Año: 39, Diciembre 1997 No. 836

N.D.: Ludwig Von Mises (1881-1973) es reconocido como el más grande de los economistas lógicos de la Escuela Austriaca. En 1920 inició el debate sobre la imposibilidad del funcionamiento de la economía socialista por razones científicas. En 1932 publicó la primera versión de "Socialismo", a la que agregó un epílogo en 1947, publicado separadamente como "Caos planificado". Dieciseis años después de su muerte, la caída del muro de Berlín y la URSS confirmó en la práctica lo que Mises denunció mucho antes con la teoría. Este artículo se publicó originalmente en The Freeman de abril de 1960.Fue traducido por Carroll Ríos de Rodríguez.

El fundamento económico de la libertad

Por Ludwig von Mises

Los animales son manejados por el instinto. Se dejan llevar por el impulso que prevalece y clama ser satisfecho en el momento. Son títeres de sus apetitos. La eminencia del ser humano proviene del hecho de que escoge entre opciones. Puede regular su comportamiento deliberadamente. Puede dominar sus impulsos y deseos; tiene el poder de suprimir aquellos deseos cuya satisfacción le implicaría renunciar al logro de fines más importantes. En resumen, el hombre actúa; persigue con voluntad las metas que ha escogido. Esto es lo que tenemos en mente cuando aseveramos que el hombre es una persona moral, responsable por su conducta.

La libertad como un postulado de la moralidad

Todas las enseñanzas y preceptos de la ética, ya sea que se basen en un credo religioso o en una doctrina secular como la de los filósofos estoicos, presuponen la autonomía moral del individuo y por lo tanto apelan a la conciencia del mismo. Presuponen que el individuo es libre de escoger entre varias formas de conducta y requieren que él se comporte de acuerdo a reglas definitivas, las reglas de la moralidad. Haga las cosas buenas, repudie las malas.

Es obvio que las exhortaciones y amonestaciones de la moralidad tienen sentido sólo cuando se dirigen a individuos que son agentes libres. Son vanas cuando se dirigen a esclavos. Es inútil decirle a un siervo lo que es moralmente bueno y lo que es moralmente malo. El no es libre para determinar su comportamiento; es obligado a obedecer las órdenes de su amo. Es difícil responsabilizarlo si prefiere sucumbir a las disposiciones de su amo en lugar de aceptar el castigo más cruel que amenaza no sólo a su persona sino a su familia.

Es por eso por lo que la libertad no es sólo un postulado político, sino también un postulado de toda moralidad religiosa y secular.

La lucha por la libertad

Sin embargo, por miles de años a una parte considerable de la humanidad se le denegó la facultad de escoger, total o parcialmente, entre lo correcto y lo incorrecto. En la sociedad estamental de antaño, la libertad de actuar conforme a la propia voluntad fue seriamente restringida por un sistema de rígidos controles para los niveles más bajos de la sociedad, la gran mayoría de la población. Una formulación franca de este principio fue el estatuto del Santo Imperio Romano, el cual confería a los príncipes y los condes del Reich (Imperio) el poder y el derecho de determinar la religión de sus súbditos.

Los orientales dócilmente aceptaron estas condiciones. Pero los pueblos cristianos de Europa y sus descendientes, que se establecieron en los territorios de ultramar, nunca se cansaron en su lucha por la libertad. Paso a paso abolieron todos los privilegios y las inhabilitaciones del estamento y la casta, hasta que por fin lograron establecer aquel sistema que los precursores del totalitarismo han tratado de tachar, llamándolo el sistema burgués.

La supremacía del consumidor

El fundamento económico de este sistema burgués es la economía de mercado, en la cual el consumidor es soberano. El consumidor, es decir, todos nosotros, determina por

medio de su compra o su abstención de compra lo que debe producirse, en qué cantidad, y de qué calidad. Los empresarios están obligados, por la instrumentalidad de las ganancias y las pérdidas, a obeceder las órdenes de los consumidores. Sólo pueden florecer aquellas empresas que ofertan en la mejor manera posible, y de la forma más barata, aquellos bienes o servicios que los compradores están más deseosos de adquirir. Quienes fracasan en satisfacer al público sufren pérdidas y finalmente son obligados a cerrar sus negocios.

