Año: 34, 1992 No. 764

LA MARAÑA DE LA LEY

Manuel F. Ayau Cordón

La estructura legal de Guatemala y de la mayoría de países es ya una complicada maraña de inconsistentes disposiciones. Inclusive, las constituciones llamadas «desarrolladas» han perdido su principal intención original, cual era salvaguardar los derechos fundamentales de las personas del abuso de poder de los gobiernos, fueren estos democráticos, monárquicos o de cualquier tipo. Esa protección a los derechos se pretendía lograr no sólo con su simple enumeración, sino por medio de la estructura organizativa del gobierno, la separación de los poderes del Estado, y otras disposiciones. Hoy las constituciones parecen un catálogo de ilusorias aspiraciones y una lista de fueros privilegiados.

Un futuro próspero y pacífico bajo la ley no se puede basar en este incierto, arbitrario y contradictorio sistema de disposiciones legales que crece exponencialmente cada vez que a alguien con iniciativa de ley o acceso a ella se le ocurre que lo que algunos están haciendo aunque lo hagan respetando estrictamente los derechos ajenos no e conviene, y que debe «pasarse una ley» para esto o el otro. Y el resultado es que, lejos de aproximarnos a un orden, el desorden legalizada crece y cree.

Espero que no esté muy lejano el día en que la desesperación con esta anarquía legal provoque la pregunta: ¿Cómo salirnos de esta trampa en que nos hemos metido? Lo importante es que llegue pronto esa voluntad para hacerlo. Una vez tomada la decisión de desenmarañar el sistema, se encontrarán diversas maneras.

Un problema que se confronta cuando se quiere cambiar es que los que ya tienen un interés «de propietario» en cada compartimiento del sistema les tocaría asumir el costo de cambiar y, consecuentemente, estarán renuentes. Dirán que se cambien otras cosas primero, o que se cambie todo de una vez (lo cual equivale a decir que no se cambie nada), o que se cambie gradualmente, o que más vale lo viejo conocido que lo nuevo por conocer.

También habrá que vencer el error de tan popular creencia, que «cualquier sistema es bueno y que lo malo son los hombres». Consecuentemente, que mejor primero nos empeñemos en perfeccionar al hombre. La pregunta que surge entonces es: ¿Cómo nos gobernamos mientras perfeccionamos al hombre? ¿Acaso tendrá que regresar y darse Jesucristo una nueva oportunidad para lograrlo? Lo real es que simplemente hay sistemas que funcionan y sistemas que no funcionan. Hay sistemas que atraen el poder a buenos hombres y sistemas que atraen a pícaros al poder y que son rechazados por los buenos.

Una medida practica y constructiva, inspirada por Hayek en sus escritas, consiste en Sugerir que para adelantar debemos comenzar por distinguir entre lo que debe entenderse por ley, por legislación y por reglamento, y atribuirles una jerarquía. Hoy por hoy, todo lo que diga la autoridad legislativa es «la ley». Y entonces como las constituciones remiten toda a «la ley» resulta que la autoridad legislativa es más poderosa que la constituyente misma. Ahora bien, si por ley se llega a entender solamente aquellas «normas de conducta centrales, abstractas, establecidas anticipadamente..». en que verdaderamente se funda un régimen de derecho, (aunque existan casos de imprecisa inclusión) y se establece que la «legislación», así como los reglamentos y demás disposiciones legales, así como no pueden contrariar la Constitución, tampoco pueden contrariar la ley, entonces si podríamos decir que teníamos un régimen de derecho y no de simple legalidad. Habríamos iniciado así el camino hacia un ordenamiento con reglas claras, conducente a planificar a largo plazo cómo servirnos los unos a otros, sin estar intentando tomar ventaja «legal» unos de otros.

La intención es evidente y latente en la práctica de colocar los derechos individuales sobre lodos los demás «derechos» en las constituciones vigentes. Pero lo malo es que en las mismas constituciones, en el afán de prever absolutamente todo, e intentar diseñar anticipadamente los resultados, se hacen nugatorios esos derechos con base a motivos estrictamente utilitarios. Lo pragmático resulta violando los principios.

Cuando cualquier casa se puede «legalizar» por decreto o por acuerdo, se vuelve impasible la rectificación del sistema por la vía de las cámaras legislativas que deben responder a los intereses de corto plazo de sus electores, sin normas que limiten lo que pueden o no hacer. Y como siempre existen motivos para evitar o postergar el costo de cambiar, se deja para cuando no haya nada urgente. Como decía Hayek, lo urgente siempre toma precedencia sobre lo importante. Además no faltarán los grupos de presión sobre los legisladores para impedirlo.

No hay maraña legal más enredada y contradictora que la legislación laboral. Toda ella se ha promovido con buenas intenciones para beneficiar a los trabajadores, pero sus resultados al violar el derecho, son contraproducentes. La siguiente anécdota cuenta la historia frustrada de un fabricante de hamacas es elocuente.

