Año: 12, Agosto 1970 No. 228

N. D. EL siguiente artículo es un comentario extraído de ACCIÓN HUMANA, por Ludwig von Mises, abogado, historiador y más conocido aún como economista y filósofo. Saca a relucir en forma brevísima las causas de la decadencia del Imperio Romano, las cuales, es interesante notar, fueron pronosticadas en muchos de los análisis que Cicerón hizo a través de sus discursos, dos siglos antes de los hechos que relata Mises, pues las tendencias eran ya evidentes cuando sucumbió la República y se estableció el Imperio. Demuestra también, ese largo lapso de dos siglos, cuán largo resulta el proceso de decadencia de una sociedad avanzada debido a que las normas y costumbres de trabajo y respeto arraigadas durante la prosperidad mueren lentamente a través de varias generaciones, a pesar que el régimen jurídico cambie rápidamente Con la triste excepción del régimen de esclavitud, aquellos siglos de la República que hicieron grande a Roma, constituyeron un periodo en que la tendencia era encontrar y hacer prevalecer los derechos humanos individuales y la libertad. Inclusive, la institución de la esclavitud iba en decadencia. Confirma el relato siguiente lo que cualquier estudioso de la economía sabe: 1) que la prosperidad de los pueblos se logra únicamente bajo un alto grado de división del trabajo; 2) que ello no puede existir sin un sistema de intercambio; 3) que un sistema de intercambio depende de que exista una estructura de precios que cumpla todos sus cometidos en el sentido de reflejar escaseces y permitir así el uso de las combinaciones óptimas de recursos; 4) que tal estructura de precios no puede existir sin propiedad privada de los medios de producción y libre intercambio y, 5) que, en la medida que un gobierno interfiere en el proceso de¡ mercado, en esa medida se distorsiona la estructura de precios y, por tanto, se convierte la economía en ineficiente. Alguien dijo: «De la historia aprendemos que nada aprendemos de la historia». Léase el siguiente artículo y se verá mucha similitud entre las medidas que destruyeron el Imperio Romano y las medidas que hemos adoptado y seguimos adoptando.

CONSIDERACIONES EN TORNO A LA DECADENCIA DE LA CIVILIZACIÓN CLÁSICA

LUDWIG VON MISES

Percatarse, en la medida exacta, de cuáles son las consecuencias generadas por la interferencia de los poderes públicos en los precios, hace ver, con meridiana claridad, las causas de orden económico que dieron lugar a un hecho de trascendencia capital en la historia: el ocaso de la civilización clásica.

Carece de interés determinar si la organización económica del Imperio Romano constituía sistema capitalista o no. Lo que sí puede afirmarse, sin lugar a dudas, es que, al llegar el Imperio a su cenit en el siglo II bajo los antoninos, los emperadores «buenos», se había instaurado un avanzado régimen de división social del trabajo al amparo de un activo comercio interregional. Varios centros metropolitanos, un número considerable de ciudades y muchas aglomeraciones urbanas más pequeñas constituían los núcleos de una civilización refinada. Los habitantes de estas poblaciones eran abastecidos de alimentos y materias primas procedentes, no ya de las comarcas agrícolas próximas, sino que también de lejanas provincias. Algunos de estos suministros afluían en concepto de rentas que los ciudadanos ricos retiraban de sus propiedades rústicas. Pero la porción más considerable provenía del intercambio de los productos manufacturados por los habitantes de la ciudad y los artículos ofrecidos por la población rural. Registrábase un comercio intensivo entre las distintas regiones del vasto Imperio. No sólo las industrias, sino también la agricultura, tendían a especializarse cada vez más. Las diversas partes del Imperio no eran ya económicamente autárquicas; más bien, operaban mutuamente interdependientes.

No fueron las invasiones bárbaras la causa y origen de la caída del Imperio Romano y del ocaso de su civilización, sino el resquebrajamiento de aquella interconexión económica. Los agresores exteriores no hicieron más que aprovechar la oportunidad que la debilidad interna del Imperio les ofrecía. Desde el punto de vista militar, las hordas invasoras de los siglos IV y V no eran en modo alguno superiores a aquellas otras, fácilmente vencidas por las legiones imperiales poco antes. Roma era la que había cambiado; su estructura económica y social pertenecía ya al medievo.

La libertad que Roma reconociera a la economía siempre estuvo mediatizada El comercio de cereales y demás bienes considerados de primera necesidad fue objeto de una intervención mayor que otros aspectos de la actividad mercantil. Se consideraba inmoral e injusto pedir por el trigo, el aceite o el vino los artículos esenciales de aquellos tiempos precios superiores a los que la gente tenían por normales. Las autoridades municipales intervenían enérgicamente para cortar lo que consideraban abusos de los especuladores. De esta suerte se impedía el desenvolvimiento de un eficiente comercio mayorista de aquellos productos. La política de las annona es decir, la nacionalización o municipalización del comercio de granos pretendía subsanar los fallos. Pero sus efectos eran más bien contraproducentes. Los cereales escaseaban en las aglomeraciones urbanas y los agricultores se quejaban de que su cultivo no era remunerador[i] La interferencia de la autoridad impedía que se equilibrara la oferta con la reciente demanda.

