Año: 22, Marzo 1980 No. 458

N.D. En 1850 F. Bastiat publicó «La Ley» y dado que los principios que en la obra expone son eternos, resulta muy valiosa su lectura. Se ha dicho de Bastiat que nadie ha podido sobrepasarlo en maestría en cuanto a analizar una idea falsa para destruirla.

Rasgo saliente del pensamiento del autor es su optimismo, fundado en la convicción de que el desenvolvimiento espontáneo de las leyes naturales en materia económica, conduce a la perfecta armonía de los intereses en juego.

A continuación, una reproducción parcial de «La Ley», la cual consideramos oportuna para hacer reflexionar sobre el tema.

Algo Sobre

LA LEY

deFréderic Bastiat

Legítima función de la legislación

No es verdad que el legislador tenga sobre nuestras personas y propiedad un poder absoluto, ya que aquéllas son preexistentes y que la tarea de la ley es la de rodearlas de garantías.

No es verdad que tenga por misión la ley, regir nuestra conciencia, nuestras ideas, voluntades, instrucción, sentimientos, trabajos, intercambios, informaciones y satisfacciones.

Su misión está en impedir que en ninguno de esos puntos, el derecho de uno quede usurpado por el de otro.

La ley, debido a que tiene por sanción necesaria a la fuerza, no puede tener otro ámbito legítimo, que el legítimo ámbito de la fuerza, es decir: la justicia.

Y como todo individuo sólo tiene derecho a recurrir a la fuerza en el caso de legítima defensa, la fuerza colectiva, que no es sino la reunión de las fuerzas individuales, no podría ser aplicada racionalmente para otra finalidad.

La ley es pues únicamente la organización del preexistente derecho individual de legítima defensa:

La ley es la justicia.

Ley y caridad no es lo mismo

El objeto de la ley no es servir para oprimir a las personas o expoliar la propiedad, aun con fines filantrópicos, cuanto que es su misión proteger la persona y la propiedad.

Y que no se diga que puede por lo menos ser filantrópica con tal que se abstenga de toda opresión y de toda expoliación; eso es contradictorio. La ley no puede dejar de actuar sobre las personas o los bienes; si no los garantiza, los viola por el solo hecho de actuar, por el solo hecho de existir.

La ley, es la justicia, algo claro, sencillo, perfectamente definido y delimitado, accesible a toda inteligencia y visible para todos los ojos, porque la justicia es determinable, inmutable, inalterable, que no puede ser admitida en más ni enmenos.

Saliéndose de ahí, haciendo a la ley religiosa, fraternalizadora, igualizadora, filantrópica, industrial, literaria, artística, pronto se está en lo infinito, en lo desconocido, en la utopía impuesta, o lo que es peor, en la multitud de las utopías luchando por apoderarse de la ley y por imponerla; porque la fraternidad y la filantropía no tienen límites fijos como la justicia.

¿Dónde detenerse? ¿Quién habrá de detener a la ley?

Camino recto hacia el comunismo

«Alguno, como Saint-Cricq, no habrá de extender su filantropía sino hasta algunas clases de industriales y pedirá a la ley que disponga de los consumidores en favor de los productores. Otro, como Considerant, se hará cargo de la causa de los trabajadores y reclamará de la ley para ellos un mínimo asegurado, vestido, alojamiento, alimentación y todas las cosas necesarias para el mantenimiento de la vida. Un tercero, Louis Blanc, dirá con razón que no hay ahí sino un esbozo de paternalismo y que la ley debe darle a todos instrumentos de trabajo e instrucción. Otra persona hará observar que tal arreglo deja aún sitio para la desigualdad y que la ley debe hacer penetrar en las aldeas más remotas el lujo, la literatura y las artes. Se nos llevará así hasta el comunismo, o más bien la legislación será . . . lo que ya es: el campo de batalla de todos los sueños y de todos los inmoderados apetitos».

