Año: 42, Octubre 2000 No. 872

La Sociedad en la Era de la Información

El impacto del conocimiento en el desarrollo de la sociedad contemporánea

Claudio Luján

H oy en día un granjero de la cordillera andina, con acceso a internet, puede adquirir acciones en la bolsa de valores de Tokio, si así lo desea. Sin abandonar su casa, una maestra de primaria en la isla de Guadalupe puede comprar un libro en francés o español de la librería Amazon, la cual por cierto no tiene un local físico en ningún centro comercial. Un autor, desde la cálida ciudad costeña de San Diego, puede mantenerse en contacto con su editor en Nueva Jersey, o su jefe en Washington, D.C. Nuestros padres no soñaron siquiera con realizar lo que hoy es factible e incluso rutinario gracias a la Era de la Información.

P arece existir una casi total unanimidad respecto a la trascendencia que el conocimiento y la información en general tendrán en la sociedad del futuro. La comprensión de dicho fenómeno aparece como un factor esencial y determinante para encarar con éxito el nuevo milenio. El problema del conocimiento ha sido una constante desde que las civilizaciones empezaron a reflexionar de forma sistemática, y ahora resurge, aunque revestido de un significado un tanto diferente. Por siglos, el conocimiento fue un privilegio de los pocos letrados que tenían acceso a los libros manuscritos. Desde las primeras civilizaciones, hasta la edad media, el conocimiento estuvo confinado a pequeños círculos intelectuales de humanistas y hombres de ciencia. Más adelante, saber leer no era suficiente para penetrar los laberintos del conocimiento, pues se debía conocer además las lenguas clásicas.

E n la Era de la Información, ésta estará disponible para quien desee tomarla, pero el conocimiento seguirá siendo privilegio de unos pocos. Cuando en el siglo XX el conocimiento comenzó a ser accesible a las grandes mayorías, éstas, sin embargo, permanecieron ignorantes. Tanto la ignorancia como el conocimiento son conceptos relativos. Si, por ejemplo, tuviésemos delante a Aristóteles, sin duda no vacilaríamos en decirle, muy a nuestro pesar, que su física estaba equivocada. Desde Galileo sabemos, por ejemplo, que la velocidad a la que cae un cuerpo no es proporcional a su peso como pensaba Aristóteles. Galileo descubrió que, sin tomar en cuenta la resistencia del aire, todos los cuerpos, sin importar su tamaño o su forma, caen con una aceleración uniforme. Esta información puede encontrarse en cualquier libro de física de nivel medio, de modo que el hombre promedio de hoy posee, en general, un conocimiento del mundo que podríamos calificar, sin correr mayores riesgos, como más verdadero que el de los antiguos sabios.

L a adquisición del conocimiento requiere de una lucha obstinada que se prolonga durante toda la vida, de forma que el conocimiento es, en este sentido, en parte resultado del procesamiento de la información. El pensador liberal Friedrich A. Hayek nos advierte del peligro que supone para la civilización la extendida arrogancia intelectual de no reconocer los límites a los cuales se enfrenta la mente humana en su búsqueda de conocimiento. No importa cuánto aumente la capacidad de procesamiento de la información gracias a las nuevas tecnologías, pues como señala Hayek, siempre existirá una gran cantidad de información específica (de tiempo y lugar) que se genera instantáneamente y se encuentra dispersa entre los miembros de la sociedad, lo cual descarta toda posibilidad de procesarla en forma centralizada.

