Año: 31, 1989 No. 692

N. D. Mises es reconocido como el más grande de los economistas lógicos de la Escuela Austríaca. En 1920 inició el debate sobre la imposibilidad del funcionamiento de la economía socialista por razones científicas. En 1932 publicó la primera versión de «SOCIALISMO», a la que agregó un epílogo en 1947, publicado separadamente como «CAOS PLANIFICADO». Si el muro de Berlín ha caído es, precisamente, porque la praxis ha confirmado lo que Mises denunció mucho antes con la teoría.

EL FRACASO DEL INTERVENCIONISMO

Por Ludwig von Mises

La mayoría de los gobiernos y de los partidos políticos están ansiosamente dispuestos a limitar la esfera en que se desarrollan la iniciativa individual y la empresa libre. Es un dogma que casi no se discute el que el capitalismo ha terminado su misión y que el advenimiento de una regimentación integral de las actividades económicas es a la vez inevitable y muy de desearse.

A pesar de ello, el capitalismo aún da señales de gran vigor en el hemisferio occidental. la producción, del régimen capitalista ha hecho notables adelantos, inclusive en estos últimos años. Los métodos de producción progresaron considerablemente y los consumidores han recibido efectos mejores y más baratos y otros muchísimos artículos de que no se tenía idea sino hasta hace poco tiempo. Muchos países han ampliado el tamaño de sus instalaciones industriales y mejorado la calidad de sus manufacturas. A pesar de la política anticapitalista de todos los gobiernos y de casi todos los partidos políticos, e! modo de producción del sistema capitalista sigue llenando la función social de abasteciera a los consumidores, como se dijo con efectos mejores, más baratos y en mayor cantidad

No hay que atribuir a los gobiernos, a los hombres de Estado y a los jefes de los sindicatos obreros, el hecho de que se haya elevado el nivel de vida de los países donde impera el principio de la propiedad privada de los medios de producción. El aumento del consumo per cápita en los países americanos, comparado con las condiciones que prevalecían hacia un cuarto de siglo, no es el resultado de leyes o decretos oficiales; es obra de los hombres de negocios, que ampliaron la capacidad de sus fabricas o fundaron otras nuevas.

Se debe hacer hincapié en este punto, porque nuestros contemporáneos se hallan inclinados a pasar lo por alto. Aprisionados en la superstición del estatismo y de la omnipotencia gubernamental, sólo se preocupan de cuanto se refiere a medidas que dictan los gobiernos, pues todo lo esperan de la acción autoritaria y muy poco de la iniciativa y espíritu emprendedor de los particulares. Sin embargo,el único medio de aumentar el bienestar es el incremento del volumen de la producción, que es precisamente la meta de los negocios.

Parece grotesco que se hable más sobre las excelencias de los grandes proyectos estatales que acerca de las proezas sin precedente ni paralelo de la industrias de transformación, pertenecientes a la iniciativa privada.

El dogma de que el estado o el gobierno es la encarnación de todo lo bueno y benéfico, y de que los individuos son unos subordinados despreciables, dedicados exclusivamente a infligir daño a su prójimo, por lo que necesitan estar bajo un tutor, casi no se discute en la actualidad. Resulta sacrílego refutarlo, por más suave que sea la forma en que se haga, y a quien proclama la deidad del estado y la infalibilidad de sus sacerdotes, los burócratas, se le considera como un estudioso imparcial de las ciencias sociales En cambio, quienes objetan tal estado de cosas son considerados como hombres imbuidos de prejuicios y como estrechos de criterio. La separación de la iglesia y el estado no libró a las escuelas del domino de un dogmatismo intolerante; se conformó con sustituir nuevos dogmas a los antiguos, pues quienes apoyan la nueva religión de la estatolatría son más fanáticos aún que los musulmanes que conquistaron Africa y España.

La historia designará a nuestro tiempo como la era de los dictadores y los tiranos. Aunque en los últimos años hemos presenciado la caída de varios de estos inflados superhombres sobrevive todavía el espíritu que los elevó al poder autocrático. Este espíritu inspira los libros y periódicos, habla por boca de profesores y políticos, se manifiesta en los programas de los partidos, las obras teatrales y las novelas. Mientras tal espíritu prevalezca no podremos esperar que existan la paz duradera y la democracia, que se salvaguarde la libertad y que mejore progresivamente el estado económico de los pueblos.

