Año XI 1º. de Junio 1970, 223

Caridad Cristiana vs. el Estado Nodriza

THOMAS L. JOHNSON

La idea de que los programas de bienestar social sufragados por el gobierno para ayudar a los necesitados son compatibles y justificados por la filosofía cristiana es, probablemente, la creencia errónea más generalizada que se filtra a través de la sociedad en América y que está apresurando la destrucción de la libertad en el mundo. Esta grave falla en el modo de pensar de los cristianos, tanto educados como no educados, ya ha llevado miseria a miles de personas, y si este pensamiento continúa en el mundo, resultará en caos económico seguido de totalitarismo político.

Los programas de bienestar del gobierno, aun aquéllos que dan alivio temporal, están en completa oposición y con carácter destructivo a actos de caridad cristiana y son totalmente incompatibles con la tradición cristiana.

Uno de los principales fundamentos cristianos es que el ser humano es una criatura que posee libre albedrío. Y es porque el cristianismo reconoce que el hombre tiene control sobre sus actos mediante su propio albedrío que se le considera responsable por todos sus actos. (El sistema legal de jurisprudencia se basa en este fundamento). También se estima que para que un cristiano haga un acto de caridad y para ganar recompensas espirituales por este acto, debe hacerse con la intención deliberada del individuo. Un acto de caridad un acto por el que se ayuda a los necesitados sólo puede ser un acto cristiano cuando involucra el uso del libre albedrío.

Es el concepto del libre albedrío que está ausente en todas las formas del Estado nodriza (Welfare State).

Un gobierno, por naturaleza, sólo puede actuar por medio de fuerza. El primer acto de un gobierno es uno legislativo el hacer las leyes- seguido por la ejecución de estas reglas de conducta social por los organismos ejecutivo y judicial. El gobierno posee un monopolio legal en el uso de la fuerza para ejecutar su deber de ver que los ciudadanos obedezcan la ley y para castigarlos si no lo hacen. Es así que la esencia del gobierno es la coacción.

Oponiéndose a Procedimientos

La fuerza y el libre albedrío son opuestos. Programas de bienestar gubernamentales que son ejecutados y enforzados por medio de leyes, es decir, mediante la amenaza de aplicación por la fuerza, están diametralmente opuestos a todo acto de caridad cristiana que debe ejecutarse por un acto de albedrío individual.

Muchos cristianos consideran que el apoyo a los programas de bienestar del Estado están en consonancia con el principio del libre albedrío, y uno frecuentemente oye la expresión: «Yo pago impuestos al gobierno y, por lo tanto, creo que tal o cual programa debería ser patrocinado con dineros del tesoro público». Tales individuos olvidan el hecho de que el pago de impuestos no es materia de elección individual y que todos los hombres están obligados por ley a pagar impuestos. También olvidan que aunque ellos deberían tener el derecho de decir cómo se da su propio patrimonio en proyectos caritativos, no tienen el derecho de hacer esa decisión para otros hombres. Una mayoría que vota por un programa de bienestar patrocinado con dinero recaudado de impuestos es inconsistente con una conducta cristiana pues abole el acto de elección (libre albedrío) de todos los que votaron en contra de ese programa. (Tales temas nunca deberían llevarse a votación pues ningún hombre tiene el derecho de forzar a otros hombres a patrocinar un programa de bienestar). La verdadera caridad sin libre elección es una imposibilidad, y cuando se intenta niega el concepto de amor cristiano.

Cada cristiano se da cuenta de que no tiene el derecho de hacer un acto de caridad obligando a su vecino a pagar la cuenta; no tiene el derecho de entrar en casa ajena y robar propiedad que quiera destinar a una obra caritativa. Pero cuando el acto de robar se despersonaliza, al autorizar por medio del voto a una agencia establecida (gobierno), a realizar confiscaciones en su nombre, pierde la noción de lo inmoral de este hecho.

Mientras las actividades de bienestar del Estado nodriza se expanden a una velocidad fenomenal, más y más grandes sumas de dinero son necesarias para mantener estas empresas de «caridad por la fuerza».

Por eso, los impuestos se mantienen a un nivel alto, y al ser canalizados a programas de bienestar, dejan poco dinero en circulación privada que podría usarse para caridad cristiana. La acción del gobierno en cuanto a programas de bienestar es, necesariamente, destructora de la caridad cristiana, y suprimirá casi en su totalidad los actos de benevolencia voluntarios si la tendencia continúa.

Unsentido errado de la caridad fomenta medidas coercitivas

Es por falta de comprensión de una de las premisas fundamentales del cristianismo la del libre albedrío y su aplicación a actos de caridad (bienestar social), que con muy buenas pero erradas intenciones, muchos cristianos han apoyado, vigorosamente o en silencio, programas gubernamentales de bienestar social. Otros, observando las consecuencias desastrosas del bienestar legalizado la rebaja del espíritu humano y la creación de una degeneración parasitaria, así como el esclavizar a los miembros productivos de una sociedad que son obligados, por ley, a proveer ayuda a los que reciben esta ayuda no desean continuar manteniendo la causa de esta desgracia (legislación gubernamental para el bienestar). Pero sienten un fuerte sentimiento de culpa si no lo hacen y temen que, si se oponen al bienestar gubernamental, serán considerados como no-cristianos. En realidad, nada podría estar más alejado de la verdad.

Cualquier cristiano que no denuncie, abierta y vehementemente, todas las formas del bienestar gubernamental no puede, en verdad, llamarse un cristiano, pues el bienestar gubernamental es la antítesis de la caridad cristiana. El bienestar gubernamental opera sobre la premisa de la fuerza mientras que la caridad cristiana sólo puede existir donde hay libertad de elección, donde hay un acto de la voluntad individual. Como los programas de bienestar del gobierno están más allá del control del individuo y, por lo tanto, más allá del ámbito del libre albedrío, están más allá de la competencia de la moralidad cristiana y son, consecuentemente, inmorales y deben ser condenados por todos los hombres.

Es no sólo un derecho sino el deber de cada cristiano buscar activamente la abolición de todos los programas de bienestar del gobierno, pues están en total conflicto con la doctrina cristiana que reconoce que el hombre es un ser que posee libre albedrío –la premisa fundamental sobre la cual se basa toda la moralidad cristiana-.