Año: 37, Noviembre 1995 No. 811

N. D. Este articulo se publicó en el .«DureIIJounalofMoney andBanking», en la edición de primavera de 1995 y se reproduce con su autorización.

El señor MalcolmS. Forbes Jr. es Presidente y Director General de Forbes, Inc. y Editor en ¡efe de la revista Forbes Magazine. Ha ganado dos veces, el prestigioso premio «Crystal OwI», otorgado anualmente a reporteros que hacen las predicciones económicas más acertadas. Recibió un Doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales, en mayo de 1993 por parte de la Universidad Francisco Marroquín.

En su articulo, el señor Forbes, propone una moneda sana mediante el reestablecimiento del patrón oro y la sustitución de la progresividad del Impuesto sobre la Renta por un impuesto de tasa única que se conoce como «FIattax».

EL CAMINO DORADO HACIA LA PROSPERIDAD

Por Malcolm S. Forbes, Jr.

Existen dos obstáculos que impiden a los Estados Unidos entrar a su período de mayor crecimiento económico y de más grande oportunidad. Uno es el dólar inestable, el cual ha permanecido sin ancla de oro por un cuarto de siglo. El otro es nuestro enredado, incomprensible, entumecedor y complejo código de impuestos, contrario al crecimiento.

Tanto la reciente crisis del dólar como el atemorizante colapso económico en México subrayan la necesidad de regresar a un sistema monetario basado en el patrón oro, para los Estados Unidos y la economía global. El dólar volátil es una razón crítica por la cual los aumentos reales en sueldos de la mayoría de Norteamericanos no han crecido mucho desde los últimos años de la década de los sesenta. Con una moneda digna de confianza, la tasa de interés sería mucho más baja de lo que es hoy día. Antes de que abandonáramos formalmente el vínculo entre el dólar y el oro en 1971 (habíamos tenido un sistema basado en el oro de un tipo u otro desde el tiempo de George Washington), el gobierno de Estados Unidos podía rutinariamente prestar dinero a largo plazo al 4 por ciento o menos., y fondos a corto plazo a una tasa alrededor del uno por ciento. Tasas similares en el presente podrían ahorrarle al gobierno federal más de $100 mil millones de dólares al año en intereses sobre la deuda nacional. En otras palabras, podríamos cortar por más de la mitad nuestro déficit presupuestario, sin quitarle un centavo a los programas federales existentes. Los norteamericanos podrían una vez más (como hicieron a mediados de los años sesenta) comprar casas con hipotecas a treinta años, con tasas fijas por debajo del 5 por ciento. Tales tasas bajas y estables serían un estímulo poderoso para la economía.

¿Porqué, entonces, es «patrón oro» la frase prohibida de la economía? ¿Por qué, aún hoy, la mención seda de un patrón oro le gana, al defensor, la imagen de ignorante o chiflado en muchos círculos? La respuesta tiene tres partes: Un malentendido de la función del dinero; una mala lectura de la historia; y, finalmente, un rechazo visceral a la noción de que un metal puede guiar mejor la política monetaria de lo que puede hacerlo un manojo de ministros de finanzas, banqueros de la banca central, y economistas bien licenciados. (Este tipo de antipatía está enraizada en la naturaleza humana. Obsérvese la reacción de incontables artesanos del siglo XIX ante el surgimiento de maquinaria que podía hacer sus trabajos más rápidamente y con mayor uniformidad).

Primero analicemos el malentendido sobre la función del dinero. El dinero es una norma de medición, como una regla o un reloj. Está supuesto a comunicar información sobre el valor de productos y servicios y facilitar el comercio entre partes voluntarias. Nadie contemplaría seriamente la noción de una regla que cambiara constantemente de largo, digamos de 12 pulgadas a 14 pulgadas, a 10 pulgadas, etc. Nadie tendría mucha fe en relojes en los cuales el número de minutos en una hora fluctuara diariamente. Cuando el dinero como medida se vuelve inestable, crea ineficiencias inmensas y ansiedades y desvía energía de tareas productivas hacia tareas especulativas o proteccionistas. El dinero fluctuante también mina la fe que llenen las personas del orden moral. John Maynard Keynes identificó bien el devastador impacto de la inflación en un ensayo de los años veinte: «No hay medio más sutil, ni más seguro, para volcar el fundamento existente de la sociedad que el de corromper su moneda».

