Año: 20, Marzo 1978 No. 409

"Las Equivocaciones de Carter"

Milton Friedman

(Premio Nobel de Economía)

P.: Profesor Friedman ¿logrará el programa del Presidente Carter, consistente en reducir impuestos e incrementar el gasto público, estimular la economía?

R.: No hay nada estimulante en la propuesta. ¿Cómo pretende el Gobierno estimular la economía, sacando dinero de una bolsa del público y poniéndolo en otra bolsa? El plan de devolución de impuestos, por ejemplo, distribuirá $50.00 por cabeza entre la mayoría de los consumidores. Como resultado, estos consumidores tenderán a gastar más. Pero ¿de dónde sacará el gobierno el dinero para las devoluciones?

P.: Sin embargo, casi todo el mundo considera que la devolución de impuestos contemplada es una buena forma para estimular la economía.

R.: Aparenta ser una buena forma, porque la gente se fija únicamente en los efectos visibles, y no presta atención a los efectos invisibles. La devolución de cheques de $50.00 entre los consumidores y los gastos adicionales que resultarán son muy visibles. Las personas que no tendrán empleo porque el Gobierno habrá tomado ese dinero o causado más inflación son mucho menos visibles. Nadie los nota.

P.: ¿Y en cuanto a la propuesta de incrementar el gasto en obras públicas y servicios públicos, que también es parte del programa de Carter?

R.: La misma cosa. Si el Gobierno gasta dinero en obras públicas o en proporcionar empleos ¿de dónde sacará el dinero para ese gasto?

P.: Entonces, usted cree que el programa de Carter causará más daño que beneficio.

R.: En una palabra, creo que ese es el caso. Bajo cualquier circunstancia, estoy en favor de una reducción en los impuestos, como el único método efectivo para limitar el gasto público. Pero la forma particular de reducción de impuestos propuesta en este programa es inadecuada. Se propone una devolución sobre una base que no tiene relación con la actividad actual. Si vamos a reducir los impuestos, al menos debemos reducirlos de tal manera que se dé a las personas un incentivo para ahorrar más o trabajar con mayor empeño, no simplemente tirar cheques desde un avión. Deberíamos reducir los impuestos permanentemente.

P.: ¿El programa de Carter incluye una reducción permanente, además de las devoluciones?

R.: Sí, pero aún eso es en cierto sentido engañoso. El presidente Carter no propone reducir los impuestos sino, al contrario, aumentarlos.

P.: ¿Cómo así?

R.: La carga real de impuestos que soporta el pueblo norteamericano es el monto del gasto del Gobierno, y no la cantidad efectivamente recaudada. Si el Gobierno Federal gasta 460 mil millones de dólares en el año fiscal 1978 que es, grosso modo, lo que el presidente propone y recibe cerca de 400 mil millones de dólares por concepto de impuestos ¿quién cree usted que pagará los 60 mil millones que faltan? ¿El hada madrina? ¿Los Scheiks árabes? Los pagará el pueblo norteamericano. Esto se logra mediante un impuesto escondido la inflación o, si el financiamiento proviene de deuda interna, mediante los impuestos más altos que se necesitarán en el futuro para pagar los préstamos más los intereses devengados. Esto significa que se reduce el valor presente de toda propiedad en la medida en que esa propiedad será gravada con impuestos más altos en el futuro.

P.: ¿Cuánta inflación estima usted que causará el programa económico de Carter?

R.: Depende de cómo se comporte el Banco de Reserva Federal. Ha estado incrementando la oferta de dinero demasiado rápido, lo cual implica que la inflación iba a aumentar de cualquier manera, independientemente de este programa. Debo señalar además que el programa de Carter tiene un alcance muy pequeño. Evidentemente, es un intento de ofrecer el menor programa posible, pero que permita tirar huesos al mayor número posible de adeptos. Desde este punto de vista, es un programa muy adecuado. La economía está creciendo a un ritmo saludable, y sería un desatino político que el Presidente tratara de acelerar las cosas, aún cuando pudiera hacerlo.

P.: ¿Qué haría usted en relación al alto grado de desempleo?

R.: La solución de largo alcance es incentivar a las personas ordinarias para que ahorren, inviertan, trabajen y contraten trabajadores. Estamos elevando el costo de contratar empleados y estamos subsidiando a las personas para que no trabajen. Tenemos un sistema que progresivamente grava el trabajo y subsidia la cesantía.

P.: ¿Cómo se puede cambiar eso?

R.: En primer término, propongo que la Reserva Federal reduzca gradualmente la tasa de expansión monetaria durante los próximos tres años, en aproximadamente dos por ciento cada año, hasta llegar a una tasa de expansión paralela al crecimiento económico a largo plazo. Así se eliminaría el sesgo inflacionario de la economía.

