Año: 14, Febrero 1972 No. 263

EL RESENTIMIENTO DE LOS PARIENTES

Ludwig von Mises

N.D. Tomado del Libro «LA MENTALIDAD ATICAPITALISTA»L von Mises, que puede obtenerse en el CEES en inglés o español.

En el mercado libre de interferencias externas regístrase un ininterrumpido proceso que tiende a encomendar el manejo de los factores de producción a los individuos más eficientes.

Las grandes fortunas acumuladas gracias a anteriores éxitos cosechados al proveer de la mejor manera posible las necesidades en cada momento más urgentemente sentidas, comienzan a desaparecer tan pronto como el empresario flaquea en aquel cometido. A menudo estas menguas en su fortuna se inician ya en vida del propio interesado cuando su vitalidad, energías y habilidades se debilitan por efecto de la vejez, del cansancio y de la enfermedad y disminuye su capacidad para adaptar la producción a la siempre cambiante estructura del mercado. Ahora bien, frecuentemente es la indolencia de sus herederos la que dilapida las riquezas acumuladas. Pero cuando pese a su estolidez y torpeza los derechohabientes no recaen en la insignificancia y logran, no obstante su incompetencia, conservar la fortuna, es porque instituciones y medidas políticas de signo anticapitalista les protegen. Aceptan su exclusión del tráfico mercantil toda vez que en el mercado libre no es posible conservar la fortuna más que volviendo a ganarla diariamente en dura competencia con todo el mundo, no sólo con las empresas consagradas, sino también con nuevos y audaces contrincantes siempre renovados. Adquieren valores del Estado buscando la protección del Poder público, que ofrece salvaguardarlos de los peligros del mercado, dentro del cual la ineficacia se castiga con pérdidas patrimoniales.[i]

Sin embargo, hay familias en que las excepcionales condiciones requeridas para el éxito empresarial se transmite a lo largo de generaciones. Algunos de los hijos, nietos o incluso bisnietos igualan o superan al fundador. La riqueza del antepasado no se disipa, sino que se acrecienta.

Estos casos, naturalmente, no son frecuentes y llaman la atención no sólo por su rareza, sino también porque los hombres que saben incrementar un negocio heredado gozan de un doble prestigio: el que merecían sus padres y el que ellos merecen. Estos a quienes denominan «patricios» las personas que no saben distinguir entre una sociedad jerarquizada en estamentos y la sociedad capitalista, generalmente unen a una esmerada educación, gusto refinado y elegancia personal la pericia y laboriosidad del activo hombre de negocios. Y algunos figuran entre los empresarios más ricos de su país e incluso del mundo.

Conviene analizar las cualidades de estos escasos potentados que aparecen en el seno de las familias llamadas patricias al objeto de explicar un fenómeno que influye poderosamente en las modernas maquinaciones y propagandas anticapitalistas.

Las cualidades necesarias para la acertada dirección de la gran empresa, ni siquiera en estas afortunadas familias, son heredadas por todos los hijos y nietos. Generalmente, sólo un miembro o todo lo más dos de cada generación están dotados de estas cualidades. Siendo ello así para el mantenimiento de los negocios y riquezas de la familia es ineludible que la dirección sea confiada a ese uno o a esos dos y que los restantes miembros queden relegados a meros receptores de parte de los beneficios. Los sistemas elegidos para estos arreglos varían de un país a otro, según sean sus disposiciones administrativas y legales. Sin embargo, el resultado es siempre el mismo: dividir la familia en dos categorías, la de los dirigentes y la de los dirigidos.

Integran el segundo grupo por lo general personas estrechamente emparentadas con los que podríamos llamar «los jefes», es decir, sus hermanos, primos, sobrinos y aun más a menudo sus hermanas, cuñadas viudas, primas, sobrinas, etc. Llamaremos a los miembros de esta segunda categoría «Los parientes».

Los «parientes» se lucran con la rentabilidad de la empresa; sin embargo, desconocen la vida del negocio y no saben una palabra de los problemas que tiene que resolver el empresario. Han sido educados en colegios e internados de lujo, cuya atmósfera estaba saturada de un altanero desprecio hacia los «filisteos», que sólo sienten la preocupación de ganar dinero. Algunos «parientes» no piensan más que en cabarets y diversiones, apuestan y juegan, van de fiesta en fiesta y de juerga en juerga, en costoso libertinaje. Otros se dedican, como meros aficionados, a la pintura, la literatura u otras artes. La mayor parte de estas personas llevan, pues, una vida ociosa e inútil.