L igada inseparablemente al desarrollo de la tecnología, los efectos de esta nueva era son innumerables y a menudo también impredecibles. Al tratar de pronosticarlos se cae de lleno en el terreno de la especulación que en sus casos más extremos no se diferencia en nada de la ciencia-ficción. Temas como la libertad de expresión, la privacidad y la seguridad, o los derechos de propiedad y el derecho contractual son los favoritos de los investigadores y los futuristas. No cabe duda de que los cambios que están ocurriendo a escala global tendrán profundas repercusiones en nuestras vidas y en la forma como nos relacionamos con los demás. Lo que preocupa a los expertos es si los cambios que necesariamente ocurrirán serán positivos o negativos, y lo que se pueda hacer para atenuar o incluso desaparecer sus eventuales efectos perjudiciales. En cualquier caso lo mejor es actuar con prudencia o simplemente abstenerse de actuar, ya que en el pasado, con frecuencia la solución ha sido peor que el problema que trata de resolver.

L a capacidad de utilizar correctamente la información disponible es de suma importancia para el éxito en el mundo de los negocios. Esto es, la habilidad de discriminar y acceder a la información útil sin dejarse abrumar por las formidables cantidades de datos con las que somos bombardeados a diario por los medios de comunicación. La destreza en este aspecto en particular, además de su inmenso poder económico y su naturaleza ubicua, explican el temor, casi generalizado, que se ha despertado hacia las corporaciones transnacionales (TNCs). Una muestra de esto puede encontrarse en las opiniones de Robert D. Kaplan [1] quien expresa su temor sobre la posibilidad que él considera inminente de que las TNCs, a las que califica como la vanguardia de una nueva organización darwiniana de la política, lleguen a gobernar el mundo como consecuencia de su inmenso poder económico equiparable incluso al presupuesto de los países más poderosos y su creciente influencia política. En todo caso, muchas corporaciones son un ejemplo a seguir en lo que se refiere al manejo de la información, ya que han comprendido la importancia del fenómeno y han comenzado a actuar en consecuencia.

N o hay que olvidar que los cambios derivados de la Era de la Información no obedecen a los caprichos de algún excéntrico, sino que son una respuesta a las necesidades de una sociedad en plena evolución. Esto significa que aunque algunos de sus efectos indirectos puedan ser perjudiciales, los cambios serán en general beneficiosos en el largo plazo. Es así como se lleva a cabo el progreso: dando más pasos hacia adelante de los que se dan hacia atrás.

S us consecuencias más inmediatas en el campo económico serán un aumento en la eficiencia y la productividad, debido al ahorro de tiempo y recursos, y a los mejores resultados que se obtienen mediante el buen manejo de la tecnología y las mejoras en la cualificación del trabajo. Los hombres se vuelven, en promedio, cada día más productivos. Por esta razón no es absurdo esperar que se dé un aumento en los salarios reales y el nivel de vida de las personas como consecuencia del aumento en los flujos de información.

L as empresas y la sociedad en general requieren cada vez en mayor medida de los servicios de trabajadores con conocimiento . De hecho, hoy en día ha surgido ya una fuerte demanda por un tipo de educación que enfatice el dominio y la comprensión de las tecnologías de la información. Con sólo presionar una tecla los capitales viajan instantáneamente alrededor del mundo en busca de los mejores rendimientos, que se encuentran cada vez menos en la explotación de los recursos naturales o en la industria. El futuro de las oportunidades de inversión está en el capital humano. Es decir que el valor agregado que a su vez generará las ganancias empresariales dependerá en gran medida de trabajadores con conocimiento dotados de altos niveles de productividad, y con la versatilidad suficiente para adaptarse a los cambios tecnológicos, ya que éstos últimos son los que a fin de cuentas están llamados a convertirse en el principal motor del crecimiento económico.

E l comercio electrónico será probablemente la piedra angular del desarrollo económico en las próximas décadas debido a sus evidentes ventajas en cuanto a reducción de costos y la facilidad de llegar al consumidor. Los países que cuenten con legislaciones receptivas hacia la Internet verán cómo se desarrolla a velocidades vertiginosas un nuevo medio para comerciar. Actualmente se realizan constantes esfuerzos encaminados a la creación de un marco jurídico apropiado que permita un vigoroso desarrollo del comercio electrónico. No se debe olvidar que la mejor manera de lograr este tipo de legislación es respetando las reglas generales y abstractas, de tipo constitucional, que garantizan los derechos a la vida, la libertad y la propiedad; es decir, edificando un Estado de Derecho.

