Año: 14, Abril 1972 No. 267

El Teatro y las Novelas de Tesis Social

Ludwig von Mises

N.D. Tomado del libro «LA MENTALIDAD ANTICAPITALISTA», L. von Mises.

El público seducido por las ideas socialistas pide novelas y comedias socialistas («sociales»). Los escritores que comparten también la misma ideología hállense dispuestos a servir la mercancía pedida. Reflejan situaciones poco satisfactorias, insinuando que constituyen resultado inevitable del capitalismo. Destacan la pobreza y miseria de las clases explotadas, sus lacras corporales y la ignorancia y suciedad en que viven y fustigan el lujo, la estupidez y la corrupción moral de las clases explotadoras. En su opinión, todo lo malo y ridículo es de origen burgués; todo lo bueno y sublime, proletario.

Los escritores que describen la vida de los pobres pueden dividirse en dos clases. La primera, integrada por aquellos que nunca han sido pobres, nacidos y educados en ambiente «burgués» o entre campesinos o asalariados prósperos, no se hallan familiarizados con los ambientes en que sitúan los personajes de sus obras y novelas. Tienen que documentarse acerca de los bajos fondos que aspiran a descubrir antes de iniciar sus producciones literarias. Y así lo hacen. Ahora bien, abordan el estudio sin renunciar a sus prejuicios, conocen anticipadamente lo que van a descubrir. Hállense convencidos de que la vida de los asalariados es más desolada y triste que todo lo imaginable. Cierran los ojos a lo que no desean ver, de tal manera que sólo aprecian las circunstancias que conforman sus ideas preconcebidas. Los socialistas les enseñaron que el orden capitalista inflige sufrimientos sin cuento a las masas y que cuanto más progresa hacia su pleno desarrollo en mayor grado empobrece la mayoría. Sus novelas y obras teatrales están escritas con tesis a fin de demostrar el dogma marxista.

El error de estos autores no radica en su propensión a describir la miseria y la desdicha. Un artista es libre de aplicar su talento a cualquier tema. Lo grave es la interpretación errónea y tendenciosa que dan a la realidad social. No se percatan de que las irritantes circunstancias que destacan no son consecuencia del capitalismo, sino restos del ayer precapitalista o bien efecto de medidas que perturban el normal funcionamiento del capitalismo. No se aperciben de que dicho sistema suprime la miseria en el mayor grado posible al montar la producción en gran escala para cubrir la demanda de la masa. Fijan su atención únicamente en el asalariado en su condición de obrero, sin darse cuenta de que al propio tiempo es el principal consumidor de los productos elaborados mediante su concurso o de las materias primas o productos alimenticios intercambiados por aquellos objetos manufacturados.

La tendencia de dichos escritores a destacar la miseria y abandono de las clases trabajadoras deforma la verdad al insinuar que las situaciones descritas son lógicas y características del régimen capitalista.

Las estadísticas referentes a la producción y venta de cuantos artículos se fabrican en serie claramente demuestran que el asalariado medio, dista mucho de conocer la auténtica miseria.

La figura más destacada de esta escuela de literatura «social» fue Emilio Zola. Marcó el camino que más tarde seguirían multitud de imitadores menormente dotados. Para Zola el arte hallábase íntimamente ligado con la ciencia. Debía basarse en la investigación, reflejando los descubrimientos científicos. En opinión de Zola la aseveración más importante de las ciencias sociales llevaban a la conclusión de que el capitalismo es el peor de los males y que la implantación del socialismo no sólo era inevitable, sino altamente deseable. Sus novelas son «en efecto una colección de homilías socialistas»[i]Ahora bien, el propio Zola pronto sería rebasado, en sus prejuicios y entusiasmo socializante, por la literatura «proletaria» de sus seguidores. Los partidarios de esta literatura aseguran que los mencionados escritores «proletarios» se limitan a reflejar los resultados genuinos de la experiencia proletaria[ii]. Ahora bien, estos autores no se limitan a reflejar hechos. Los interpretan a la luz de las enseñanzas de Marx, Veblen y los Webb. Esta función interpretativa es el alma de sus escritos, la circunstancia que obliga a calificarlos de propaganda socialista. Los autores en cuestión presuponen que los dogmas en que basan su interpretación de los hechos constituyen verdades inconcusas e irrefutables, hallándose también seguros de que sus lectores comparten idéntica convicción. Por ello frecuentemente consideran innecesario mencionar las doctrinas de una manera expresa. Alguna vez se limitan a aludirlas indirectamente. Ahora bien, esto no empece para que la tesis de sus libros se venga abajo una vez se evidencia la inadmisibilidad de seudoeconómicos. Sus obras no son otra cosa que aplicación práctica de las doctrinas anticapitalistas y se derrumban al unísono.