Al mismo tiempo, yo ajustaría (la progresividad de) los impuestos sobre la renta de las personas y de las corporaciones, de tal manera que automáticamente se neutralizarían los efectos de la inflación. Estas medidas impedirían que las presiones inflacionarias eleven automáticamente el moto de la recaudación fiscal y resultarían mucho más efectivas que las medidas que propugnan el Sr. Carter y otros. Los miembros del Congreso estuvieron muy alertas para proteger sus propios salarios de la inflación, pero no han hecho nada para proteger al público.

Finalmente, reduciría el monto real de los impuestos que tributa el pueblo norteamericano recortando el gasto del Gobierno en 10%.

P.: ¿Está usted en favor de incentivos fiscales para las inversiones en plantas y equipos nuevos?

R.: No. El efecto estimulante de estos incentivos fiscales sobre la inversión de capital es sólo aparente.

Suponga que una compañía invierte más dinero para beneficiarse con el incentivo fiscal. ¿De dónde saca lo que invierte? De las utilidades o de préstamos. Entonces, la pregunta que debe plantearse, es si los aludidos incentivos fiscales aumentan el monto total de dinero disponible para invertir. Si constituyen una reducción de los impuestos, aparentemente sí se estaría incrementando dicho monto total. Pero entonces debemos preguntar: ¿Quién pagará los impuestos que dejan de pagar las compañías que obtienen los incentivos fiscales? Lo único que se logra en definitiva es canalizar la inversión hacia aquellas ramas de la producción susceptibles de obtener los incentivos fiscales, distrayendo los recursos de las ramas no consideradas para ellos. No se incrementa en forma significativa el monto total de dinero disponible para invertir.

La manera más efectiva de estimular el capital es colocar la inversión en igualdad de circunstancias con respecto a todo lo demás, y eso significa un desplazamiento hacia un impuesto que se pagaría sobre el consumo y no sobre el ingreso. Pero si hemos de- seguir con un impuesto sobre la renta, entonces deberíamos abolir el impuesto sobre las utilidades de las corporaciones y requerir que las compañías imputen las utilidades a los accionistas, ya sea que repartan dividendos o no. Los accionistas soportarían directamente la carga fiscal correspondiente, mientras que, en la situación actual, la soportan indirectamente.

P.: ¿Qué medidas se podrían adoptar para reformar el sistema tributario, además de la alternativa de adoptar un impuesto sobre el consumo?

R.: El simple hecho de poner en 25% el tope de la progresividad del impuesto haría que los contribuyentes pierdan interés en buscar «amparos contra el impuesto» (tax shelters) y seguramente el total recaudado por el Gobierno subiría al mismo tiempo que los contribuyentes se beneficiarían. Pero no existe una probabilidad en un millón de que el Congreso adopte esta medida tan simple.

P.: ¿Cómo se afectaría el problema del desempleo con su plan de recortar impuestos y gasto público?

R.: Se afectaría en forma saludable. Reduciría el volumen de empleo del Gobierno y aumentaría el empleo privado. Las personas tendrían mayor incentivo para trabajar.

El problema que afrontamos no es falta de poder de compra, lo cual se pretende remediar mediante las devoluciones de impuestos. Al contrario, ha habido exceso de poder de compra. Por eso ha habido tanta inflación. ¿Cómo se puede hablar de falta de poder de compra, cuando los precios están subiendo a razón de 5% al año y, en mi opinión, subirán a un ritmo anual de 7 a 9 por ciento durante los próximos dos años?

P: ¿Puede reducirse esa inflación por medio de las directrices del Gobierno, las mordazas, como se les llama?

R: Esas «mordazas» tienen un efecto temporal pero, a largo plazo, resultan perjudiciales.

La inflación se origina en un solo lugar: Washington. No pretendo decir que las gentes de Washington imponen inflación a la comunidad entera por puro gusto, sino que la inflación se decide en Washington como respuesta a las presiones de la comunidad. Los que en realidad están haciendo la inflación son los votantes, porque piden a los congresistas golosinas que implican gasto, pero se quejan de tener que pagar más impuestos para cubrir ese gasto. La única manera que el Congreso pueda gastar más sin que se note que está incrementando la carga fiscal, es por medio de la inflación.

P: Los asesores económicos del Presidente afirman que nuestra inflación doméstica ha sido causada en gran parte por circunstancias especiales que elevaron los costos del petróleo, de otros combustibles, de los alimentos, etc.

R: Eso es falso, y se puede refutar muy fácilmente. Las aludidas «circunstancias especiales» afectaron a todos los países por igual. ¿Por qué, entonces la inflación resultante fue de 2% en Suiza, 6% en Alemania, 12% en Estados Unidos, 25% en Inglaterra y 30% en el Japón? No puede ser que los mismos factores causen efectos tan dispares. Simplemente, se están buscando excusas.

P: Volviendo al tema de la creación de empleos ¿qué piensa usted de la propuesta de conceder incentivos fiscales a bonificaciones a las personas que contraten desempleados?

R: El plan de Carter de otorgar un crédito de 4% sobre la planilla del Seguro Social es ridículo. No es más que un ofrecimiento de reducir el impuesto sobre planillas del 11.7 % al 11.66 % del monto de los salarios. El plan se reduce a eso cuando se le quita el embalaje publicitario. Nadie lo consideraría siquiera si fuera presentado en forma clara y simple.

