Año: 38, Agosto 1996 No. 820

N. D. Jerry L. Jordán es presidente y director del Banco de la Reserva Federal de Cleveland desde el 10 de marzo de 1992. Luego de haber recibido su titulo de Doctor en economía en la U.C.L.A. trabajó para el Banco de la Reserva Federal de San Luis como vicepresidente y director de investigación. Más tarde actuó como consultor del Deutsche Bundersbank en Frankfurt. Su experiencia en la banca comercial incluye cinco años en la Banca Nacional de Pittsburg y siete en el First Interstate Bancorp en Los Angeles. Sirvió en el gobierno Federal como miembro del consejo de asesores económicos del presidente Reagan, entre 1981 y 1982, período durante el cual también fue miembro de la comisión estadounidense del oro. Ha sido asesor de la Junta de Gobernadores del Sistema de Reserva Federal, investigador adjunto del Cato Institute, y profesor adjunto de la Universidad Carnegie Mellon y U.C.L.A. También fue director de la Escuela de Banca de Nuevo México y presidente de la Asociación Nacional de Economistas Empresariales. Es miembro del Comité de Consejo Económico de la Asociación Americana de Banqueros. Es miembro de la Sociedad Mont Pelerin. Este documento fue presentado en una sesión especial de la Reunión Regional de la Sociedad Mont Pelerin en Cancún, México, en enero de 1996.

LOS GOBIERNOS y EL DINERO.

Por Jerry L. Jordan

«No pretendemos que un Banco Nacional pueda establecer y mantener un estado monetario uniforme y sensato en el país a pesar de existir el Gobierno Nacional; pero sí decimos que ha establecido y mantenido tal moneda, y puede hacerlo nuevamente, con la ayuda de aquel Gobierno; y aún más, decimos que ninguna obligación es más imperativa para el Gobierno, que el compromiso que tiene con el pueblo de proveer una moneda sana y uniforme».

Abraham Lincoln hacia la conexión entre la libertad política y la banca responsable, afirmando que el gobierno tiene tanto la facultad como la obligación de proveer una moneda estable. Su creencia en la importancia de una moneda sana ha sido compartida por la mayoría de pensadores desde hace más de 250 años.

Sin embargo, la visión de Lincoln de que el gobierno proveería una moneda estable, ha gozado de una gran aceptación. El escepticismo sobre el rol del gobierno en relación al dinero ha sido la postura dominante desde que se fundó la república. Estas dudas fueron resumidas correctamente por el prominente economista del siglo XX, Ludwig von Mises:

«Cualquier cosa que el gobierno haga con el fin de influenciar la capacidad del poder adquisitivo, necesariamente dependerá de los juicios de valor personal del gobernante. Siempre favorecerá los intereses de algunas personas a costillas de otros grupos. Nunca servirá lo que se denomina el bien. común o el bienestar general».

Los sistemas constitucionales de gobierno generalmente establecen que debe haber una moneda estable, pero como James Buchanan recientemente observó, tales disposiciones han sido inadecuadas.

«También se consideró que este marco para el rol del gobierno incluía el establecimiento de un estandard monetario, de tal forma que fuera posible un pronóstico certero del valor de la unidad monetaria designada. (Es en el campo de la responsabilidad monetaria en el cual la mayoría de constituciones han fallado, aún aquellas que originalmente fueron motivadas, supuestamente, por preceptos liberales clásicos. Los gobiernos, a través de la historia, casi siempre han trascendido sus límites de autoridad monetaria constitucionalmente autorizados)».

LOS DEBATES SOBRE EL DINERO

La historia, desafortunadamente, está repleta de ejemplos de gobiernos tratando de imprimir moneda para financiar sus gastos. El economista ganador del Premio Nóbel, Friedrich von Hayek, lo dijo así: «La historia es en gran parte la historia de la inflación, y normalmente de inflaciones ingeniadas por los gobiernos y para beneficio de los gobiernos». En época reciente, las hiperinflaciones de Alemania en los años veinte y las de Bolivia, Argentina, y Brasil en los años ochenta son todas ejemplos de gobiernos que devalúan sus monedas y se dedican «a intentos fraudulentos para timar al público».

Hasta la segunda mitad del presente siglo, había poco desacuerdo sobre el hecho de que una moneda estable era lo mejor. El debate se centraba alrededor de cómo proveerla. La noción de que la inflación podría ser deseable (o por lo menos debía ser tolerada) entró a ser parte de los debates sobre la política pública por un tiempo corto después de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, después de las dolorosas experiencias de inflación en los años sesenta y setenta, la pregunta de si se debe o no eliminar la inflación ya no se debate ampliamente.

