Año: 14, Marzo 1972 No. 266

EL FANATISMO DE LA GENTE DE PLUMA

Ludwig von Mises

N.D. Tomado del libro «LA MENTALIDAD ANTICAPITALISTA», L. von Mises.

Al simple observador de la ideología que hoy en día prevalece podría, fácilmente, pasarle por alto la intolerancia de quienes moldean la opinión pública, así como las maquinaciones empleadas para ahogar la voz del disidente. Al parecer la gente no está de acuerdo en cuanto a cuáles sean los problemas a dilucidar.

Comunistas, socialistas e intervencionistas, integrados en diversas sectas y escuelas, se combaten con tal ardor que nadie llega a fijar la atención en los dogmas fundamentales en torno a los cuales unos y otros coinciden por completo. Por otra parte, los escasos pensadores independientes que osan poner estos dogmas en tela de juicio quedan, virtualmente, relegados al ostracismo, de tal suerte que sus ideas difícilmente llegan al público lector. La impresionante máquina de propaganda y proselitismo «izquierdista» ha triunfado plenamente en su empeño de que ciertos temas sean tabú. La intolerante ortodoxia de las escuelas que a sí mismas se califican de «heterodoxas» prevalece por doquier.

Este «heterodoxo» dogmatismo no es otra cosa que contradictoria y confusa mezcolanza de doctrinas diversas e incompatibles entre sí. Nos encontramos ante un eclecticismo de la peor especie, ante una caótica colección de conjeturas derivadas de doctrinas falaces y conceptos erróneos cuya improcedencia tiempo ha quedó demostrada. Hállase integrada por fragmentos inconexos tomados no sólo de numerosos autores socialistas «utópicos y «científicos», sino también de los fabianos, institucionalistas americanos, sindicalistas franceses, tecnócratas y de la escuela histórica alemana.

Reincídase en los errores de Godwin, Carlyle, Ruskin, Bismarck, Sorel, Veblen y de legión de autores menos conocidos.

Constituye dogma fundamental de tal ideario suponer que la pobreza es consecuencia de inicuas instituciones sociales. La instauración de la propiedad y de la empresa privada fue el pecado original que privó a la humanidad de la dichosa vida del Edén. El capitalismo tan sólo beneficia al interés egoísta de explotadores sin entrañas. Condena a la honrada masa a una degradación y pobreza progresivas. Preciso es que esa gran deidad, llamada Estado, doblegue a los avarientos explotadores. La idea de «servicio» debe sustituir a la idea de «lucro». Por fortuna, asegúrase, ni las intrigas ni las brutalidades de los malvados «reyes de las finanzas», logran paralizar el movimiento reformista. El advenimiento de una era de planificación centralizada es inevitable. Habrá abundancia y riquezas para todos. Quienes anhelan impulsar esta gran transformación llámanse progresistas por cuanto pretenden laborar por la consecución de un ideal no sólo deseable, sino también conforme con las leyes inexorables de la evolución histórica. Menosprecian como reaccionarios a quienes, en vano empeño quieren detener el llamado progreso.

De acuerdo con estas ideas, los progresistas abogan por la implantación de medidas que, en su opinión, de inmediato aliviarían la suerte de las masas dolientes. Recomiendan, por ejemplo, la expansión del crédito y el aumento de la circulación fiduciaria la fijación de salarios mínimos decretados y mantenidos mediante la coacción y violencia del Estado o de los sindicatos obreros; el control de precios de los artículos de primera necesidad y de los alquileres, así como otras medidas intervencionistas Sin embargo, la ciencia económica ha demostrado la imposibilidad de que tales panaceas den lugar a los resultados apetecidos Fruto de estas medidas es la provocación de situaciones más insatisfactorias todavía desde el punto de vista de quienes recomendaban su aplicación que las que se pretendía alterar. La expansión crediticia da lugar a reiteradas crisis y depresiones. La inflación provoca un alza vertiginosa de los precios de todos los bienes y servicios. La pretensión de imponer coactivamente salarios superiores a los que el mercado libremente hubiera señalado ocasiona paro en masa de duración indefinida. Las tasas sólo sirven para restringir la producción de los bienes afectados. La ciencia económica ha evidenciado la realidad de tales asertos de modo irrefutable. Ninguno de los seudoeconomistas izquierdistas ha intentado siquiera contradecir estas verdades.

