Año: 38, Junio 1996 No. 818

N. D. El Dr. Manuel F. Ayau es industrial guatemalteco y Rector Emeritus de la Universidad Francisco Marroquín en cuya fundación participó activamente. Ha contribuido al esclarecimiento del conocimiento de las ciencias sociales por muchos años. En la actualidad participa en el Consejo Consultivo del Centro de Estudios Económico-Sociales, (Guatemala), Liberty Found (Indianapolis, Indiana, EE. UU.) y Foundation For Economic Education (Nueva York, EE. UU.). Fue presidente de la sociedad Mont Pelerin, de la cual sigue siendo miembro activo. Como industrial ha promovido y participado en el establecimiento y desarrollo de varias empresas nacionales e Internacionales, y fue presidente fundador de la Bolsa de Valores Nacional de Guatemala. Con frecuencia publica artículos en la prensa local e internacional (Visión y The Wall Street Journal). Entre sus publicaciones se encuentran los siguientes libros: De Robinson Crusoe a Viernes (1968) (3ra. Edición 1987). Cómo Mejorar el Nivel de Vida (1978) (co-autor). La Década Perdida (1989). No Tenemos que Seguir Siendo Pobres Para Siempre (1992) (2da. Edición). El Proceso Económico (1994).

NO HAY QUE LLAMAR CAPITALISTAS A LOS MERCANTILISTAS

Por Manuel F. Ayau

La división tradicional entre la Iglesia católica y los neoliberales en América Latina sigue teniendo consecuencias desastrosas y parece estar perpetuamente entrampada. ¿Habrá esperanza de una reconciliación entre el clero católico una arraigada autoridad moral en América Latina y los verdaderos pensadores neoliberales? Considero que sí.

Desafortunadamente la Iglesia católica de América Latina, a través de España, heredó un perjuicio antiliberal y un antagonismo en contra del capitalismo como sistema. Me apresuro a añadir que no existía tal prejuicio en contra de los capitalistas en sí mismos, siempre y cuando formaran parte del sistema mercantilista que prevalecía en la época en que la propia Iglesia católica era una importante protagonista.

El mundo anglosajón siguió el sendero capitalista al apartarse del mercantilismo que Adam Smith combatió con tanto éxito sobre bases normales y económicas, logrando así una mejoría sin precedentes del destino de la humanidad. Los católicos anglosajones experimentaron en forma directa el éxito económico del liberalismo clásico y la Revolución industrial. En Estados Unidos, el federalismo significó la descentralización del poder y el libre comercio entre los estados de la Unión Americana y el resultado fue el mercado común más grande y duradero de la historia moderna.

En contraste, el mercantilismo floreció en América Latina bajo la errónea designación de capitalismo. Las masas que sufren la pobreza extrema, entre las cuales trabajan muchos clérigos católicos, siguen sufriendo enormemente en la actualidad bajo el sistema mercantilista que muchos siguen llamando capitalismo, a pesar de los esfuerzos modernizantes del Papa Juan Pablo II, la jerarquía de la Iglesia católica en América Latina no ha hecho esfuerzos genuinos por comprender la esencia de dicha controversia y así librarse de actitudes heredadas de una historia de siglos.

Con pocas excepciones, prevalece en la lglesia católica de América Latina una condena generalizada y poco caritativa de cualquier cosa neoliberal. Esa actitud ha alejado de la Iglesia a muchos católicos con auténticas convicciones liberales en cuanto a la economía, y ha agudizado la separación que tanto preocupa a los verdaderos pensadores liberales. Como corolario, una mayoría abrumadora de personas sigue sumida en la pobreza.

Para lograr la reconciliación, tenemos la fortuna de contar con la ayuda del Papa Juan Pablo II, quien ha contribuido decisivamente a una reconciliación entre las partes. Desafortunadamente, ha logrado convencer a muy pocos clérigos de la necesidad de reflexionar, de cuestionar humildemente sus prejuicios, de aclarar las diferencias entre las verdaderas políticas liberales y el mercantilismo que han confundido con capitalismo y que, en forma irónica, llaman neoliberalismo.

