Año: 22, Junio 1980 No. 464

N. D. El Doctor Juárez-Paz, B. S., M. A., Ph. D. es graduado por las Universidades de Indiana y Minnesota, de los EEUU, ha sido profesor de las Universidades de Minnesota, Pensylvania, Universidad de San Carlos de Guatemala, y actualmente de la Universidad Francisco Marroquín de la cual es vice-rector, e imparte el curso de Filosofía Social. Es autor de Ensayos sobre Teoría Ética, Filosofía Española Contemporánea y Educación Universitaria.

Las Condiciones del Diálogo

Rigoberto Juárez-Paz

PROLOGO

«Diálogo» es un término que designa la natural actividad del hombre en conversación consigo mismo o con otros hombres. Se dialoga para buscar la verdad, para persuadir, para suplicar, para hacer reír, para hacer llorar, o simplemente para pasar el tiempo.

Dialogan los hombres de ciencia; dialogan los maestros con sus alumnos; dialogan los hermanos; dialogan los padres con sus hijos; dialogan los amigos. Hay diálogos noéticos; diálogos amistosos; diálogos amorosos.

Dialogan hombres reales y ficticios; dialogan Carter y Sadat; Tepeu, Gucumatz, los progenitores, antes de la creación; dialogan Sócrates y Trasímaco; Sancho y don Quijote; don Juan y doña Inés. Hasta los perros dialogan, y no sólo en el Coloquio de los Perros. También dialogan los perros y las aves de corral en el Popol Vuh; dialogan las ollas, los comales, las tinajas y las piedras de moler.

(Merece la pena señalar el hecho de que, según el pensamiento guatemalteco originario, al igual que ocurre en el pensamiento inicial de otras civilizaciones el diálogo se da en todo el universo. El logos está presente en la materia, tanto como en el espíritu, de manera que el universo aparece como una enorme colección de espíritus que dialogan consigo mismos y con los demás espíritus.

Esta concepción animista parece ser el substrato proto-filosófico de la concepción teleológica del universo que encontramos en la filosofía de Aristóteles; de la monadología Leibniziana; de la concepción dialéctica del mundo, y posiblemente de otras concepciones).

Pero «diálogo» es un término que también designa actividades que persiguen contener la violencia; evitar la guerra; mantener la paz. En el pensamiento contemporáneo el diálogo ha adquirido características eminentemente políticas. Se recurre al diálogo para controlar el odio de grupos antagónicos; para entrar en acuerdos con facciones y, en general, para tratar de gobernar ante la oposición pacifica de unos y la beligerante de otros; ante las ambiciones de unos y los ataques de otros.

Un simple examen del diálogo político sugiere que en el ámbito internacional el diálogo surge por el hecho de que no hay una ley internacional enforzable y, en consecuencia, por el hecho de que no hay un poder político mundial reconocido. Como todos lo sabemos, Naciones Unidas no representa ni lo uno ni lo otro.

Por otra parte, los diálogos políticos nacionales no surgen ni en los países totalitarios ni en los países en los cuales el mandato popular es claro e inequívoco. La observación de los acontecimientos en el mundo en los últimos tiempos pone de manifiesto que los diálogos nacionales sólo surgen en países en los cuales ni se puede llegar a la dictadura férrea ni se puede vivir la vida democrática cuyos ideales inspiran sus constituciones.

A la luz de lo precedente, el diálogo de carácter nacional aparece como un síntoma de debilidad política, consecuencia de la falta de apoyo popular. En otros términos, sólo los gobiernos débiles propician el diálogo. Los gobiernos fuertes velan por que se cumpla la ley, producto de anteriores diálogos, que han sido forjadores de la tradición nacional, o producto de la imposición arbitraria de un hombre o de un partido.

* * *

Dentro del diálogo político hay una modalidad que se aleja tanto de la naturaleza y del espíritu del diálogo original que tal vez convenga llamarle de otro modo.

En este caso se busca el diálogo para ganar tiempo antes de un ataque o, si éste ya ha pasado, se busca el diálogo para reagrupar fuerzas que quedaron dispersas.

Una modalidad un poco diferente consiste en atacar al enemigo y luego buscar el diálogo para desarmar la represalia. Si se hace sentir la represalia, entonces se dice que la represión (o la autoridad de que se trate) rechaza el diálogo, es decir que rechaza el método racional, humano y civilizado de resolver conflictos. Como es natural suponer, si el ataque tiene éxito la necesidad del diálogo no surge por ningún sitio.

Esta peculiar manera de recurrir al diálogo es un instrumento de lucha; es un arma política; una especie de guerrilla del intelecto o, si se quiere, un arma intelectual de la guerrilla contemporánea en el mundo.

