Año: 15, Enero 1973 No. 285

El matrimonio contractual

Ludwig Von Mises

N. D. Existen razones morales, psicológicas, e históricas en contra del «capitaIismo», una vez sean reconocidas estas razones, comprenderemos mejor el por qué de ciertos complejos, resentimiento y temor que algunos tienen en contra del capitalismo o sistema de la LIBERTAD. Este es un articulo tomado del libro «EL SOCIALISMO» de Ludwig von Mises.

Es unánime la opinión con respecto a la influencia de lo «económico» en las relaciones sexuales, y se dice que ha sido nefasta. La pureza natural y original de las relaciones sexuales ha sido empañada por consideraciones económicas que se han mezclado a ellas. En ningún campo de la vida humana han sido más perjudiciales la influencia de progreso cultural y sobre todo el crecimiento de la riqueza. Los hombres de los más remotos tiempos se acogían al amor más puro, y antes de la era capitalista el matrimonio y la vida familiar eran tan sencillos como naturales. Estaba reservado al capitalismo traer como consecuencia los matrimonios de interés y de razón, por una parte, y por la otra la prostitución y el libertinaje sexual. Infortunadamente las investigaciones recientes de la historia y de la etnografía han probado la entera falsedad de este concepto y nos han dado una imagen por completo diferente y nueva de la vida sexual en los tiempos más remotos y en los pueblos primitivos. La literatura moderna ha mostrado cómo las condiciones de vida en el campo respondían poco a la idea que se tenía de ella hasta hace poco, cuando se empleaba la bella frase de «la inocencia de las costumbres campesinas». Pero el antiguo prejuicio estaba tan sólidamente arraigado que no podía sufrir conmoción alguna. Por otro lado, la literatura socialista ha tratado de reanimar y popularizar la vieja leyenda con mucho espíritu emocional y con la insistencia que le es propia. De igual manera, se encontrarían pocas personas que no crean que el concepto moderno del matrimonio como contrato es perjudicial a la esencia de la unión de los sexos y que el capitalismo ha destruido la pureza de la vida familiar.

Para el examen científico de las relaciones entre el matrimonio y lo económico es difícil adoptar una actitud respecto de la interpretación de los problemas, inspirada quizá en atendibles e inocentes intenciones, pero excesivamente desprovista de buen sentido. El examen científico no permite juzgar lo que es bueno, noble, moral y virtuoso, pues no cae dentro de su competencia. Pero le será necesario rectificar el concepto corriente sobre un punto importante. El ideal de las relaciones sexuales, tal como lo ve nuestra época, es por completo diferente al de antaño y jamás se estuvo tan cerca de alcanzarlo como en nuestros días. Las relaciones sexuales de los buenos tiempos pasados, medidas conforme al ideal de nuestra época, parecen poco satisfactorias. En consecuencia, este ideal ha debido tomar cuerpo durante el curso de esta evolución que los conceptos corrientes condenan y a la que hacen responsable por virtud de que dicho ideal no está perfectamente realizado aún. Por tal motivo encontramos constancia inmediata de que la doctrina prevaleciente no puede corresponder a las relaciones reales y que esta doctrina voltea todo al revés y no tiene validez alguna para la solución de los problemas.

Con el dominio del principio despótico se encuentra por todas partes la poligamia. Cada hombre tiene tantas mujeres cuantas puede defender. Las mujeres son una de sus propiedades, de las cuales es siempre preferible tener muchas que pocas. De igual manera que se quiere ser dueño siempre de más esclavos y más vacas, se pretende también poseer mayor número de mujeres. El comportamiento moral del hombre hacia sus mujeres es el mismo que hacia sus esclavos y sus vacas. De su mujer exige fidelidad, y él es el único que tiene derecho a disponer de su trabajo y de su cuerpo, pero no se considera ligado de manera alguna a ella. La fidelidad en el hombre implica la monogamia.1Cuando por encima del marido hay todavía un señor más poderoso, éste tiene, entre sus varios derechos, el de disponer de las mujeres de sus súbditos.2El famoso derecho de pernada era un recuerdo de estas costumbres, del cual se encontraba un vago vestigio en las relaciones entre suegro y nuera en la familia primitiva.