En los últimos años del milenio, el problema de como proveer un valor monetario estable ha vuelto a cobrar importancia. Alternativas distintas para estabilizar las monedas están siendo ensayadas alrededor del mundo. Los debates de política pública han retornado al tema porque las personas están reevaluando el rol del gobierno en sus sociedades. Las instituciones monetarias probables del siglo XXI reflejarían el dinámico proceso económico y político ahora en marcha. Aún está por verse si las naciones logran y mantienen una moneda estable por obra del gobierno, como lo creía Abraham Lincoln, o a pesar del gobierno, como sostuvieron pensadores tan diversos como James Madison, Ludwig von Mises, Friedrich von Hayek.

El sentimiento de que los poderes del gobierno deben ser limitados por diseño constitucional no se restringe al campo monetario. Por ejemplo, en El Federalista, NO. XLV, James Madison delineó los principios de gobierno que fundamentan sus opiniones sobre el dinero. En la elaboración de su «régimen de derecho», él comenta: «trazar los efectos dañinos de un gobierno mutante llenaría un volumen». Sus dudas sobre la habilidad que pueden tener los representantes electos en cuanto a suplir una moneda estable se reflejan claramente en su apoyo de un estandard metálico. La defensa de Madison de un papel exclusivo para el Congreso se reduce a una desconfianza de las inclinaciones populistas: «Una furia por el papel-moneda, por la abolición de deudas, por una división igualitaria de la propiedad, o por cualquier otro proyecto indecoroso o malvado, será menos capaz de penetrar al cuerpo completo de la Unión que un miembro particular de la misma».

La historia del dinero a través de los dos siglos pasados muestra al mundo buscando diferentes estructuras institucionales para limitar las tentaciones del gobierno para devaluar el dinero con el fin de satisfacer algún objetivo político de corto plazo. Los enfoques que han sido utilizados en el pasado dependen de la naturaleza del dinero que prevalecía en ese tiempo y de los puntos de vista de la sociedad sobre el rol correcto del gobierno. Los enfoques utilizados en el siglo venidero seguramente serán distintos de los de los pasados doscientos años si cualquiera de estos dos factores cambian sustancialmente. En particular, mientras el gobierno seguramente tendrá alguna responsabilidad en proveer una moneda estable, el rol exacto del gobierno no debería tomarse por sentado.

¿QUE ES EL DINERO?

Adam Smith definió la función del dinero como la de ser un medio de intercambio, describiéndolo como «la gran rueda de la circulación». Sin embargo, el dinero funciona en por lo menos dos formas adicionales: como una reserva de poder adquisitivo y como una unidad de cuenta. Cuando tenemos dinero, confiamos en que, en gran parte, mantendrá su valor. Si se permite que el valor de la moneda se erosione bajo condiciones de inflación, la habilidad del dinero de servir como una reserva de poder adquisitivo se verá seriamente dañada. En su función de unidad de cuenta, el dinero sirve como una regla, informándonos cuántas unidades de algo debemos intercambiar por una unidad de dinero.

Una consideración que frecuentemente se pasa por alto es que, mientras el dinero es una parte integral de la sociedad porque sirve en sus tres funciones, no es deseado por su valor intrínseco. Adam Smith indicó que «Ninguna queja es más común que aquella sobre la escasez del dinero. El dinero, como el vino, debe siempre ser escaso para aquellos que no tienen con qué adquirirlo, ni crédito para pedir préstamos... No es por su valor en sí que los hombres desean el dinero, sino por lo que pueden comprar con él».

Esta confusión entre más dinero y más poder adquisitivo ha contribuído, en buena medida a la falta de confianza en el suministro gubernamental del dinero. Como sugiere von Mises, los gobiernos frecuentemente están tentados a responder el grito por un mayor poder adquisitivo simplemente creando más dinero. Pero al hacerlo, el efecto opuesto se logra el poder adquisitivo del dinero en realidad disminuye. El resultado es la inflación «... un incremento en el número de dólares requerido para comprar un nivel de vida dado».

Si la inflación hace que los individuos estén inseguros sobre qué pedir o qué pagar por los bienes y servicios, entonces la calidad del dinero se deteriora, reduciendo su eficacia como un medio de intercambio. El dinero ya no es una eficiente reserva de poder adquisitivo ni una eficiente unidad de cuenta, porque esta «regla» con la cual hacemos nuestras mediciones cambia continuamente.

