Año: 30, Julio 1988 No. 657

¿Hacia una Economía de Mercado?

Manuel F. Ayau C.

Muchos países están privatizando, desregulando, liberalizando, y en general intentando lograr una economía más eficiente, más productiva.

La Planificación Para El Desarrollo ya decepcionó a medio mundo porque demostró ser un fracaso. No se puede mostrar un solo ejemplo de éxito y sí todos los fracasos.

Las actitudes han cambiado: aquellos economistas estatizantes o impacientes porque la realidad no se adecúa a sus modelos, han perdido audiencia.

La economía de mercado está de moda. Y algunos le agregan el mote «social»., para no aceptar la idea en su totalidad. Ojalá nunca se le exija perfección, así como no se le exige a otros sistemas. Francois Revel ha dicho que al capitalismo se le juzga por sus defectos y no por sus éxitos. Al estatismo/socialismo se le juzga por sus promesas y no por sus fracasos.

Sin embargo, no siempre se oyen las razones que verdaderamente hacen eficiente la economía de mercado. Es común creer que la privatización conviene porque la gente del sector privado es más eficiente. Falso. O porque la gente del sector privado es más honrada. Falso. O porque la gente del sector privado es más trabajadora. Falso. Las razones por las cuales la economía privada es más eficiente son otras.

Historiadores modernos reconocen cada vez más que el grado de civilización de los pueblos a través de la historia ha estado directamente relacionado al grado de seguridad de la propiedad privada. La economía de mercado se distingue, precisamente, porque en ella la propiedad tiene mayor seguridad. Esa es la esencia de la «economía de mercado».

En tal régimen de derecho, las relaciones contractuales (la libre disposición de lo propio) están protegidas por las leyes que son generales y no son dirigidas discrecionalmente por las autoridades gubernamentales. Estas no interfieren según su particular criterio acerca de lo que en el momento crean que conviene. La guía para la asignación de recursos es el mercado mismo, los propietarios de los recursos (capital, trabajo, tiempo, talento, minerales, etc.) quienes se ofrecen mutuamente oportunidades de intercambio y pactan las condiciones según sus propias prioridades, oportunidades, etc.

El párrafo anterior define la economía de mercado.

El régimen jurídico basado en el contrato voluntario tiene por objeto la protección de la propiedad para que ésta pueda cumplir su función social.

Los beneficios que todos los miembros de la sociedad reciben de ese sistema se derivan de que con reglas basadas en ese criterio, es posible y así sucede. que:

1. Se puede acertar en la asignación de recursos.

2. Las prioridades de cada quien las decide cada quien, dentro de sus propias posibilidades.

3. Las posibilidades de cada quien estarán (salvo excepciones temporales) determinadas por su capacidad de servir a los demás, de acuerdo con las prioridades establecidas por los demás y no por él mismo ni por el gobierno.

4. Los desaciertos (pérdidas de recursos) los limita la pérdida del patrimonio de quien desacertó pues no tiene los medios para transferir coercitivamente patrimonios ajenos, al destino desacertado.

5. La libertad de competir más que la posibilidad de sobresalir, y de quebrar, obliga a la continua revisión de la planificación de cada quien.

6. Se puede racionar en forma económica los escasos recursos.

Una nota de advertencia: El uso de la palabra puede es deliberado, primero porque indica una posibilidad y no una certeza. Y segundo, porque en ausencia total de mercado esa posibilidad no existe del todo, y en una economía mixta, es decir, interferida, el grado de desacierto va en relación al grado de interferencia.

En la economía de mercado se puede acertar en la asignación de recursos y solamente en la economía de mercado porque solamente en ella, se da una estructura de precios relativos que reflejan la realidad, es decir, una estructura de precios que refleja la relativa abundancia de cada recurso y las prioridades de la gente. Las prioridades libremente establecidas reflejan el estado de capitalización, factores culturales, etnográficos, demográficos, etc., lo cual esta siempre en estado de continuo cambio, ajustándose a los resultados de lo que sucedió ayer y a la expectativa de lo que sucederá mañana. Todo este proceso de ajuste constante precios ocurre al margen (ver folleto CEES. No. 589, «El Racionamiento en la Economía Social de Mercado»), y consecuentemente el cambio es gradual, soportable, y hasta promisorio.

Esta posibilidad de acierto en la organización y asignación de combinaciones de recursos es una de las razones principales por la cual las economías de mercado, basadas en la seguridad jurídica de lo propio, llamadas economías libres, o economías sociales de mercado, han sido las más avanzadas y las más copiadas.

Ocurre, sin embargo, que en los intentos de imitar los resultados de los países avanzados, muchas veces se copian los síntomas y no las causas, conduciendo este proceder al frustramiento. Se trata de llegar a índices estadísticos que se parezcan a los de países adelantados, índices como el nivel del gasto gubernamental en relación al producto nacional bruto, o el índice de impuestos en relación a la población, etc.

Otras veces se imitan medidas que se han adoptado en países avanzados más bien como excepción, como concesiones políticas, aunque incompatibles con su propia economía de mercado. Detectar estas inconsecuencias es difícil porque puesto que inevitablemente coexisten muchas causas simultáneas, es imposible separar el efecto de cada una excepto en abstracto, es decir, ceteris paribus. Resulta entonces posible que en el intento de imitar una economía de mercado, se imiten las medidas que no le pertenecen y no las propias del sistema (Ej. protección arancelaria, subsidios, etc.). Ello sucede así cuando no se tiene una idea clara de la función de la estructura de precios relativos, o de la importancia de la neutralidad impositiva, o de las funciones de la formación de capital como generador de ingresos fiscales, y de mayores salarios reales, etc.

Sin una clara idea de aspectos como los mencionados, la imitación de medidas resulta aleatoria y, consecuentemente, sin dirección.

Un ejemplo común es el de intentar encauzar la actividad hacia efectos determinados que se han observado en países con alto grado de economía de mercado, implementando medidas de fomento. Pero las medidas de «fomento» creando incentivos artificiales para encauzar la utilización de recursos hacía una combinación; determinada, presuponen un costo de oportunidad implícito en todo re-encauce Es decir, para atender algo, hay que desatender aquello en lo cual se utilizarían los recursos, y esta desviación necesariamente implica sustraer recursos de actividades más económicas para emplearlos en otras menos económicas. Si no fuese así, los recursos no se estarían empleando en las primeras. La pérdida es evidente desde un análisis deductivo, pero lamentablemente la evidencia empírica resulta lo contrario porque o que se logra es visible y medible, y lo que se sacrifica, lo que no sucede, ¡ no se puede ni ver, ni medir!

Lo que es aún más interesante y sorprendente es que los intelectuales comienzan a descubrir el nexo entre la libertad económica y las demás libertades. Obsérvese en el Perú al escritor Vargas Llosa, quien se opone a la nacionalización de la banca, y cuando es criticado por otros salen en su defensa, en México, el escritor Octavio Paz y en Venezuela, Carlos Rangel.

Falta ahora que algunos moralistas descubran la relación entre la libertad económica y la conducta ética de la gente. Entonces el mundo subdesarrollado tendrá oportunidades insospechadas.

«Un sistema económico será un tanto más eficaz cuanto menor sea el protagonismo del Estado y mayor la libertad que conceda a cada individuo. Es la economía social de mercado mejor que cualquier otro orden, el sistema más adecuado para conseguir la igualdad de oportunidades, mantener la propiedad y lograr el bienestar y el progreso social. No queremos más, sino menos Estado; no queremos menos, sino más libertad personal».

Helmut Kohl, Discurso oficial del Canciller Federal, 4 de mayo de 1983