Año: 44, Julio 2002 No. 893

Nota del Editor: Garry Kasparov es el jugador de ajedrez número uno en el mundo, y es miembro del consejo de editores del Wall Street Journal. Therese Raphael es editora de la página editorial del Wall Street Journal Europe. El presente artículo fue publicado originalmente en National Review, 8 de abril de 2002, Vol. 54, Número 6, página 31. Reproducción autorizada. Edición y traducción por Luis Figueroa.

Cuando el rojo no ha muerto

Garry Kasparov

Therese Raphael

Si la era soviética fuera una moneda, sería posible graficar su apreciación en Rusia durante los últimos años. A pesar de una década de gobierno post comunista, numerosas reformas económicas, una creciente clase de consumidores, y un presidente que habla públicamente acerca de democracia y de la dictadura de la ley, el pasado tiene un notable prestigio en la Rusia de hoy.

En diciembre pasado, Vladimir Putin destacó el décimo aniversario del Servicio de Seguridad Federal (SSF), el sucesor de la KGB. Putin recordó las más vívidas páginas de la historia de los servicios especiales de Rusia, y dijo que los rusos deberían, sin avergonzarse, estar orgullosos de esta historia, de sus héroes y de sus logros.

Este año, el SSF, imprimió su calendario que muestra una fotografía de la plaza Dzerzhinsky en Moscú. La estatua de Félix Dzerzhinsky, el cómplice asesino de Lenin y padre del servicio secreto soviético, fue removida de la plaza en agosto de 1991. Pero el calendario muestra la plaza tal y como era, con Dzerzhinsky en el centro.

En el verano anterior, Putin había visitado el pueblo ruso norteño de Solovki, donde se localiza un venerable monasterio ortodoxo; pero cuyo lugar en la historia fue cambiado para siempre cuando los Bolcheviques lo designaron como el primer pueblo Gulag. Putin elogió la historia de la Iglesia Ortodoxa pero no dijo nada de los prisioneros políticos que sufrieron y murieron en los campos de prisioneros que había ahí.

En otra ocasión, el Presidente ruso puso fin a un debate sobre si el cuerpo de Lenin debería de ser removido de su lugar de honor en la Plaza Roja. Hacerlo, dijo, sería decirles a los rusos que ellos han venerado valores falsos.

Ninguna de estas cosas parecen estar fuera de lugar para la mayoría de los rusos. Un joven en la Rusia de hoy podría estar excusado si pensara que el siglo pasado fue relativamente auspicioso. El himno soviético es el mismo, con nueva letra, y figuras de Stalin se venden como souvenirs en los mercados de las calles.

Un texto prominente de historia, que se enseña en la Universidad del Estado, en Moscú, se lee como si hubiera sido redactado por el Comité Central del Partido Comunista. Sólo hace unas referencias al Archipiélago Gulag en el que millones perecieron entre 1917 y mediados de 1950, y no hace mención alguna de los programas de préstamos estadounidenses que mantuvieron a la Unión Soviética. Las invasiones soviéticas en Hungría y Checoslovaquia son descritas como operaciones conjuntas del Pacto de Varsovia para preservar la integridad del sistema socialista.

Si los comunistas fueron tan horribles, tal y como los jóvenes podrían ocasionalmente haber escuchado de sus mayores, ¿no deberían las autoridades morales del mundo estar pidiendo cuentas por el pasado? ¿Y qué tal por lo menos una ronda de disculpas? El Papa pidió perdón por las Cruzadas. Más conmovedor, fue que el presidente polaco Kwasniewski fue al pueblo polaco de Jedwabne en julio de 2001 y pidió perdón por la masacre de unos 1500 residentes judíos efectuada por otros polacos hace 60 años.

Ningún país post comunista en Europa ha hecho un recuento completo del pasado; pero han habido algunos pasos en esa dirección, en contraste con Rusia. Polonia ha intentado procesar a Jaruzelski. La República Checa ha efectuado algunos juicios de ex funcionarios e, igual que la ex Alemania Oriental, ha abierto los archivos de sus servicios secretos. En Hungría fue abierto un museo llamado La Casa del Terror, que muestra los pasados fascista y comunista del país, en igualdad de condiciones. Aquellos países se han convertido en democracias estables, cuyas economías basadas en el mercado han atraído inversiones extranjeras a más altos niveles per capita que los que ha atraído Rusia.

Para un estudio de contrastes revelador, consideremos el otro extremo (supuesto) del espectro ideológico los países que experimentaron durante el último siglo dictaduras fascistas, o como son obtusamente llamadas frecuentemente dictaduras de derecha. Las dictaduras de derecha no pasaron por el tipo de lavados de cerebro masivos (y ciertamente no por los asesinatos en masa) que hicieron sus contrapartes izquierdistas. En otras palabras, sus poblaciones fueron noqueadas, pero su sociedad civil no fue erradicada.