Tres puntos están claros. Primero, la inflación es altamente indeseable. Segundo, los gobiernos tienen incentivos para abusar su poder de monedaje, el cual, aunado a la experiencia histórica, lentamente ha creado un consenso entre los ciudadanos de que no pueden confiar a sus gobiernos un control irrestricto sobre el dinero. Tercero, los mecanismos que las personas han encontrado para protegerse de la aparentemente arbitraria devaluación de la moneda varían a través del tiempo.

EL PATRON ORO

Durante la mayor parte de la historia documentada, los gobiernos han tomado algún rol en la provisión del dinero a la economía. En tiempos tempranos, el papel se limitaba a la «autenticación» verificar que las monedas contenían los metales indicados. Sin embargo, aún en las monarquías históricas, las autoridades ocasionalmente mentían a sus súbditos sobre el dinero. La dualidad del pueblo entre una dependencia y una desconfianza del gobierno con respecto al valor del dinero es un fenómeno antiguo.

La idea de que, a pesar de declaraciones opuestas, los gobiernos eventualmente abusarán de sus poderes como falsificadores llevó a algunos países a desarrollar instituciones cuyo objeto fue limitar la facultad del gobierno de imprimir dinero adicional. Un método tal fue el patrón oro y plata, utilizado (con interrupciones) por la mayoría de países desde 1821 hasta 1973.

La moneda con respaldo metálico eliminaba el control gubernamental sobre el dinero. Sencillamente, el valor de la moneda se basaba en el valor de una cantidad dada de oro o de plata guardada en reserva. Si el oro valía $20 por onza y cuatro libras de plata esterlina británica, tal y como valía antes de la primera Guerra Mundial, el tipo de cambio era efectivamente fijado a $5 por libra. Si Inglaterra incrementaba su oferta de dinero para financiar su déficit, el país rápidamente perdía reservas de oro a los Estados Unidos. El oro, entonces, servía como un tipo de pacto entre los países, comprometiéndolos a no crear inflación. El desafortunado problema con el patrón metálico fue que el valor del dinero únicamente era tan estable como el valor del metal de respaldo. Esto llevó a Benjamin Franklin a afirmar que por el hecho de que la «plata en sí no tiene un valor permanente fijo, valiendo más o menos según su escasez o abundancia, entonces parece ser requisito fijar el valor en relación algo más, más apropiado para ser una Medida de Valor...».

Aunque el patrón metálico podía claramente resultar en oscilaciones indeseables en el poder adquisitivo del dinero, se estimaba que el costo de tener una moneda de billetes sin respaldo sería aún mayor. En una carta a un amigo, James Madison (1820) afirmó: «No puede dudarse que el papel-moneda, rígidamente limitado en su cantidad a los propósitos absolutamente necesarios, puede ser igual o aún superior al patrón metálico. Pero la experiencia dicta en contra de estos experimentos. Cuando no se ha podido convertir el papel al metal, y su cantidad ha dependido de la política del Gobierno, una depreciación se ha producido por un incremento indebido, o un temor del mismo...».

Más tarde, comentando un «Reporte del Banco Estatal», Madison escribió. «Pero yo aún no he descartado la opinión ampliamente sostenida, de que la única garantía adecuada para un valor estable y uniforme de un papel-moneda es su convertibilidad en metal». Repitiendo su postura de que un papel-moneda estable es teóricamente posible, las dudas permanecían: «...pero, ¿qué asegurará el inflexible apego del Asegurador Legislativo a sus propios principios y propósitos?». Madison no dejó dudas sobre lo que era esencial una moneda con valor estable. Sus dudas sobre la capacidad de los representantes electos por el pueblo de mantener una moneda estable se reflejaron en su apoyo al respaldo metálico especialmente dado su reconocimiento de que el papel-moneda ofertado por un gobierno honesto sería superior al respaldo metálico.