Base del gobierno estable

Dentro de este círculo, se concibe un gobierno sencillo e inconmovible. Y desafío a que se me diga de dónde podría salir la idea de una revolución, insurrección o de un simple motín, contra una fuerza pública limitada a reprimir la injusticia. Bajo tal régimen habría más bienestar y éste estaría más igualmente repartido, y en cuanto a los sufrimientos, que son inseparables de la humanidad, a ninguno se le ocurriría culpar al gobierno, que sería tan extraño a ellos como lo es a las variaciones de temperatura. ¿Se ha visto nunca al pueblo insurreccionarse contra la corte de casación o irrumpir en el pretorio del juez de paz para reclamar salarios mínimos, crédito gratuito, instrumentos de trabajo, el favor de las tarifas o taller socializado? Bien sabe que tales combinaciones están fuera del poder del juez y del mismo modo podría aprender que están fuera del poder de la ley.

Pero, que se dicte la ley basándose en el principio de la fraternidad, proclamando que de ella emanan bienes y males, que es responsable por toda desigualdad social, y se abrirá la puerta a una interminable serie de quejas, odios, trastornos y revoluciones.

Justicia significa igualdad de derechos

La ley es la justicia, ¡Y, bien extraño sería que pudiera equitativamente ser otra cosa!

¿Acaso la justicia no es el derecho?

¿Acaso todos los derechos no son iguales? ¿Cómo pues podría intervenir la ley para someterme a los planes sociales de Mimerel, de Melum, Thiers, Louis Blanc, en lugar de someter a esos señores a mis planes? ¿Se cree que no he recibido de la naturaleza la suficiente imaginación para inventar también una utopía? ¿Acaso le corresponde a la ley la elección entre tantas quimeras, poniendo la fuerza pública al servicio de una de ellas?

La ley es la justicia. Y que no se diga, como continuamente ocurre, que concebida así la ley atea, individualista y sin entrañas, resultaría transformando a la humanidad a su imagen y semejanza. Es esa una deducción absurda, muy digna del entusiasmo por todo lo que venga del gobierno que lleva a la humanidad a creer en la omnipotencia de la ley.

¡Cómo! ¿Del hecho de que seamos libres tiene que resultar que dejemos de actuar? ¿De que no recibamos la impulsión de la ley, debe resultar que quedemos desprovistos de toda impulsión? De que la ley se limite a garantizar el libre ejercicio de nuestras facultades, ¿ha de resultar que nuestras facultades sean atacadas de inercia? Del hecho de que la ley no nos imponga formas religiosas, modos de asociación, métodos de enseñanza, procedimientos de trabajo, directivas de intercambio, planes de caridad, ¿ha de resultar que nos apresuremos a hundirnos en el ateísmo, el aislamiento, la ignorancia, la miseria y el egoísmo? ¿Es resultado obligado que no sepamos ya reconocer el poder y la bondad de Dios, ni asociarnos, ni prestarnos ayuda mutua, ni amor y socorros a nuestros hermanos en desgracia, ni estudiar los secretos de la naturaleza, ni aspirar al perfeccionamiento de nuestro ser?

El camino hacia la dignidad y el progreso

La ley es la justicia Y bajo la ley de justicia, bajo el régimen de derecho, bajo la influencia de la libertad, de la seguridad, la estabilidad y la responsabilidad, es como todo hombre habrá de llegar a su pleno valor, a toda la dignidad de su ser, como la humanidad realizará el progreso que está en su destino, con orden y calma con lentitud sin duda, pero con certeza.

Me parece que tengo a mi favor la teoría; porque cualquiera sea el asunto que someta al razonamiento, ya sea religioso, filosófico, político o económico; ya se trate de bienestar, de moralidad, de igualdad, de derecho, de justicia, de progreso, de responsabilidad, de solidaridad, de propiedad, de trabajo, de intercambio, de capital, de salarios, de impuestos, de población, de créditos o de gobiernos; en cualquier parte del horizonte científico en que coloque el punto de partida de mis investigaciones, invariablemente siempre llego a lo siguiente: la solución del problema social está en la libertad.

