Año: 17, Enero 1975 No. 334

Inflación y Desempleo

Friedrich A. von Hayek

(Tradujo: Hilary Aratboon)

La responsabilidad por la actual inflación mundial, siento decirlo, recae directa y totalmente sobre los economistas, o a lo menos sobre la mayoría de mis colegas que han adoptado las enseñanzas de Lord Keynes.

Lo que estamos experimentando son simplemente las consecuencias económicas de Lord Keynes. Fue por la recomendación y presión de sus alumnos economistas, que los gobiernos de todas partes han financiado una parte cada vez más considerable de sus gastos, mediante la emisión de dinero en una escala tal que cualquier economista de reputación, previo a Keynes, les habría predicho que los conduciría precisamente a la clase de inflación que ahora nos aflige. Actuaron así bajo la errónea creencia que éste era a la vez un método necesario y permanentemente efectivo para asegurarse una economía de plena ocupación.

La seductora doctrina de que un déficit gubernamental, mientras no exista desocupación, era no sólo inocuo, sino aun meritorio, era claro está, una doctrina muy atractiva para los políticos. Los partidarios de dicho plan de acción han venido sosteniendo desde hace mucho tiempo que un aumento en la totalidad de los gastos, que a la vez produjera aumento de ocupación, no podría considerarse como una inflación.

Ahora, cuando la constante aceleración en el aumento de los precios ha llegado a desacreditar dicho punto de vista, la excusa general es que una inflación moderada es poco precio a pagar a cambio de la ocupación total, como dijera el Canciller de Alemania Occidental recientemente: «Es preferible cinco por ciento de inflación que cinco por ciento de desocupación».

Esto parece convencer a la mayoría de la gente que no se da cuenta del daño tan grave que la inflación produce. Podría parecer y aun hay economistas que así lo sostienen que las únicas consecuencias de la inflación son las de ocasionar una redistribución de rentas, de modo que lo que unos pierden, otros lo ganan; mientras que la desocupación necesariamente produce una reducción en la renta real de la comunidad.

Esto sin embargo, es pasar por alto el peor daño que produce la inflación, o sea, el de impartir a la estructura total de la economía un carácter distorsionado y des-balanceado que tarde o temprano conducirá y hará inevitable un desempleo aun mayor que aquel que con dicha política se tenía la intención de prevenir.

La forma en que lo hace es atrayendo más y más trabajadores a la clase de empleos que dependen de una continua y aún acelerada inflación. El resultado es una situación de inestabilidad creciente en la cual una parte siempre mayor de los empleos existentes son dependientes de una continua y hasta acelerada inflación y en la que, cualquier intento de reducir esa inflación producirá de inmediato tanto desempleo que las autoridades rápidamente lo abandonarán y continuarán con la inflación.

Ya estamos familiarizados con el concepto de «inflación constante» («stagflation.) para describir aquel estado en el cual la proporción aceptada de inflación ya no alcanza para producir un grado de ocupación satisfactorio. Los políticos que se hallan bajo dichas circunstancias no encuentran ya más alternativa que la de acelerar el proceso de inflación.

Pero este proceso no puede continuar para siempre, ya que una inflación acelerada pronto conduce a una completa desorganización de las actividades económicas.

Y esta consecuencia no puede evitarse a base del control de precios y salarios mientras el aumento en la cantidad de dinero continúa. Los empleos particulares que la inflación ha creado dependen para su subsistencia de un continuo aumento de precios y desaparecen tan pronto como este proceso pare. Una inflación «reprimida» además de causar una peor desorganización de la actividad económica que una inflación «abierta», no tiene ni la ventaja de mantener la ocupación que esta última creo.

Se nos ha llevado en realidad a una situación gravísima. Todos los políticos prometen que pararán la inflación y conservarán la ocupación plena. Pero no les es posible hacerlo. Y mientras más tiempo logren en mantener la ocupación a base de una continua inflación, mayor será el desempleo cuando la inflación finalmente toque su fin. No hay ningún acto de magia por el cual nos logremos escapar de esta posición que nos hemos creado.

Esto no quiere decir que debamos atravesar de nuevo otro periodo de desocupación como el que sufrimos en la década de los treinta. Ese fue ocasionado por nuestro fracaso en evitar una reducción en el total de la demanda, por el que no había justificación. Pero debemos confrontar el hecho que en la actual situación, simplemente el parar la inflación, o aún el reducirla, tendrá por resultado un aumento substancial de desempleo. Es cierto que nadie lo desea, pero ya no podemos evitarlo y cualquier intento de posponerlo sólo contribuirá a aumentar sus dimensiones.

La única y otra alternativa que aparentemente nos queda y la cual desgraciadamente no es poco probable, es una economía dirigida en la cual a cada cual se le asigne su que hacer, y aunque tal economía podría evitar que existiera una verdadera desocupación, la situación de la gran mayoría de los trabajadores sería en tal caso, mucho peor de lo que sería aun en periodo de desempleo.

No es la economía del mercado o «sistema capitalista» el responsable de esta calamidad, sino nuestra equivocada política monetaria y financiera. Lo que hemos hecho es representar en escala colosal, lo que en el pasado producía los ciclos recurrentes de bonanza y depresión; al permitir que una prolongada época de bonanza inflacionaria ocasionara una equivocada distribución de trabajo y de otros recursos en actividades en las que sólo se les puede sostener durante el tiempo en que la inflación exceda a la expectación. Pero mientras que en el pasado, el mecanismo del sistema monetario internacional causaba el paro de dicho proceso inflacionario después de un período de unos pocos años, hoy hemos desarrollado un nuevo sistema que le ha permitido continuar con artificial vigor durante dos décadas de años.

Mientras tratemos de mantener esta situación, sólo estaremos contribuyendo a empeorar las cosas a la larga. Podemos evitar una reacción mayor de la necesaria, sólo si abandonamos la equivocada ilusión de que la bonanza puede prolongarse indefinidamente y confrontamos la tarea de mitigar de una vez el sufrimiento, evitando que la reacción degenere en una espiral deflacionaria. La tarea consistirá esencialmente no en conservar los empleos actuales, sino en facilitar la apertura de nuevas plazas de trabajo tanto temporales como permanentes, para aquellas personas que inevitablemente habrán de perder sus ocupaciones actuales.

No podemos por más tiempo evitar el confrontar dicha necesidad y el cerrar los ojos ante el problema, no lo hará desaparecer. Puede ser cierto que porque la gente ha sido educada a esperar que el gobierno pueda en toda ocasión resolver el problema del desempleo, su fracaso de poder resolverlo en la presente ocasión, motivará graves perturbaciones sociales. Pero en caso que así sucediera, probablemente ya no esté en nuestro poder el evitarlo.

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Friedrich A. von Hayek es ganador conjuntamente con Gunnar Myrdal, del Premio Nobel en Ciencias Económicas correspondiente a 1974.