Año: 20, Septiembre 1978 No. 422

Econogracia, Sistema Político del Siglo XX

Francisco Pérez de Antón

Para nadie es un secreto que, en la presente centuria, el arte de gobernar consiste en tomar decisiones económicas con vistas a lograr específicos resultados políticos. Esta inclinación de los dirigentes modernos obedece al decidido propósito ideológico de atribuir al Estado una ineludible responsabilidad económica. Con ello, la autoridad ha escapado de los representantes del pueblo para refugiarse en el regazo de los técnicos.

Estamos pues, ante un nuevo orden político, un nuevo sistema de gobierno en el que no existe la más mínima posibilidad de control por parte de los electores debido a que los elegidos se hallan sometidos a los planes de los economistas en lugar de a las ideas, creencias, usos o prácticas sociales del pueblo.

Ante tal estado de cosas, no tiene ningún objeto llamar Democracia al actual sistema político de Occidente. Es mucho más apropiado, atendiendo a sus raíces etimológicas, denominarlo Econocracia[i].

Nacida de una extraña hibridación entre Política y Economía, este nuevo modelo de Gobierno pretende justificar unos fines sociales distintos, y por regla general arbitrarios, a los que lograrían los propios ciudadanos si obraran libremente. Preocupa, sin embargo, que se siga llamando Democracia a lo que en definitiva no es sino una nueva Aristocracia, donde al amparo del poder unos pocos privilegiados sojuzgan y manejan a su antojo todo el conjunto social.

Por ello estas líneas pretenden aclarar de la manera más explícita posible, en primer lugar la diferencia específica entre democracia y econocracia, haciendo a continuación un análisis del econócrata, esto es, la nueva figura política y su fuente de po­der, para concluir con una descripción sobre la forma en que éste último se usa.

Democracia y Econocracia

Ya en los años veinte, Ortega y Gasset había visualizado la decadencia política del Estado frente al creciente auge de su gestión económica.

Más de cincuenta años después la organización del poder y la fuerza de sus instituciones no son sino una minúscula parte de la administración pública, pues si se compara su dimensión con la del aparato técnico, el desbalance resulta agudo y evidente.

De esta primera observación se deriva una diferencia básica entre Democracia y Econocracia, en la cual es preciso distinguir el significado de los términos coerción y coacción, elementos fundamentales que las califican y caracterizan.

Ante todo, es preciso señalar que el instrumento primario de la Democracia es el monopolio de la coerción y la violencia. Ahora bien, en su acepción más pura, coercer significa contener, refrenar, sujetar. Bajo un sistema democrático, el gobernante impone la coerción, dentro de la ley, a aquellos elementos de la sociedad que pretenden arrebatar a otros el fruto de su trabajo pasado o presente. Es decir, les coarta, les impide las acciones violentas contra otros; pero también les permite ilimitadamente aquellas que son pacíficas y que no estén prohibidas par la ley. Sobre tan elemental mecanismo está montada la organización social de la Democracia.

La coacción, en cambio, es el arma de la Econocracia. Mediante ella se fuerza y violenta a las personas, obligándolas a actuar de una determinada manera. Mal se podría ejercer la coacción, sin embargo, si no existiera el monopolio de la violencia y la coerción. Puede concluirse entonces que la Econocracia es aquel sistema de Gobierno que utiliza la coacción ilegítima, pero legalizada, valiéndose del monopolio de la violencia.

De esta suerte, en el Estado moderno, la acción primigenia de la política consistente en proteger las actividades honradas de los ciudadanos ha pasado a un segundo plano. La Economía en cambio, ha tomado más prestancia y peso, no ya como ciencia de la acción sino de la coacción humana. Por lo tanto el ejercicio del poder político se hace, en asuntos económicos, por comisión en lugar de por omisión. En otras palabras, el Estado se ha transformado en un manipulador de medios más que en un coordinador de fines. De ahí el empequeñecimiento de su dimensión política en relación a su cada vez mayor ingerencia económica.

El nuevo político

A causa de este desequilibrio institucional ha surgido en las instituciones estatales una nueva casta de mandarines encabezada, como es de suponer, por el economista. Especie de terapeuta social, el economista no es, como algunos pretenden aparentar, un consejero o factotum del político, sino alguien a quien pretende substituir. No es un crítico independiente de los aspectos económicos de la política sino alguien que ejerce su influencia dentro de un partido político. [ii]

La aparición de la profesión de economista, ha dicho Mises, «es una secuela del intervencionismo. El economista profesional hoy en día no es sino aquel especialista que analiza cuáles son las fórmulas que mejor permiten al Estado interferir en la vida mercantil. Se trata de expertos en materia de legislación económica, legislación que actualmente sólo aspira a perturbar el libre funcionamiento de la economía de mercado». [iii]

El econócrata no es neutral, sino que aplica sus conocimientos científicos en favor de una determinada doctrina política. Su imagen, sin embargo, ha sido elevada a los altares debido a que, con una visión borrosa de la realidad, se ha venido aceptando el hecho de considerar a los políticos como leviatanes y a los técnicos como los apóstoles del bienestar.