P.: Sin embargo, ¿hay propuestas en el Congreso sobre bonificaciones más generosas para las personas que contraten desempleados?

R.: Las bonificaciones motivarán a los patronos para despedir algunos empleados para contratar a otros que llenen los requisitos para obtener el subsidio. Entonces, el Gobierno tratará de enmendar esta laguna (loophole), y el programa se complicará más y más. Desde luego, sí habrá creación de empleos –para todos los burócratas- que habrá que contratar para a administración del programa.

P.: ¿Deben los Estados Unidos aumentar su ayuda a los países subdesarrollados?

R.: ¿Quién dice que los hemos estado ayudando? Hemos estado otorgando subsidios a los países subdesarrollados, y existe evidencia abrumadora de que los hemos dañado más de lo que los hemos ayudado. Lo que hemos logrado es fortalecer a la pequeña camarilla que está a cargo de los gobiernos de estos países, en detrimento de la población entera.

P.: ¿Qué deberíamos hacer?

R.: La ayuda más efectiva sería la eliminación de nuestras tarifas arancelarias; esto estimularía a los países subdesarrollados a competir abiertamente para vendernos lo que puedan. Se obtendrían beneficios mucho mayores que los que resultan de los montones de dinero que hemos gastado para fortalecer a gobiernos que no representan realmente al pueblo.

P.: ¿Es aconsejable que los Estados Unidos reduzcan unilateralmente sus tarifas arancelarias?

R.: Tenemos poco control sobre las actuaciones de Inglaterra, Alemania y Japón. Me complacería ver a los Estados Unidos actuar como la gran nación que es y reducir unilateralmente las barreras aduaneras.

P.: ¿Pero qué haríamos en el caso de que los demás países invadan nuestro mercado con productos que se venden bajo costo, arruinando a las industrias que dan trabajo a nuestros obreros?

R.: Las personas que ven así el libre intercambio no se fijan en lo que sucede con las paridades.

Suponga que el Japón comete la tontería de subsidiar todas las exportaciones destinadas a los Estados Unidos, de tal suerte que ya no podríamos vender nada a los japoneses, mientras que todos los productos que ellos nos ofrecieran fueran más baratos que lo producido aquí. ¿Cómo pagaríamos sus exportaciones? En dólares. ¿Qué harían ellos con nuestros dólares? Algún japonés diría: «No hay nada que pueda comprar con los dólares que tengo. Todos los productos norteamericanos son demasiado caros a la paridad actual..

Luego, en lugar de valorar el dólar en 300 yenes, el japonés diría: «Este dólar no me sirve para nada. Lo venderé en 200 yenes». Si eso no funciona, la tasa bajará a 100 yenes. Y el resultado será que los precios de los bienes japoneses subirán en términos de dólares, mientras que los bienes producidos en Estados Unidos se abaratarán en el Japón.

La tendencia seguirá hasta que el volumen de las ventas de productos norteamericanos al Japón se iguale con el volumen de las ventas del Japón a los Estados Unidos. En el proceso, se reducirá el empleo en aquellas industrias en que somos ineficientes comparados con el Japón, y se incrementará el empleo en aquellas industrias en que nuestra eficiencia relativa es mayor.

Muchas personas tienen dificultades en comprender esto porque se suelen enfatizar exageradamente los efectos visibles mientras que se resta importancia a los efectos invisibles. Si el Japón incrementa sus exportaciones de acero a los Estados Unidos, las personas que quedan cesantes en la industria del acero son muy visibles. El hecho de que el Japón obtiene más dólares y compra muchos otros productos norteamericanos, elevando el volumen de empleo en nuestras industrias de exportación, es mucho menos visible.

P.: ¿Sugiere usted que las tarifas arancelarias se eliminen de la noche a la mañana?

R.: Yo aconsejaría eliminarlas paulatinamente, sobre un período de cinco años para facilitar el proceso de ajuste.

P.: Mirando hacia el futuro ¿cuál diría usted que es el problema económico más importante que enfrenta Estados Unidos?

R.: La expansión del Gobierno. Estamos siguiendo los pasos de Inglaterra. Vamos 10 ó 20 años atrás de los británicos pero, si no cambiamos de curso, llegaremos a la situación en que hoy se encuentra Inglaterra. El 40% de nuestro ingreso es gastado por el sector público. Hace 50 años, la proporción era 10%. ¿Estamos obteniendo lo que estamos pagando?

Me gustaría que se introdujera una enmienda a la Constitución estableciendo que el gasto del Gobierno Federal en ningún caso puede exceder del 25% del ingreso nacional. En la actualidad, el Gobierno Federal gasta aproximadamente esa porción del ingreso, de manera que la enmienda no cambiaría las circunstancias presentes pero, al menos, se marcaría un alto a la tendencia. Mientras tanto, podrían cambiar las actitudes y crecería la comprensión de estos asuntos, con lo cual un cambio más drástico se tornaría políticamente factible.