Detecto esa confusión en Centesimus Annus, donde el Papa critica varios sistemas de capitalismo. Cuando escribí recientemente que el Papa apoyaba claramente el capitalismo, un buen amigo me comentó que, de hecho, el Sumo Pontícife condena ciertas variaciones del capitalismo, mientras que apoya otras. Mi interpretación es que aquellas que condena son los abusivos sistemas mercantilistas. El Papa habría sido más exacto si hubiera hecho una distinción entre el capitalismo y los falsos sistemas capitalistas, o sea los mercantilistas disfrazados de capitalistas. Es imperativo que los líderes de la Iglesia entiendan claramente la diferencia, ahora que la eliminación de la pobreza requiere de forma tan urgente que haya un cambio de actitud hacia el sistema capitalista.

Lo esencial es que, si va a prevalecer el pragmatismo económico por encima de las reglas de conducta moral dentro de la Iglesia católica de América Latina, es indispensable que los líderes eclesiásticos estudien mejor la economía. Sin embargo, si lo que ha de prevalecer son las reglas de conducta moral, la comprensión de la economía, aunque sea importante, será irrelevante, puesto que no hay que entender la economía de mercado para que funcione. En contraste con todos los modelos artificialmente impuestos de organización económica, que requieren de una comprensión de sus fines y crucialmente, de sus medios para poder funcionar, lo único indispensable para que funcione el mercado son reglas de conducta moral.

Ciertamente, la prosperidad que se ha obtenido a raíz de la privatización y liberación de las economías en América Latina es motivo de celebración. Pero estoy decepcionado de que esta transición sea pragmática, Sin principios, sin valores y, como la describe Hayek, deriva de un tipo de racionalismo agresivo que no quiere reconocer ningún valor cuya utilidad no pueda comprobarse.

La palabra clave en este fenómeno es eficiencia. Hay que privatizar y desmonopolizar para lograr una administración eficiente y obtener de ganancia un ingreso fiscal no como muestra de respeto por el derecho del hombre de disponer libremente de su propiedad y de ejercer su libertad de servir a su prójimo en cualquier esfuerzo pacífico. Hay que abrir las fronteras para que la economía sea más eficiente no como reconocimiento al derecho del hombre de intercambiar su propiedad legítima con quien quiera, sin importar la residencia de las dos partes. Hay que evitar la inflación porque causa ineficiencia no porque es una actividad deshonesta. De hecho, si la inflación y hasta el, socialismo hubieran sido económicamente eficientes, aun siendo totalitarios y de principios cuestionables, parece que seguirán siendo aceptados por todos.

Este pragmatismo se manifiesta en la actitud hacia el mercado, que es de absoluta desconfianza. Por lo tanto, oímos que se va a regular el mercado, como que si no estuviera ya regulado y dependiente de reglas abstractas de conducta que protegen la vida, la libertad, la propiedad y los contratos. Para tal propósito, se estableció una Constitución, junto con códigos comerciales, civiles y penales. Además de esta legislación general, se incluye, por ejemplo, la protección al medio ambiente. Lo que permanece sin reconocerse es que, como mencionó Hayek, el mercado está basado en un sistema de reglas generales y abstractas de conducta justa, diseñado para proteger los derechos y contratos del individuo. Sin embargo, dichas reglas no regulan directamente a las actividades económicas ni asumen la existencia de reguladores que supuestamente saben más que el mercado. Cabe agregar que, además de las leyes establecidas por los hombres, las leyes inexorables de la economía también regulan las acciones de los que participan en el mercado.

Las reglas de la economía de mercado se ocupan de la conducta, humana y no de la colocación eficiente de recursos. La teoría de mercado no prescribe sino que describe la coordinación de las acciones de las personas cuando obedecen dichas normas de conducta. Esta podría ser la coincidencia afortunada entre los católicos antiliberales y genuinos neoliberales católicos. Debemos estar conscientes de que existe este terreno común de donde puede surgir la deseada reconciliación. Ambos grupos buscan una sociedad virtuosa, de caridad y responsabilidad compuesta inevitablemente de hombres y mujeres imperfectos. Afortunadamente, existe ese terreno común de donde puede surgir la armonía entre los auténticos neoliberales y los católicos antimercantilistas: lo constituye el código moral que comparten ambos grupos...

Tomado de The Wall Street Journal, enero 26 de 1996/Traducido por Siglo Veintiuno.

«Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los Países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los Países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?

La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de <economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa».

CENTESIMUS ANNUS

Carta Encíclica de Juan Pablo II

1991