Año: 21, Diciembre 1979 No. 452

Los Enemigos de la Libertad[i]

Por: Rigoberto Juárez-Paz

Los enemigos de la libertad son de muy diversa índole. Los más fáciles de identificar son aquellos que dicen que luchan por la liberación de nuestras naciones, a sabiendas de que para lograrlo será necesario esclavizar a los habitantes de esas naciones; aquellos que desean destruir nuestra imperfecta libertad con base en que seremos perfectamente libres cuando nos hayamos liberado del imperialismo. Como es evidente, nuestros supuestos libertadores contemporáneos quieren persuadirnos de algo absurdo, ello es, que intercambiemos una libertad imperfecta como todo lo humano, pero que es real y efectiva, por una libertad que no sólo es teórica sino que conlleva la pérdida de la libertad de que ya gozamos.

No es difícil percatarse de que nuestros supuestos libertadores nos han tendido una celada semántica. Es a todas luces imposible que exista una nación libre cuyos habitantes no lo sean, aunque nos digan que realmente lo que importa es que nos liberemos del imperialismo y que lo demás se arreglará después. Esta es una celada en la que fácilmente podemos caer los latinoamericanos, por causa de nuestra propia historia, pues tenemos una tendencia a interpretar la natural interdependencia que existe entre las naciones como que si fuera una forma de dependencia que es incompatible con nuestro libre y propio desarrollo social. Los latinoamericanos podemos fácilmente caer en esa celada semántica porque muchos de nosotros todavía padecemos el trauma del nacimiento de nuestros pueblos a la vida independiente. Antes eran los imperialistas españoles los que tenían la culpa de nuestro subdesarrollo. Ahora son los imperialistas norteamericanos.

Hoy se habla de la metrópoli, de los centros hegemónicos, donde ayer se hablaba del poder imperial de los conquistadores. Ha cambiado el vocabulario, pero no han cambiado ni el sentimiento de inferioridad n el resentimiento propios de hombres sometidos, pese a que las relaciones de nuestros países con los países más influyentes del mundo han cambiado radicalmente en los últimos tiempos.

Estos son los enemigos de la libertad que pretenden liberar a nuestros países del yugo imperialista para luego ponernos su propio yugo, pero no diré más acerca de ellos.

1. El analfabetismo económico

Los enemigos a los que deseo referirme son más difíciles de identificar y, por ello mismo, más difíciles de combatir. El primer enemigo de la libertad que voy a señalar es lo que en otros sitios he llamado el «analfabetismo económico». Por supuesto que al usar esta expresión no deseo significar «ausencia de conocimiento económico» sino más bien una serie de ideas económicas, o relativas a la política económica, que considero equivocadas.

Puesto que hoy se cumplen doscientos dos años del nacimiento del muy ilustre don José Cecilio del Valle, gloria de Honduras y de Centroamérica, considero obligado y oportuno recordar que el 4 de febrero de 1812 la Sociedad Económica de Amigos de Guatemala le nombró regente de la Cátedra de Economía Política. Se reconocía, por una parte, la urgente necesidad de que en el medio centroamericano se estudiaran los principios de la ciencia económica y, por la otra, se sabía que Valle era la persona mejor calificada para hacerse cargo de dicha cátedra.

Pues bien, ya ha pasado más de siglo y medio desde que José Cecilio del Valle iniciara su labor docente y la situación no ha cambiado mucho. Todavía existe el anal­fabetismo económico de 1812, a la par del nuevo analfabetismo económico. Este nuevo analfabetismo tiene varias formas. Consiste en creer:

a. Que el problema económico de la sociedad consiste en encontrar la forma de distribuir bien lo que está mal distribuido: la riqueza, en general, y la tierra, en particular.

b. Que el desarrollo de nuestros pueblos lo frena la propiedad privada de los medios de producción; y

c. Que el progreso de nuestros pueblos se logrará cuando los gobiernos establezcan más controles sobre las actividades económicas de los ciudadanos y se pongan ellos mismos a producir bienes y servicios.

Como puede verse con facilidad, lo que he llamado el «analfabetismo económico» priva en todo el mundo socialista y en buena parte del mundo no socialista. Espero, por supuesto, que no encontremos en ello ningún consuelo.

