Año: 15, Agosto 1973 No. 300

MATERIALISMO

LUDWIG VON MISES

N.D. Tomado del libro «LA MENTALIDAD ANTICAPITALISTA», L. von Mises, que puede obtenerse en el CEES en Inglés o español

Hay también gentes descontentas que censuran al sistema capitalista por lo que consideran su bajo materialismo. Vense obligados a conceder que el capitalismo mejora incesantemente las condiciones de la vida humana. Ahora bien, aparta a los hombres de otros cometidos más nobles y elevados. El capitalismo vigoriza los cuerpos, pero condena a la inanición al alma y la mente. Ha provocado la decadencia de las artes. Pasaron los días de los grandes poetas, pintores, escultores y arquitectos; nuestra era sólo da bazofia.

La apreciación de una obra de arte es puramente subjetiva. Unos admiran lo que otros desprecian. No hay unidad de medida que permita ponderar la valía de un poema o de una obra arquitectónica. Quienes se deleitan contemplando la catedral de Chartres o Las Meninas, de Velázquez, pueden calificar de zafios a aquellos que permanecen indiferentes ante estas maravillas. Hay esclares que se aburren soberanamente cuando sus profesores les obligan a leer Hamlet. Sólo aquellos dotados del sentido de lo bello son capaces de apreciar el valor del artista y disfrutar con su obra. Hay mucha hipocresía entre los que pretenden hacerse pasar por gente cultivada. Adoptan actitud de entendidos y fingen admiración por el arte y los artistas del ayer. No muestran análoga simpatía por el artista contemporáneo que aspira a consagrarse. Su fingida adoración por los antiguos maestros les sirve para menospreciar y ridiculizar a los nuevos artistas que rehusan someterse a las modas del pasado prefiriendo crear estilos propios.

John Ruskin pasará a la historia junto con Carlyle, los Webbs, Bernard Shaw y otros como uno de los que contribuyó a abrir la fosa de la libertad, la civilización y la prosperidad británica. Individuo depravado en su vida pública y privada glorificó la guerra y el derramamiento de sangre, difamando, apasionadamente, la ciencia económica cuyas enseñanzas era incapaz de comprender. Fue fanático detractor de la economía de mercado y romántico panegirista de los gremios medievales. Rindió homenaje al arte de pasadas centurias. Sin embargo, ante la obra de un gran artista coetáneo, como Whistler, la hizo objeto de soeces ataques, tan viles e injuriosos, que fue juzgado y condenado como autor de un delito de calumnia. La obra de Ruskin popularizó aquel prejuicio, según el cual el capitalismo no sólo constituye nocivo sistema económico, sino que además ha sustituido la belleza por la fealdad, la grandeza por la mezquindad y el arte por la inmundicia.

Como quiera que las gentes difieren grandemente en cuanto a la valoración de la obra artística, no es posible replicar al argumento de la supuesta inferioridad de la era capitalista en el terreno del arte con aquel convincente rigor empleado al refutar la improcedencia lógica de cualquier razonamiento o el error que pueden encerrar las cuestiones de hecho. Ello, no obstante, nadie en su sano juicio atreveríase a menospreciar la grandeza de las realizaciones artísticas de la era capitalista.

Fue precisamente la música, el arte que prevaleció en aquella época «metalizada y de mezquino materialismo». Wagner y Verdi, Berlioz y Bizet, Brahms y Bruckner, Hugo Wolf y Mahíer, Puccini y Ricardo Strauss, ¡qué ilustre muchedumbre! ¡Qué época, en la cual maestros como Schumann y Donizetti quedaban oscurecidos por genios de superior rango!

Y ahí están las grandes novelas de Balzac, Flaubert, Maupassant, Jens Jacobsen, Proust y los poemas de Víctor Hugo, Walt Whitman, Rilde, Yeats. ¡Qué mísero seria nuestro horizonte sin la obra de estos titanes y la de otros escritores no menos sublimes!

No cabe tampoco olvidar a los pintores y escultores franceses que nos enseñaron nuevos modos de contemplar la naturaleza y gozar de la luz y del color.