El desastre sobrevino cuando, ante los disturbios políticos de los siglos III y IV, los emperadores se dedicaron a rebajar y envilecer la moneda. Tales prácticas, unidas a unos congelados precios máximos, paralizaron la producción y el comercio de los artículos básicos, desintegrando la organización económica de la sociedad. Cuanto más celo desplegaban las autoridades en hacer respetar las tasas, tanto más desesperada se hacía la situación de las masas urbanas, que dependían siempre de la adquisición de productos alimenticios. El comercio de granos y de otros artículos de primera necesidad desapareció por completo. Para no morir de hambre, la gente huía de las ciudades, refugiándose en el campo, dedicándose al cultivo de cereales, olivos, vides y otros productos, pero tan sólo para su propio consumo. Por otra parte, los grandes terratenientes restringieron las superficies dedicadas al cultivo de cereales y comenzaron a fabricar en sus granjas las villae los productos de artesanía que precisaban. Paso a paso, la agricultura en gran escala, seriamente amenazada ya por el escaso rendimiento del trabajo de los esclavos, dejó de estar racionalizada cuando no fue posible vender a precios remuneradores. Como los propietarios rurales no podían vender en las ciudades, los artífices urbanos perdieron también su clientela. Para cubrir las necesidades requeridas por la explotación agraria hubieron de acudir a emplear, en la propia villa, artesanos que trabajaran por su cuenta. Así, el terrateniente abandonó la explotación en gran escala y se convirtió en mero perceptor de la renta abonada por arrendatarios y aparceros. Estos coloni eran, o esclavos liberados, o proletarios urbanos que se establecían en los pueblos y volvían a labrar la tierra. Surgió una tendencia en los latifundios a la autarquía. La actividad económica de las ciudades, el tráfico mercantil y el desenvolvimiento de las manufacturas urbanas se redujo de modo notable. El progreso de la división del trabajo, tanto en Italia como en las provincias del Imperio, se contuvo. La estructura económica de la antigua civilización, que tan alto nivel alcanzara, retrocedió a lo que hoy se denomina feudal de la Edad Media.

Los emperadores se alarmaron ante tal estado de cosas, que minaba gravemente su poderío militar y financiero. Pero las medidas adoptadas resultaron ineficaces por cuanto no atacaban la raíz del mal. Apelar a la coerción y compulsión para invertir la registrada tendencia hacia la desintegración social era contraproducente, si se advierte que precisamente la descomposición traía su origen en el haberse aplicado desacertadamente medidas de fuerza y coacción. Ningún romano fue capaz de intuir que la decadencia del Imperio era consecuencia de la ingerencia estatal en los precios y del envilecimiento de la moneda. Era inútil que los emperadores dictaran leyes contra el habitante de la ciudad que relicta civitate rus habitare maluerit[ii]. El sistema de las leiturgia los servicios públicos que habían de prestar los ciudadanos ricos no hacía más que acelerar el proceso de descomposición del régimen de división del trabajo. Las disposiciones relativas a las obligaciones especiales de los navieros, los navicularii, no tuvieron más éxito en su pretensión de detener la decadencia de la navegación que las leyes cerealistas en su aspiración a apartar los obstáculos que dificultaban abastecer de productos agrícolas a las aglomeraciones urbanas.

La maravillosa civilización de la antigüedad desapareció porque fue incapaz de amoldar su código moral y su sistema legal a las exigencias de la economía de mercado. Cualquier sistema social se halla inexorablemente condenado a perecer cuando los actos humanos indispensables para que funcione normalmente son menospreciados por la moral, declarados contrarios al derecho por los códigos y perseguidos por jueces y magistrados. El Imperio Romano sucumbió porque sus ciudadanos ignoraron el espíritu liberal y repudiaron la iniciativa privada. El intervencionismo económico y su corolario político, el gobierno dictatorial, descompusieron la poderosa organización de aquel Imperio, como también harán, en el futuro, con cualquier otro régimen social.

El Imperio Romano sucumbió porque sus ciudadanos ignoraron el espíritu liberal y repudiaron la iniciativa privada. El intervencionismo económico y su corolario político, el gobierno dictatorial, descompusieron la poderosa organización de aquel Imperio, como también harán, en el futuro, con cualquier otro régimen social.

[i] Vid. Rostovitzeff. The Social and Economic History of the Roman Empire. (Oxford, 1926), pág. 187.

[ii] Corpus Juris Civilitis , 1. un. C.X.37.