. Y progreso quiere decir que lo que sacrificamos es menos de lo que obtenemos. Por lo tanto se necesita un sistema para poder evaluar todo lo que ocupas en producir contra lo que produces.

Tomás: Eso es cierto si todo lo vas a medir en dinero. Pero el dinero no es todo.

Pedro: El dinero no tendría valor si no es porque con él se puede intercambiar y comparar el valor relativo de las cosas, y enseguida valorizarelbeneficio de un intercambio, que no es más que la diferencia entre el valor de lo que obtienes y de lo que das. El dinero no es nada en sí, estoy de acuerdo. Pero es necesario el dinero para permitir la división del trabajo, que es el fundamento de la sociedad. La división del trabajo es lo que permite el aumento de productividad, (producción per cápita) pero la división del trabajo no sería factible si el producto derivado de ella no se pudiera intercambiar. Nadie haría solamente una cosa si a cambio de ella no va a obtener las otras cosas que necesita. Y, de la especialización y el intercambio subsiguiente, se deriva la abundancia. ¡Todo ello no se puede lograr sin un medio de intercambio que lo facilite en grado superlativo!

Tomás: Bueno, no me metas en teoría monetaria. Dime por qué no se pueden fijar los precios sin propietarios privados de los medios de producción y de los recursos.

Pedro: Establezcamos una cosa primero: que lo que se busca es una manera lógica y objetiva de poner precios. Cualquier sistema, pero que sea objetivo. Es decir, sistemáticamente, en el estricto sentido de la palabra. Porque admitamos que el imponer una estructura de precios al azar y por la fuerza bruta no es racional, y menos lo es objetivo.

Tomás: Claro, se entiende. De lo contrario, si todo va a ser subjetivo (es decir asístemático) igual da que se pongan los precios al azar, a que le digamos a un niño que los ponga a su gusto. ¿Pero porqué no se puede medir el valor de las cosas según el tiempo de trabajo que se necesita para hacerlas?

Pedro: Porque tu cosecha tiene para ti un valor que no aumenta si tuviste que emplear más trabajo para lograrla. O porque sí Inventas una máquina mejor que la que tienes, pero más sencilla y, por lo tanto, involucra menos de tu trabajo fabricarla, no por eso la aprecias menos que la vieja. ¡Si el criterio fuera que el valor es según el trabajo, objetivamente hablando, tienes que valorar mas la maquina vieja que la nueva! Estarás de acuerdo en que nada tiene valor intrínseco. En que todo valor depende de la satisfacción (espiritual o material) que la persona obtenga de cualquier acto o cosa. Es decir que, individualmente, el valor se le asigna a las cosas subjetivamente cada quién, según lo que necesita, según lo que ya tiene, y según las alternativas que se le presentan.

Tomás: Ya lo ves, ¡los valores tienen que ser subjetivos de cualquier manera!

Pedro: Valor sí, pero precio no. Te pondré un ejemplo: quizá tú estarías dispuesto a comprar una película hasta por 10, pero su precio en la tienda es de 5. 0 quizá tal vez para ti sólo vale 2, en cuyo caso no la comprarás He ahí la diferencia entre valor y precio. El valor se lo das tú. El precio se forma como resultado de la voluntad e influencia de dos o más personas. O como se dice frecuentemente, de la interacción de los que ofrecen y los que demandan. Ahora bien, como todo es escaso y por lo tanto hay que racionarlo; como casi siempre hay múltiples alternativas para satisfacer necesidades, hasta por ejemplo, los alimentos; como todos tienen que escoger qué utilizarán en producir las cosas que otros quieren, etc., entonces todos ejercen influencia en los precios según sus propios juicios de valor subjetivo, pero el resultado es que se forma por decirlo así, una estructura de precios objetiva que refleja multitud de valorizaciones, que dependen, en cada localidad, de muchos hechos y factores, y que no la puede modificar una sola persona al antojo. Entonces todos planifican sus actos según una estructura de precios que, ciertamente, ellos individualmente pueden influenciar, pero sólo en forma insignificante. Es decir, que tienen que ceñir sus decisiones a una estructura de precios dada. Se ven obligados a escoger alternativas de producción o de consumo basados objetivamente en la estructura de precios existente.

Tomás: Bueno. Ello explica cómo funciona el mercado capitalista, ¡pero no prueba que sea la única manera!

