Año: 29, 1987 No. 624

N. D. Este artículo es un fragmento de «Camino a la Servidumbre», que apareció por primera vez en 1944. Se reproduce con permiso del Readers Digest. La versión condensada del libro estará próximamente disponible como segundo tomo de la Colección Campeones de La Libertad. Hayek, Premio Nobel de Economía, de 1974, es un filósofo social cuyas meditaciones van más allá del punto de vista económico y abarcan todas las Ciencias Sociales.

LA GRAN UTOPIA

Friedrich A. Hayek

No cabe la menor duda de que en nuestras democracias los partidos de una dirección central de la actividad económica, creen generalmente, que es posible combinar el socialismo con la libertad individual. Sin embargo, el socialismo ha sido reconocido desde hace mucho tiempo por diversos pensadores como la más grave amenaza de la libertad.

Rara vez se recuerda en nuestros días que el socialismo fue en sus comienzos abiertamente autoritario, puesto que principió como reacción franca contra el liberalismo de la Revolución francesa. Los escritores franceses que sentaron sus bases comprendían muy bien que aquellas ideas no podrían llevarse a la práctica sino por medio de un enérgico gobierno dictatorial. El precursor de los planificadores modernos, Saint Simon, anunció que los que no obedecieran a sus proyectadas juntas de planificación «se les trataría como ganado».

Nadie vio con mayor claridad que el gran pensador político, De TocquevilIe, el conflicto irreconciliable entre la democracia y el socialismo: «La democracia amplía la esfera de la libertadindividual», decía en 1848.«La democracia concede todo el valor posible al hombre, mientras que el socialismo hace de cada hombre un simple agente, un número. Democracia y socialismo no tienen otra cosa en común que una palabra: igualdad. Pero he aquí la diferencia: en tanto que la democracia busca igualdad en la libertad, el socialismo busca la igualdad en la restricción y la servidumbre».

Queriendo paliar tales motivos de desconfianza, y conquistar para su causa el más poderoso de los móviles políticos, que es el anhelo de libertad, los socialistas empezaron a ofrecer con insistencia una «nueva libertad», la «libertad económica», sin la cual la libertad política «no valía la pena».

A fin de que tal argumento lograra despertar entusiasmo, se cambió sutilmente el sentido de la palabra «libertad». Antes había significado para el hombre emancipación de la fuerza coercitiva y del poder arbitrario de otros hombres. Ahora se le hacia significar emancipación de la necesidad y de la fuerza de las circunstancias que inevitablemente nos limitan a todos el radio de elección. En este sentido, por supuesto, libertad no es sino otro nombre del poder o la riqueza. Así, la demanda de una nueva libertad no fue sino otro nombre que se dio a la vieja demanda de una redistribución de la riqueza.

El postulado de que la planificación económica permitiría un volumen mucho mayor de producción que el sistema de la libre competencia, lo están abandonando poco a poco casi todos los que se dedican al estudio del problema: pero es esa falsa esperanza lo que nos va impulsando, quizá más que otra cosa, por el camino de la planificación.

Aunque la promesa de mayor libertad que hacen los socialistas modernos es honesta y sincera, en los últimos años los observadores, uno tras otro, se han sorprendido de las consecuencias imprevistas del socialismo y de a extraordinaria analogía que guarda en muchos casos con las modalidades propias del comunismo y del fascismo. Como lo dijo el escritor Peter Drucker en 1939, «el fracaso completo de la creencia de que mediante el marxismo era posible llegar a la libertad y a la igualdad, ha obligado a Rusia a recorrer el mismo camino hacia una sociedad totalitaria de desigualdades y falta de libertad que ha venido recorriendo Alemania. No es que el comunismo y el fascismo sean esencialmente iguales. El fascismo es el estado a donde se llega una vez que se ha demostrado que el comunismo es ilusión vana; y tanto en Rusia como en la Alemania pre-hitlerista, se ha demostrado que es una vana ilusión».