¿Por qué considero equivocado creer que el problema económico de la sociedad consiste en encontrar la forma de distribuir la riqueza? Por la sencilla razón de que lo que hay en gran abundancia en todo el mundo no es riqueza sino escasez y pobreza. La riqueza que hay en el mundo es insignificante en comparación con la pobreza, pero es especialmente insignificante si se la compara con la riqueza que es necesaria para elevar el nivel de vida de tantísimos millones de seres humanos que aspiran a vivir una vida mejor.

Si vemos el asunto serenamente, nos damos cuenta de que poco o nada se resolverá si tratamos de remediar la pobreza de los que son pobres empobreciendo a los que tienen más. Resulta claro que de esa forma sólo lograremos empobrecerlos a todos, pero especialmente a quienes ya son pobres y, tal vez, satisfacer nuestros deseos de venganza o nuestra envidia.

Como lo señala la experiencia de todos los tiempos, el problema económico de la sociedad consiste en encontrar las formas más económicas de satisfacer los deseos de tantos seres humanos, es decir, las formas de aumentar la producción al menor costo posible. Todos sabemos que nunca hay suficiente de nada, todo es escaso, o como lo expresa el refrán popular «el que más tiene, más quiere». El problema económico de todos los países del mundo es producir más, porque cada día se desea consumir más. La distribución de lo que se produce no de­be preocupar a nadie, ya que lo verdaderamente difícil es que haya algo qué distribuir. Una vez se ha resuelto el problema de la producción, el problema de la distribución no es problema serio. En una sociedad próspera, vale decir, en una sociedad libre, la tendencia general es que cada uno reciba en la medida que cada uno contri­buya a la producción. Pero no siempre es así y, además, siempre hay situaciones indeseables, como en todas partes las hay. La diferencia radica en que en una sociedad próspera están a la mano los medios para corregir las situaciones indeseables que se den. En el año 1973, como ejemplo, los ciudadanos norteamericanos, sin poner en la cuenta a las fundaciones, dieron a la caridad veintidós mil millones de dólares[ii], casi veinte veces el presupuesto general de gastos de mi país. Por si ello fuera poco, esos mismos ciudadanos también habían contribuido, por mandato legal, con cerca de un 25% de sus ingresos para financiar a los gobiernos estatales y al gobierno federal. ¡Cuánto tiene que producir un país para que puedan darse situaciones como las que he citado! ¡Cuánto tiene que producir un país para que los desheredados de la fortuna, los enfermos, los menos competentes puedan recibir los beneficios de la prosperidad sin que sea necesario violar los derechos de los demás!

Vemos, pues, que si en verdad nos preocupa la situación de nuestros países, si en verdad deseamos contribuir al bienestar social, tenemos que contribuir, cada uno a su manera, a aumentar la producción de bienes y servicios. Ninguno produce lo suficiente y ninguno produce sin invertir capital, cualquiera que sea el tipo de organización social de que se trate. En este sentido, no hay nación del mundo que no sea capitalista. Sin capital no se produce nada, y el capital hay que producirlo o ahorrarlo, si ya se produjo.

José Cecilio del Valle se preguntaba «¿Por qué hay países de abundancia y lugares de miseria? ¿Por qué se estanca la riqueza en uno o dos puntos solamente, y no se distribuye por todos? ¿Por qué hay pobres y ricos? Este es el problema grande la economía política».[iii]

Las preguntas del prócer pueden responderse diciendo que la riqueza de unos lugares y la pobreza de otros depende de la producción de bienes y servicios que otros desean y que están en condiciones de pagar; y que la producción depende de la inversión de capital. Los países ricos invierten grandes cantidades de capital; los países pobres invierten muy poco. Nuestros países son pobres porque el capital disponible para la inversión es insuficiente, de manera que seguiremos siendo pobres en la medida que sea insuficiente el capital disponible para la producción de bienes y servicios.

Creer que la propiedad privada de los medios de producción frena el progreso, equivale a cerrar los ojos ante la realidad histórica y actual del mundo. Se ha comprobado hasta la saciedad, en todas partes y en todas las épocas, que la propiedad estatal de los medios de producción no sólo desperdicia los recursos del pueblo sino que inevitablemente conlleva controles gubernamentales que desembocan en la tiranía.

