Año: 33, 1991 No. 735

MERCANTILISMO VERSUS MERCADO

Por Manuel F. Ayau

Es muy común la creencia que una economía de mercado supone un sistema de gobierno que mantiene un clima favorable a los hombres de negocios, colmando de incentivos a la empresa privada. Algunos políticos, inclusive algunos gobiernos, para ponerse a la moda de hoy, encaminan sus gestiones hacia ese clima que creen que es la esencia de la economía de mercado.

Lo que logran es lo que propiamente, a través de la historia se ha conocido como mercantilismo sistema destructor del mercado promovido, respaldado y manejado por los beneficiarios del sistema, gremios, empresarios privados, hombres de negocios, etc. Resultan así Ios gobiernos manejados por grupos de presión, similar al corporativismo del fascismo.

El mercantilismo es atractivo porque promete seguridad económica a quienes beneficia.

Es comprensible que el anhelo de seguridad ha conducido, a través de la historia, a la utilización del poder coercitivo del gobierno como instrumento para evitar competencia potencial o real y así lograr seguridad de las ganancias o mantener seguridad en el empleo, o para garantizar el éxito permanente que en una sociedad libre de mercado habría que conquistar diariamente. Ese abusivo uso del gobierno se pretende justificar con racionalizaciones sobre la conveniencia inmediata del interés general, pasando por alto los principios generales en aras de ser pragmáticos.

Surge así, «democráticamente», ese sistema de legislación casuística que otorga privilegios a grupos exclusivos, colegiados, de negocios y gremiales, otorgando privilegios oligopólicos basados en leyes, reglamentos, disposiciones ejecutivas, etc. que caracterizan el sistema mercantilista.

En el mercado no hay seguridad de nada más que (idealmente) la ley será igual para todos, en cuanto a la protección de sus derechos, pero sin garantía de resultados. En el mercantilismo se busca la seguridad del éxito a través de la intervención del gobierno. En el mercado se logra el éxito en cotidiana competencia por satisfacer deseos del consumidor, de acuerdo con el criterio, no del empresario, sino del consumidor, dentro del poder de compra del consumidor. De lo contrario el empresario pierde. El mercado implica constante incertidumbre, obliga a la readaptación continua para conservar posiciones de liderazgo o participación de mercado. El mercado obliga a confrontar constantes riesgos de fracaso. La quiebra como fenómeno de mercado tiene su función social: limitar los recursos que se pueden perder al monto del patrimonio privado arriesgado, y servir de incentivo para mantener la eficiencia... la economización de los recursos de que dispone la sociedad en forma de patrimonios privados.

El más potente y efectivo incentivo para la eficiencia es el temor de perder lo logrado la casa, el automóvil, el negocio ardua y diligentemente construido basado en sacrificio propio o de los padres, y del crédito y confianza logrados a través de la observancia de normas de conducta aprobadas por la comunidad. Ciertamente es muy grande el incentivo a las ganancias como factor para la eficiencia social. Pero yo creo que es mucho más fuerte el incentivo de evitar pérdidas. Evidencia de ello es que son pocos los que escogen voluntariamente los riesgos inherentes a la actividad especulativa propia del empresario, y por ello la gran mayoría de personas prefieren un ingreso contractual aunque menor, pero más seguro. Prefieren sacrificar un poco de libertad a cambio de mayor seguridad.

Debemos enfatizar que las ganancias en el mercado no se obtienen simplemente sumándolas al costo para determinar el precio. Si así fuera, no habría riesgo de perder, ni razón para que haya pobres. La ganancia en el mercado es residual, incierta. Se puede, y de hecho ocurre diariamente, perder.

El empresario gana cuando produce a un costo menor que el precio de mercado y pierde cuando el valor de los recursos sociales consumidos tiene un valor mayor que el producto logrado. Quien más gana es quien más recursos economiza. Paradójicamente, los trabajadores que más ganan en una economía de mercado son aquellos que más reducen el costo de mano de obra. En cambio en una economía mercantilista, quien más gana es quien saca mayor ventaja de los demás, gracias al respaldo de las leyes que protegen o fomentan su actividad.

