Año: 41, Agosto 1999 No. 857

N.D. Este artículo apareció por primera vez en inglés en The Freeman, en la edición de enero de 1998. Contribuye al debate en Guatemala respecto a las causas de la pobreza y el desarrollo. Lawrence Reed es presidente del Mackinac Center for Public Policy (www.mackinac.org), una organización dedicada a la investigación y educación acerca del libre mercado con sede en Midland, Michigan, así como Director General de la Junta de Fiduciarios de la Foundation for Economic Education (FEE). Este artículo fue traducido por Mario Chacón.

La pobreza de las Naciones Unidas

Por Lawrence Reed

Hace veinte años, un informe de las Naciones Unidas indicaba que en Estados Unidos se consumían 115,540 kilovatios-hora de energía por persona al año. Al mismo tiempo, cada persona en la diminuta nación centroafricana de Burundi utilizaba solamente 120 kilovatios-hora. Yo supondría que hoy en día el estadounidense promedio aún consume alrededor de mil veces mas energía que el burundés promedio. También es muy probable que los "expertos" de las Naciones Unidas deseen que los estadounidenses se sientan tan culpables por esa desigualdad como hace veinte años.

¿Es esto algo por lo que los estadounidenses deberían flagelarse en persistente culpa? ¿Usa menos energía Burundi porque Estados Unidos usa mucha? ¿Estará distribuída ya la energía del mundo, con los Estados Unidos acaparando más que se cuota a expensas de los Burundis del planeta? ¿Estaría mejor Burundi si los Estados Unidos se empobrecieran? Este tipo de preguntas fueron respondidas de forma definitiva por economistas de libre mercado hace décadas, pero cual suegra irritante, las preguntas simplemente no se alejan.

Usted ya ha escuchado este asunto de la lucha de clases internacional, de muchas fuentes además de las Naciones Unidas. Hace unos años, el mantra de la comunidad estatista internacionalrepetido incesantemente en los medios de comunicaciónera este: "los estadounidenses son solamente el seis por ciento de la población mundial pero consumen el 40 por ciento de la energía del mundo". Se suponía que la avaricia era la explicación de esta desigualdad, y la solución que se proponía era que Estados Unidos distribuyera su riqueza por medio de regalos de ayuda externa a los países menos afortunados del mundo.

La energía, por supuesto, no era (ni es) lo único de lo que Estados Unidos consume más que su porcentaje de población mundial. También nos comemos más del seis por ciento de las papalinas y el brócoli del mundo. Disfutamos de más del seis por ciento de las cañerías de agua potable, aparatos auditivos y pelotas de béisbol del mundo. Operamos más del seis por ciento de los automóviles, camiones, aerodeslizadores, triciclos y patinetas del mundo. Escuchamos más del seis por ciento de las conferencias y leemos más del seis por ciento de los libros del mundo. Y probablemente también aguantamos más que nuestra cuota de tonterías.

La realidad es que los estadounidenses consumen más porque producen más. Así esmás del seis por ciento de las papalinas, pelotas de béisbol, patinetas y un sin fin de productos más. Si no produjeramos primero, no tendríamos para consumir o intercambiar por aquello que realmente deseáramos. ¿Cómo puede pasársele por alto un punto tan elemental, un principio tan básico de la vida y de la economía, a alguien que no tenga que firmar con una "X"?

Desafortunadamente, la ONU ha vuelto a las suyas. En septiembre de 1998 publicó un documento llamado "Reporte de Desarrollo Humano 1998". La quinta parte más rica de las naciones del mundo, declara el reporte, representa el 86 por ciento del consumo privado. Esto sin importar la naturaleza inherentemente dudable de sumar el "consumo privado" en casi 200 países diferentes.

La realidad es que los estadounidenses consumen más porque producen más.

El reporte es un lamento más de cómo los ricos tienen y los pobres no: el quinto más rico compra nueve veces más carne, tiene acceso a casi cincuenta veces más teléfonos y usa más de ochenta veces más productos de papel y vehículos motorizados que el quinto más pobre. Mientras dos millardos de personas alrededor del mundo suspuestamente no cuentan con colegios ni servicios sanitarios, los autoindulgentes estadounidenses se maquillan con ocho millardos de dólares en cosméticos y los europeos se deleitan con once millardos de dólares en helados. Para reducir estas horrendas desigualdades, el reporte recomienda que los "niveles de consumo de los pobres" sean incrementados a "niveles básicos".

Piense en eso. Las naciones pobres no consumen mucho ahora, y la ONU nos dice que la respuesta es que consuman más. ¿Cómo van a conseguir más las naciones pobres? ¿Cambiando sus sistemas? ¿Produciendo más, talvez? Si la ONU considera que la baja productividad de las naciones pobres tiene la culpa, no lo demuestra. Como lo revelara el Times de Nueva York, "el reporte solamente rodea el punto del papel que las naciones más pobres juegan en esta situación".

"... el reporte solamente rodea el punto del papel que las naciones más pobres juegan en esta situación".

El triste hecho es que en esos países pobres como Burundi, hay barreras políticas y culturales contra la producción que constituyen la principal, si no exclusiva, fuente de pobreza. Usualmente, las naciones crónicamente desposeídas del mundo son las que le hacen la guerra a la propiedad privada, alejan la inversión extranjera, establecen impuestos y regulaciones inmoralmente punitivos, gastan excesivas cantidades de dinero en sus ejércitos, desperdician recursos por la corrupción y los proyectos públicos ineficientes y, en general, penalizan e incluso matan a cualquiera que tenga la suficiente iniciativa para establecer un negocio. Estas naciones no consumen mucho porque, como resultado de estas barreras, no producen mucho. Es así de simple. Y no es coincidencia que surjan reportes que dicen lo contrario de un órgano mundial que ha sido invadido por trasnochados.

Lo que las naciones pobres deben hacer es crear las condiciones políticas y culturales iluminadas en las que las inversiones de capital y la concurrente producción sean estimuladas en vez de ser suprimidas. Esto no es información nueva. Es la misma fórmula por medio de la cual los Estados Unidos emergieron del status de trece colonias pobres y atrasadas a ser la nación más rica del planeta. Con una economía relativamente libre, Estados Unidos le ha enseñado al mundo cómo pasar del Modelo T a los transbordadores espaciales en menos tiempo del que a la mayoría de pueblos les ha tomado pasar de caminos de tierra a caminos empedrados. Otros países desde Inglaterra hasta Hong Kong pueden alardear de logros similares, y por razones similares.

No es ninguna desgracia que los estadounidenses consuman el 40 por ciento de la energía del mundo, o cualquiera que sea la cifra real. Por el contrario, es un tributo a nuestro ingenio, creatividad y empresarialidad. Hemos puesto a trabajar los dones que nos brindó Dios dentro de un sistema que, incluso con todas sus intervenciones gubernamentales, aún es infinitamente más propicio para la producción que el de Burundi. Si restringiéramos nuestro consumo de energía a únicamente el seis por ciento de la oferta total mundial, nuestras vidas serían más cortas, menos sanas y mucho más dolorosas. Seríamos menos, y no por elección. El resto del mundo también estaría peor porque la gente pobre no puede hacer mucho materialmente por ayudar a otra gente pobre por medio del comercio.

Las personas que tienen interés en acabar con la pobreza y resolver realmente los problemas económicos harían bien en leer La Riqueza de las Naciones, de Adam Smith, e ignorar cualquier reporte que salga de las Naciones Unidas.