Esta forma de recurrir al diálogo es un método de ocultamiento de la verdad y es por ello un instrumento para engañar incautos respecto de los verdaderos fines que se persigue, en nombre de la paz y la razón.

También se busca el diálogo para justificar el quebrantamiento de normas vigentes y evitar así las consecuencias de dicho quebrantamiento. Como ya lo he sugerido, se recurre al diálogo para ocultar la lucha abierta en que se está y no tener que afrontar las consecuencias de dicha lucha. Como es evidente, esta forma de recurrir al diálogo constituye un instrumento de lucha por el poder político y no un instrumento del ejercicio de dicho poder, que es la función ordinaria del diálogo político.

También cabe mencionar el diálogo político que surge cuando la descomposición social amenaza con hacer imposible la vida civilizada. En estas circunstancias no se lucha por el poder sino más bien se persigue mantener las condiciones sociales sin las cuales la actividad política en sí carecería de sentido. Este es el tipo de diálogo que generalmente propician los partidos políticos que no ejercen el poder pero que, naturalmente, esperan ejercerlo, o los partidos políticos que de esta manera creen fortalecer su propio ejercicio del poder.

I. Condiciones constitutivas del diálogo

Al referirnos a las condiciones del diálogo deseamos señalar los requisitos que es preciso satisfacer para que pueda darse el fenómeno o realidad que llamamos diálogo; y en cuanto se hace la pregunta pertinente se ve que hay al menos dos tipos de condiciones. A las primeras les llamaremos condiciones constitutivas ordinarias y a las segundas condiciones constitutivas dialecticológicas de la posibilidad del diálogo.

Condiciones constitutivas ordinarias son:

A. La existencia de un medio eficaz de comunicación entre los interlocutores.

B. Que haya igualdad entre los participantes. (No habrá interlocutores privilegiados)

C. Que haya un ambiente de libertad.

Al examinar los requisitos o las condiciones constitutivas ordinarias del diálogo nos damos cuenta de que no hay mayores dificultades para lograr la libertad y la igualdad que el diálogo exige. La condición que presenta las mayores dificultades es la que está en la base misma de la posibilidad del diálogo, ello es la existencia de un medio eficaz de comunicación.

Cuando el diálogo no es ni amistoso ni informal, la posesión de un medio eficaz de comunicación es una condición que no se satisface por el hecho de que los interlocutores usan el mismo idioma hablan español, por ejemplo. Los diálogos informales tienen muchos otros recursos de comunicación, además de los ordinarios que son meramente conceptuales. Proverbial es el reconocimiento de la eficacia de las miradas y los gestos para comunicar información, entre personas que se entienden.

Tampoco es difícil lograr una comunicación eficaz cuando se trata de un diálogo científico. Las ciencias han depurado sus vocabularios a tal punto que la comunicación es exacta e inequívoca. Pero cuando el diálogo es filosófico o político la condición básica de la posibilidad del diálogo se torna excesivamente problemática. Nada diré del diálogo filosófico en esta oportunidad. La historia de la filosofía ha sido un intento de diálogo entre filósofos y doctrinas que a menudo no comparten ni siquiera criterios acerca de aquello que se ha de considerar evidencia a favor o en contra de una teoría, por la razón de que no se sabe a ciencia cierta cuál es el problema o los problemas que la teoría en cuestión pretende resolver.

Por otra parte, el diálogo político descansa sobre tantas nociones vagas con respecto a la sociedad y a los valores que en esa sociedad se desean realizar que es excesivamente difícil lograr unidad de criterios.

El pensamiento social se expresa en un lenguaje cuyo significado descriptivo generalmente se ve obscurecido por el significado emotivo de los términos. Notorios ejemplos son los conceptos de explotación, opresión, injusticia, justicia social, marginación, revolución, derechos humanos, discriminación, capitalismo, comunismo, represión, burguesía, que figuran prominentemente en el diálogo político contemporáneo.

Pero el problema no es un simple asunto lexicográfico. La falta de comunicación se origina en el hecho de que hay conflictos doctrinarios que se manifiestan sólo al nivel del conflicto de vocabularios, para quienes desconocen las doctrinas a las cuales pertenecen los términos en cuestión. Infortunadamente, los interlocutores que participan en los diálogos políticos generalmente desconocen o conocen mal las doctrinas que causan la falta de comunicación, y en esas circunstancias la comunicación eficaz, y por ello mismo la posibilidad del diálogo, se hace más precaria.

Un diálogo en torno a la democracia y el totalitarismo, por ejemplo, no tiene posibilidades de ser fecundo si no se sabe exactamente qué se entiende por «democracia».