Los propulsores de la teoría cuantitativa del siglo XIX tardío John Stuart Mill y Alfred Marshall, también creían que aunque el patrón oro provocaba oscilaciones indeseables en el valor de la moneda, era la única forma para un gobierno de suplir una moneda en papel estable. Mill observó: «Después que la experiencia demostró que los pedazos de papel, sin valor intrínseco, valían algo simplemente por el hecho de llevar escrito que eran equivalentes a un cierto número de francos, dólares o libras esterlinas,... los gobiernos empezaron a pensar de que serían un mecanismo favorable si pudieran apropiarse de sus beneficios... La única pregunta es, qué determina el valor de esta moneda... Hemos visto, sin embargo, que aún en el caso de la moneda metálica, el agente inmediato para determinar su valor es la cantidad... El valor. por tanto, de tal moneda es enteramente arbitrario». Citando al economista del siglo XIX William Jevons. Mill afirmó: «así que la relación de cantidad a uso es la única cosa que le da valor a los billetes sin respaldo»... Siendo éste el caso. Mill pensó que la convertibilidad al metal era la única cosa que prevenía la tentación de «depreciar la moneda sin límite».

Durante los primeros 195 años después de la Declaración de la Independencia, la mayoría de monedas en papel estaban vinculadas a un metal. El Dólar de Estados Unidos se definía en términos del peso del oro (u ocasionalmente, de la plata). A pesar de ello, esto no cohibió completamente a los gobiernos de manipular el valor de sus monedas. Primero, para generar ingresos, los países frecuentemente abandonaban el patrón oro durante tiempos de guerra. Segundo, aún sin oficialmente abandonar el patrón oro, los países podían redefinir el valor de sus monedas en términos de oro, y de hecho, lo hicieron. En lugar de permitir que el oro o las reservas externas abandonaran sus arcas, consistentemente, se veían obligados a «devaluar», su moneda.

A primera vista, parecería que, en realidad, el patrón oro no dio disciplina a los países si éstos podían devaluar su moneda cuando lo deseaban. La disciplina provenía del hecho de que los países en efecto no podían hacerlo sin sufrir un costo. Ante la amenaza de que un país devaluaría su moneda, se daban unos ataques especulativos masivos mientras los inversionistas trataban de deshacerse de esa moneda, causando al país que devaluaba la moneda pérdidas masivas de reservas externas (y su equivalencia en oro). Por ejemplo, el 16 de noviembre de 1967, Gran Bretaña perdió $2.8 mil millones defendiendo su moneda.

La sabiduría común nos dice que la frecuencia y la inestabilidad de estos ataques fue lo que condujo a la creación del sistema de Bretton Woods, y consecuentemente, al abandono de los últimos vestigios del patrón oro, en 1973. Mientras que esto es cierto en un nivel superficial, la causa subyacente fue que, a pesar de la amenaza de ataques especulativos, los gobiernos alrededor del mundo no quisieron tomar las medidas necesarias para mantener una moneda estable expresamente, limitar la oferta de billetes.

En relación al tema de devaluaciones deliberadas de moneda, producto de la ingeniería gubernamental, Mises fue tajante en su condena. Su crítica de los objetivos tácitos y ocultos de una política de devaluación son tan válidos hoy como cuando escribió Acción Humana hace 50 años: «Es imposible tomar en serio los argumentos utilizados para promover una devaluación».

ARREGLOS MONETARIOS ALTERNOS

Otra forma de mantener «honestos» a los gobiernos es quitándole el poder de inflar a aquellos con el mayor incentivo para inflar. Esto se logra construyendo un alto nivel de independencia entre el banco central que tiene el poder de inflar y la Teoría que tiene el incentivo para inflar. Esta estructura institucional no es una panacea, pero ha demostrado ser útil :los estudios demuestran que los países con los bancos centrales más independientes tienen, en promedio, tasas de inflación más bajas.

La era de la inflación alta de los años setenta nos enseñó lo que harán los países si se les deja solos, sin las trabas de tasas de cambio fijas y de convertibilidad del dólar al oro. Para remediar esta deficiencia, el Congreso de Estados Unidos pasó la Resolución de Casas Concurrentes 133, en 1975, requiriendo a la Reserva Federal que anunciara las metas anuales para el crecimiento de las tasas monetarias. En 1978, pasó el Acta para el Pleno Empleo y el Crecimiento Balanceado (también conocido como el Acta Humphrey-Hawkins), requiriendo a la Reserva Federal que explicara estos objetivos y cualquier desviación de ellos. La mayoría de bancos centrales experimentaron con este sistema de «monitoreo por instrumentos» en los años setenta y ochenta, estableciendo tasas de crecimiento para varias medidas monetarias en un esfuerzo por delimitar la tasa de inflación.