Nada es más impopular en nuestros días que la economía de mercado libre, esto es, el sistema capitalista. Todo aquello que se considera como poco satisfactorio se imputa a capitalismo. Así, los ateos lo hacen responsable de que exista la religión cristiana, las encíclicas papales lo acusan de que se hayan diseminado la irreligión y de los pecados que cometen neutros contemporáneos, y las iglesias y sedas protestantes no se quedan a la zaga para enjuiciar la codicia de los capitalistas. Los pacifistas consideran que las guerras que hemos sufrido son producto del imperialismo capitalista e, igualmente, los obcecados provocadores nacionalistas de la guerra, en Alemania e Italia, denunciaron al capitalismo por su pacifismo «burgués», contrario a la naturaleza humana y a las inmutables leyes de la historia. Los predicadores le atribuyen el desmembramiento de la familia y el aumento de la vida licenciosa, en tanto que los «progresistas» lo tachan de ser el responsable de que se conserven las reglas que declaran anticuadas sobre continencia sexual, Casi todas las personas están acordes en que la pobreza es resultado del sistema capitalista y por otro lado, muchos deploran el hecho de que este sistema, en el plan de servir con largueza los anhelos de la gente deseosa de tener más distracciones y mejor modo de vivir, provoca un craso materialismo. Estas contradictoras acusaciones al capitalismo se destruyen unas a otras, pero subsiste el hecho de que quedan muy por casi personas que no lo condenen en una forma o en otra.

Aunque el capitalismo es el sistema económico de la civilización occidental moderna, la política de todas las naciones occidentales se guía por ideas completamente anticapitalistas. La finalidad de esta política intervencionista no es preservar el sistema capitalista, sino sustituirlo por una economía mixta, la cual se da por sentado que no es capitalismo ni socialismo, y se describe corno un tercer sistema, que se halla alejado tanto de una como de otra de estas doctrinas. Se arguyo que está situado en medio de ambas, por lo que conserva las ventajas de las dos, y evita los defectos inherentes a cada una de ellas.

En 1889, la figura sobresaliente en el movimiento socialista británico, Sidney Webb, declaró que la filosofía socialista no es «sino la afirmación consciente y explícita de los principios de organización social que se han adoptado inconscientemente en muchas partes»; y añadió que la historia económica del siglo XIX fue «un testimonio casi continuo del progreso del socialismo». Pocos años más tarde, un eminente hombre de estado inglés, Sir William Harcourt declaró: «Ahora ya todos somos socialistas»,, Cuando en 1913 el americano Elmer Robert, publicó un libro sobre la política económica del gobierno imperial alemán, según fue conducido después de 1870. la llamó «Socialismo monárquico».

Sin embargo, no es correcto identificar sin más ni más al intervencionismo con el socialismo. Hay muchos partidarios del intervencionismo que lo consideran el método más apropiado para llegar paso a paso al socialismo pleno. Pero también existen muchos intervencionistas; que no son socialistas completos, sino que tienen por meta el establecimiento de la económica mixta come un sistema permanente de dirección económica. Su pretensión es restringir, regular y perfeccionar el sistema capitalista a través de a intervención del gobierno en los negocios y del sindicalismo.

Con objeto de tener una total comprensión del funcionamiento del intervencionismo y de la economía mixta es necesario esclarecer dos puntos:

Primero: Si en una sociedad que se funda en la propiedad privada de los medios de producción algunos de estos medios pertenecen al gobierno o a los municipios, y están manejados por ellos, no por esto se instituye un sistema mixto, que combinaría el socialismo y la propiedad privada. Mientras solamente ciertas empresas individuales se hallen controladas por el poder público, las características de la economía de mercado libre que determinan la actividad económica permanecerán esencialmente sin alteración. Al igual que las privadas, las empresas de propiedad pública habrán de ajustarse al mecanismo de la economía de mercado en su calidad de compradoras de materias primas, de artículos semielaborados y de trabajo, así como de vendedoras de bienes y servicios. Estarán sujetas a las leyes del mercado y tendrían que luchar para obtener ganancias o, cuando menos, para evitar pérdidas Cuando se intenta mitigar o eliminar esta dependencia mediante la absorción de las pérdidas de estas empresas por medio de subsidios otorgados con fondos públicos, el único resultado es que tal dependencia, se traslada a otro lugar. Ello se debe a que los elementos para cubrir los subsidios deben tomarse de alguna parte. Pueden obtenerse por la vía fiscal, pero el peso de esta medida tiene que soportarlo el público y no el gobierno. Es, pues, el mercado y no las oficinas recaudadoras el que decide sobre quién recae el gravamen y el grado en que afecta a la producción y al consumo. El mercado y sus leyes ineludibles siguen ejerciendo supremacía.