Nadie ha puesto en duda nunca que esta época ha estimulado todas las ramas de la actividad científica. Sin embargo, los eternos descontentos arguyen que en esencia se han llevado a cabo trabajos de especialización, echándose de menos la labor de «síntesis». No cabe, en verdad, interpretar con mayor desacierto la labor realizada por la investigación en el campo de la Matemática, la Física y la Biología modernas. ¿Y qué decir de la obra realizada por filósofos como Croce, Bergson, Husserl y Whitchead?

Cada era infunde personalidad propia a sus realizaciones artísticas. No constituye arte la imitación de las grandes obras del pasado; es más bien un plagio. Valoriza la obra artística su originalidad. Es así como surge el estilo de cada época.

En cierto aspecto parece tienen razón quienes hacen el panegírico del pasado. Es verdad que las últimas generaciones no legaron a la posteridad monumentos tales como las pirámides, los templos griegos, las catedrales góticas, los palacios del Renacimiento y las obras del barroco. En los últimos cien arios se han construido muchas iglesias y catedrales y aún en mayor número palacios oficiales, escuelas y bibliotecas. Ahora bien, tales edificaciones carecen de originalidad. limítanse a copiar viejos modelos o bien a entremezclar diversos estilos ya conocidos. Tan sólo en el terreno de la vivienda y en las construcciones destinadas a oficinas parece encontrarse un atisbo del estilo de nuestra época. Si bien constituiría ridícula pedantería negarse a apreciar la peculiar grandeza de perspectivas, tales como la silueta de Nueva York, cabe admitir que la arquitectura moderna no ha alcanzado la excelencia de otrora.

Diversas son las causas. Por lo que se refiere a los edificios religiosos, el apego de las iglesias a las formas tradicionales rehuye toda innovación. Con motivo de la desaparición de las dinastías y estirpes nobiliarias se debilita el impulso que hacía levantar los nuevos palacios. Diga lo que quiera la demagogia anticapitalista, la riqueza de empresarios y hombres de negocios es tan inferior a la de reyes y príncipes que no les permite disfrutar de tan fastuosas construcciones. Nadie tiene hoy en día medios suficientes para levantar un Versalles o un Escorial. El Impulso para la construcción de edificios oficiales no emana ya de un déspota que podía libremente, en abierto desafío a la opinión pública, designar al artista que consideraba más digno de admiración encargándole la obra que escandalizaría a la ignorante multitud. No es fácil que comisiones ni consejos prohíjen las ideas del osado precursor. Prefieren atenerse a los cánones consagrados.

En ninguna época tuvieron las masas formación bastante para apreciar el arte contemporáneo. Sólo las minorías supieron rendir merecido homenaje a los grandes escritores y artistas. No es la ausencia de sentido artístico en los más, lo que caracteriza al capitalismo, sino el hecho de que las multitudes por aquel sistema enriquecidas se convirtieran en «consumidores» de literatura, mala naturalmente. El mercado literario queda inundado por oleadas de novelas insustanciales para lectores de escasa cultura. Ahora bien, ello no es óbice para que los grandes escritores puedan crear obras imperecederas. Los críticos no ocultan su melancolía ante la supuesta decadencia de las artes decorativas. Así comparan los antiguos muebles que se conservan en los castillos de familias nobles europeas y en las colecciones de los museos con el menaje económico fabricado en serie por la gran industria. No consideran que estas piezas de museo se fabricaban exclusivamente para los ricos. Las mesas y los cofres tallados no se encontraban en las miserables chozas de la gente humilde. Quienes se inquietan ante el mobiliario de tipo económico que utiliza el asalariado americano deberían cruzar el río Grande del Norte y contemplar las casas de los peones mejicanos carentes de todo menaje. Cuando la industria moderna comenzó a proveer a las masas de los mil objetos necesarios para su mejoramiento de vida, su principal preocupación consistía en producir del modo más barato posible, sin preocuparse del aspecto estético. Más tarde, a medida que el progreso del capitalismo elevaba el nivel de vida, la industria abordó, poco a poco, la fabricación de objetos cada vez más bellos y refinados. Dejando aparte prejuicios románticos, ningún observador imparcial negará el hecho de que cada día es mayor en los países capitalistas el número de hogares, que difícilmente pueden ser considerados como feos.