Año: 21, Marzo 1979 No. 433

LORD KEYNES

PADRE DE LA INFLACION

Hilary Arathoon

El mundo se encuentra convulsionado por los efectos de una inflación galopante que tiende a convertirse en incontrolable. El causante, el responsable de dicha situación, es el extinto John Maynard Keynes, quien para aliviar el desempleo originado por la depresión económica allá por los años 1931 y 1932, propugnó la idea que podría estimularse la producción a base de un aumento en el gasto público, o sea que el imprimir más dinero y lanzarlo a la circulación, tendría por resultado una creciente demanda de bienes, lo cual daría origen a un incremento en la producción, motivando así la creación de nuevas plazas de trabajo, las cuales podrían absorber el crecido numero de desocupados.

Dicha doctrina, que la producción es el resultado de la demanda y que puede ser inducida a través del gasto, es el principal artículo de fe de la macroeconomía moderna. «Si sólo los consumidores gastaran más», dicen los expertos, «automáticamente los productores producirían más» Esa es la ficción prevaleciente hoy día gracias a Keynes, quien (dicho sea de paso) Influyó grandemente en la política económica del gobierno nacional-socialista alemán.

Como medio de distribución para ese papel moneda recién impreso, Keynes jocosamente sugirió que se introdujera en frascos que luego serían enterrados en lugares estratégicos y que a los desocupados se les asignara la tarea de localizarlos y desenterrarlos, pudiendo, una vez hallados, hacer uso de su contenido. Según Keynes ese dinero vendría a acrecentar la demanda de bienes, lo cual estimularía la producción.

Keynes consideraba inconveniente el ahorro, señalándolo como un vicio de la burguesía y abogaba por un crédito fácil y por la inversión gubernamental en proyectos de infraestructura. Abogó también por la creación de un banco mundial y de una moneda internacional.

La idea de Keynes de estimular la producción a base de un aumento en el dinero circulante, halló inmediata acogida y fue puesta en práctica, tanto en la Gran Bretaña como en los Estados Unidos de Norteamérica, cuyo presidente, el difunto Franklin Delano Roosevelt, la abrazó con entusiasmo, ya que comprendió que le serviría para hacer una redistribución de la renta.

Claro que en vez de enterrar el dinero en frascos, los gobiernos prefirieron gastarlo ellos mismos. Con los fondos así creados, se dedicaron a llevar a cabo distintos proyectos, como la construcción de edificios públicos, de presas y de carreteras. Los edificios públicos iban decorados hasta con murales, ya que la finalidad de dicho proyecto era el dar ocupación.

De más decir que dicha doctrina de gastar en exceso de los ingresos, halló calurosa acogida y pronta aceptación en casi todos los países del mundo, al grado que más tarde el presidente Nixon pudo decir: «we are all Keynesians now», o sea: «ahora todos somos Kenesianos».

Si un particular se dedicara a una política similar como sería la de gastar lo que no tiene, imprimiendo su propia moneda o girando cheques sin fondos, so pretexto de fomentar la producción, pronto se hallaría en la cárcel que es donde corresponde. Pero los gobiernos están en situación privilegiada y por encima de dichas limitaciones. A través del tratado internacional de Bretton Woods, llevado a cabo en 1944, simplemente se desligaron de sus compromisos y del talón oro, lo cual les permitió la emisión de papel moneda a discreción, pudiendo así incrementar sus gastos.

El banco mundial «BID» propuesto por Keynes, también fomenta la política del crédito fácil y del gasto desmesurado. Los gobiernos son alentados a utilizar al máximo su crédito y a obtener préstamos de dicho banco para invertir en tal o cual proyecto de su elección. El resultado es que muchos proyectos son abordados sin consideraciones de prioridad y sin tomar en cuenta su verdadera urgencia. En vez de asegurarse acerca de la viabilidad de los proyectos y si verdaderamente son rentables, muchos gobiernos se lanzan a la ejecución de los mismos. A diferencia de la iniciativa privada que corre el riesgo de perder todos sus haberes a través de una mala o desatinada inversión, los gobiernos siempre pueden rehacerse a través de la impresión de nueva moneda, o la emisión de bonos, o ampliando su crédito. De ahí que sus inversiones generalmente resulten mucho más costosas que las de los particulares y que no siempre se logren los resultados buscados.

Las consecuencias de este despilfarro de dinero, no se dejaron sentir de inmediato. Sin embargo, las estamos palpando hoy día en grado tal que resulta imposible ignorarlas, ya que han afectado profundamente la economía de los distintos países llevando a algunos al borde de la ruina, como sucede con la Gran Bretaña actual.

¿Cuál fue el error de Keynes? El error fue el de «colocar la carreta delante del caballo, en vez de dejar al caballo tirar de la carreta». Para poder satisfacer la demanda, la producción debe precederla. La idea que creando más papel moneda se puede estimular la producción fue una idea equivocada, puesto que la producción no puede improvisarse, sino que es un proceso tardío que necesita de una inversión previa. El pretender substituir el dinero ganado a través del trabajo y la producción de bienes o servicios con un dinero caprichosamente creado y colocado al alcance del consumidor, sólo podía dar por resultado la inflación. En qué otros bienes podría gastarse ese dinero sino en los ya existentes. E] desenterrar frascos no es una actividad productora de bienes.

Como debería haberse previsto, la consecuencia ha sido un desequilibrio entre la oferta y la demanda. Un exceso de dinero (o sea demanda) y una escasez relativa de bienes, lo cual da por resultado la INFLAClON.

Cuando Keynes se dio cuenta del resultado nocivo que tendría su doctrina, quiso frenarla y llegó a recomendar que se impusiera el ahorro forcivoluntario, pero el daño ya estaba hecho. La doctrina había sido aceptada y la gente previamente indoctrinada, se había acostumbrado a no ahorrar y a depender cada vez más y más de la protección estatal. Cada vez son mayores las demandas que se les hacen a los gobiernos en dicho sentido y cada vez son mayores las asignaciones que los gobiernos consentidores tienen que acordar para cubrir dichas prestaciones, al grado de haber llegado muchos al borde de la quiebra y haber tenido que ser rescatados a última hora por las autoridades afines. Dígalo si no la ciudad de Nueva York.

Tanto el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Jimmy Carter, como el Primer Ministro Británico, James Callagham, están tratando de controlar la inflación. En la Gran Bretaña han pretendido frenar el alza de salarios fijando un aumento no mayor del 5% anual o tratando de evitar un alza inmoderada en los precios. Pero los sindicatos se han rebelado contra dichas medidas reclamando aumentos hasta del 40%. Callagham ha respondido que «no se va ha imprimir dinero para satisfacer aumentos». Falta ver si lo logra llevar a cabo.

El único remedio a una inflación galopante es una disminución en los gastos presupuestales de la nación y un régimen de austeridad por el tiempo requerido para nivelar nuevamente los presupuestos. Innecesario decir que dichas medidas no gozan de la popularidad del gasto ilimitado que se ha venido acostumbrando.

«La primera panacea para una nación mal gobernada es la inflación de su moneda, la segunda es la guerra. Ambas producen una prosperidad temporal; ambas, una ruina permanente. Las dos son el refugio de oportunistas, tanto en lo político como en lo económico».