El cargo fundamental que los progresistas formulan contra el capitalismo consiste en suponer que la periódica aparición de crisis, depresiones y paro constituye fenómeno consustancial a dicho sistema. Ahora bien, en cuanto queda por el contrario evidenciado que tales fenómenos son consecuencia de las medidas intervencionistas tendentes a mejorar el funcionamiento de la mecánica capitalista y a aliviar la situación del hombre medio, los dogmas en cuestión reciben mortal golpe. Como quiera que los progresistas no logran formular serias objeciones a las enseñanzas de los economistas, procuran ocultarlas al conocimiento público y en especial a intelectuales y estudiantes universitarios. Cualquier alusión a estas herejías se halla formalmente vedada. Quienes los propugnan se ven insultados, disuadiéndose a los estudiosos de leer «tantas estupideces».

Para el dogmático progresista existen dos grupos antagónicos que se disputan la parte de «renta nacional» que deba corresponder a cada uno de ellos. Los terratenientes, empresarios y capitalistas, a quienes se suele designar con el nombre de «empresa», no están dispuestos a dejar para el «trabajo» es decir, obreros y empleados más que una minucia, apenas superior a lo estrictamente indispensable para vivir. Los trabajadores, según es fácil comprender, irritados por la codicia de los patronos, aceptan de buen grado las propuestas más radicales, las del comunismo, que aspiran a suprimir la propiedad privada. Pese a todo, la mayoría de la clase trabajadora tiene moderación bastante para rehuir un radicalismo excesivo. Rechaza el comunismo y de momento se aquieta aun no recibiendo la totalidad de las rentas «no ganadas». Aspira a una solución intermedia, consistente en el dirigismo económico, el estado-paternalista, el socialismo. En esta pugna se recurre como árbitros a los intelectuales que en teoría no son beligerantes. Ellos, los profesores, los escritores, representantes de las ciencias y de las letras, sabrán resistir a los extremistas de ambos grupos, tanto los que abogan por el capitalismo como los que defienden el comunismo. Apoyarán a los moderados. Defenderán la planificación, el estado-providencia, el socialismo y propugnarán las medidas tendentes a domeñar la codicia del empresario, impidiéndole abusar de su poderío económico.

Innecesario parece reincidar en un detallado análisis de los desaciertos y contradicciones que tal modo de razonar implica. Bastará con destacar tres errores básicos. Primero: El gran conflicto ideológico de nuestra época no gira en torno al modo de distribuir la «renta nacional». En modo alguno se trata de una lucha entre dos clases, cada una de las cuales pretenda apropiarse el mayor porcentaje posible del montante a distribuir. Por el contrario trátase de determinar cuál sea desde el punto de vista económico el mejor sistema de organización social. Hay que dilucidar cuál de los dos sistemas capitalismo o socialismo permite al esfuerzo humano mayor productividad en orden a la elevación del nivel medio de vida. Se trata igualmente de determinar si el socialismo puede sustituir eficazmente al capitalismo, es decir, si bajo el socialismo cabe ordenar racionalmente la producción basándose en el cálculo económico. Los socialistas, negándose tercamente a discutir estos temas, ponen de manifiesto su intolerante dogmatismo. Es axiomático para ellos que el capitalismo constituye el peor de los males y que el socialismo encarna cuanto es beneficioso. El análisis de los problemas económicos de un estado socialista se reputa «crimen de lesa majestad». Pero como quiera que las condiciones del sistema político occidental no permiten todavía castigar semejantes delincuencias a la manera rusa, les insultan y denigran y boicotean poniendo en duda la rectitud de sus motivaciones [i]

Segundo: No existe diferencia alguna de índole económica entre socialismo y comunismo. Ambos términos se refieren a un mismo sistema económico de organización social, es decir, la propiedad colectiva de los medios de producción frente a la propiedad privada de los mismos factores, característica del capitalismo. Los dos términos socialismo y comunismo, son sinónimos. El documento que todos los socialistas marxistas consideran base inalterable de su doctrina se titula «Manifiesto Comunista». Por otra parte, el imperio comunista se conoce oficialmente bajo el nombre de «Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas» (URSS)[ii]

El antagonismo entre el comunismo imperante y los partidos socialistas no afecta al objetivo final. Se centra en torno a la aspiración de los dictadores rusos a subyugar al mayor número posible de países y especialmente a los Estados Unidos, así como en lo referente a si la implantación de su programa ha de realizarse por vías legales o mediante la conquista violenta del poder.