Segundo: Dos diferentes modelos existen para la realización del socialismo. Uno de ellospodemos llamarle marxista o ruso es puramente burocrático. Todas las empresas económicas se convierten en departamentos del gobierno, de igual modo que lo son el ejército y la marina o el servicio postal. Cada fábrica, taller o granja mantiene la misma relación hacia el organismo central superior que la que guarda una oficina de correos con respecto al director general de este ramo. La nación entera forma un solo ejército de trabajadores bajo servido obligatorio, cuyo comandante es el jefe del estado.

El segundo modelo al que podemos nombrar sistema alemán o zwangswirtschaft[i] difiere del primero en que conserva la propiedad privada de los medios de producción, la intervención de los empresarios y el intercambio en los mercados aunque sólo en apariencia y nominalmente. Los llamados empresarios pueden comprar y vender, pagar a sus trabajadores, contraer deudas y cubrir intereses y amortizaciones, pero ya no son empresarios. En la Alemania nazista se les llamaba directores de taller o betriebsführer. El gobierno indica a estos empresarios aparentes qué deben producir y cómo, a qué precios y de que deben comprar, a qué precios y a quién deben vender. El gobierno decreta los salarios que han de percibir los trabajadores y a quién deben los capitalistas confiar sus fondos y en qué condiciones. El intercambio en el mercado se convierte en un mero simulacro. Como todos los precios, salarios y tasas de interés los fija la autoridad, son precios, salarios y tipos de interés solamente en apariencia, y en realidad representan sólo los términos cuantitativos de las órdenes autoritarias que determinan el ingreso de cada ciudadano, su consumo y su nivel de vida. La producción la dirige la autoridad, no los consumidores. El consejo central de la producción es supremo, y los ciudadanos no son otra cosa que empleados públicos. Este es el socialismo con la apariencia externa del capitalismo. Se retienen algunos de los rótulos de la economía capitalista de mercado, pero denotan algo por completo diferente de lo que significan en dicha economía.

Es necesario señalar este hecho para evitar que se confundan el socialismo y el intervencionismo. El sistema que entorpece la economía de mercado o intervencionismo, difiere del socialismo en el hecho de que todavía es en apariencia una economía de mercado. La autoridad pretende influir sobre éste por medio de su poder coercitivo, pero no quiere eliminarlo por completo. Desea que la producción y el consumo se desarrollen en condiciones diferentes de las que prescribiría un mercado sin trabas; quiere conseguir su objeto inyectando en el funcionamiento del mercado órdenes y prohibiciones para cuya efectividad cuenta con el poder de la policía y con su organización de fuerza y coacción. Sin embargo, estos son casos de intervenciones aisladas. Sus autores afirman que no pretenden reunir estas medidas en un sistema integrado de manera total, que regule todos los precios, salarios y tipos de interés, y que de esta manera ponga el control absoluto de la producción y el consumo en manos de las autoridades.

No obstante, los métodos del intervencionismo están condenados al fracaso, lo cual significa que las medidos intervencionistas deben necesariamente conducir a la creación de situaciones que, desde el punto de vista de sus propios partidarios, son menos satisfactorias que el estado de cosas anterior que dichas medidas trataban de corregir. Esta política es, por tanto, contraria a su propósito mismo.

Los salarios mínimos, ya sean impuestos por decreto del gobierno o por presión de los sindicatos obreros, resultan inútiles si fijan tasas iguales a las que habría establecido el mercado. Pero si por estos medios artificiales se trata de elevar los salarios por encima del nivel que habría sido consecuencia del mercado libre en materia de trabajo, entonces dan origen al desempleo permanentemente una gran parte de la masa potencial de los obreros.

El hecho de que el gobierno se dedique a gastar no es suficiente para crear empleos. Si aporta los fondos que se requieran mediante nuevas cargas fiscales o por vía de empréstitos públicos, hace desaparecer tantos empleo,, por un lado, como crea por el otro. Si los gastos del gobierno se cubren con préstamos que obtenga de Los bancos comerciales, se presentan entonces los fenómenos de la expansión de crédito y la inflación. Si en el curso del proceso inflatorio el alza en los precios do las mercancías excede el alza en los salarios nominales, el desempleo disminuirá. Sin embargo, lo que hace que el desempleo se reduzca es precisamente el hecho de que los salarios reales se abaten.

