Año: 14, Marzo 1972 No. 265

LA LIBERTAD DE PRENSA

Ludwig von Mises

N.D. Tomado del Libro «LA MENTALIDAD ANTI-CAPITALISTA», L. von Mises.

La libertad de prensa constituye una de las principales notas distintivas de las naciones libres. Fue tema fundamental de programa político del viejo liberalismo clásico. Nadie ha conseguido nunca oponer una objeción sólida al razonamiento de los dos libros clásicos, Areopagitica, de John Milton, 1644, y On Liberty, de John Stuart Mill, 1859. La impresión sin licencia previa es presupuesto básico de la libertad de expresión.

Sólo puede existir prensa libre allí donde los medios de producción quedan en manos de los particulares. En una comunidad socialista, donde el papel, las imprentas, etcétera, sean propiedad del gobierno, no cabe hablar de prensa libre. Únicamente el gobierno decide quién ha de tener tiempo y oportunidad para escribir y qué se ha de imprimir y publicar. Comparada con la Rusia soviética, incluso la Rusia zarista nos parece ahora un país de prensa libre. Cuando los nazis realizaron sus famosas quemas públicas de libros, no hacían sino seguir las indicaciones de uno de los grandes autores socialistas: Cabet.[i]

Como quiera que todos los países avanzan hacia el socialismo, la libertad de prensa poco a poco se desvanece. Cada día resulta más difícil publicar un libro o un artículo cuyo contenido moleste al gobierno o a los grupos más influyentes. Todavía no se «liquida» al disidente como en Rusia, ni se queman sus libros por orden de la Inquisición. Y tampoco se ha vuelto al antiguo sistema de censura. Los partidos, que se califican a sí mismos de progresistas, disponen de armas más eficaces. Su decisivo instrumento de opresión consiste en boicotear a escritores, editores, libreros, impresores, anunciantes y lectores.

Todo el mundo es libre para abstenerse de leer los libros, revistas y periódicos que no le gusten e incluso para recomendar a terceros que los rechacen. Pero es muy distinto que unos amenacen a otros con graves represalias si no dejan de favorecer a ciertas publicaciones y a sus editores. En muchos países, los diarios y revistas se asustan ante la perspectiva de un boycot por parte de los sindicatos obreros. Rehuyen toda discusión sobre el tema y se someten vergonzosamente a los dictados de los capitostes sindicalistas.[ii]

Estos líderes obreristas son mucho más susceptibles que los emperadores y reyes del pasado. No admiten bromas. Tal susceptibilidad ha hecho enmudecer la legítima sátira teatral en comedias y revistas y ha condenado al cine a la esterilidad.

En el ansíen régime, los teatros eran libres para representar las obras en que Beaumarchais ridiculizaba a la nobleza y la inmortal ópera de Mozart. Bajo el segundo imperio francés, Offenbach y Halévy, en La Gran Duquesa de Gerolstein, satirizaban el absolutismo, el militarismo y la vida de la corte. El mismo Napoleón III y algunos otros monarcas europeos disfrutaban viendo las comedias que les ponían en solfa. En la época victoriana, el censor de los teatros británicos, el lord Chambelán, no puso dificultades a la representación de las revistas de Gilbert y Sullivan que ridiculizaban las venerables instituciones en que se basaba la acción de gobierno en la Gran Bretaña. Los palcos estaban llenos de nobles lores, mientras en el escenario el conde montararat cantaba: «La Cámara de los Lores nunca tuvo pretensiones de altura intelectual».

En nuestros días es imposible satirizar desde los escenarios a quienes detentan el poder. No se tolera ninguna alusión irrespetuosa sobre los sindicatos obreros, las muualidades, las empresas socializadas, los déficits del presupuesto y otras realidades del estado-providencia. Los capitostes de los sindicatos y los funcionarios son sagrados. El teatro sólo puede recurrir a aquellos manidos tópicos que han degradado la opereta y las farsas de Hollywood.


[i] Cf. CABET, Voyage en Icarle, Paris, 1848, p. 127.

[ii] Sobre el sistema de boycott establecido por la Iglesia católica, cf. P. BLANCHARD, American Freedom and Catholic Power , Boston, 1949. .ps. 94-198.