Don Pancho tenía un tío rico en el exterior que se murió, como le puede suceder hasta al más bueno de los tíos ricos. Así resultó don Pancho heredando una gran cantidad de dinero, la cual dispuso invertirla en Guatemala, su querida y sufrida tierra, para crear trabajo. Como su propia madre había sufrido tanto por no ser fácil para las mujeres conseguir trabajo, dispuso hacer una industria que empleara más mujeres que hombres.

Como no sabía nada de cómo invertir, se fue a asesorar con un licenciado y le explicó lo que quería hacer. «Primero», le dijo, «no quiero perder lo que heredé y quedarme sin nada. Quisiera ganar dinero para poder vivir cómodamente, aunque sin lujos porque me dijo el cura que eso era pecado; pero además quiero ganar algo para invertir cada vez más en crear más y más plazas de trabajo porque eso es lo que necesitan nuestras pobres mujeres».

Siguió don Pancho, «Quiero poner una fábrica de hamacas para exportar, porque con el dinero que tengo disponible, eso es lo que da más trabajo, consume nuestro propio algodón, y es un trabajo propio para las mujeres que tanto necesitan trabajar».

Agregó don Pancho: «Primero me gustaría sacar un anuncio solicitando empleadas. (El licenciado frunció el ceño). En el anuncio, continuó don Pancho, voy a explicar que sólo operaremos tres o cuatro días a la semana, y que sólo esos días pagaré, porque yo tengo que estar el resto de la semana en Huehuetenango, donde está mi familia y mi huerto que tengo que atender. (El licenciado frunció el ceño). Tercero, voy a explicar en el anuncio que sólo le daré trabajo a las que cosan por lo menos tres hamacas cada día, y a las demás las voy a despedir, porque si no, no me salen las cuentas. (El licenciado frunció el ceño). No quiero que vengan a trabajar hombres, para evitarme problemas. (El licenciado frunció el ceño). Y muy importante, me interesan las hamacas porque producen dólares, y quiero mandárselos a mi primo en Los Angeles que está pasando penas. (El licenciado frunció el ceño)».

El licenciado entonces le explicó: «Mi querido Don Panchito, admiro sus buenas intenciones, pero debo decirle que está usted obsoleto, y que nada de lo que usted quiere hacer lo permite la «ley». Primero, es prohibido que anuncie que sólo quiere trabajadores de un sexo. El Código de Trabajo lo prohíbe en su artículo 151. (Don Pancho frunció el ceño). Segundo, no importa cuántos días usted quiera que trabajen, les tiene que pagar por no trabajar los domingos, porque eso dice el Código. (Don Pancho frunció el ceño). Tercero, usted no puede despedirlas sin indemnizarlas por daños causados a quienes no producen la cantidad de hamacas necesarias para que la industria persista o que, en vez de producir hamacas están ocupadas organizando el sindicato, pues son inamovibles por un año, según el artículo 223. Cuarto, como usted no las está empleando cinco o seis días a la semana, quiere decir que las está explotando y eso constituye violación a los derechos humanos y los gringos le van a quitar la visa o a secuestrar. (Don Pancho hace turnio). Quinto además, los gringos le van a poner cuotas a las hamacas, y usted no las podrá vender allá. (Dan Pancho abre la boca). Sexto, según el Decreto 203, todos los dólares que gane se los tiene que entregar baratos al Banco de Guatemala, y después se los tiene que comprar más caros, sí es que todavía los tienen. (Don Pancho pide agua, por favor).

«Además», continuó el licenciado, «como las mujeres a veces ‘resultan embarazadas, debo informarle que cuando eso les pasa, usted deberá darles unas cien hamacas cada vez después del parto lo cual es normalmente cada diez meses y hasta noventa hamacas por el tiempo antes del parto, aunque lo hayan disimulado muy bien». (Don Pancho se desmaya).

«Figúrese usted», le explicaba el licenciado al extrañado don Pancho, «porque si no fuese así, imagínese usted todo el desorden en que viviríamos, la explotación de las mujeres por los hombres sería rampante, y la ‘fuga de divisas quebraría al país, y nos empobreceríamos».(Don Pancho sube las cejas en signo de interrogación).

«Mejor nos tomamos otro trago, don Pancho. En vez de fabricarlas, usted se compra una buena hamaca, y se regresa a Huehue donde el teléfono no molesta porque no hay, no se meta en líos, deje la plata a interés, en Nueva Orleáns, y a propósito, mis honorarios por el consejo son cien dólares. Estoy seguro que por las molestias, disgustos y pérdidas de dinero de que lo he salvado, mis honorarios son una ganga». (Don Pancho sonríe). (El Lic. también).

Si estableciéramos constitucionalmente los principios que definen las características de cómo debe ser la «ley» como ley, y dejáramos lo pragmático, la administrativo, como legislación, entonces, se podría ir derogando gradualmente, toda la legislación que viole la ley.