Año: 34, Enero 1992 No. 742

N. D. El Rvdo. P. Robert A. Sirico, sacerdote católico de la congregación paulista, es actualmente Presidente del Instituto Acton para el Estudio de la Religión y la Libertad. Esta nota es un extracto del artículo publicado en la revista THE FREEMAN Vol. 41, No. 12 (diciembre de 1991).

Una Dramática Evolución: La Encíclica Centesimus Annus

Por P. Robert A. Sirico

El documento más reciente de las enseñanzas sociales católicas, posiblemente el de más dramática evolución, viene en la Encíclica Centesimus annus del Papa Juan Pablo II, donde se conmemora la Encíclica Rerum novarum de León XIII. Esta, posiblemente, representa un cambio, dentro de la tradición católica, que rechaza la planificación social centralizada y que, además, representa un reverso para algunos movimientos de izquierda que invadieron la Iglesia desde principios de siglo.

Más que cualquier otro documento oficial de la Iglesia, este último celebra la creatividad de los empresarios y las virtudes exigidas por la productividad. El pontífice describe estas virtudes como «la diligencia, la laboriosidad, la prudencia en asumir los riesgos razonables, la fiabilidad y la lealtad en las relaciones interpersonales, la resolución de ánimo en la ejecución de decisiones difíciles y dolorosas, pero necesarias para el trabajo común de la empresa y para hacer frente a los eventuales reveses de fortuna» .

El Papa afirma tanto la legitimidad práctica como la moral de los beneficios, el espíritu de empresa, un adecuado interés por lo propio, la productividad y una moneda estable. Defiende el derecho a la propiedad privada, junto con su dimensión social, y lo llama un derecho humano. Y hace una diferencia entre consumismo y la economía de mercado.

En ninguna parte el Santo Padre establece que el socialismo y el capitalismo sean moralmente iguales, sentimiento éste que algunos detectaron en su encíclica social de 1987, Solilicitudo rei socialis. Este cambio, conscientemente deliberado por el Papa, resulta sorpresivo a aquellos que anticiparon que, habiendo sido uno de los principales actores en los acontecimientos que enterraron al colectivismo en 1989, Juan Pablo II emplearía ahora el considerable prestigio y poder de su autoridad moral para denunciar el sistema económico de libre intercambio. Por el contrario, Juan Pablo II favorece tal sistema, a condición, de que esté enraizado en las tradiciones legales, éticas y religiosas.

Además de no encontrar contradicción entre la virtud y la libertad (palabra empleada a menudo en su carta), el Papa expresa profundas reservas a lo largo del documento acerca de varias formas de intervenciones estatales en la economía.

En este aspecto, la carta del Papa marca un tono considerablemente diferente al de los obispos de Estados Unidos en su declaración de 1986 sobre la economía norteamericana, «Justicia económica para todos». Esta declaración llama repetidamente a aumentar el papel del gobierno para remediar los problemas sociales y fue vista por muchos como una sanción moral para el estado redistributivo.

El Papa, sin embargo, habiendo visto los efectos perniciosos de la imposición gubernamental en los países de Europa Oriental, cuestiona la legitimidad de la intervención extensiva por parte del Estado proteccionista, o lo que él llama «Estado del bienestar». «Al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad», dice el Papa, «el Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos».

Al inicio de su pontificado, algunos teólogos pensaron que Juan Pablo II, habiendo vivido en una sociedad marxista, enfrentaría las cuestiones económicas y sociales con cierta sensibilidad y simpatía hacia las instituciones marxistas. Lo que pareció para algunos comentaristas de su primera encíclica social, Laborum exercns, una vuelta al diálogo con los marxistas, ha terminado siendo no sólo un repudio de toda la agenda colectivista, desde sus raíces hasta sus ramificaciones, sino el más cálido abrazo a la economía libre desde los Escolásticos.

Centesimus annus representa un auténtico desarrollo en la tradición encíclica, al mismo tiempo que constituye un rescate de la olvidada tradición de defensa de la propiedad privada por parte de los Escolásticos, en especial de la Escuela de Salamanca, a mediados del siglo XVI. Esta escuela de pensamiento afirmó que lo que el cristianismo dice acerca de la propiedad privada es exactamente igual a lo que dice al respecto de todo lo material: es bueno, pero relativo. Solamente Dios es absoluto.

Para comprender el verdadero significado de Centesimusannus requiere la mezcla de dos métodos de estudio. Tan objetivamente como sea posible, uno debe llevar a cabo un análisis crítico de todos sus pasajes para discernir su objetivo principal y sus prioridades sobre las bases del texto de la encíclica misma. Luego, debe leerse el documento dentro del contexto de los varios pronunciamientos sociales de la Iglesia Católica expuestos durante los previos 100 años, para encontrar los nuevos temas, desarrollos y direcciones que inicia la presente encíclica.

Al leerse por si misma, la Centesimus annus emerge como un rechazo sin compromisos del colectivismo en sus variantes marxistas, comunistas, socialistas y, también, en sus manifestaciones intervencionistas. Aunque la encíclica permite cierto grado de intervención estatal en áreas tales como el nivel de salarios, seguridad social, seguro de desempleo y otros, la Centesimus annus expresa una constante preocupación por el principio de subsidariedad (atención de las necesidades humanas principiando desde el nivel local), y hace la advertencia en contra de los efectos nocivos de la intervención en la prosperidad de una nación y en la dignidad y derechos de cada persona.