N umerosos sociólogos han empezado a vaticinar con tono pesimista algunos de los efectos que se darán en un futuro cercano. Se deshumanizarán las relaciones interpersonales, afirman, ya que se volverán más distantes y se reducirá el contacto directo con otras personas. Ahora es perfectamente posible trabajar, hacer compras, consultas y realizar muchas otras actividades cotidianas sin poner un pie fuera de la casa. La era de la información recluirá a las personas a sus hogares, y la vida social como la conocemos desaparecerá para siempre.

S in embargo, estos hechos que se presentan con una connotación negativa podrían en efecto tener un desenlace positivo y beneficioso para la sociedad. Si como comúnmente se cree, el hombre es inherentemente un ser gregario, aunque en la práctica pueda prescindir al mínimo del contacto con otros seres humanos, su sociabilidad intrínseca lo forzaría inevitablemente a buscar un acercamiento con sus semejantes. A pesar de los presuntos efectos alienantes de la tecnología, los misántropos seguirán siendo una minoría.

E n estas circunstancias, presumiblemente, la calidad de las relaciones humanas mejoraría, puesto que sería evidente que se dan, no por necesidad, sino por una inclinación natural que pondría de manifiesto el valor que poseen por sí mismas. Las relaciones humanas dejarían así de ser un medio para convertirse en un fin. Se convertirían en una fuente de bienestar y alegría, y no de pesar y enojo como sucede hoy en día cuando son obligadas por las circunstancias. No sería razonable esperar que desaparezcan los antisociales, pero ciertamente tendrán ahora la saludable opción de rehuir o evitar cualquier relación con sus congéneres. De esta manera, los conflictos interpersonales se reducirían significativamente, ya que quienes se desagraden mutuamente no tendrán más que dejar de frecuentarse.

C omo dijimos, los alcances de las transformaciones económicas y sociales serán numerosos y muchas veces impredecibles; pero lo cierto es que la humanidad ha inaugurado ya La Era de la Información y recorre apenas los primeros pasos de lo que será un largo y tortuoso camino hasta llegar a dominar las nuevas tecnologías e impedir la dependencia decadente que los pesimistas se apresuran a pronosticar. Sus consecuencias han comenzado a hacerse sentir, pero los cambios verdaderamente decisivos están aún por venir, y por ello es conveniente y de suma importancia comenzar a reflexionar para estar preparados. Todo con el fin de convertir el caos de información que nos espera en un poco más de conocimiento.

Tended la mirada sobre el globo. ¿Cuáles son los pueblos más felices, más morales y más apacibles? Son aquellos en los que menos interviene la ley en la actividad privada; donde menos se hace sentir el gobierno; donde la individualidad tiene más iniciativa y la opinión pública más influencia; donde los rodajes administrativos son menos numerosos y complicados; los impuestos menos pesados y menos desiguales; los descontentos populares menos excitados y en menor grado justificables; donde la responsabilidad de los individuos y de las clases es más efectiva, y donde, en consecuencia, si no son perfectas las costumbres, tienen tendencia invencible a rectificar; donde las transacciones, los convenios y las asociaciones se ven menos trabadas; donde el trabajo, los capitales y la población sufren menores desplazamientos artificiales; donde la humanidad obedece más a su propia inclinación; donde el pensamiento de Dios prevalece más sobre las invenciones humanas; aquellos, en una palabra, que más se acercan a la siguiente solución: dentro de los límites del derecho, todo debe hacerse por la libre y perfectible espontaneidad del hombre; nada por medio de la ley o la fuerza, sino por la justicia universal.

Federico Bastiat, 1848


[1] Robert D. Kaplan, Was Democracy Just a Moment? (The Atlantic Monthly, diciembre 1997, volumen 280 Nº 6, pags. 55-80).