Se ha señalado muchas veces que si los gobiernos pudieran producir bienes y servicios más eficientemente que los ciudada­nos, no tendría ninguna necesidad de prohibir tantas actividades con el propósito de asegurar los monopolios estatales. Hasta ahora ningún gobierno del mundo ha demostrado ser más eficiente que los particulares en la producción de bienes y servicios. Los gobiernos son, por propia naturaleza, consumidores que no producen. José Cecilio del Valle entendía todas estas cosas. El las aprendió de los maestros británicos del siglo XVIII (Smith, Hume, Ricardo) y yo las he aprendido de los discípulos de los discípulos de los maestros británicos, de manera que ya es hora de que todos las hubiéramos aprendido. Marx también las aprendió de los maestros británicos, pero a él se le olvidaron por andar preocupado de formular sus propias ideas. La experiencia ha demostrado que a Marx más le hubiera valido quedarse con las lecciones de sus maestros británicos, y a nosotros también.

Decía, pues, que el analfabetismo económico es un poderoso enemigo de la libertad. Quienes abogan por la interferencia estatal en la economía, abogan en contra de la libertad y de la prosperidad: la primera, porque el control económico es la fuente de todos los demás controles; la segunda, porque la prosperidad es fruto de la libertad.

2. El intencionalismo moral

El intencionalismo moral es otro pode­roso enemigo de la libertad. Llamo inten­cionalismo moral a la creencia popular de que basta con la intención. El intenciona­lismo, al valorar la intención por encima de la acción, fácilmente conduce a la paráli­sis moral vía la creencia equivocada de que nuestro deber es tener buenas intenciones y no realizar acciones. Esta creencia equi­vocada está tan cerca de la verdad que por ello mismo es más difícil percatarse del error. La intención es la fuente de la bondad o de la maldad moral de nuestras acciones; y en la medida que actuamos movi­dos por buenas intenciones, en esa medida nos acercamos a la perfección moral. De manera que a cada uno de nosotros nos in­teresa actuar movidos por buenas intenciones. Pero al prójimo no le interesan nues­tras intenciones; le interesa lo que hacemos en la medida que lo que hacemos afecta sus vidas.

Conviene señalar, sin embargo, que el cumplimiento de nuestro deber no consiste ni en simplemente tener la intención de cumplirlo ni tampoco en tener éxito. El cumplimiento de nuestro deber consiste en hacer lo que esté dentro de nuestras posi­bilidades para cumplirlo, en ponernos a cumplir con nuestro deber. Como dice el refrán popular «nadie está obligado a hacer más de lo que puede», pero todos esta­mos obligados a hacer lo que podamos para cumplir con nuestro deber, y no a tener la intención de cumplirlo.

¿Por qué he afirmado que el intencio­nalismo moral es un poderoso enemigo de la libertad? Una razón es la siguiente:

Si enfocamos los problemas sociales con mentalidad intencionalista, tendremos dificultades para apreciar los grandes beneficios materiales y espirituales de una sociedad libre. Una sociedad libre se caracteriza, entre otras cosas, por el hecho de que en ella cada uno vive su propia vida, lo mejor que le sea posible, dentro de los limites que marca la ley. Cada uno se esfuerza por vivir el tipo de vida que desea vivir, sin más limitaciones que los derechos de los demás. Quienes poseen capital lo invierten para aumentar sus propias utilidades. Quienes compran, lo hacen para satisfacer alguna necesidad propia y no para beneficiar a los que venden. La sociedad libre es egocéntrica por la sencilla razón de que todos los seres humanos son egocentristas, si tienen la oportunidad de actuar libremente.

¿Cómo es posible, entonces, que todos los miembros de una sociedad libre se beneficien de acciones que principalmente persiguen el beneficio de quienes actúan? ¿Cómo es posible que la forma más eficaz de contribuir al beneficio de los demás sea la búsqueda del propio beneficio? Para quienes miran la sociedad desde un ángulo intencionalista las preguntas precedentes ni siquiera surgen. Ellos creen que una sociedad que no está orientada hacia (o no actúa para) el beneficio del pueblo no puede beneficiarlo.