Sin embargo, no cabe olvidar que siempre hubo excepciones y que la fecunda labor realizada por algunos de los miembros de este grupo ampliamente compensa la escandalosa conducta de los juerguistas y derrochadores. Porque es lo cierto que muchos entre los más eminentes estadistas, escritores y eruditos pertenecían al grupo de «caballeros sin ocupación».. Libres de la necesidad de ganarse la vida con un trabajo remunerado y emancipados de la coacción social pudieron desarrollar nuevos idearios. Otros, carentes de dotes artísticas, convirtiéndose en los Mecenas, sin cuyo concurso financiero y apoyo moral muchos renombrados artistas no hubieran podido realizar su labor creadora. Buen número de historiadores han subrayado el papel que los hombres de dinero desempeñaron en la evolución intelectual y política de la Gran Bretaña. Y en Francia fue le monde, la «buena sociedad», la que creó el ambiente que permitió vivir y prosperar a los escritores y artistas del siglo XIX.

Pero no hemos de ocuparnos ni de la frivolidad de los «señoritos» ni de las meritorias actuaciones de otros miembros de las clases acomodadas. Por el contrario, lo que interesa analizar es el papel desempeñado en la difusión de las doctrinas tendentes a destruir la economía de mercado por un grupo de los llamados «parientes».

En efecto, muchos de estos «parientes» están convencidos de haber sido perjudicados por las normas que regulan la relación financiera en las empresas familiares y sus dirigentes. Siempre imaginan que en la distribución de beneficios ellos reciben poco y los jefes demasiado, tanto si las normas distributivas derivan de las disposiciones testamentarias del padre o del abuelo como si fueron libremente pactadas entre los interesados.

Desconocedores de la mecánica de los negocios y del mercado, hállanse convencidos como Marx de que el capital automáticamente «engendra beneficios».. No ven razón alguna para que los miembros de la familia que dirigen los negocios ganen más que ellos. Torpes en exceso para interpretar correctamente los balances y las cuentas de pérdidas y ganancias, malician en todo acto del jefe una aviesa intención de engañarles, privándoles de la posición que heredaron, por lo que continuamente se querellan con ellos.

No es sorprendente que los jefes pierdan los estribos. Hállanse orgullosos de los éxitos que consiguen en su lucha contra las dificultades y cortapisas que a los grandes negocios opone el gobierno y las organizaciones sindicales. Están seguros que a no ser por su eficiencia y celo se hubiera derrumbado la empresa o la familia se hubiera visto obligada a desprenderse de ella. Piensan que los «parientes» deberían proclamar sus méritos y reputan sus quejas injustas y ultrajantes.

Las disputas domésticas entre jefes y «parientes» afectan sólo a los miembros del «clan». Pero cobran trascendencia general cuando los «parientes», para molestar a los jefes, se pasan al campo anticapitalista financiando toda clase de aventuras «izquierdistas». Aplauden las huelgas, incluso cuando afectan a las fábricas de las que proceden sus propias rentas[ii] un hecho notorio que la mayor parte de las revistas «progresistas» muchos periódicos de izquierda están financiados mediante generosas aportaciones de ciertos «parientes». Estos «parientes» dotan a las universidades, colegios e instituciones progresistas para que lleven a cabo «estudios sociales», patrocinando toda clase de actividades de signo comunista. Como «socialistas o bolcheviques de salón» desempeñan un papel importante en el «ejército proletario» que lucha contra el «funesto régimen capitalista».


[i] En Europa, hasta hace poco tiempo, había otro medio de salvaguardar una fortuna de la torpeza y prodigalidad de su poseedor. La riqueza adquirida en el mercado podía invertirse en grandes fincas rústicas que quedaban protegidas contra la competencia mediante aranceles y otras medidas legales. La institución del mayorazgo en la Gran Bretaña y sistemas de vinculación análogos en el continente impedían al propietario disponer de su patrimonio en perjuicio de sus herederos.

[ii] Lujosos automóviles con chóferes uniformados conducían a damas distinguidas a las líneas de «piquetes», incluso tratándose de huelgas dirigidas contra negocios, gracias a los cuales se pagaban los «limosines». (EUGENE LYONS,The Red Decade, New York, 1941, p,186) (Las itálicas son mías).