Año: 14, Enero 1972 No. 262

EL RESENTIMIENTO DE LA AMBICION FRUSTRADA

Ludwig von Mises

N.D. Tomado del libro «LA MENTALIDAD ANTICAPITALISTA», L. von Mises

En una sociedad basada en la casta y la jerarquía el individuo puede atribuir la adversidad de su destino a circunstancias fuera de su control. Es esclavo porque los poderes sobrehumanos que determinan todas las cosas le han asignado esta condición.

No es culpa suya y no tiene motivos para avergonzarse de su inferioridad. Su mujer no puede quejarse de su situación, y si le dijera: «¿Por qué no eres duque? Si tú fueras duque, yo sería duquesa», obtendría esta respuesta: «Si mi padre hubiera sido duque, no me habría casado contigo que eres una esclava, sino con la hija de otro duque; si no eres duquesa, tú y solamente tú tienes la culpa; ¿Por qué no fuiste más inteligente al escoger padres?».

Bajo el capitalismo la cosa es muy diferente. Aquí la posición de cada uno en la vida depende de sí mismo. Todo aquel que no ha alcanzado lo que ambicionaba sabe perfectamente que ha dejado perder oportunidades y que sus semejantes le han juzgado y postergado. Cuando su esposa le reprocha: «¿Por qué no ganas más que ochenta dólares a la semana? Si fueras tan inteligente como tu antiguo amigo Pablo, serías encargado de taller y yo viviría mejor, se percata de su propia inferioridad y se siente humillado.

La deshumana dureza del capitalismo, tan comentada, consiste precisamente en que trata a cada uno según haya contribuido al bienestar de sus semejantes. El principio «a cada uno según sus merecimientos», no admite excusas basadas en la limitación personal. Cualquiera se da cuenta de haber fracasado donde otros triunfaron. Tampoco ignora que muchos de los envidiados son hombres que se hicieron a sí mismos y que arrancaron del mismo punto de donde él partió. Y lo que es mucho peor, estas realidades constan igualmente a todos los demás. En la mirada de su mujer y de sus hijos lee un tácito reproche: «¿Por qué no fuiste más listo?». Comprueba cómo la gente admira a quienes triunfaron y en cambio contempla su fracaso con menosprecio o pena.

Muchos se sienten desgraciados bajo el capitalismo por cuanto este sistema otorga a todos la oportunidad de alcanzar las posiciones más envidiables, que, naturalmente, sólo unos pocos conseguirán. Por mucho que ganemos, lo obtenido siempre será una fracción mínima de lo que nuestra ambición anhelaba. Constantemente nos enfrentamos con gentes que triunfaron donde nosotros fracasamos. Existen seres que nos aventajan y respecto a los cuales alimentamos subconscientes complejos de inferioridad. Tal es la actitud del vagabundo con respecto al trabajador estable, del obrero frente al capataz, del empleado ante el director, del director para con el presidente, del hombre que posee trescientos mil dólares hacia el millonario, etc. La confianza en sí mismo y el equilibrio moral de cada uno se quebranta al contemplar a aquellos que demostraron mayor capacidad y mejor disposición. Todos constatan su derrota e ineficacia.

Justus Möser inicia la larga serie de autores alemanes que se opusieron radicalmente a las ideas «occidentales» de la ilustración y la filosofía social del racionalismo, el utilitarismo y el laissez faire, combatiendo la política propugnada por estas escuelas. Así, Möser se irritaba contra las nuevas ideas que hacían depender los ascensos de los oficiales del ejército y funcionarios del Estado, del mérito y capacidad personales, prescindiendo de su cuna y noble linaje, de la edad y años de servicios. La vida resultaría insoportable en una sociedad donde el éxito dependiera exclusivamente del mérito personal, añade Möser. La naturaleza humana nos inclina a sobreestimar nuestra capacidad y nuestros merecimientos. Si la posición de un hombre en la vida se halla condicionada por factores independientes de su propia valía, quienes ocupan los lugares inferiores de la escala social toleran la situación y, conscientes de sus méritos personales, no pierden la dignidad ni el respeto a sí mismos. Pero todo cambia si sólo el mérito decide. El fracasado se siente insultado y humillado. Un sentimiento de odio y animosidad contra quienes le superaron forzosamente le embargará[i]

Pues bien, esa sociedad en la que el mérito y la propia ejecutoria determinan el éxito o el fracaso del hombre es la que el capitalismo extendiera mediante la mecánica del mercado y los precios. Coincidamos o no con la animosidad de Möser contra el principio del mérito, es forzoso admitir que acertó en el análisis de algunas de sus consecuencias psicológicas. Vio con claridad la reacción de quienes, puestos a prueba, flaquearon.

Para consolarse y recuperar la confianza en sí mismos buscan una víctima propiciatoria. Intentan convencerse de que el fracaso no les es imputable. Estímanse al menos tan brillantes, tan eficientes y diligentes como quienes les eclipsan. Pero por desgracia nuestro nefasto orden social no premia a los más meritorios; galardona, por el contrario, al malvado y sin escrúpulos, al estafador, al explotador, al «individualista sin entraña». Fue su propia honradez la causa de su fracaso. Él era demasiado honesto para recurrir a las bajas tretas mediante las cuales sus rivales se encumbraron. Bajo el capitalismo, a fin de cuentas, uno ha de optar entre la pobreza honrada o la turbia riqueza. Él, por su parte, gracias a Dios sean dadas, optó por la primera.

La búsqueda de víctima propiciatoria constituye la reacción propia de las gentes que viven bajo un orden social que retribuye al individuo según sus merecimientos, en tanto en cuanto ha contribuido al bienestar de sus semejantes y donde cada uno es el artífice de su propia suerte. Dentro de aquel orden, cualquiera, cuyas ambiciones no han sido plenamente satisfechas, se convierte en un resentido ante el éxito de quienes alcanzaron mejores posiciones. Los menos inteligentes traducen sus sentimientos en calumnias y difamaciones. Los más hábiles no recurren a la calumnia. Prefieren enmascarar su odio tras elucubraciones filosóficas y formular el ideario del anticapitalismo con miras a ahogar aquella voz interior denunciadora de que su fracaso sólo a ellos les es imputable. Mantienen su acusación contra el capitalismo tan fanáticamente, por cuanto se hallan convencidos de la falsedad de su crítica.

El sufrimiento provocado por la frustración de las propias ambiciones es consubstancial a todo orden social basado en la igualdad ante la ley. En realidad no es la igualdad ante la ley lo que origina tal padecer, sino el hecho de que precisamente la igualdad ante la ley hace resaltar la desigualdad existente entre los hombres, en lo que se refiere a su vigor intelectual, fuerza de voluntad y capacidad de trabajo. De manera despiadada se pondrá de manifiesto el abismo existente entre lo que en verdad cada hombre es y realiza y la valoración que cada uno concede a su ser y ejecutoria. Cuantos no aciertan a ponderar su genuina valía tienden a soñar despiertos, refugiándose en un fantasmagórico «mundo mejor» donde cada uno sería recompensado con arreglo a su «verdadero mérito».


[i] MÖSER, Ningún ascenso según los méritos, publicada en primera edición en 1772, (JUSTUS MÖSER, Sammtliche Werk, Ed. B. R. Abeken, BerIin, 1842, vol. II, Ps. 187-191).