Es más, los conceptos «dirigismo» y «paternalismo, empleados por gobernantes, políticos, economistas y el común de la gente no significan en definitiva cosa distinta al objetivo final del comunismo y socialismo. La planificación implica que los planes estatales deben reemplazar a los planes privados. Equivale a anular la capacidad de los empresarios y capitalistas para emplear sus bienes en la forma que estimen más acertada, obligándoles a atenerse a las directrices emanadas de la oficina o junta central planificadora. Lo que equivale a transferir al Estado la función directiva de empresarios y capitalistas.

En su consecuencia supone grave error pensar que el socialismo, el dirigismo o el estado-providencia brindan soluciones para la organización económica de la sociedad diferentes al comunismo, en razón a ser «menos absolutos» y «menos radicales». Tampoco cabe reputarles antídotos del comunismo como muchos pretenden. La moderación del socialista estriba tan sólo en que no hace entrega de los documentos secretos de su país a los agentes de Rusia ni máquina la muerte de los burgueses anticomunistas. Esta diferencia, desde luego, tiene trascendencia. Ahora bien, no afecta para nada a los objetivos finales de aquella política.

Tercero: El capitalismo y el socialismo son dos formas completamente diferentes de organización social. El control privado de los medios de producción y el control público de los mismos son nociones contradictorias y no simplemente distintas. No cabe una economía mixta, es decir, un sistema intermedio entre capitalismo y socialismo. Quienes propugnan por soluciones que erróneamente califican de intermedias no buscan un compromiso entre capitalismo y socialismo, sino una tercera fórmula de características peculiares que deberá ser ponderada a tenor de sus méritos propios. Esta tercera solución, denominada intervencionismo por los economistas, no viene a armonizar, como sus defensores piensan, algunas notas características del capitalismo con otras del socialismo. Antes al contrario, tratase de algo distinto tanto del uno como del otro. Cuando el economista asegura que el intervencionismo no sólo impide alcanzar los objetivos propuestos, sino que viene a empeorar la situación, ciertamente no desde el punto de vista de aquél, sino desde el ángulo en que se sitúan los propios intervencionistas, no es un intransigente ni un extremista. Simplemente se limita a describir las consecuencias inevitables del intervencionismo.

Cuando Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista, abogaban por ciertas medidas intervencionistas, no pretendían buscar una transacción entre socialismo y capitalismo. Consideraban tales medidas incidentalmente, las mismas que constituyen hoy la esencia del New Deal y del Fair Deal como los primeros pasos para la plena instauración del comunismo. Ellos mismos proclamaban que era «económicamente ineficaces e indefendibles», propugnándolos tan sólo por cuanto «a medida que se aplican evidencian su insuficiencia y fuerzan a lanzar nuevos ataques contra el antiguo orden social, resultando insustituibles para revolucionar definitivamente el sistema de producción».

De ahí que la filosofía social y económica del progresismo constituya, en realidad, un alegato en favor del socialismo y del comunismo.

EL AMO TEMIBLE

«El gobierno no es razón; no es elocuencia; es la Fuerza! Como el fuego, es un sirviente peligroso, y un amo temible».

George Washington


[i] Estas dos últimas frases no afectan a tres o cuatro escritores socialistas que últimamente desde luego tarde y de un modo muy Insatisfactorio han abordado el examen de los problemas econ6mioos que plantea el socialismo. En cambio, son en absoluto aplicables al resto de los socialistas desde la inlciacl6n de su movimiento hasta nuestros días.

[ii] En orden al intento de Stalin de formular supuestas distinciones entre el socialismo y el comunismo, vid. MISES, Planned Chaos, Irvingtorion-Hudson, 1947, Ps. 44-46 (reproducido en la nueva edición de Socialism, Yale Universlty press. 1951, ps. 552-553).