Año: 22, Septiembre 1980 No. 469

PROTECCION ARANCELARIA Y DESARROLLO INDUSTRIAL

La idea que prevalece y que sostiene que la protección arancelaria produce empleo, no sólo está completamente equivocada, sino que es contraria a la realidad, pues sus efectos son, precisamente, el desempleo y subempleo.

Esta generalizada idea tiene su raíz en la suposición de que si no se inducen ciertas y determinadas actividades productivas, no habrá otra cosa que hacer y por lo tanto, habrá desocupación.

Tal postura es incongruente con la admisión de que somos un país pobre, o sí se quiere, subdesarrollado, Porque lo que significa ser un país pobre, es precisamente el ser un país dónde faltan muchísimas cosas. Y no es lógico que faltando tanto, al mismo tiempo se sostenga que no hay nada que hacer. Lo que pasa es que dado a que los recursos son escasos, si se emplean para una cosa, ya no están disponibles para otras actividades productivas, y decir que no existen otras oportunidades de inversión rentable equivale a decir que la tasa de interés bajaría a cerca de cero.

Lo que es convincente del argumento a favor de crear mercados cautivos, para garantizar el éxito económico de determinadas actividades productivas a través de establecer altos impuestos a los productos competitivos del exterior, es que las industrias que por esa exclusiva razón fructifican, son físicamente visibles y los empleos que crea allí están en la realidad.

Pero de ahí a decir que si esas actividades no estuvieran la gente no tendría nada que hacer, es lo mismo que aseverar que ya se tiene de todo y que no hay aspiraciones que satisfacer.

La protección arancelaria desvía recursos que necesariamente se emplearían para actividades que sí son económicas hacia actividades cuyo éxito lo garantiza el aforo sobre productos del exterior. Esas industrias que han sido privadas de la oportunidad de competir con escasos recursos de capital, naturalmente no existen: no se pueden ver, no se pueden contar las plazas de trabajo que se abortaron.

La protección arancelaria como medida para dirigir la economía, es de hecho una forma de .obligar a todos los consumidores a comprar a determinados productores locales, mediante el expediente de utilizar al gobierno para así excluir la competencia del exterior. Cuando los productos locales son más baratos o mejores que los extranjeros, tal medida es inocua.

El desempleo que tal proceder causa, es porque resta poder adquisitivo a todos los ciudadanos que por esa razón ya no pueden comprar otras cosas. Y como si no las pueden comprar, no se producirán, el capital y el trabajo para producirlas no llega a emplearse.

Además, buena parte, quizá la mayor parte, de la producción antieconómica protegida, produce insumos para otras industrias que al verse obligadas a comprarlos más caros que sus competidores del exterior ya no pueden competir con ellos ni en el mercado local ni en el exterior. Entonces se les protege también para que por lo menos localmente si puedan vender.

El empobrecimiento del país es, pues, en cadena, agravado por cada paso que la protección original provoca.

La desviación antieconómica de recursos disminuye, inclusive, los ingresos fiscales, recayendo éstos en las actividades que precisamente, por ser económicas, son gravadas mayormente.

Resulta así que las actividades económicamente sanas se les castiga para subsidiar a las antieconómicas.

Difícilmente se puede lograr prosperidad y mayor empleo con ese proceder.

El argumento que sostiene que nos convertiríamos en un país de importadores, es flagrantemente absurdo, pues nadie exportará a este país si no tenemos con que pagar y no tendremos con qué pagar si no producimos productos exportables. Y todas esas cosas que ya no podríamos importar, ¿quién las va a producir? En tales circunstancias es precisamente donde surge la económica sustitución de importaciones, pues no ocurre como resultado de privilegios legislativos, sino por razones económicas naturales.

La producción de exportaciones adicionales con las que pagaríamos otras importaciones, se han tornado en antieconómicas debido precisamente a la carga fiscal que en ellas se ha concentrado. Las inversiones se han canalizado así a una sustitución antieconómica de importaciones.

