Año: 26, 1984 No. 565

N. D Teólogo católico norteamericano, profesor universitario, escritor e investigador del American Enterprise Institute, Columnista del National Review. Jefe de la delegación de los Estados Unidos a la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en 1981 y 1982. El presente artículo fue extractado en su último libro, THE SPIRIT OF DEMOCRATIC CAPITALISM, publicado 1982.

Una Visión Cristiana del Capitalismo Democrático

Michael Novak

Durante muchos de mis años adultos me consideré un socialista democrático, y la especialidad que prefería era la doctrina social de la Iglesia. ¿Qué pasó para hacerme romper con esa tradición? No pasó nada espectacular, salvo que la observación de los asuntos humanos, y una reflexión más intensa sobre las cuestiones económicas, me persuadieron gradualmente de que no podía seguir siendo socialista, ni siquiera «socialista democrático».

Concepciones Arcaicas

El eje de mi educación fue la tradición católica europea. Desde mi juventud pensaba que la democracia y el respeto a los derechos humanos pertenecen a la auténtica tradición católica, pero el capitalismo era, para mí, algo así como una mala palabra. Mi herencia familiar provenía de las pequeñas granjas de las cumbres de Checoeslovaquia y, aquí en los Estados Unidos, de las ciudades industriales del Noreste. Pensaba con nostalgia en el sentido de comunidad de las aldeas europeas y de los barrios familiares de mi juventud. Me identificaba con el «trabajo» más que con el «capital». Trataba de pensar en la humanidad como un «Cuerpo Místico», un algo unido orgánicamente como está unido el cuerpo humano, en donde el espíritu de solidaridad y de servicio desinteresado son las bases para el desarrollo armónico del conjunto.

Cuando, en mis estudios superiores, tropecé por primera vez con autores ingleses como Hobbes, Locke y Mill, tuve la experiencia de que sus imágenes subyacentes de individuos autónomos, que celebran «contratos», y «convenios», resultaban ajenas y hasta ofensivas. Sus concepciones pragmáticas y sus planteamientos estrechamente empíricos me parecían, no sólo extraños, sino espiritualmente malos. Mis libros favoritos eran la Etica a Nicómaco, de Aristóteles, y el Comentario de Santo Tomás de Aquino sobre esa obra. Ellos escribían sobre «justicia distributiva».Tenían poco que decir de la justicia en relación a la producción de la riqueza y al desarrollo económico, procesos que, sencillamente, no habían sido explicados.

He llegado a comprender que la Iglesia Católica tradicional, en la cual me formé, se ha aferrado a concepciones arcaicas, que están fuera de lugar en la moderna sociedad capitalista. El pensamiento católico tradicional fue conformado para explicar un mundo estático, en el cual sólo la redistribución de la riqueza existente podía aliviar la miseria. Los pensadores católicos no han comprendido la función del dinero, ni la creatividad y la productividad de los capitales, bien Invertidos. Creo que esto se debe principalmente a la ubicación del Vaticano en Italia, y a la longevidad de sociedades católicas feudales: el Imperio Austro-Húngaro e Irlanda. Estos enclaves del pensamiento católico han obligado a la Iglesia a descansar incómodamente sobre el pasado, manteniendo sólo una conexión débil con las sociedades liberales. En una palabra, el pensamiento católico se ha quedado fuera y, creo, no ha comprendido larevolución capitalista democrático-liberal.

La Experiencia Norteamericana.

Es sorprendente que los documentos de la Iglesia Católica Romana, incluyendo las encíclicas de los últimos papas, procedan tal como si el capitalismo democrático no existiera. Aparecen pocas referencias a sociedades del tipo norteamericano en los escritos papales y, en su mayoría, son referencias cortantes, peyorativas e inexactas. El horizonte de las enseñanzas del Vaticano parece haber quedado limitado por un cuadrilátero geográfico enmarcado entre París, Bruselas, Munich y Milán.

Es del todo sorprendente, además, que los teólogos norteamericanos hayan reflexionado tan poco sobre la experiencia estadounidense. Ni los católicos, ni los protestantes, han presentado una explicación satisfactoria de la relación entre la herencia espiritual de los Estados Unidos y el grado de respeto al ser humano que esta acción ha alcanzado. Paradójicamente, la mayoría de los teólogos norteamericanos contemporáneos han tomado un camino que conduce, según la evidencia histórica, a la denigración del individuo y a la negación del espíritu del cristianismo[i]. Parecen haberse olvidado las enseñanzas de los papas León XIII y Pío XII, condenadores incansables de las creencias falsas del socialismo.

Cuando Norteamérica fue colonizada por los británicos, era por lo menos tan pobre como las colonias que España había establecido en América Latina. Estas dos Américas, la del Norte y la del Sur, ambas colonias, ambas igualmente subdesarrolladas fueron fundadas sobre dos ideas radicalmente distintas con respecto a la economía política . Una intentaba re-crear la estructura político-económica de la España feudal y mercantilista. La otra buscaba establecer un orden nuevo, en torno a ideas nunca antes ensayadas. Uno esperaría que los teólogos cristianos tuvieran un interés especial en el resultado de estos dos experimentos en el Nuevo Mundo, puesto que ambos buscaban concretar ideales cristianos. En cambio, es asombroso encontrarse aquí con un silencio teológico casi total.