Para entender la importancia del dinero estable, piense en un comprador de casa. El carpintero accede a construirle al comprador una casa de 2,000 pies cuadrados por un precio dado. Pero en vez de que un pie tenga 12 pulgadas, resulta promediar 14 pulgadas en el transcurso de la construcción. El comprador obtiene una ganancia inesperada con una casa 17 por ciento más grande de lo que había requerido por contrato. Conversamente el carpintero ha sido estafado, sufriendo una pérdida insospechada. Si la regla promedia 10 pulgadas, lo opuesto ocurre: el carpintero gana inesperadamente, y el comprador de la casa pierde. O tome a un trabajador que recibe un sueldo de $12 dólares por hora. Digamos que el número de minutos en una hora fluctúa en la forma que lo hace el dólar hoy día. En lugar de 60 minutos, una hora podría tener 90 minutos. De ser así el patrón saldría beneficiado, obteniendo $18 de trabajo por un sueldo de $12 dólares. Si el «valor» de una hora se desplomara a 45 minutos, entonces el trabajador es quien recibe el injusto beneficio, recibiendo $12 dólares por un valor real de $9 dólares de trabajo.

El dinero fluctuante es igual de destructivo de lo que sería una regla fluctuante o una hora con un número de minutos en constante cambio. Una vez que uno entiende esto, uno puede fácilmente entender la necesidad de una moneda estable. Esto nos lleva a la pregunta básica: ¿cuál es el compás o la guía más confiable para los bancos centrales, particularmente para la Reserva Federal [conocido como el Fed]? ¿Cómo sabe el Fed si está imprimiendo demasiados dólares, o muy pocos, o la cantidad correcta?

El mejor compás para la estabilidad, comprobado en el tiempo, es aquella mercancía desacreditada, el oro. ¿Por qué? Es lo suficientemente escaso como para tener un valor intrínseco. No puede consumirse como el trigo; casi todo el oro que jamás se haya extraído nos acompaña aún hoy día. La producción anual es sólo una fracción pequeña de la oferta existen te; por ello no es susceptible de un choque de oferta, como lo son otras mercancías, tal como el aceite o el maíz. Una sequía puede elevar por los cielos el precio del maíz. Tales eventos naturales tienen poco, si algún, impacto sobre el oro. Aparte de un puñado de usos dentales o industriales, el oro no sirve ningún propósito económico salvo el de ser decorativo o reserva de poder adquisitivo. Por lo tanto, su precio no es afectado por el flujo y el reflujo normal de la actividad económica. El trabajo del oro no es distinto del de esos aparatos en algunos carros antiguos que hacen sonar un timbre cuando uno maneja arriba de cierta velocidad.

Bajo un patrón de oro moderno, un alza en el precio del metal amarillo le diría al Fed que contraiga. Para hacerlo nuestro banco central vendería bonos de su portafolio. La venta restaría dinero del sistema bancario porque el Fed no deposita en un banco sino sencillamente se sienta sobre el dinero. Es decir que en lo que concierne a la economía, esos dólares habrán desaparecido. La oferte de dólares en el mercado se reducirá, el valor del dólar relativo al oro subirá e, ipsofacto, el precio en dólares del oro bajará. Con mucha frecuencia, los economistas ven al dinero como una herramienta «flexible» para guiar a la economía. No entienden lo destructiva y perniciosa que es esta flexibilidad para la sociedad.

En cuanto a la segunda razón por la cual personas «serias» ven de menos lo que Keynes llamó la reliquia bárbara: el oro ha recibido una increíble mala cobertura en los medios de comunicación por más de un siglo. Muchos historiadores han equiparado un apoyo al oro con un favoritismo por banqueros con ojos chispudos, industriales despiadados y propietarios sin compasión, en contra de pobres finqueros y trabajadores. Si el oro no fue de alguna forma la causa de malestar económico en el pasado, muchos historiadores y economistas consideran que profundizó las contracciones.