El segundo grupo de novelistas «proletarios» se halla integrado por aquellos nacidos en el propio ambiente proletario que describen. Se han apartado del mundo obrero ingresando en las filas de los profesionales. A diferencia de los autores proletarios de origen «burgués», no han de dedicarse a investigaciones específicas para documentarse acerca de la vida de los asalariados. Les cabe acudir a su propia experiencia.

Dicha personal experiencia les ilustra acerca de realidades que abiertamente contradicen los dogmas básicos del credo socialista. No hay barreras que impidan a los hijos inteligentes y laboriosos, de padres modestos, escalar posiciones mejores. Los propios escritores de origen «proletario» atestiguan este hecho. Les constan las razones por las cuales triunfaron mientras la mayoría de sus hermanos y camaradas no lo consiguieron. En su ascensión hacia el mejoramiento económico, una y otra vez, tropezaron con jóvenes que, como ellos, ansiaban aprender y progresar. No ignoran el por qué unos prosperaron y otros fracasaron. Ahora, al convivir con la sociedad burguesa, se percatan de que la diferencia entre quien gana más y quien gana menos no estriba en las truhanerías de aquel. No se hubieran elevado por encima del nivel en que nacieron si fueran tan estúpidos como para no apreciar que muchos hombres de negocios y profesionales son selfmade men, que, como ellos, empezaron en la pobreza. Advierten que la desigualdad en la riqueza tiene su origen en motivos distintos de los imaginados por el resentimiento socialista.

Cuando tales literatos escriben lo que no son otra cosa que homilías prosocialistas, faltan a la verdad. La insinceridad de sus novelas y obras teatrales las hace despreciables. Son notablemente inferiores a los libros de sus colegas de origen «burgués» quienes, al menos, creen en lo que escriben.

No basta a los escritores socialistas la descripción de las condiciones en que viven las víctimas del capitalismo. También se interesan por reflejar la vida y milagros de los beneficiarios del sistema, los empresarios. Se esfuerzan por descubrir a los lectores cómo se enriquecen. Como quiera que ellos gracias a Dios sean dadas no dominan tan turbios negocios, buscan, ante todo, información en autorizados libros de historia. He aquí lo que los especialistas les cuentan acerca de cómo los «gangsters financieros» y los «voraces tiburones» hicieron sus millones: «Empezó su carrera como turbio traficante de ganado, que compraba a los campesinos y lo llevaba a vender al mercado. Vendía los animales a peso en las carnicerías. Poco antes de conducirlos al mercado les daba sal para que bebieran agua en abundancia. Un galón de agua pesa unas ocho libras. Dadle a una vaca tres o cuatro galones de agua y lograréis un sobrebeneficio al venderla» [iii]

Así es como se describen en docenas y docenas de novelas y obras teatrales las torpes transacciones del personaje más vil de la trama, el hombre de negocios. Los repugnantes capitalistas se hicieron ricos vendiendo acero agrietado y alimentos putrefactos, zapatos con suelas de papel y piezas de algodón que hacía pasar por tejidos de seda. Sobornaban a gobernadores y senadores, jueces y policías y estafaban a sus clientes y operarios. Es una historia bien sabida.

Estos escritores se hallan muy lejos de pensar que sus relatos implícitamente vienen a calificar de perfectos idiotas a todos los americanos victimas fáciles de la superchería de cualquier bribón. El timo de las vacas infladas es el método de estafa más primitivo. Difícil resulta creer que existan en ningún sitio carniceros tan estúpidos como para caer en esta trampa. Desde luego es confiar demasiado en la candidez del lector el suponer que existen comerciantes en los EEUU tan fáciles de timar. Lo mismo ocurre con todas las fábulas similares.

Para el escritor «izquierdista» el hombre de negocios en su vida privada es un bárbaro, un jugador, un borracho. Pasa los días en los hipódromos, las noches en los cabarets para después dormir con su querida. Como Marx y Engels hacían notar «no bastándoles a los burgueses las esposas e hijas de sus obreros, sin mencionar las prostitutas declaradas, se complacen en seducirse unos a otros, sus mujeres». Es de esta suerte como gran parte de la literatura americana describe al empresario estadounidense[iv].


[i] Cf. P. MARTINO, en la EncycIopaedia of the Social Sciences, vol. xv, p. 537

[ii] Cf. J. FREEMAN. Introducción a Proletarian Llierature in the United States, an Anthology, New York, 1935, PS. 9-28

[iii] Cf W. E. WOODWARD (A New American History, New York, 1938, p. 608), en su biografía de un hombre que hizo una donación a un seminario teológico.

[iv] Vid, el brillante análisis de JOHN CHAMBERLAIN, The Busineesman in Fiction. (Fortune, noviembre 1948. ps. 134-148)