La tendencia inherente a la evolución capitalista es el ascenso continuo y firme de los salarios reales. Este fenómeno es producto de la acumulación progresiva de capital, por medio del cual mejoran los métodos tecnológicos de producción. No existe más camino que permita aumentar los salarios de todos aquellos que se hallen deseosos de trabajar que Incrementando la producción del capital invertido por cápita. Cuando cesa la acumulación de capital adicional, la tendencia hacia un mayor aumento en el salario real se paraliza. Si en vez de aumentar el capital disponible se procede a consumirlo, el salario real tendrá que bajar temporalmente hasta que los obstáculos para un nuevo incremento de capital se hayan eliminado. Las medidas gubernamentales que tienden a retardar la acumulación de capital o a provocar su consumo como, p.e., los impuestos confiscatorios son adversas a los intereses vitales de los trabajadores.

La expansión de crédito puede traer una prosperidad temporal, pero debido a su carácter ficticio acabará necesariamente en una depresión general del comercio, en un desplome general. Difícilmente puede asegurarse que la historia económica de las últimas décadas haya desmentido las pesimistas predicciones de los economistas. Nuestra época tiene que enfrentarse con grandes dificultades económicas, pero ello no es indicio de una crisis del capitalismo, sino de la crisis del intervencionismo y. de la política que trata de perfeccionar el capitalismo yde sustituirlo por un sistema mejor.

Ningún economista se aventuró nunca a declarar que el intervencionismo pudiera dar otros resultados que el desastre y el caos. Los, defensores del intervencionismo los más sobresalientes de entre ellos, la escuela histórico prusiana y los institucionalistas norteamericanos no fueron economistas. Todo lo contrario. Con objeto de sacar adelante sus planes negaron categóricamente que existieran lo que se llaman leyes económicas. En su opinión los gobiernos son libres de llevar a cabo lo que deseen, sin verse frenados por una regularidad inexorable en la secuencia de los fenómenos económicos. Al igual del socialista alemán Fernando Lassalle, sostienen que el estado es Dios.

Los intervencionistas no emprenden el estudio de los asuntos económicos con objetividad científica. A la mayoría la impulsa un resentimiento de envidia contra aquellos cuyo ingreso es más alto que el suyo y este producto les impide ver las cosas como son realmente. El objetivo principal para ellos no es mejorar la condición de las masas, sino causar daño a los hombres de empresa y a los capitalistas, aun cuando esta política haga víctima de su aplicación a la inmensa mayoría del público.

A los ojos de los intervencionistas la simple existencia de utilidades es criticable. Cuando hablan de éstas no se preocupan por discutir su corolario, las pérdidas. No alcanzan a comprender que ganancias y pérdidas son los instrumentos por medio de los cuales el consumidor lleva tirante la rienda a la actividad de las empresas; pues las ganancias y las pérdidas son las que permiten al consumidor ejercer la dirección suprema de los negocios. Es absurdo establecer un contraste entre la producción con fines de lucro y la producción con fines de servicio. En el mercado libro un individuo únicamente puedo obtener ganancias si provee a los consumidores de los bienes que desean y en la forma mejor y más barata posible. Las utilidades y las pérdidas transfieren los factores materiales de la producción, de manos de los productores Ineficaces, a manos de otros más eficientes. Su función social consiste en hacer más influyentes en el manejo de los negocios a los hombres que tienen mejor éxito al producir los artículos que el público se disputa. Cuando las leyes de un país impiden que los hombres de empresa más eficientes puedan extender el radio de sus actividades, el consumidor es quien sufre las consecuencias. Lo que originó que algunas empresas se convirtieran en «grandes negocios» fue precisamente el éxito que lograron al satisfacer en la mejor forma posible la demanda de la gente.

La política anticapitalista sabotea el funcionamiento del sistema de la economía de mercado. El fracaso del intervencionismo no demuestra la necesidad de adoptar el socialismo: sólo exhibe su inutilidad. Todos les males que quienes se llaman «progresistas» a sí mismos interpretan como prueba del fracaso del capitalismo, son resultado de su interferencia en el mercado, con sus supuestos efectos benéficos. Solamente el ignorante, que confunde el intervencionismo con el capitalismo, puede creer que el remedio para estos males sea la adopción del socialismo.


[i] Zwang significa compulsión, wirttschaft economía. El equivalente español de la expresión empleada en el texto es algo así como economía de compulsión, o economía dirigida.