Se ha culpado al patrón oro después de la Guerra Civil .de Estados Unidos por llevar a miles de finqueros a la ruina al elevar el coso real de sus deudas y deprimir los precios de mercancías. Los críticos tienen razón en cuanto a que dada la inflación creada por la guerra, los Estados Unidos debió fijar su ración dólar oro para reflejar ese hecho, en lugar de pasar por la dolorosa deflación para retornar a la paridad que existió previo a la guerra. Pero el malestar de los finqueros tuvo una causa adicional la tecnología. Avances en la distribución de mercancías por buque y ferrocarril hizo posible cultivar campos de trigo en Ucrania, Argentina, Australia y otros países para consumo por el mercado global. La introducción del trigo de invierno en los Estados Unidos enriqueció ampliamente nuestras propias cosechas. Esto es un proceso que continua hasta el presente menos finqueros produciendo más y más alimentos.

La figura de William Jennings Bryan elevó los sentimientos anti-oro del área rural de Norteamérica a niveles febriles durante la depresión de la década de los noventa del siglo XIX. Aunque Bryan fue derrotado tres veces en las elecciones presidenciales, su tesis de que el oro es opresor de las personas trabajadoras pegó. Sin embargo, fueron los eventos de los años veinte y treinta que clavaron la estaca en el corazón del metal amarillo.

Después de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña, que para entonces era el centro financiero del mundo, cometió el mismo error que nosotros después de la Guerra Civil. Londres desechó el patrón oro cuando la Primera Guerra Mundial empezó en 1914, y la isla imperial experimentó con inflación seria. En los años veinte, Gran Bretaña contrajo el crédito para establecer la paridad de la pre-guerra entre la plata y el oro. El retorno al patrón oro en 1925 fue culpado del consiguiente malestar de la gran industria de carbón inglesa y del paro nacional general que siguió un año más tarde.

Con la venida de la Gran Depresión en 1929, el oro recibió su último descrédito. A raíz del colapso del comercio y las finanzas mundiales generado por el horrífico arancel Smooth Hawley, los Estados Unidos y Gran Bretaña adoptaron políticas erradas con la intención de preservar el patrón oro. Estados Unidos pasó un incremento tributario cuantioso, el cual contribuyó a la contracción. En lugar de utilizar la política monetaria y fiscal para ayudar a aliviar la crisis, Gran Bretaña abandonó el patrón en 1931, y Estados Unidos devaluó el dólar en 1934. Desde entonces, el patrón oro ha sido descrito como la causa principal de la Depresión en vez de la víctima de políticas mal orientadas.

En 1944, los Estados Unidos y Gran Bretaña crearon lo que luego se conoció como el Sistema Monetario Internacional de Bretton Woods. El dólar se fijó en relación al oro a $35 dólares la onza. Otras monedas se ataron al dólar con sólo una banda pequeña para fluctuaciones. Se crearon instituciones para ayudar a manejar problemas futuros en la balanza de pagos y para estimular la recuperación de la guerra. Bretton Woods, el GATT, la OTAN y otras medidas ayudaron a producir el gran auge de los años cincuenta y sesenta.

Hubo crisis en tasas de cambio, pero según la tendencia actual, las devaluaciones no eran frecuentes. Cuando se atacaba a la moneda de un país, las autoridades tomaban medidas curativas inmediatas. La inflación, cuando se encendía, era rápidamente controlada.

A pesar de ello, los sentimientos en contra del oro aumentaron. Muchos opositores del oro recomendaban dejar que los tipos de cambio flotaran uno contra otro. El dinero se convertiría simplemente en otra mercancía, como el lomo de cinta. Simultáneamente, los formuladores de política norteamericana abrigaron la noción de que la función del dólar como una moneda de reserva imponía cargas financieras intolerables. Conforme se encogía nuestro superávit comercial, las crisis para la devaluación aumentaron. Los Estados Unidos comenzaron a desligarse del patrón oro a finales de los años sesenta, cortando formalmente el vínculo cuando el Presidente Nixon impuso los controles de precios y salarios en 1971. Pero el nuevo régimen de fluctuación fracasó miserablemente. En lugar de una prosperidad mayor, obtuvimos una debilitante década de inflación creciente, el colapso de los mercados de valores y niveles de vida en decadencia. Aún la recuperación económica de los años ochenta vio tasas de interés anormalmente altas, según parámetros históricos.

Existe otra valla significativa que impide la entrada a una era de prosperidad: nuestro código tributario. Ningún ser humano lo entiende. El código actual no tiene redención: supera las 8,000 páginas más innumerables miles de páginas destinadas a reglamentos e interpretaciones de la Oficina de Rentas Internas (IRS). La respuesta es empezar de nuevo, y de eso se trata el movimiento que promueve una tasa única (flat tax).