Las perdidas que esto causa se pueden estimar en varios millones diarios que ni siquiera podemos decir han resultado en simples transferencias de riqueza de quienes subsidian a los subsidiados, ya que si así fuese, por injusto que resultare, no produciría una pérdida neta para el país. El subsidio de la protección arancelaria en la gran mayoría de casos cubre pérdidas por ineficiencia, es decir, sirve para pagar trabajo y recursos que por ser actividades antieconómicas, no aportan beneficio neto al país. Es un puro gasto de consumo suntuario que no nos podemos permitir, pues las consecuencias son la disminución de oportunidades de trabajo y la insatisfacción de necesidades y aspiraciones de nuestra población.

Y es así que debido al alza de costos de insumos y la baja en el poder adquisitivo de toda la población, los mercados permanecen reducidos, no justifican una serie de industrias, y las alternativas de empleo de mano de obra se reducen.

No debemos perder de vista que el objeto de toda producción es tener disponible mayor cantidad de bienes para consumirlos. Es ello, precisamente, lo que constituye un mejor nivel de vida.

Pero en una sociedad civilizada se produce aquello que le permitirá disfrutar (y no precisamente producir) los bienes deseados. Por ejemplo, podríamos producir refrigeradoras; pero si produciendo algodón, los guatemaltecos tendrán más refrigeradoras (obtenidas a cambio de algodón) que las que podría producir con el mismo valor de recursos humanos y capital empleados en producir las refrigeradoras mismas, lógico es que para obtener refrigeradoras, se empleen los recursos en producir más algodón y con su producto comprar las refrigeradoras del lugar del mundo donde mejor nos convenga.

Esa es la esencia de la civilización. Lo que ocurre es, sin embargo, que se castiga el algodón convirtiendo a ciertas áreas en económicamente marginales y la producción de refrigeradoras en inversión segura y rentable al garantizarle su mercado interno a base del subsidio obligado del consumidor.

Si se desea ejemplos de los efectos de la anterior tesis, véase Chile donde por años se siguió el camino de la protección. en cadena a medida que se pretendía corregir los efectos de la protección original. Lograron destruir la competitividad económica de la producción total del país, hasta ciertamente consumir sus reservas Internacionales. Hoy han emprendido el doloroso y costoso camino de la rectificación.

Cuando iniciaron el viraje correctivo de política arancelaria, no podrían haber estado en peores condiciones sus reservas, pues eran negativas. Sin embargo, comprendieron la causa de su creciente empobrecimiento y el resultado ha sido sorprendente hasta para los más convencidos. Naturalmente hay quienes, aferrados a las viejas ideas mercantilistas de los siglos XVI y XVII, insistirán que el éxito económico reflejado en la boyante situación del comercio exterior de ese país, se debe a cualquier otra causa, pero ese argumento lo refuta el hecho que las condiciones económicas durante ese período no podrían haber sido menos desfavorables dados los precios del cobre y el boicot económico a que fueron sujetos.

Debemos, pues, principiar por no continuar distorsionando nuestra estructura productiva y comenzar cuanto antes paulatinamente a rectificar, bajando los impuestos de importación, tanto de materias primas para colocar en posición competitiva a nuestra industria, como a los productos terminados para no inducir a la desviación en la utilización de nuestros recursos.

«...es absolutamente falso que la política arancelaria signifique la desaparición del sector industrial chileno. Por el contrario, uno de los efectos de esa política arancelaria será la estructuración de un sector industrial más especializado, moderno y dinámico, orientado, tanto al mercado interno como externo. Esto, sumado a los efectos claramente positivos sobre los sectores agrícola y minero, aseguran también que otra consecuencia de la reforma arancelaria será un incremento substancial en el nivel de ocupación en la economía, en contraposición con el planteamiento de algunos que interesadamente intentan desprestigiar la política».

JORGE CAUAS, Ministro de Hacienda de Chile (1974), Reporte del Banco Central de Chile