El sueño del Socialismo Democrático.

Conforme avanzaba en mis estudios, los Ideales socialistas empezaron a fallarme. Lo que es más importante, descubrí recursos espirituales en el capitalismo democrático que, hasta entonces, mis prejuicios habían impedido percibir. Alabar el capitalismo constituía una violación de tabúes, pero se supone que los intelectuales cuestionan todo. Mientras más cuestionaba, más acertada me parecía la estructura ideológica del capitalismo democrático, y más llegaba a valorarla por lo que es. Durante esa época, muchos de mis amigos católicos se movían en dirección opuesta. Radicalizados por la guerra de Viet Nam, se fascinaban por el análisis marxista y los ideales socialistas.

Es usual explicar la atracción que presenta el marxismo para los intelectuales católicos norteamericanos de esta manera: «Muchos cristianos se sienten profundamente conmovidos por la brecha entre los pueblos ricos y los desesperadamente pobres, por los grandes gastos en armamento y en artículos suntuarios, en contraste con comunidades enteras que no pueden satisfacer sus necesidades básicas». Estos pensamientos también me conmueven a mí. Pero ¿cuál es la manera más efectiva de aliviar los sufrimientos de los pobres? Un pensamiento de John Locke me hizo cuestionar mis creencias anteriores: El individuo compasivo que construyó un hospital para los pobres salvó menos vidas que el científico misántropo que inventó la quinina.

¿Qué es lo que mueve a los individuos a investigar, a descubrir, a invertir y a crear? ¿Cómo se crea la riqueza? ¿Cómo aumenta la riqueza de las naciones? ¿Por qué unos pueblos se enriquecen más que otros? He llegado a concluir que el sueño del socialismo democrático es inferior al sueño del capitalismo democrático, y que la superioridad de éste último en la práctica y en la teoría resulta innegable.

El socialismo democrático ahora me parece incoherente. Socialismo y democracia son compatibles sólo si conservan, dentro de su sistema, importantes elementos de capitalismo. El problema de la planificación, como tal, ya no divide a los capitalistas de los socialistas. Todos concuerdan en que planear el futuro es propio del hombre, y tanto los agentes políticos como los agentes económicos deben hacerlo. El debate es, primero, respecto a la naturaleza del Estado, o los límites de la planificación política; y segundo, respecto al grado de independencia que debe quedar en manos de los individuos, que son los agentes económicos. Si una economía es planificada centralmente, no puede ser democrática.Si es democrática, no puede ser planificada por el Estado.

Los socialistas democráticos son hostiles al capitalismo, pero vagos sobre el crecimiento económico futuro. Su fortaleza radica en el planteamiento emocional-cultural, su debilidad en el análisis político y principalmente en el análisis económico. Esta debilidad ya no parece ser únicamente inocente. Al contrario, parece ser un deliberado precursor de la tiranía Las concepciones socialistas invariablemente agrandan el poder del Estado, en detrimento de la dignidad del individuo. Considerar el futuro socialista como una presencia cálida y maternal que nos espera, como algo benéfico y humanitario para las masas, equivale a ignorar docenas de ejemplos históricos. Aunque sean elevadas las intenciones de los socialistas, las estructuras que construyen siempre apuntan a denigrar al ser humano y a legitimar la tiranía.

El ideal Capitalista.

El capitalismo democrático no es el Reino de Dios ni está exento de pecado. Sin embargo, todos los otros sistemas conocidos son peores. La mejor esperanza que tenemos de aliviar la pobreza y de eliminar la tiranía opresiva radica en este sistema tan despreciado: el capitalismo democrático. Un torrente sin fin de emigrantes y refugiados arriesgan sus vidas para acogerse a ese sistema. Los pueblos que lo han imitado en lugares remotos están mejor que los que no lo han hecho.

La experiencia de la libertad religiosa bajo el capitalismo democrático ha enriquecido el patrimonio espiritual de la Iglesia Católica. Así también, espero, los argumentos capitalistas a favor del sistema natural de libertad individual algún día enriquecerán el concepto que la Iglesia tiene de la economía política y del capitalismo democrático. Después del Jardín de Edén, la humanidad quedó asumida en la miseria durante milenios. Ahora que se han descifrado los secretos del progreso material continuo, ahora que la humanidad conoce los fundamentos filosóficos del capitalismo democrático, la responsabilidad de aliviar el hambre y la miseria ya no corresponde a Dios, sino a los hombres.

Dentro de las sociedades capitalistas democráticas, los hombres no viven sólo de pan. La falta de espíritu y daña la capacidad de los jóvenes para soñar con ideales nobles. Nuestra civilización se encuentra espiritualmente empobrecida y necesita con desesperación una visión moral.

De todos los sistemas políticos-económicos conocidos, el capitalismo democrático es el que más concuerda con la visión cristiana de un ser humano de dignidad infinita. Reinvidicar la moralidad del capitalismo democrático es nuestra mejor estrategia para aliviar el sufrimiento de la humanidad y para elevar al hombre a la dignidad que le corresponde, como hijos de Dios.

[i] cf Arthur McGovern, S. J.: Marxism, anAmerican Christian Pespective, New York, Obis Books, 1980, y Declaraciones oficiales del Consejo Nacional de Iglesias y del Consejo Mundial de Iglesias.