Lo que se nos promete como el Camino a la Libertad, es en realidad el Camino a la Servidumbre, porque no es difícil prever cuáles serán las consecuencias cuando la democracia se embarque en un sistema de planificación económica. La meta de esa planificación se describirá con algún término vago como, por ejemplo, «el bienestar general», pero no habrá acuerdo verdadero en cuanto a las finalidades que se persiguen: y eso de convenir en una planificación central sin convenir antes en sus finalidades, es como si un grupo de personas se comprometieran a hacer un viaje juntas, sin decidir de antemano adonde han de ir; con el resultado de que todas pueden verse obligadas a llegar a un sitio al que la mayoría no quería ir.

Las asambleas democráticas no pueden funcionar como agencias de planificación. No podrían afianzar un acuerdo sobre todas las cosases decir, sobre la dirección de todos los re­cursos de la nación porque el número de posibles vías de acción sería incontable. Aunque un congreso lograra, avanzando paso a paso y mediante innúmeras transacciones, llegar a un plan general, es seguro que, al fin y al cabo, tal plan no satisfaría a nadie.

Trazar en esta forma un plan económico es menos factible todavía que. Por ejemplo, planear con éxito una campaña militar por los procedimientos democráticos. Lo mismo que en cuestiones de estrategia, sería inevitable dejar el problema en manos de los expertos. Y cuando por este sistema lograra una democracia planificar todos los aspectos de la actividad económica, aún quedaría en pie el problema de integrar aquel cúmulo de planes separados en un todo armónico. Se exigiría, cada vez con mayor insistencia, que se otorgaran a una junta o individuo las facultades necesarias para actuar bajo su propia responsabilidad. La perentoria exigencia de un dictador económico, es una etapa característica del movimiento hacia la planificación.

En tal forma, el cuerpo legislativo verá reducidas sus funciones a la escogencia de las personas que han de disfrutar de poderes prácticamente absolutos, y todo el sistema tenderá hacia ese tipo de dictadura en que al jefe del gobierno se le confirman de tiempo en tiempo sus poderes por votación popular, pero, en que él dispone del poder necesario para hacer que el sufragio dé los resultados que mejor le convengan.

La planificación económica lleva a la dictadura por ser ésta el más eficaz instrumento de coerción y, como tal, indispensable para el establecimiento de una planificación central en gran escala. No se justifica la creencia, muy común por cierto, de que el hecho de otorgar a un hombre el poder de los procedimientos democráticos, excluye la posibilidad de que lo ejerza arbitrariamente. No es el origen del poder lo que garantiza contra la arbitrariedad, sino las limitaciones que se le señalen para librarlo de todo cariz dictatorial. Una verdadera «dictadura del proletariado», aún suponiendo la democrática en su forma, si tratara de implantar un sistema de dirección económica centra!, Destruiría probablemente la libertad individual de modo tan completo como jamás lo haya hecho ninguna autocracia.

La libertad individual es incompatible con la supremacía de un propósito único al que se vea subordinada toda la sociedad en forma permanente. Dentro de ciertos límites, los Estados Unidos han pasado por esta experiencia en tiempo de guerra, cuando la subordinación de todas las cosas, o de casi todas, a la necesidad inmediata e imperiosa, es el precio que el pueblo paga por preservar a la larga sus libertades. Aquellas frases tan de moda hoy en día, con las cuales se nos dice que deberíamos nacer para los fines de la paz lo mismo que hemos aprendido a practicar para los fines bélicos, son completamente engañosos, por que es sensato sacrificar temporalmente los beneficios de la libertad con el objeto de afianzarla más aún en porvenir; pero otra cosa es sacrificar la libertad permanente en aras de una economía dirigida.

Para quienes hayan observado de cerca la transición del socialismo al fascismo, son obvios los lazos que existen entre los dos.La realización del programa socialista significa la destrucción de la libertad. El socialismo democrático, la gran utopía de las últimas generaciones, es, sencillamente, irrealizable.

«Lo que ha hecho siempre del Estado un infierno sobre la tierra es precisamente que el hombre ha intentado hacer de él su paraíso».

F. Hoeldertin

«En un país donde el único patrono es el Estado, la oposición significa la muerte por consunción lenta. El viejo principio ‘el que no trabaje no comerá, ha sido reemplazado por uno nuevo: el que no obedezca no comerá».

L. Trotsky, (1879-1940)