A pesar de las tasas de inflación relativamente bajas logradas por la mayoría de países industrializados alrededor del mundo desde 1983, está aumentando la demanda por establecer mayores trabas institucionales sobre los bancos centrales. Un ejemplo es la legislación aprobada en Nueva Zelandia y otros países en cuanto a que el único objetivo de los bancos centrales es proveer la estabilidad de los precios. Una legislación similar fue recientemente presentada al Senado de Estados Unidos por Connie Mack y Alfonso DAmato.

Otra traba institucional que pueden adoptar los países más pequeños, que carecen de una reputación establecida de tener tasas de inflación baja, es establecer un consejo de moneda (Currency board). La idea central detrás de los consejos de moneda es la de fijarse con más seriedad en la disciplina que proveen las tasas de cambio fijas. Por ejemplo, mantener fijo el tipo de cambio entre Argentina y Estados Unidos, la política monetaria de Argentina debe ser, en esencia, dictada por los Estados Unidos. Si los Estados Unidos tiene la credibilidad para mantener un nivel de inflación bajo, la esperanza es que el consejo de moneda de Argentina pueda también lograr credibilidad después de transcurrido cierto tiempo.

Los consejos de moneda son, en cierto sentido, como una réplica en pequeño de Bretton Woods, excepto que ya no existe un vínculo entre el dólar y el oro para garantizar que Estados Unidos mantendrá una política de baja inflación. Los consejos de moneda son quizás mejor descritos como pequeñas barcas ancladas a un barco grande. Dado a que el banco grande no está firmemente anclado, a los países pequeños no les queda más que esperar que las corrientes de mares tormentosos no se lleven al barco grande, y por ende, a los barquitos, por rumbos muy alejados del rumbo trazado.

Quizás el mecanismo más interesante por medio del cual se puede lograr una moneda estable es aquel propuesto por Friedrich von Hayek. Aunque los bancos centrales, los consejos de moneda, y el patrón oro intenta restringir la tendencia del gobierno a inflar, von Hayek sugirió que los gobiernos no tuvieran nada que ver con la provisión del dinero. El sostuvo que si se permitiera circular libremente a las monedas privadas, la competencia provocaría que el valor de estas monedas permaneciera constante. Si cualquier emisor intenta amasar demasiado derecho de «seigniorage» inflando su moneda, los consumidores la sustituirían por otra moneda competitiva. Así, los emisores de moneda tendrán el incentivo de permanecer honestos y no devaluar el valor de su moneda.

Friederich von Hayek claramente se adelantó a su tiempo hace casi 20 años. Su propuesta de que los gobiernos fueran removidos por completo del negocio de hacer dinero no dará frutos en el futuro cercano. Sin embargo, su postulado básico de que la competencia proveerá los incentivos necesarios para mantener honestos a las personas (o a los países) es relevante en el presente. Las monedas internacionales están compitiendo en mayor grado para convertirse en la moneda escogida. La rápida «dolarización» de Europa del Este, la Unión Soviética y América Latina demuestran que una moneda extranjera puede convertirse en un sustituto legítimo para la moneda doméstica que no ha podido mantener su valor. Aún en países con consejos de moneda como Argentina, la capacidad que tienen los individuos de mantener una cuenta en dólares otorga un fuerte incentivo al gobierno a mantener su consejo de moneda.

Paradójicamente, puede ser el fin de las tasas de cambio fijas y la disciplina provista por ese sistema lo que ha permitido que florezca la competencia entre las monedas internacionales. Los economistas han citado a menudo la ley de Gresham para argumentar que el dinero debe ser provisto por gobiernos y no por bancos privados. Este famoso dictamen estipula que el «dinero malo siempre sacará al dinero bueno de circulación». Esto llevó a muchos a pensar que el monopolio del gobierno en la impresión del dinero era una necesidad.

La historia reciente nos enseña lo opuesto. Como señaló von Hayek: «La ley de Gresham se aplica únicamente a diferentes tipos de dinero entre los cuales un tipo de cambio fijo es enforzado por Iey. Si las tasas de cambio son variables, sin embargo, el dinero de calidad inferior se valuaría a una tasa menor y, particularmente si amenaza con devaluarse aún más, las personas tratarían de deshacerse de él tan pronto como fuera posible. El proceso de selección seguiría hacia cualquier dinero que ellos consideren el mejor tipo de dinero entre todos aquellos emitidos por las varias agencias (o países), y ello rápidamente sacaría al dinero que se considere inconveniente o sin valor». Pero, ¿por qué un país con credibilidad no se aprovecharía de ella, inflando su moneda para captar un mayor derecho de ¿seigniorage»?. La respuesta es clara si reformulamos la pregunta para cuestionar por qué Mercedes Benz no sacrifica la calidad a cambio de ganancias de corto plazo.

