Año: 17, Agosto 1975 No. 348

LIBERTAD Y OPORTUNIDAD

Manuel F. Ayau

(Reproducido con autorización de los Editores de REVISTA COMPETENCIA, No. 7 del 24 de mayo, 1975)

Si en algo todos están de acuerdo es en atribuir, en abstracto, un alto valor a la libertad. Sin embargo, ya en concreto, existe una enorme inconsecuencia: son muy pocos quienes abogan por que exista un régimen de libertad en cuanto se refiere a la libertad de producir, consumir, servir e intercambiar, y cabe señalar que sin esta libertad económica no puede haber libertad.

Desde un principio aclaremos que no nos estamos refiriendo a la «libertad absoluta», pues tal concepto encierra una contradicción, como veremos adelante, y ningún escritor responsable en el campo de la filosofía o de la economía jamás lo ha tomado en serio. El meollo del liberalismo clásico, el concepto laissez faire, laissez passer, no trata ni menciona la «libertad absoluta». El uso de la expresión «libertad absoluta» sólo se justifica como parte de la táctica dialéctica de quienes están en contra de la libertad. Ellos atribuyen a los liberales ideas fácilmente criticables acerca de la «libertad absoluta» y luego se las aplican a la libertad.

La idea misma de libertad jamás hubiera sido concebida si no se refiriera a la vida en sociedad. Y la vida en sociedad presupone la existencia de algunas normas que rigen o limitan los actos de los individuos, de manera que el concepto de libertad absoluta es autocontradictorio y debe desecharse. Al renovarse diariamente la cooperación social, las personas aceptan esas restricciones de sus actos a cambio del beneficio que, según ellas, obtienen de la cooperación social, de la división del trabajo. El «costo» de vivir en sociedad es el aceptar la prohibición de actuar antisocialmente. Cualquier contrato tácito o explícito obliga al que contrata libremente a abstenerse de violar el contrato. Cualquier jugador está obligado, contractualmente, a no actuar en contra de las reglas del juego. Sin la pérdida de las oportunidades que implica la observancia de las reglas, el juego no sería posible.

Y así, en la sociedad, el límite impuesto por los miembros de una sociedad libre a los actos de sus propios miembros es el de no poder actuar en forma tal que no pueda existir la sociedad. Existiendo ese límite no tiene sentido hablar de «libertad absoluta» en sociedad. Un hombre que vive solo en una isla, puesto que nadie puede imponer su voluntad sobre él, no concibe el concepto de libertad. Solamente lo podrá concebir si algún otro hombre, utilizando la fuerza o el engaño, le impide escoger dentro de sus alternativas factibles de acción (u oportunidades), sean éstas pocas o muchas.

Confusión entre libertad y oportunidad

Según el uso del lenguaje actual, se dice correctamente, por ejemplo: «fulano se Iiberó del problema que tenía», en el sentido de que dejó de existir el constreñimiento que tal problema le causaba y que le impedía optar por ciertas alternativas de acción. Se dice: «ahora es más libre», pues tiene más oportunidades de acción. «Robinson Crusoe fue liberado de la necesidad de gastar la mitad de su tiempo en hacer su casa una vez que la terminó. Ahora la oportunidad de emplear su tiempo en otras cosas es mayor, y por tanto es más libre».

El uso de las palabras «más libre» o «menos libre», como sinónimos de «mayor oportunidad» o «menor oportunidad», como en los ejemplos anteriores, ha causado, en mi opinión, daños gravísimos a la humanidad. Existe una diferencia crucial entre la necesaria limitación de oportunidades que tiene que haber para que la vida en sociedad sea posible y la limitación de oportunidades derivadas de otras causas.

La limitación de oportunidades por las «otras causas» a que me refiero, son múltiples: limitaciones impuestas por el tiempo disponible en el día, por los límites del esfuerzo físico humano, por los límites de los conocimientos humanos, por los límites en velocidad y cobertura en la dispersión de información, y así muchas otras condiciones del universo y del hombre, que limitan y constriñen por lo menos ahora las oportunidades.

Pero en la vida en sociedad hay otras limitaciones deliberadamente adoptadas por la voluntad de quienes en ella viven. No se trata de si deben o no existir normas limitativas. Se trata de normas que son condiciones necesarias para la existencia de la sociedad misma.