Idea puesta a prueba

¿Acaso no tengo también a mi favor la experiencia? Tended la mirada sobre el globo. ¿Cuáles son los pueblos más felices, más morales y más apacibles? Son aquellos en que menos interviene la ley en la actividad privada; donde menos se hace sentir el gobierno; donde la individualidad tiene más iniciativa y la opinión pública más influencia; donde los rodajes administrativos son menos numerosos y complicados; los impuestos menos pesados y menos desiguales; los descontentos populares menos excitados y en menor grado justificables; donde la responsabilidad de los individuos y de las clases es más efectiva, y donde, en consecuencia, si no son perfectas las costumbres, tienen tendencia invencible a rectificar; donde las transacciones, los convenios y las asociaciones se ven menos trabadas; donde trabajo, capitales y población sufren menores desplazamientos artificiales; donde la humanidad obedece más a su propia inclinación; donde el pensamiento de Dios prevalece más sobre las invenciones humanas; aquellos, en una palabra, que más se acercan a la siguiente solución; dentro de los límites del derecho, todo debe hacerse por la libre y perfectible espontaneidad del hombre; nada por medio de la ley o la fuerza, sino de la justicia universal.

La pasión del mando

Hay que decirlo: hay en el mundo exceso de «grandes» hombres; hay demasiados legisladores, organizadores, instituyentes de sociedades, conductores de pueblos, padres de las naciones, etc. Demasiada gente que se coloca por encima de la humanidad para regentarla, demasiada gente que hace oficio de ocuparse de la humanidad.

Se me dirá: Usted que habla, bastante se ocupa de ella. Cierto es. Pero habrá de convenirse que lo hago en un sentido y desde un punto de vista muy diferentes y que si me entrometo con los reformadores, es únicamente con el propósito de que dejen en paz a la gente.

Me ocupo, no como Vaucanson de su autómata, sino como fisiólogo del organismo humano; para estudiarlo y admirarlo.

Me ocupo, con el espíritu que animaba al célebre viajero: Llegó a una tribu salvaje. Acababa de nacer un niño y una turba de adivinos, brujos y empíricos lo rodeaban, armados de anillos, ganchos y ataduras. Decía uno: este niño no sentirá jamás el perfume de una pipa, si no le alargo las narices. Otro: quedará privado del sentido del oído, si no hago que sus orejas le cuelguen hasta los hombros. Un tercero: no verá la luz del sol si no doy a sus ojos una dirección oblicua. El cuarto: jamás podrá tenerse en pie si no le encorvo las piernas. El quinto: no podrá pensar, si no comprimo su cerebro: ¡Atrás!, dijo el viajero, Dios hace bien sus obras; no ‘pretendáis saber más que El y ya que ha dotado de órganos a esta endeble criatura, dejad que esos órganos se desarrollen y se fortifiquen por el ejercicio, los ensayos, la experiencia y la libertad.

Ahora, a prueba la libertad

También ha dotado Dios a la humanidad de todo lo necesario para realizar sus destinos. Existe una fisiología social providencial tal como existe la fisiología humana providencial. Los órganos sociales también están constituidos en forma de que puedan desarrollarse armónicamente al aire libre de la libertad. ¡Atrás, pues, los empíricos y organizadores! ¡Atrás sus anillos, cadenas, ganchos y tenazas! ¡Atrás sus procedimientos artificiales! ¡Atrás su taller socializado, su falansterio, su gubernamentalismo, su centralización, sus tarifas, sus universidades, sus religiones de Estado, sus bancas gratuitas o monopolizadas, sus comprensiones y restricciones, su piadosa moralización o igualización por medio del impuesto! Y puesto que se ha infligido al cuerpo social tantos sistemas, que se termine por donde se debió empezar: que sean rechazados los sistemas, que se ponga finalmente a prueba la libertad, la libertad que es un acto de fe en Dios y en su obra.

«La existencia de la Personalidad, la Libertad y la Propiedad, no se debe a que los hombres hayan dictado Leyes. Por el contrario, la pre-existencia de personalidad, libertad y propiedad es la que determina que puedan hacer leyes de hombres».

LA LEY – Fréderic Bastiat