COMENTARIOS FINALES

Sin duda, la mente de Abraham Lincoln estaba muy lejos de los conceptos de dinero competitivo, los consejos de moneda, o el banco central independiente cuando él habló sobre la obligación del gobierno de proveer moneda estable. Sin embargo, estos pueden ser algunos mecanismos por medio de los cuales un gobierno puede, en última instancia, lograr este fin. Debe recordarse, sin embargo, que estas diferentes opciones no son independientes. La amenaza de que los argentinos sustituyan su moneda por dólares si Argentina abandona al consejo de moneda parece ser un incentivo poderoso para que dicha nación lo mantenga.

El potencial de que la misma competencia que ha servido tan bien a las economías de mercado pueda disciplinar la facultad de los países de imprimir moneda es particularmente prometedora. Según von Hayek, «Puede ser casi tan difícil para un gobierno democrático no interferir con el dinero como lo es regularlo razonablemente»>. El argumenta que los países alrededor del mundo deberían abolir «cualquier control de tipo de cambios o regulación del movimiento del dinero entre países... «y otorgar» la libertad completa para utilizar cualquier moneda para contratos y contabilidad». Adicionalmente, debería existir «...la oportunidad para cualquier banco localizado en estos países de abrir sucursales en cualquier otro bajo los mismos términos observados por los bancos establecidos».

Las leyes podrían cambiarse en diversas formas en los Estados Unidos para fomentar una competencia más efectiva. Por ejemplo, la ley federal afirma que «Las monedas y billetes (incluyendo las notas de la Reserva Federal) de Estados Unidos son moneda de curso legal para todas las deudas, cobros públicos, impuestos, y tarifas. Las monedas de oro y plata no son monedas de curso legal para deudas». Esta ley podría alterarse para que los contratos escritos en términos de unidades monetarias extranjeras o alternas a la doméstica, incluyendo metálicas, puedan competir con los dólares. Hace veinte años, la Casa de Lords de Inglaterra «dictó que en las cortes inglesas, se reconocerá sus reclamos a los acreedores extranjeros en su propia moneda».

Los gobiernos deben tener un rol en el cumplimiento de los contratos. Como observó von Mises, las leyes y las cortes de un país «definen lo que las partes reunían en mente cuando hablan de una suma de dinero...». «Tienen que determinar qué es y qué no es moneda de curso legal. Al atender esta tarea, las leyes y las cortes no crean dinero». «En una economía de libre mercado, las leyes y los jueces, al atribuirle la calidad de moneda de curso legal a alguna cosa, simplemente establecen lo que, según el uso común de los comerciantes era intencionado por las partes cuando refirieron su trato a un tipo de dinero definitivo».

La legislación que requiere el apego forzoso a una «conducta específica» por parte de las cortes incrementaría la oportunidad para la competencia de monedas. En la actualidad, en la mayoría de los países del mundo, cuando surge una disputa que involucra un contrato redactado en términos de una unidad (como el oro) o una moneda que no sea la moneda nacional, las cortes no requerirán de a ejecución en la unidad establecida, pero si requerirán que se erogue un «pago equivalente» en la moneda nacional.

Vivimos en una época extremadamente emocionante, y hay mucho que aprender de los muchos experimentos en marcha hoy día. El dinero en el siglo XXI seguramente demostrará ser tan distinto como el dinero del siglo presente lo es en relación al dinero del siglo anterior. Así como el papel-moneda ha reemplazado al dinero respaldado por un metal, los créditos y débitos electrónicos serán la forma dominante de pago, creando un potencial para que el dinero privado compita con la moneda emitida por el gobierno. Tal competencia entre las monedas privadas y gubernamentales podrá ayudar a los países alrededor del mundo a finalmente llenar las expectativas del reto de Lincoln, al lograr que el gobierno cumpla con «el compromiso que tiene con el pueblo de proveer una moneda sana y uniforme».

Tradujo Caroll Ríos de Rodríguez

«Cualquier cosa que el gobierno haga con el fin de influenciar la capacidad del poder adquisitivo, necesariamente dependerá de los juicios de valor personal del gobernante. Siempre favorecerá los intereses de algunas personas a costillas de otros grupos. Nunca servirá lo que se denomina el bien común o el bienestar general».

Ludwing von Mises