Fue éste muy criticado liberalismo burgués el que trajo la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión, y de prensa....

En las épocas pre-capitalistas, los ricos eran dueños de grandes haciendas vinculadas a la tierra. Ellos o sus ancestros las adquirieron como regalos –feudosotorgados por el soberano, quien, con su ayuda, había conquistado el país y subyugado a sus habitantes. Estos propietarios aristocráticos eran verdaderos señores ya que no dependían del patrocinio de los compradores. Pero los ricos de una sociedad capitalista industrial están sujetos a la supremacía del mercado. Adquieren su riqueza sirviendo a los consumidores de mejor manera que otras personas y la pierden cuando otras personas satisfacen los deseos de los consumidores en una forma mejor o más barata que ellos. En la economía de libre mercado los dueños del capital están obligados a invertirlo en aquellas cosas que son más útiles al público. Por lo tanto, la propiedad del los bienes de capital constantemente cae en manos de quienes más éxito han tenido en servir a los consumidores. En la economía de mercado, la propiedad privada es en este sentido un servicio público, imponiendo sobre los dueños la responsabilidad de utilizarlo para el mejor interés del consumidor soberano. Esto es lo que quieren decir los economistas cuando dicen que la economía de mercado es una democracia en la cual cada centavo es un derecho al voto.

Los aspectos políticos de la libertad

El gobierno representativo es el corolario político de la economía de mercado. El mismo movimiento espiritual que creó el capitalismo moderno reemplazó a la dictadura autoritaria de reyes absolutistas y aristocracias heredadas con funcionarios electos. Fue éste muy criticado liberalismo burgués el que trajo la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión, y de prensa, y que terminó con la intolerante persecución de la oposición.

Un país libre es aquel en el cual cada ciudadano es libre de moldear su vida de acuerdo a sus propios planes. Es libre de competir en el mercado por los trabajos más deseados y en el campo político por los cargos públicos más altos. El no depende más del favor de los demás de lo que éstos dependen de su favor. Si quiere triunfar en el mercado, debe satisfacer a los consumidores; si quiere triunfar en los asuntos públicos debe satisfacer a los votantes. Este sistema ha traído a los países capitalistas de Europa Occidental, America y Australia un aumento en la población sin precedentes y los niveles de vida más altos jamás conocidos en la historia. El hombre común, del cual se habla mucho, tiene a su disposición bienes y diversiones con los cuales jamás soñaron los hombres más ricos de la era precapitalista. Está en una posición de gozar de los logros espirituales e intelectuales de la ciencia, la poesía y el arte, que en épocas pasadas sólo eran accesibles a una pequeña élite de personas acaudaladas. Y es libre de adorar como le indica su conciencia.

La tergiversación socialista de la economía de mercado

Todos los hechos sobre la operación del sistema capitalista son tergiversados y distorsionados por los políticos y escritores que se han arrogado la etiqueta del liberalismo, la escuela de pensamiento que en el siglo XIX abatió al gobierno arbitrario de monarcas y aristócratas y pavimentó el camino hacia la libertad de intercambio y de empresa. Como lo ven estos promotores de un retorno al despotismo, todos los males que plagan a la humanidad se deben a las maquinaciones siniestras de las grandes empresas. Lo que se necesita para traer riqueza y felicidad a todas las personas decentes es someter a las corporaciones a un estricto control gubernamental. Admiten, aunque obscuramente, que esto significa la adopción del socialismo, el sistema de la URSS. Pero protestan que el socialismo será algo enteramente distinto en países con una civilización occidental en relación con lo que fue en Rusia. Y, de todos modos, dicen, no hay otro método para negar a las corporaciones mamut el enorme poder que han adquirido y para prevenir que sigan dañando los intereses del pueblo.

En contra de toda esta propaganda fanática es necesario enfatizar una y otra vez la verdad: fue la gran empresa la que trajo esta mejora sin precedentes al nivel de vida de las masas. Los bienes de lujo para un número comparativamente pequeño de personas acaudaladas pueden ser producidos por empresas pequeñas. Pero el principio fundamental del capitalismo es producir para la satisfacción de los deseos de los muchos. Las mismas personas que son empleadas por las grandes corporaciones son los principales consumidores de los bienes generados. Si usted se fija en el interior de un hogar de un asalariado promedio de Estados Unidos, verá para quién giran las ruedas de las máquinas. Es la gran empresa la que hace accesible al hombre común los avances de la tecnología moderna. Todos se benefician de la alta productividad de la producción a gran escala.