El mercantilismo fue el sistema económico que existió en Europa en el siglo XVI y XVII y que heredamos de España. Ha prevalecido en Latinoamérica desde época colonial y continúa tan campante. La gente quiere competencia para todo lo que compra y venden los otros, pero quiere controlar el mercado en el que vende (monopolio) y en el que compra (monopsonio). Quiere precio tope para lo que compra y precio mínimo para lo que vende.

El mercantilismo, así como el socialismo, o el nacionalismo, se basa en lo que Hayek llama Constructivismo Racionalista. Supone que los hombres pueden planificar la economía en la misma forma que se planifica un negocio, un ejército, una organización religiosa, o la función gubernamental. La intención es conseguir la prosperidad y la justicia (lamentablemente en ese orden) encauzando el actuar de los ciudadanos hacia los objetivos inmediatos escogidos, basados en leyes que los induzcan a actuar como no hubiesen escogido libremente hacerlo, y a abstenerse de actuar como hubiesen escogido libremente. Sin la coerción de la ley el plan sería en vano, pues la gente actuaría con miras a lograr objetivos libremente escogidos, que no necesariamente coincidirán con los planes del gobierno constructivista. De manera que un gobierno constructivista por su naturaleza no puede respetar los derechos, la libertad de los hombres. Tampoco puede tratar a todos por igual, porque perdería el control de los resultados. Obligadamente tiene el régimen jurídico mercantilista que ser casuístico, otorgando ventajas a unos a costillas de otros, etc. Se vive por privilegio y licencia y no por derecho.

La adopción de la economía de mercado tiene fuertes enemigos: todos los beneficiados por el mercantilismo, pues extender el ámbito de la libertad a todos los ciudadanos pone en riesgo privilegios y conquistas alcanzadas por varios grupos, comenzando por los banqueros, los industriales y hasta los trabajadores agremiados.

Quienes se oponen a la economía de mercado, aducen que el país no está listo (como si se necesitara «estar listos» para tener derecho a competir sin coerción ni privilegios); que el mercado puro no se da en ninguna parte (como si la «pureza» se diera en algún otro sistema. Si la pureza fuese requisito para la adopción de algún sistema habría que rechazar la democracia. ¿No basta con que sea el mejor sistema dentro de las imperfectas opciones?); que los gobiernos deben controlar la macroeconomía (¿acaso no es un contrasentido controlar la macroeconomía en una economía de mercado, ya que la economía es de mercado solamente cuando la dirige el Mercado y no el gobierno?)

Quienes se oponen a la economía de mercado tiene a su favor la confusión entre mercantilísmo y economía de mercado, y el mal sabor ético que los socialistas lograron generalizar en contra del capitalismo.

No nos gusta confiar en un sistema que ni comprendemos ni podemos predecir y que por esas razones lo consideramos anárquico Triste es que ese rechazo se da, a un sistema que se fundamenta en el respeto a la libertad y consecuentes principios éticos.

Basta comprender que la economía de mercado se basa en la prevalencia de un Régimen de Derecho (no simplemente de legalidad), que sea efectivo en hacer respetar la vida, la propiedad y los contratos, que se base en la milenaria regla de oro, para que surja una economía de mercado pues contrario al mercantilismo aquélla ni se planifica ni se diseña. La intervención del gobierno se dirige, no hacia el logro de resultados, sino hacia lograr que la interacción social sea respetuosa pacífica y los contratos mutua y libremente consentidos. Ello de por sí es una ardua y difícil tarea que el mercantilismo no sólo descuida sino impide.

Lo que hace falta comprender es que una economía de mercado es lo que resulta del régimen de Derecho que logra hacer respetar el derecho de la vida, la propiedad y los derechos adquiridos a través de contratos libremente consentidos Por tanto, la discusión de fondo pertinente no es economía sino sobre la función y organización propia de un gobierno En el último análisis la discusión es sobre normas éticas de conducta justa.

«La historia del progreso no es identificable, como se ha enseñado durante mucho tiempo, con la historia del progreso científico, sino con la historia del derecho, concebido, éste como una tecnología de la organizaión de las relaciones humanas, económicas y sociales. El progreso científico no es más que una de sus manifestaciones, uno de los reflejos de esta evolución del sistema jurídico, en su aspecto material».

JORGE BUSTAMANTE, «La República Corporativa», 1988