Y a su vez, el actuar del hombre resulta en condiciones (circunstancias) que, una vez producidas son historia, inmodificables, que tienen que servir de punto de partida para actos futuros. Ya no se tiene la oportunidad (no la libertad) de actuar como si en el pasado el hombre hubiera actuado en forma diferente.

Es evidente que oportunidades mutuamente excluyentes que confrontó el hombre hace mil años son diferentes a las que confronta hoy, y éstas son diferentes a las que confrontará mañana. Las oportunidades del hombre en la India hoy son diferentes a las del hombre en Guatemala o en Estados Unidos. Las oportunidades del hombre inteligente son diferentes a las del retrasado mental. Las del hombre pobre son diferentes a las del rico. Las del fuerte diferentes a las del débil. Las del ser bello a las del feo. La igualdad de oportunidad, por tanto, no se puede dar. Podrá argumentarse que no se trata de crear igualdad, sino de disminuir las igualdades. ¿Las desigualdades de qué? Si tanto al rico como al pobre, al bello como al feo, se les reconoce el derecho de tomar su propia decisión, es decir, de decidir por sí mismos sin coerción, ambos son igualmente libres de decidir entre las oportunidades alternativas que cada uno confronta y responsables del resultado. Esa libertad no puede ser desigual salvo que a alguno se le impida hacer su propia elección, y por tanto, si no existe ese tipo de coerción no existe diferencia que pueda aumentarse o disminuirse: son igualmente libres, es decir, gozan de igual derecho. (Incidentalmente, es a ésta, y sólo a esta igualdad de derecho que se refirieron los precursores liberales, cuyo mayor logro ha sido la República Constitucional Democrática).

Y así resulta que libertad en sociedad sólo puede referirse a la libertad de escoger entre oportunidades alternativas factibles y compatibles con la vida en sociedad, sin hacer referencia a la cantidad o calidad de las alternativas. La libertad en sociedad se refiere exclusivamente a si la persona es quien decide por sí misma, sin coerción, o si es otro quien decide cómo y cuándo actuará. Se refiere a la existencia o ausencia de coerción en la elección.

Si bien por definición el hombre que es libre no está sujeto a constreñimientos sobre sus decisiones pacíficas por parte de la voluntad de otros, no pueden incluirse dentro de las acciones que destruyen la libertad aquellos actos de terceros que, sin utilizar coerción, modifican las circunstancias o las oportunidades de otros.

Por ejemplo, el hecho de que una persona siembre maíz (un acto pacífico) definitivamente afectará en algún grado a: 1) el precio de mercado del maíz, 2) la interrelación de todos los precios de los bienes en el mercado, 3) el salario de todos los trabajadores del país (al aumentar la demanda de los mismos), 4) habrá privado de otros usos a los recursos (capital, trabajo, tierra y tiempo) que en sembrar maíz se utilizaron, etc.

La existencia de un competidor, un cambio de gustos de los consumidores, un nuevo invento, un error ajeno, el encontrar una mina, la fe del vecino, etc., son actos voluntarios y pacíficos de otros, que reducen o aumentan las oportunidades de todos y que modifican los constreñimientos dentro de los cuales somos (o no somos) libres de escoger. Y nuestras escogencias modificarán las circunstancias de otros también así como las propias, ad eternum. No existe, pues, acción neutra, en el sentido de que cualquier acto o abstención de actuar, por parte de persona o grupo, no afecte las oportunidades de otro.

Lo grave de confundir la libertad y la oportunidad, es que en un bien intencionado intento de disminuir las diferencias existentes de oportunidad (que no es lo mismo que aumentar las oportunidades de los pobres) se puede destruir la libertad, que no es sólo un valor en sí, muy apreciado por todos aquellos que la pierden, sino que también es un instrumento de progreso. Como valor en si, la ausencia de libertad quiere decir que el hombre no tiene derecho a escoger entre oportunidades alternativas, pacíficas, factibles y compatibles con vida en sociedad. Quiere decir que una autoridad decidirá y tendrá el poder coercitivo para imponer su decisión para que no se quede como mera recomendación. Quiere decir esclavitud.

Como instrumento para aumentar las oportunidades recordemos que éstas dependerán del grado de progreso, primero, y después de su distribución. Un alto grado de civilización requiere la concurrencia de: 1) intensa división del trabajo (mutua dependencia); 2) asignación económica de recursos (economización); 3) constante y pronto cambio, para ajustarse a las rápidamente variantes condiciones. Para ello, a su vez, son requisitos necesarios: 1) un medio de transmisión de información pertinente que permite el «cálculo económico», y 2) un orden jurídico (reglas del juego) establecido con anterioridad, para que los participantes puedan saber qué es licito y qué está proscrito.