Sin embargo, las sociedades libres o egocéntricas son aquellas que han alcanzado los más altos niveles de bienestar material. (El bienestar espiritual pertenece a otro campo de estudio). Algo anda mal, entonces, en el enfoque intencionalista. Y lo que anda mal es la creencia equivocada de que la eficacia de nuestras acciones depende de la calidad de nuestras intenciones. Algu­nos socialistas, que son intencionalistas señalan que el capitalismo estatal de esas sociedades se caracteriza porque las inversiones de capital se hacen para beneficio del pueblo. Lo malo, decimos nosotros, es que el pueblo no lo siente.

En el mundo capitalista, por el contrario, las inversiones de capital se hacen para beneficiar a sus dueños y el pueblo se beneficia grandemente de esas inversiones. La intención de quienes invierten es ajena a los intereses de los demás, pero los beneficia.

3. La confusión sobre la justicia

Ni en la naturaleza ni en la sociedad encontramos seres iguales. Aun los seres de la misma especie no son iguales; hasta los hermanos gemelos son diferentes. Como todos lo sabemos, hay toda clase de diferencias entre las personas, diferencias que las hacen ser lo que son y que las distinguen de los demás. La igualdad natural, es, pues, un mito, una sombra, una ilusión; y el tratar de hacer real lo que sólo es ficticio, es como tratar de que los líquidos no busquen su nivel o tratar de que el agua no moje, es decir, una locura.

La única igualdad que es digna de perseguirse, que ha sido digna de la lucha de tantos hombres valerosos y que es digna de nuestra lucha, es la igualdad jurídica, la igualdad ante la ley, base fundamental del derecho y de la justicia.

Infortunadamente, en nuestro tiempo se han llegado a negar el derecho y la justicia (o la igualdad ante la ley) por causa de la búsqueda de la igualdad social (o justicia social). El más somero análisis de esta cuestión revela que la «justicia social» es incompatible con la justicia y con la libertad, como he tratado de señalar en otro sitio.[iv]

En un ambiente de libertad las diferencias individuales se acentúan, pues al actuar libremente seres tan diferentes, como lo son los seres humanos, los resultados de sus acciones necesariamente son diferentes. Por esa razón las sociedades libres son sociedades que muestran toda clase de diferencias. La igualdad ante la ley, de seres diferentes, necesariamente produce diferencias de toda índole.

De lo precedente se sigue que la única forma de borrar las diferencias es destruir la igualdad ante la ley o la justicia. De manera que la igualdad social sólo se puede lograr destruyendo la igualdad ante la ley. Para expresarlo de otra manera, la justicia social requiere que desaparezcan el derecho y la justicia.

Diré, para concluir, que la igualdad social es un sueño que sueñan algunos tiranos, sueño que para sus infortunados pueblos es una terrible realidad.

Debemos, pues, proclamar nuestra profunda vocación por el derecho y la justicia y nuestro repudio por la llamada justicia social. La confusión entre la justicia y la justicia social es uno de los enemigos más sutiles y poderosos de la libertad.

Por supuesto que hay otros enemigos de la libertad, tales como el miedo a la libertad, la envidia, el resentimiento, la tendencia al menor esfuerzo y otras realidades humanas que los psicólogos han estudiado. Yo he querido referirme con especial interés a los enemigos conceptuales cuya de­rrota puede neutralizar a los enemigos políticos y a los enemigos psicológicos de la libertad.

«Un sistema democrático y eminentemente liberal como el que nos rige, tiene por base esencial la observancia estricta de la ley. Ni el capricho de un hombre solo, ni el interés de ciertas clases de la sociedad forman su esencia. Bajo un principio noble y sagrado él otorga la más perfecta libertad, a la vez que reprime y castiga el libertinaje».

Benito Juárez

«Flor y Látigo»


[i] Resumen de la conferencia que el autor dictó en el Club Rotario Sur de Tegucigalpa, el 22 de noviembre de 1979.

[ii] Susan Love Brown, et. al. The Incredible Bread Machine, World Research, Inc. Campus Studies

Institute Division, San Diego, California, 1974, P. 109.

[iii] Citado en Pedro Tobar Cruz, Valle - El Hombre -El Político - El Sabio, Editorial José de Pineda Ibarra, 1961, P. 281.

[iv] R. Juárez-Paz, El sentido de la Justicia en el concepto de Justicia social. Tópicos de actualidad. No. 390, Apdo. Postal 652, Guatemala.