Año: 20, Noviembre 1978 No. 425

LA INDUSTRIALIZACION DE DON PEDRO

Sucedió una vez que Don Pedro Largarón se entusiasmó con la idea de poner una fábrica de chiliquines.

Sabía que la gente importaba muchos chiliquines y que cada día estaban más de moda. Pero por mas que hacía sus cuentas el negocio parecía que no le iba a resultar rentable.

Don Pedro era buen comerciante y además importaba chiliquines para la venta. Le costaba cincuenta centavos importarlos, y según sus cálculos, le costaría sesenta centavos fabricarlos. Como el precio de mercado era sesenta centavos, si los fabricaba, no ganaría nada.

Y por eso estaba muy triste, pues él quería ser industrial y quería fabricar chiliquines. Soñaba con llegar a ser conocido como don Pedro, el industrial de los chiliquines.

Sucedió que un día se encontró con Don Juan, funcionario que era muy poderoso y que le debía muchos favores a Don Pedro. Después de los efusivos saludos decidió hacerle el planteamiento siguiente, para que fuese posible poner la fábrica de chiliquines:

Mira Juan, le dijo Pedro al funcionario, el precio en el mercado de los chiliquines es de sesenta centavos. Yo vendo chiliquines, y le gano diez centavos a cada uno. Quiero poner fábrica, pues crearía plazas de trabajo y el país dejaría de ser dependiente del extranjero. La producción nacional sus­tituiría las importaciones y nuestra balanza de pagos mejoraría.

Excelente, le dijo Juan.

Continuó Pedro: Pero hay un problema, pues al venderlos en sesenta no ganaría nada, así que si al gobierno le interesa que ponga mi fábrica, me tendría que dar diez centavos por cada chiliquín que vendo, porque si no gano diez centavos, esta industria no vale la pena.

Pero Pedro, le dijo Don Juan, ¿de dónde quieres que el gobierno saque ese subsidio? Bien sabes que el gobierno solamente tiene el dinero que obtiene de sus contribuyentes, de modo que si ellos, a través del sistema impositivo te dan diez centavos por cada chiliquín, y te lo compran en sesenta, el precio total será setenta centavos. Diez que te dan de un modo y sesenta de otro. Total, setenta.

Pero Juan, le contestó Pedro, no ves que si el gobierno no logra que me paguen setenta centavos de alguna manera, no será factible l industria.

Mira Pedro, explicó Juan: Tú no sabes nada de política. Sería muy descarado poner un impuesto para que el gobierno te pague diez centavos a ti, que eres particular, por hacer chiliquines para la venta al público. Además, todo ese manejo cuesta dinero, pues hay que recaudar el impuesto y después pasarte la platita. Además, para eso hay que aumentar un poco más la burocracia, y eso no sería popular, ni barato.

Pero no te desanimes mi estimado Pedro. Hoy día ya existen sistemas sofisticados y mucho más sutiles que tienen la ventaja de economizar burocracia. En efecto, el sistema consiste en lograr que la gente te dé a ti, directamente, los diez centavos sin que pasen por manos del gobierno.

Como toda la gente se opondría si ponemos un impuesto para dártelo a ti, entonces todo lo que hay que hacer es pasar una ley poniendo un impuesto de importación de un quetzal por cada chiliquín, y entonces, la gente preferirá comprártelo a ti por setenta centavos y se logra así el mismo subsidio, pero en forma mucho más discreta En vez de poner un impuesto para pagarte a ti los diez centavos adicionales, lograremos que la gente te los dé a ti directamente, y casi nadie se dará cuenta que en realidad te están dando a ti el impuesto.

Y así sucedió que Don Pedro logró poner su fábrica de chiliquines. La plata que se invirtió en la fábrica ya no se pudo invertir en otra cosa; todos los que ahora compran chiliquines más caros, ahora tienen que comprar menos de otras cosas (causando así desempleo en otros sectores), pero Don Pedro se convirtió en el Gran Productor de Chiquilines.

«Se afirma que la remoción de los aranceles lesionará a los capitalistas que han vertido en la producción del rubro protegido, y, además, que lesionará a los trabajadores que han adquirido habilidades especiales. Estos efectos, efímeros a lo sumo, tienden a ser exagerados indebidamente. Abogar por los aranceles sobre una base así, es lo mismo que abogar por subsidios para proteger a los fabricantes de velas frente a la competencia de la electricidad.

W.M. CURTISS

Además de la libertad civil, también requiere eterna vigilancia la conservación de la más intima libertad: el libre albedrío, la libertad de escoger qué y cómo quiere ser uno mismo, y la libertad para lograrlo, conservandola facultad de obedecer a su propia voluntad

Utilizando la razón y la imaginación cada uno concibe la forma en que deberá conducirse la persona que él mismo desea ser, ante las múltiples y diversas circunstancias previsibles que podrá confrontar, para ser realmente la persona que, dentro de lo que es factible, desea ser. Escoge y adopta así libremente normas de conducta cuya observancia describe y define a esa persona que él desea ser.

Pero si cuando se presenten las circunstancias previstas, por falta de carácter y disciplina, un impulso intenso prevalece sobre aquellas normas, y no logra la persona actuar como decidió que debe actuar, habrá perdido la facultad de obedecer a la propia voluntad y se habrá convertido en esclavo de sus impulsos Habrá perdido su libertad

La utilidad de las normas consiste en servir de instrumentos para la vigilancia y la conservación de esa libertad, y la propia conciencia de quien nadie escapa es el vigilante

Manuel F. Ayau