Si «democracia» significa, como significa para muchos, el derecho que tiene una mayoría de imponer su voluntad, entonces habrá quiénes aman la libertad pero no querrán ser demócratas. La razón es que la dictadura de una mayoría es mucho más feroz y cruel que la dictadura de cualquier minoría. Si se sufre la, opresión de una mayoría, cuanto se haga por liberarse será punible, incluido el intento de salir huyendo de la opresión.

Es mi opinión que el diálogo político no tendrá ninguna posibilidad de éxito mientras no se tenga plena conciencia de las doctrinas sociales que están en juego en el conflicto semántico y no se tenga conciencia de las consecuencias teóricas y prácticas de dichas doctrinas.

Una vez se comprendan las doctrinas sociales (económicas, políticas y jurídicas) que implícitamente se están debatiendo es probable que los términos se irán despojando de sus connotaciones emotivas y el diálogo podrá ser fructífero. (A este respecto debería ser suficiente recordar que no hay doctrina ni social ni de ninguna especie que pueda aspirar a describir la realidad si sus términos sólo tienen significado emotivo o si predominan las connotaciones emotivas de dichos términos. En fin de cuentas, la realidad es totalmente indiferente respecto de nuestras emociones: las cosas son como son, querrámoslo o no).

Por supuesto que no se desea sugerir que una vez se conozcan bien las doctrinas sociales cesará la discusión y se logrará unanimidad de criterios. Pero sí se desea sugerir que la posibilidad de lograr consenso aumentará considerablemente cuando los interlocutores tengan conciencia clara de las doctrinas que implícitamente están aceptando o rechazando al usar el lenguaje de ciertas maneras.

II. Condiciones constitutivas dialecticológicas son:

A. La existencia de criterios objetivos (o intersubjetivos) a los cuales se pueda recurrir para resolver diferencias de opinión; y

B. La anuencia a escuchar y a cambiar de opinión a la luz de la evidencia.

El señalamiento de las condiciones precedentes equivale a afirmar que el diálogo es una actividad de persuasión racional y no de imposición de puntos de mira.

Si dos interlocutores no están de acuerdo y el desacuerdo es un desacuerdo racional, entonces debe existir la posibilidad de recurrir a un criterio trans-subjetivo o intersubjetivo u objetivo para conciliar las diferencias de opinión.

Los criterios en referencia pueden ser internos o externos. Llamamos criterios internos a los que proveen los principios fundamentales de la lógica. Si una persona, por ejemplo, pretende sostener dos opiniones contradictorias, no podrá sostener las dos. Tendrá que elegir cuál de las dos desea sostener. Si, por otra parte, se le demuestra que sus opiniones acerca de cómo lograr ciertas finalidades están equivocadas o logran finalidades opuestas, entonces tendrá que cambiar de opinión o perseguir otras finalidades.

Llamamos criterios externos a los que provee la experiencia o la práctica, como también se dice. Si un pensamiento o conjunto de pensamientos hace (o implica) predicciones que no se cumplen en la realidad, entonces lo más probable es que el pensamiento es falso y habrá que modificarlo para que se adecúe a los hechos. Lo contrario no es posible. La realidad no se puede modificar para que se adecúe al pensamiento, como algunos pretenden.

Pero si no existe la posibilidad de recurrir a un criterio objetivo (interno o externo) para conciliar las diferencias de opinión, entonces el desacuerdo no es racional y el diálogo es imposible. En esas circunstancias sólo puede darse la confrontación de voluntades que luchan por imponer sus puntos de mira y el resultado natural son los actos violentos.

Tampoco es posible el diálogo si la presentación de evidencia objetiva contraria no constituye suficiente motivo para que los interlocutores cambien de opinión. Un interlocutor que se aferra a sus creencias pese a que se le demuestra que están equivocadas es un interlocutor que no actúa como un ser racional y, en consecuencia, que está descalificado para el diálogo.

EPÍLOGO

Los párrafos precedentes nos sirven de fondo conceptual para afirmar que urge la cientifización o la racionalización del diálogo político. Ya que no es posible que los filósofos sean gobernantes, como quería Platón, sería de gran beneficio para el país que los políticos adquirieran espíritu filosófico.

«El sistema de Libre Empresa no afirma ser poseedor de la verdad única, no porque no exista, sino porque sólo poseemos una parte de ella. Y por es misma causa pone en tela de juicio los razonamientos a medias, sea que procedan de las emociones, sea que nazcan de los sofismas. Así y todo, los hombres libres no temen a la verdad, apartándose del dogmatismo y llevando su análisis hasta donde aquella se pueda hacer indivisible»

Francisco Pérez de Antón, «La Libre Empresa»