Al desechar todas las deducciones, salvo generosas concesiones personales, las tasas impositivas se reducirían radicalmente.

Dos economistas con el Instituto Hoover, Robert Hall y Alvin Rabushka, han realizado un trabajo extenso y definitivo en torno a la tasa única. Su nueva edición de «TheFlat Tax» actualiza brillantemente su original, el cual se remonta a 1981.

Bajo su plan, que es neutral ante el ingreso, una familia de cuatro no pagarla Impuesto Sobre la Renta federal por sus primeros $25,500 de ingreso. Cualquier ingreso por encima de ese nivel sería objeto de tributo a una tasa única de 19 por ciento. Para individuos, no habrían cobros sobre intereses, dividendos, ganancias de capital, ni patrimonio. Las empresas también pagarían una tasa única de 19 por ciento y podrían deducir todas sus inversiones de capital, incluyendo la tierra, en el año en el cual se efectuaron. Cualquier pérdida fiscal podría ser trasladada hacia el futuro y aplicada en contra de ganancias venideras.

Todas las variantes sobre la propuesta de la tasa única parten de aquella hecha por Hall y Rabushka.

La propuesta más ambiciosa sobre la mesa es la Dirk Arrney, líder mayoritario republicano de la Casa de Representantes. El propone una transición de tres años de 20% a 17%, acompañada de ambiciosos cortes al presupuesto. La exoneración para una familia de cuatro sería de $36,800. El Senador Arlen Specter (Republicano por Pensilvania y aspirante a la presidencia) promueve un nivel de 20% con deducciones modificadas por el interés que se paga por hipotecas para vivienda y contribuciones caritativas. Como los demás, su propuesta exime los intereses, dividendos, ganancias de capital y patrimonios.

Las virtudes de la tasa única son abrumadoras.

Productividad:Se liberaría para fines productivos una enorme cantidad de recursos. Una cantidad incalculable del poder cerebral e intelectual de la nación ahora se dedica a la inútil tarea de hacerle frente al actual código tributario. Más de medio millón de personas en los Estados Unidos viven de ello, ya sea a través del cabildeo, la actividad legal, ‘la preparación de impuestos, o la contabilidad. Los Norteamericanos gastamos cinco mil millones y medio de horas al año llenando nuestras declaraciones de impuestos.

Justicia: Bajo la tasa única, entre más alto es su salario, más impuesto paga, lo cual contrasta con nuestra actual versión repleta de exenciones. Los ricos no sólo pagarían más, sino pagarían una mayor proporción de los impuestos recolectados. Esto es lo que ha ocurrido cada vez que se reducen las tasas. Las generosas concesiones personales eliminarían a millones de Norteamericanos de los listados fiscales federales. El código tributario sería transparente y comprensible a todos.

Eficiencia: La tasa única sería infinitamente más fácil de recolectar. Los expertos estiman que los Norteamericanos gastan entre $100 y $300 mil millones de dólares para acatar el código actual.

Corrupción: La tasa única eliminaría una fuente grande de manipulación política tanto a nivel federal como estatal. La monstruosidad actual se presta al abuso y a ‘las maniobras tras bambalinas para servir intereses particulares poderosos. Ahora, los grupos de intereses especiales gastan enormes sumas en cabildeo para alterar los impuestos en beneficio propio. No es una coincidencia el hecho de que los miembros de los comités dedicados a redactar impuestos en el Congreso reciben, en promedio, el doble de las contribuciones que reciben sus colegas que no integran estos comités.

La tasa única, combinada con un nuevo patrón oro, desataría un auge de proporciones sin precedente.

«La razón de utilizar una mercancía como dinero es precisamente la de prevenir la influencia política que afecta directamente el valor de la unidad monetaria. El oro no es el patrón monetario únicamente por su brillo o sus características físicas o químicas. El oro es el patrón monetario principalmente porque un incremento o decremento en la cantidad disponible es independiente de las órdenes emanadas de las autoridades políticas. La característica distintiva del patrón oro es que hace que los cambios en la cantidad de dinero dependan de la rentabilidad de la producción de oro».

Ludwig von Mises

En el libro «von Mises On Manipulation of Money And Credit», 1978, en el capítulo III, «The return to gold», del tema «Stabilization of the monetary unit from the viewpoint of theory (1923)».