Es tonto hablar del "poder" de la gran empresa. El rasgo principal del capitalismo es el poder supremo en todas las cuestiones económicas que se deposita en los consumidores. Todas las grandes empresas crecieron de sus modestos inicios hacia un tamaño mayor porque el patrocinio de los consumidores las hizo crecer. Sería imposible para las empresas pequeñas o medianas generar aquellos productos que hoy día resultan imprescindibles para todo estadounidense promedio. Entre más grande es una empresa, más depende del deseo de los consumidores de comprar su producto. Fue el deseo, o la insensatez, dirían algunos, de los consumidores la que condujo a la industria automotriz a producir carros aún más grandes y que hoy día los obliga a manufacturar carros pequeños. Las cadenas de tiendas y los almacenes de departamentos deben ajustar sus operaciones diariamente para la satisfacción de los deseos cambiantes de sus clientes. La ley fundamental del mercado es: el cliente siempre tiene la razón.

Un hombre que critica la conducción de los asuntos de negocios y que pretende conocer mecanismos mejores para proveer de bienes a los consumidores sóloes un parlanchín

ocioso. Si él cree que su diseño es mejor, porqué no lo ensaya por sí mismo? Siempre hay en este país capitalistas con fondos que buscan una inversión provechosa y que están dispuestos a prestar su capital para cualquier innovación razonable. El público siempre está ansioso de comprar lo que es mejor y más barato. Lo que cuenta en el mercado no son ilusiones fantásticas, sino obra. No fue hablando que se hicieron ricos los magnates industriales, sino sirviendo a los consumidores.

La ley fundamental del mercado es: el cliente siempre tiene la razón.

La acumulación de capital beneficia a todas las personas

Hoy día, está de moda guardar silencio respecto al hecho de que toda mejora económica depende del ahorro y de la acumulación de capital. No se habría aprovechado en forma práctica ninguno de los maravillosos logros científicos y tecnológicos si no se hubiese dispuesto previamente del capital requerido. Lo que inhibe a las economías subdesarrolladas de tomar plena ventaja de todos los métodos occidentales de producción, y por lo tanto mantiene empobrecidas a sus masas, no es falta de conocimiento sobre las enseñanzas de la tecnología sino insuficiencia de capital. Uno juzga equivocadamente los problemas que enfrentan los países subdesarrollados si afirma que lo que carecen es conocimiento técnico, o "know-how". Sus empresarios e ingenieros, la mayoría graduados de las mejores casas de estudios de Europa y Estados Unidos, están muy familiarizados con el estado de la ciencia aplicada contemporánea. Lo que les ata las manos es falta de capital.

Hace cien años, Estados Unidos era aún más pobre que estas naciones atrasadas. Lo que hizo que Estados Unidos se convirtiera en el país más próspero del mundo fue el hecho de que el "individualismo rudo" de los años antes del Nuevo Trato (New Deal, auspiciado por Franklin D. Roosevelt en los treintas) no ponía obstáculos demasiado serios a los hombres emprendedores. Los empresarios se hicieron ricos porque consumían sólo una pequeña parte de sus ganancias e invertían una parte mucho mayor de vuelta en sus negocios. Así se enriquecieron a sí mismos y a todo el pueblo. Porque fue la acumulación del capital lo que elevó la productividad marginal del trabajo y por ende las tasas salariales.

Bajo el capitalismo, la codicia de los empresarios individuales beneficia no sólo a él mismo sino también a todos los demás. Existe una relación recíproca entre su

acumulación de riqueza por servir a los consumidores y la acumulación de capital y la mejora del nivel de vida de los asalariados que conforman la mayoría de los consumidores. Las masas están interesadas en el florecimiento del negocio tanto por ser asalariados como por ser consumidores. Esto es lo que tenían en mente los antiguos liberales cuando declararon que en la economía de mercado prevalece una armonía de los verdaderos intereses de todos los grupos de la población.