La poligamia no ha sido abolida por los reformadores de la moral, ni ha sido la Iglesia quien primero la ha combatido. Durante siglos el cristianismo no levantó barrera alguna a la poligamia de los reyes bárbaros, y Carlomagno sostenía aún numerosas concubinas.3La poligamia nunca ha sido, por sus mismas condiciones, una institución al alcance de las gentes pobres y ha estado reservada a los personajes ricos e importantes.4Pero precisamente entre las familias nobles la poligamia ha ofrecido dificultades, porque las mujeres, al entrar a formar parte de la familia del marido, podían heredar y poseer, y al apor tar una fuerte dote disponían de derechos que protegían la disposición de su patrimonio. La mujer de familia rica, que lleva riqueza al matrimonio, y sus padres, han sido quienes conquistaron gradualmente la monogamia, que es indudablemente la consecuencia de la penetración del espíritu y del cálculo capitalista en la familia. Para proteger jurídicamente la fortuna de la mujer y de sus hijos fue necesario establecer una demarcación muy clara entre las uniones y los hijos legítimos e ilegítimos, aunque las relaciones entre esposos acabaron por ser reconocidas como un contrato reciproco.5

Al entrar la idea de contrato en el derecho matrimonial se rompe la soberanía del hombre, y la mujer se convierte en compañera que goza de iguales derechos. Paso a paso la mujer gana la posición que actualmente ocupa en el hogar y que sólo se diferencia de la del marido por la actividad de cada uno de ellos en la vida práctica, pues las prerrogativas que ha conservado el hombre valen poca cosa. Son prerrogativas honoríficas, como, por ejemplo, que la esposa lleve el nombre del marido.

El derecho sobre los bienes conyugales ha favorecido esta evolución del matrimonio. La posición de la mujer en él se ha mejorado a medida que retrocedía el principio despótico, a medida que progresaba la idea de contrato en los otros campos del derecho, que se refieren al régimen de los bienes, lo cual forzosamente provocaba una transformación de las relaciones referentes al régimen de los bienes entre esposos. La capacidad jurídica de la mujer, en lo que toca a los bienes aportados por ésta al matrimonio y las adquisiciones realizadas durante él, así como la mutación de las obligaciones usuales del hombre hacia ella, en prestaciones obligatorias que puedan fijarse por los tribunales, han liberado a la mujer del poder del marido.

El matrimonio, tal como lo conocemos en la actualidad, es el resultado de la idea de contrato, que ha entrado en la esfera de la vida humana. Todas las imágenes ideales que nos hacemos del matrimonio nacen de este concepto, y el matrimonio une a un hombre y a una mujer, y no puede contraerse sin la libre voluntad de ambas partes, imponiendo a los dos esposos la obligación de una fidelidad reciproca, pues la infidelidad del hombre no puede juzgarse de manera diferente que la infidelidad de la mujer. Los derechos del hombre son, en todos los puntos importantes, exactamente los mismos que los que corresponden a la mujer, y son ellos las condiciones imperativas que surgen de la manera como vemos actualmente el problema de la comunidad sexual. Ningún pueblo puede jactarse de que sus antecesores remotos hayan tenido las ideas que ahora profesamos sobre el matrimonio. ¿Era más rigurosa que hoy la severidad de las costumbres en la antigüedad? La ciencia no podría juzgar el caso. Sólo podemos afirmar que nuestro criterio sobre lo que debe ser el matrimonio difiere de las ideas pertenecientes a generaciones pasadas, y que su ideal del matrimonio se presenta a nuestros ojos como inmoral.

Si los panegiristas de los buenos tiempos de antaño protestan contra el divorcio y la separación, y aseguran que estas condiciones no existían en su época, tienen razón evidentemente. La facultad que antes poseía el marido de repudiar a la mujer nada tiene en común con el derecho a divorciarse. En ningún caso se muestra mejor el gran cambio de concepto que en una comparación entre las dos instituciones. Si en la lucha contra el divorcio marcha la Iglesia a la cabeza, es oportuno recordar que el ideal moderno del matrimonio monogamia con derechos iguales para ambos cónyuges, derechos que la Iglesia supone que defiende actualmente no se debe al desarrollo de esta última, sino al crecimiento del capitalismo.


1 Cf Weihold, Die deustchen Frauen in dem Mittelalter, 1a. ed., Viena, 1851, págs. 292...

2 Cf. Westermarck, págs. 74... Weinhold, T. I, pág 273, 3a. Ed.

3 Cf. Schroeder, Lehrbuch der deutschen Rechtsgeschichte, 3a. ed., Leipzig, 1898, págs. 70 y 110. Weinhold, t. II, pág. 12.

4 Cf. Táctico, Germanie, cap. XVII.

5 Cf. Marianne Weber. Ehefrau und Mutter in der Rechtsentwicklung, Tubinga, 1907, págs. 53. págs. 217