La Centesimus annus, por lo tanto, da indicios de una preferencia decidida por lo que llama la «economía de empresa», «economía de mercado»o «economía libre», enraizada en un marco legal, ético y religioso. Si bien rechaza la noción que dicho sistema de economía libre es capaz de cumplir con todas las necesidades humanas, la carta distingue claramente al sistema económico del contexto ético y cultural en el cual existe. En esta forma, la Centesimus annus critica los excesos del materialismo y el consumismo y, de todas maneras, endosa al capitalismo como un sistema que está esencialmente acorde a los principios cristianos.

El segundo método de estudio descubre a la encíclica como un documento mucho más dramático. Al ser leída con un conocimiento del pensamiento católico moderno, empezando con la Rerum novarum de León XIII, sale a luz su importancia histórica. Centesimus annus evidencia un entendimiento económico del mayor alcance y el más deliberado (y menos crítico) acogimiento del sistema de libre intercambio de parte de las enseñanzas católicas en 100 años y, posiblemente, desde la Edad Media. Más aún, contiene una apreciación moderna de la naturaleza dinámica del libre intercambio y del proceso en que la riqueza es producida.

Al verse de esta manera, la Centesimus annus representa el inicio de un cambio que aleja del punto de vista de un mundo estático, de suma cero, que llevó a la Iglesia a ser sospechosa del capitalismo y a favorecer a la distribución de la riqueza como la única respuesta moral a la pobreza.

Hay varias implicaciones de este cambio de dirección que es importante considerar. Como ya fue mencionado, existe una clara diferencia en la fuerza y el objetivo que sale a luz cuando la Centesimusannus es leída a la par de la carta de los obispos de Estados Unidos, «Justicia económica para todos». Esto deja al establecimiento de intelectuales que abogan por la justicia social sin preparación alguna para considerar las cuestiones sociales desde el marco de referencia con que Juan Pablo II construyó laCentesimus annus. Cuando uno lee el material que estos sabihondos eclesiásticos elaboraron, resulta evidente que desconocen la tradición económica continental representada por Wilhelm Razpke, Ludwig von Mises, F. A. Hayek, Israel Kirzne, así como también de las enseñanzas de la escuela de Virginia de la opción pública y de otras.

Otra implicación de esta encíclica es que se invita a los empresarios y capitalistas a salir del frío moral al cual se sintieron desterrados en el pasado. El Santo Padre afirma su vocación básica y su rol dentro de la sociedad, aún y cuando los insta a ver más allá de los beneficios y a que consideren los aspectos morales de su trabajo.

Una tercera implicación es que esta encíclica constituye el epitafio, en términos de cualquier legitimidad eclesiástica, de los movimientos liberacionistas y colectivistas El «diálogo cristiano-marxista» está muerto, tal como reconoció recientemente Gustavo Gutiérrez padre de la teología de la liberación.

La Centesimus annus es indicativa de una vuelta hacia la auténtica libertad humana como principio de organización social de la iglesia cristiana más grande del mundo.Inicia así un nueva diálogo.

Esta última encíclica irá en los anaqueles de la historia a la par de la Dignitatis humanae del Concilio Vaticano II, que trata de la libertad de religión, representando el impacto que el experimento norteamericano ha tenido en las enseñanzas de la iglesia universal. Lo que la Dignitatis humanae hizo al abrir la Iglesia a los derechos de conciencia y de libertad religiosa, la Centesimus annus hará al abrir la Iglesia a un completo y vigoroso diálogo con la idea de libertad económica. Una idea que empezó en la academia católica expuesta por los escolásticos; resulta muy apropiado que fuera revivida por este Papa.

ADIOS. RONALD A. DENT WEISSENBERG

Manuel F. Ayau Cordón

Siempre que nos deja un amigo, perdemos para siempre todo lo que en vida podía contribuir. Cuando quien se muere es de edad avanzada, se acepta con resignación, como algo natural. Cuando se muere un joven, precisamente en la edad cuando ya tiene conocimientos, experiencia, carácter, principios, valor, energía y vocación intensa para trabajar por su familia y su patria, la resignación cuesta.

La muerte no tiene remedio. Pero el inevitable sopesar y lamentar la magnitud de la pérdida. Por supuesto, la pérdida para sus hijos, esposa y madre es tremenda. Lo comprendo porque yo perdí a mi padre cuando él tenía treinta y siete y yo seis años, y nunca ha pasado un día que no lo eche de menos. Rony tenía cuarenta y cuatro.

Rony fue un hombre como su padre, bueno, inteligente, estudioso, con sentido común y sentido de humor, intransigentemente fiel a sus principios. Un señor.

Demostró su valentía en tiempos difíciles, como presidente de la Cámara de Comercio (1982-l984), tomando posturas a favor de la libertad cuando ello implicó hasta riesgos personales serios.

El CEES pierde a un Director, un baluarte de la libertad que en su corta vida contribuyó significativamente al futuro bienestar de muchas generaciones.

Adiós Rony, te echaremos mucho de menos y no te olvidaremos.