Pedro: Fíjate que debido al sistema de pérdidas y ganancias, la gente deja de producir lo que produce pérdida, y aumenta la producción de lo que da ganancia. Eso sucede automáticamente donde hay propiedad privada porque afecta los patrimonios particulares. Pero lo pertinente es que lo puede averiguar, y lo averigua mediante el cálculo basado en los precios de lo que se usa para producir y el precio de lo que se produce Tiene, pues, forma de averiguar qué combinación de factores conviene usar para producir, y qué calidad y cantidad de cosas va a producir; qué produce pérdidas, y qué produce ganancias

Tomás: ¡Sigues explicándome cómo funciona el mercado capitalista pero no me explicas por qué el socialista no puede tener precios!

Pedro: Bueno. Supongamos que una persona o entidad competente va a poner precios, y comienza por ponerle precio a la maquinaria. ¿Con qué criterio se le fija el precio? Cada máquina se puede hacer de infinidad de maneras y materiales. En cualquier caso, el precio depende de la utilidad que esa maquina proporcione indirectamente, a través de la utilidad o valor del producto que la misma máquina hace. Y solamente se fabricará esa máquina si la combinación de recursos (materiales, capital y trabajo) que se emplean en fabricarla, valen menos o igual que el precio de la máquina. Pero, como los materiales para hacer la maquinaria provienen de los recursos naturales, y éstos en un país socialista no se comercian libremente por no ser privados (sino que el Estado dispone qué va a producir con los recursos, y por la misma razón no puede haber libre oferta ni demanda), entonces no hay manera de sumar lo que gasta en hacer la máquina. Por tanto, no puede tener ni costo, ni precio: el Estado lo tiene que determinar arbitrariamente, en ausencia de criterio objetivo. ¿Comprendes por qué el Estado se convierte en impotente?

Tomás: Veo que es tarea difícil y complicada, y que quizá no se podría comenzar sin precio alguno sino que debería haber una base inicial de precios. De allí en adelante, ya podría el Estado ir modificándolos a su criterio.

Pedro: ¿Con cuál criterio objetivo es ello posible? ¿No ves que cada día los precios se modifican debido a accidentes de la naturaleza, nuevas invenciones y descubrimientos? Cada suceso te cambia la interrelación de todos los demás precios, unos referentes a otros y en diferente grado según la localidad. ¡Son trillones las combinaciones! Cuando debido a un invento, o a mejores cosechas, cambia la cantidad o calidad de un producto, todo debe modificarse nuevamente, para que dichos cambios se reflejen en un ahorro de recursos para la sociedad. Sin medios objetivos para evitar malgastar, derrochar y disipar recursos, la especie humana tendería a perecer. Todo progreso implica ahorro, recursos o trabajo no gastados, quedan disponibles para atender necesidades nuevas que, previo a ese acto ahorrativo, no podrían haberse satisfecho. Imagínate el problema de distribuir ese ahorro en forma objetiva si tú mismo tuvieras el poder de fijar los precios, antes y después de cada día. ¿Cómo sabrías que los precios son acertados si tú mismo (o el gobierno) los fija o los cambia, modificando así, indirectamente, la oferta y demanda? Y, al modificar la oferta y la demanda, se altera la relativa escasez de todo respecto a todo. El problema del cambio continuo de precios no es evadible porque sencillamente el progreso no es, por definición, rígido ni estático; significa modificación continua.

Tomás: Dime Pedro, suponiendo que un país socialista copia los precios del mundo libre, y acepta las continuas modificaciones de los precios del mundo libre, entonces, ¿puedes asegurar que eso también va a producir pérdidas sólo por el hecho de que los precios son copiados?

Pedro: En primer lugar, sería inexacto llamar socialista a ese país. Pero, te pondré un ejemplo para que veas cómo se produce la pérdida por el simple hecho de copiar precios ajenos:

Supongamos que a un mismo arquitecto le encargamos hacer dos casas iguales en una misma localidad, donde sí existe mercado y, por lo tanto, hay precios locales. Supongamos además, que para la construcción de la primera de las casas, tendrá que escoger una combinación de materiales basado en los precios reales de esa localidad, y para la segunda, una combinación basada en una estructura de preciosexóticos, es decir, de otras localidades. Al terminar, el experimento, si calculamos en cuánto sale cada una de las dos casas, sumando el verdadero precio (precio real) de todos los recursos empleados, encontraremos que la segunda sale más cara, ya que el arquitecto, obligadamente, hubo de escoger una combinación de recursos diferente de la combinación más económica posible, según los precios reales de esa localidad. En ningún caso, indefectiblemente, pudo haber escogido una combinación más barata, ya que de lo contrario tenemos que suponer que se equivocó al escoger la primera combinación. La diferencia entre el costo de las dos combinaciones es pérdida o ineficiencia económica que resulta en derroche y desperdicio.