Pero lejos de haberse encarnado en ellos los viejos dioses maniqueos del bien y el mal, ambos comparten de buen grado su puesto en el ara del estado por muy lógicas razones. En el nuevo orden político de la Econocracia, el político toma de la Economía aquello que puede lustrar su imagen y prolongar su permanencia en el poder. Por su parte, el economista toma del político el poder necesario para llevar a la práctica sus planes económicos. Se trata pues, de un caso de simbiosis perfecta en el que patrón y huésped se autonutren y protegen.

El poder que le sobra a uno es trocado por la supuesta sapiencia que puede ofrecer el otro. No resulta extraño por ello que ambos personajes se arrullen al calor de sus respectivas retóricas.

Como resultado de esta amalgama se suelen dar en la vida práctica de la Econocracia situaciones muy peculiares. Así por ejemplo, si el poder político desconoce el fondo económico de un determinado asunto lo deja «en manos de los técnicos». A su vez, cuando éstos elaboran un determinado plan económico, su finalidad última es «incorporarlo a un programa político».

La iniciativa política, en definitiva, se gesta en el laboratorio del técnico. Para los efectos, la actuación del político es un simple filtro que retiene tan sólo algunas impurezas del experimento realizado en la probeta económica. Pudiera creerse aparentemente que los poderes públicos señalan los fines y los técnicos se ocupan de los medios. Pero el poder se ha desequilibrado a tal punto que tanto los medios como los fines prácticamente son manejados por la nueva casta, por esos nuevos políticos del nuevo Estado.

El poder econocrático

Para los hombres del mundo antiguo la sabiduría descansaba en la filosofía, la cual, en el pequeño saber de entonces, abarcaba todos los conocimientos humanos. Mas a medida que éste progresaba, el tiempo y la historia, en palabras de García Morente, «pulverizaron el viejo sentido de la palabra filosofía». Nuevas ciencias se construyeron y la sabiduría dejó de pertenecer a los filósofos para dispersarse entre las demás ciencias.

Pues bien, el econócrata es el filósofo de hoy en el sentido de ayer. Gracias a los ilimitados medios que el Estado ha puesto en sus manos, la matemática, la física, la estadística, la biología y en general todas las ciencias han sido aglomeradas por él en torno a una gran máquina: el computador. Y esa es su fuente de poder.

En este complejo mundo de hoy tener información, sobre todo información económica, equivale a tener poder político. Sólo el economista inserto en el Estado posee y dispone de esos datos y con ellos a mano los argumentos de un opositor se acallan, la decisión de un político se detiene o una ley se sanciona. No importa que estén sesgados, no importa que se usen para beneficio propio. El prestigio de las instituciones técnicas que los respaldan es suficiente para acallar cualquier objeción.

Y si se quiere una prueba, obsérvese la frecuencia con que en los discursos políticos se cita tal o cual organismo nacional o internacional, como prueba categórica de que lo que se dice es cierto. Sus datos y conclusiones técnicas suelen llevar siempre un sello lacrado en cuyos relieves pueden leerse las palabras «dogma de fe»

Eh ahí el poder económico usando como altavoz y pantalla al personaje político. Eh ahí la moderna sabiduría usada como palanca metaeconómica.

Conclusión

La Econocracia significa un paso más en la progresiva y sistemática destrucción del sistema democrático de Occidente. En una etapa previa, el poder político ya no se subordinó al hombre sino que éste quedó sometido a aquél. Actualmente, toda la cosa pública está sujeta al poder econocrático, o si se quiere, los patriotas políticos han sido substituidos por los patriotas económicos.

Tal es la causa de que en nuestro tiempo no haya verdaderos estadistas. Ese es el motivo de la corta vida de los hombres públicos. Sin otras motivaciones que la de mantenerse en la palestra, los dirigentes de hoy se han apoderado de los derechos ciudadanos aceptando para ello un descarado y abierto concubinato con los nuevos filósofos y su estrecha visión de corto plazo.

Mientras, y en nombre de la democracia, se cometen los más lamentables despojos. Los errores se multiplican, los problemas económicos se agudizan y la inestabilidad se ha vuelto una constante de la función social. Como ha advertido acertadamente Madariaga: «Nuestro mundo no mueve un dedo sin analizar el movimiento en la perspectiva de la Economía Política; lo cual equivale a trazar la geodesia de una bahía instalando los teodolitos en un velero. Pero es así como el mundo piensa hoy o, por lo menos, piensa que piensa». [iv]

«No son sus grandes hombres los que hacen la grandeza de una nación, sino la estatura de los inumerables mediocres»

JOSE ORTEGA Y GASSET


[i] Quizá la composición más adecuada del sustantivo fuera Economocracia. El autor ha escogido Econocracia por razones de fonética, partiendo de Ias raíces griegas oikónomos (administrador) y krátos (autoridad). Por lo tanto, Econocracia sería aquel sistema de gobierno donde el poder emana de las administradores y técnica del Estado, relegando a un segundo plano la participación del pueblo en los asuntos públicos.

[ii] Recomendamos al lector interesado en ampliar este punto el libro de W. H. Hutt «El economista y la política», editado por Unión Editorial, Madrid.

[iii] Véase Ludwig von Mises, «La Acción Humana», Pág. 1047. Ed. Sopec.

[iv] Salvador de Madariaga, Dios y los españoles, 3a edición, Ed. Planeta, 1976.