... fue la acumulación de capital lo que elevó la productividad marginal del trabajo y por ende las tasas salariales.

El ciudadano estadounidense vive y trabaja en el ambiente moral y mental de este sistema capitalista. Aún hay partes en Estados Unidos donde las condiciones parecen ser altamente insatisfactorias para los habitantes prósperos de los distritos avanzados que forman la mayor parte del país. Pero el progreso rápido de la industrialización hubiera erradicado estas bolsas de pobreza hace años si no fuera porque las políticas desafortunadas del New Deal desaceleraron el ritmo de acumulación de capital, la herramienta insustituible para la mejora económica. Acostumbrado a las condiciones del ambiente capitalista, el estadounidense promedio da por sentado que cada año la economía crea algo nuevo y mejor que le es accesible. Viendo hacia atrás, a los años transcurridos de su propia vida, se da cuenta de que muchos artefactos eran desconocidos en los días de su juventud y que muchos otros, que antes sólo podían ser gozados por una pequeña minoría, ahora son equipo básico para casi todos los hogares. El confía plenamente que esta tendencia prevalecerá también en el futuro. El simplemente dice que éste es el estilo de vida estadounidense y no piensa seriamente en aquellas condiciones que facultaron la continua mejora en la oferta de bienes materiales. No le inquieta la operación de los factores que amenazan no solamente con detener la acumulación de capital sino que pueden provocar una desacumulación de capital. No se opone a las fuerzas queal incrementar el gasto público frívolamente, al cortar la acumulación de capital, aún haciendo que se consuman partes del capital invertido en los negocios, y finalmente, por la inflacióncarcomen los mismos cimientos de su bienestar material. No se preocupa por el crecimiento del estatismo que, en todos los lugares donde ha sido ensayado, ha resultado en la producción y la conservación de condiciones que a sus ojos son alarmantemente miserables.

No hay libertad personal sin libertad económica

Desafortunadamente, muchos de nuestros contemporáneos no ven lo que necesariamente implicará un cambio radical en las condiciones morales del hombre, la emergencia del estatismo, sustituir con la omnipotencia gubernamental la economía de mercado. Se engañan con la idea de que prevalece un dualismo claro en los asuntos del hombre, que existe, por un lado, una esfera de actividad económica y por otro, todas las actividades que no son económicas. Entre estos dos campos no hay conexión cercana, creen ellos. La libertad que destruye el socialismo es "sólo" la libertad económica, mientras que la libertad en todas las otras materias permanece intacta.

Sin embargo, estas dos esferas no son independientes la una de la otra, como asume esta doctrina. Los seres humanos no flotan en regiones etéreas. Todo lo que el hombre hace debe necesariamente afectar la esfera económica o material y se requiere de su poder para interferir con esta esfera. Para subsistir, el hombre debe trabajar y tener la oportunidad de lidear con algunos bienes tangibles y materiales.

La confusión se manifiesta en la popular idea de que lo que ocurre en el mercado repercute sólo en el lado económico de la vida y la acción humana. Pero de hecho los precios del mercado reflejan no sólo las "preocupaciones materiales"como conseguir comida, vivienda y otras comodidadessino también esas preocupaciones a las que comúnmente nos referimos como espirituales, o más altas y nobles. La observancia o no observancia de mandamientos religiososel abstenerse de algunas actividades del todo o en días específicos, el ayudar a los necesitados, el construir y mantener casas para adorar, y otras máses uno de los factores que determinan la oferta de, y la demanda por, varios bienes de consumo y por consiguiente sus precios y la conducción de los negocios. La libertad que el mercado otorga al individuo no es meramente "económica", contrapuesta a otro tipo de libertad. Implica la libertad para determinar también todos los demás temas que son considerados morales, espirituales e intelectuales.

La simple verdad es que los individuos pueden ser libres de escoger entre lo que consideran correcto o incorrecto sólo cuando son económicamente independientes del gobierno.

Lo que ciega a muchas personas acerca de los rasgos esenciales de cualquier sistema totalitario es la ilusión de que este sistema se operará en la forma precisa en que ellos consideran sería deseable. Al endosar el socialismo, ellos asumen que el "estado" siempre hará lo que ellos mismos quieren que éste haga.