Esta última condición no se da bajo cualquier orden social. Solamente se da con bastante eficiencia en un régimen liberal. No se puede dar del todo en un régimen iliberal, y se da con diversos grados de eficiencia en un régimen mixto, dependiendo el grado de eficiencia del grado de liberalismo en «la mezcla».

En una organización iliberal, no es posible establecer normas generales (no arbitrarias) a priori. Esto ha constituido un grave problema jurídico en los países que pretenden vivir bajo un sistema «mixto» o socialista. Afirma un exjuez federal de Estados Unidos, Lowell Blake Mason [i], que la arbitrariedad jurídica en ese país ha llegado a tal punto que el gobierno puede encarcelar a una persona por subir sus precios, por bajar sus precios o por no modificar sus precios. Evidentemente, ese tipo de arbitrariedad ex post facto no permite al ciudadano planear sus actos.

La imposibilidad de establecer un sistema jurídico basado en normas generales y abstractas es inherente a cualquier sistema que pretenda lograr la igualdad de oportunidad, pues, evidentemente, un conjunto de normas que se utilice para modificar los resultados necesariamente desiguales de los actos de personas desiguales no se puede basar en reglas iguales para todo.

De manera que la desigualdad ante la ley (o la arbitrariedad jurídica) es consubstancial al intento de crear la igualdad de oportunidad. Y ello no es negado por personas antiliberales, pues afirman que es el deber del gobierno compensar, con trato diferente, a personas con menores oportunidades. Es decir, trato o derechos desiguales, según las circunstancias. Y es lógicamente imposible reglamentar y sistematizar a priori algo que se tiene que basar en resultados que necesariamente son posteriores al acto. El gobierno se tiene que basar en juicios arbitrarios, es decir, indefinibles antes de que ocurran los hechos.

Un régimen iliberal no puede, por tanto, cumplir con el segundo requisito necesario (ya mencionado arriba) para progresar. La evidencia empírica a favor de lo aseverado es abundante.

En cuanto al primer requisito, el de proveer a la sociedad un medio de transmisión de información pertinente que permita el cálculo económico, también es imposible en un régimen iliberal. Recurrimos aquí al tantas veces mencionado problema que preocupa a los socialistas, el llamado Problema del Cálculo Económico, o la explicación de por qué bajo un régimen socialista no puede establecerse un sistema de precios; y con un sistema interferido de precios («mezclado») se imposibilita la asignación económica de recursos. La ineficiencia de un sistema que se basa en precios interferidos (no reales) es evidente: ¿qué puede resultar de cálculos que se basan en datos falsos?

Es por las razones anteriores que se afirma que la libertad es un instrumento, hasta hoy no sustituido, de progreso; es decir, un instrumento para aumentar el total de las oportunidades disponibles.

En cuanto a la distribución de estas mayores oportunidades, se objeta que no es pareja. Pero la alternativa resultante del intento de emparejarlas no es una mejor distribución de oportunidades: resulta en la destrucción de oportunidades. Ciertamente, habrá mayor igualdad de oportunidades en tanto éstas sean menores y habrá total igualdad de oportunidades cuando nadie las tenga.

Solamente bajo un régimen liberal se da la situación de que las oportunidades de unos necesariamente conducen a mayores (no iguales) oportunidades para otros, porque las únicas oportunidades de intercambio son aquellas libremente escogidas por las partes: es decir, que, salvo que los hombres actúen irracionalmente contra sus propios intereses, siempre escogerán el intercambio que les representa la mayor oportunidad, dentro de las circunstancias históricas del momento. Con eliminar la libertad no se logran mayores oportunidades. Por el contrario: se destruye la base misma del progreso, y se pierde la dignidad y la responsabilidad del ser humano.

Por ello es muy importante aclarar la confusión semántica entre libertad y oportunidad. Puede ser que, como ocurrió a la República Romana, se continúe la erosión de la libertad y se pierda la civilización y las oportunidades que ella representa.


[i] The Language of Dissent, Lowell Blake Mason, World Publishling Co. Cleveland, Ohio (1959).