Tomás: Si me pudieras asegurar que en un mercado los precios son óptimos y que existe perfecto conocimiento de los mismos por parte de la gente, entonces estaría de acuerdo. Pero eso no puede ser así por muchas razones.

Pedro: Que no es perfecto, estoy de acuerdo. Que hay distorsiones, las hay, pero en el grado que se mantenga libre la economía, mediante una intervención del Estado para evitar la coerción, el monopolio, el fraude, etc., en ese grado serán menores las distorsiones, y por tanto, la economía más eficiente. También, en esa situación, habrá siempre tendencia definida hacia la eficiente asignación de recursos, pero bajo el socialismo o economía dirigida, no existe la menor posibilidad de actuar racionalmente. No hay nada perfecto que surja de lo humano y, en un mercado, también se equivoca la gente, pero sólo allí puede averiguar que se equivocó, porque como hay precios, puede existir el sistema de pérdidas y ganancias. Bajo el socialismo, sin precios, ni eso puede haber. Y cuando los llamados socialistas copian precios, de hecho no son socialistas, sino muy irracionales de adoptar un sistema sui generis muy ineficiente, que por cierto, de hecho, se basa en la propiedad privada.

Tomás: Pero, ¿y si no les importa la ineficiencia?

Pedro: No es que no les importe. Si les importa pero, como te decía, desconocen la existencia del problema. Así como hay socialistas con sensibilidad social, también los hay oportunistas, que no les importa el nivel de vida del hombre, el progreso, etc., etc. El número de estas personas, y la influencia que pueden ejercer, es importante y no debe menospreciarse. Sin embargo, su influencia no es suficiente para determinar la subsistencia o desaparición de las ideas socialistas. Puesto que a los oportunistas no los motiva la condición del hombre, simplemente adoptan la postura, y adoptan las ideas, que creen que si van a prevalecer; es decir, las ideas que ellos consideran de prestigio y mas populares, en los círculos académicos, políticos y de la prensa, los que en su mayoría están muy bien intencionados pero mal orientados. La existencia de los oportunistas depende del apoyo que, a su postura, le dan los intelectuales. Si los intelectuales (los bien intencionados) que, por su influencia en el consenso, en la prensa y en los círculos políticos, determinan la existencia o desaparición del socialismo, se dieran cuenta de lo absurdo de su postura, y por ser honrados lo reconocieran, los oportunistas reconocerían que su oportunidad esta en cambiar de lado eventualmente. Si el socialismo y la economía dirigida perdiera su inmerecido prestigio y se le tuviera por lo que es, una muy ridícula y absurda postura, nadie la tomaría en serio. Los gobiernos socialistas ya no merecerían respeto, sino burla, lo cual haría insostenible su poder y, sin duda, el socialismo desaparecería de la faz de la Tierra. El gran conflicto de este siglo hubiera terminado.

«Sabíamos, cuando tomamos el poder en nuestras manos, que no había disponible, forma concreta de reorganizar, de uno capitalista a uno socialista... No sé de ningún socialista que haya tratado estos problemas».

V.I. LENIN



Los historiadores socialistas Sydney y Beatrice Webbs relatan que «estos problemas», a que se refiere Lenin en el párrafo de arriba, fueron consultados, por el mismo Lenin, a Krzhizhanovsky de este modo: «¿No se podría trazar un plan (no un proyecto técnico sino uno político) que sería comprendido por el proletariado? Por ejemplo, en 10 años (¿o 5?) construiremos 20 (¿o 30 o 50?) plantas generadoras de electricidad que cubrirán el país en una red, cada una con un radio de acción de, digamos, 400 versts (o 200 si no podemos lograr más)... Necesitamos un plan así, pero inmediatamente, para darle a las masas una perspectiva próspera, sin estorbos, por la cual puedan trabajar: y en 10 (¿o 20?) años electrificaremos a Rusia, toda ella, tanto la parte industrial como la agrícola. Trabajaremos hasta tener, sólo Dios sabe cuántos, muchísimos kilovatios o unidades de fuerza»

El famoso socialista Oskar Lange, en su tratado «On The Economic Theory of Socialism» dice que «Los socialistas ciertamente tienen una buena razón para estar agradecidos al Profesor Mises[i], el gran advocatus diaboli de su causa. Eso, porque fue su poderoso reto lo que forzó a los socialistas a reconocer la importancia de tener un sistema adecuado de contabilidad para guiar la asignación de recursos en una economía socialista»


[i] El Dr. Ludwig von Mises, profesor y escritor del liberalismo, o economía de libre mercado