Mientras que mucho se ha escrito acerca de los excesos de Franco, Pinochet, raramente se dice que estos regímenes tuvieron sus raíces en movimientos reaccionarios anticomunistas. España, Chile, Taiwán, Corea, y otros, tuvieron que elegir entre males grandes y males menores. Aquellos que eligieron males menores como rechazar el comunismo hoy están mejor. En 1973, Chile era un desastre económico. Ahora está lejos de aquello y es, por mucho, la economía latinoamericana más fuerte y una de sus democracias más funcionales.

Un sentido de Responsabilidad

En Alemania es ilegal negar el Holocausto. Es ilegal en los Estados Unidos discriminar con base en la raza, o credo. Pero, los líderes de Rusia no han pedido perdón por el pasado; algunos, incluso, lo están celebrando. Gracias a una notable derrota militar y a los juicios de Nuremberg, el gobierno Alemán de la post guerra pasó por medio siglo en expiación. El gobierno ruso post soviético, cuyos funcionarios incluyen a muchos ex comunistas, es un descendiente directo del régimen soviético. Por eso es que no existe un sentido de responsabilidad hacia las víctimas de la era comunista, que duró casi seis veces más que el terror Nazi.

Recientemente, la ironía fue evidente cuando una corte militar, en Siberia, confirmó la condena del Almirante Kolchak, un comandante antibolchevique que fue ejecutado por los comunistas en 1920. Kolchak, según lo decidió la corte, no podía ser rehabilitado porque era culpable de crímenes contra la humanidad. Esto es un reflejo de la noción rusa de justicia en la que los crímenes contra la humanidad son confirmados en el caso de un militar antibolchevique; pero ni un sólo comunista es juzgado por atrocidades cometidas bajo el comunismo.

Lo más cercano a un ajuste de cuentas con el pasado de Rusia es la comisión presidencial de rehabilitación instaurada durante los últimos días de la Unión Soviética y expandida durante el gobierno de Yeltsin. La comisión ha rehabilitado 4.5 millones de personas y varios cientos de miles de casos que aún están por investigar. Pero La historia oficial recuerda a Stalin como el gran comandante que derrotó a Hitler, le dijo su director, Aleksandr Yakolev al Times de Londres. Nadie espera enfrentar el hecho de que él asesino a 30 millones de su propia gente, muchos de los cuales desaparecieron sin dejar rastro. Nadie ha pedido perdón por lo que hizo, y a mucha gente parece no importarle si resolvemos este capítulo de nuestra historia, o no, añadió.

¿Por qué los crímenes comunistas parecen ser perdonables? Al hablar con ocasión del día nacional Checo, el 28 de octubre, el presidente Havel notó el lento ritmo de las investigaciones y de los juicios de los ex-comunistas y la falta de interés público, y ofreció una respuesta: De una forma o de otra, la mayoría de nuestra población, bajo presión evidente e inteligente, cooperó con el régimen, o por lo menos lo toleraba. El ve que un sentimiento subconsciente, de cierta medida de involucramiento, o de culpabilidad por la participación, podría llevar a un debilitamiento de la necesidad de ver juzgados al antiguo régimen y a sus representantes.

Si hubo algún momento en el que Rusia hubiera revisado libremente el pasado, ese fue justamente después del putsch fallido de agosto de 1991. Pocos rusos sabían, antes que eso, que en 1945 unos 45mil ciudadanos soviéticos fueron deliberadamente expuestos a la radiación de una bomba que era dos veces más poderosa que la de Hiroshima. Muchos no han escuchado que en junio de 1962, cuando el gobierno popular envió tropas y policía a Novocherkask para disparar sobre las multitudes de trabajadores que protestaban contra un alza en los precios de la carne y la mantequilla.

Yeltsin prohibió el partido comunista, confiscó los bienes del partido y cerro los periódicos y revistas que una vez se habían opuesto al gobierno en el putsch. En noviembre de 1992, la recién nacida Corte Constitucional sólo confirmó en parte la prohibición del partido comunista por parte de Yeltsin; y así abrió el camino para el renacimiento del partido.

La vieja nomenklatura se ha transformado, a sí misma, en la nueva oligarquía, que depende mucho de la protección, la inteligencia, y la influencia (tal y como el gobierno mismo) del SSF, órgano que debería tener mucho que responder con respecto al pasado que ha sido expuesto.

Yeltsin no presionó a favor de su caso en la corte debido a la opinión pública, que en todo caso no hubiera respondido. Después de casi un siglo de ser privado de la capacidad de elección moral, el pueblo ruso estaba muy pobre, cansado, suspicaz, obediente y desilusionado como para hacer otra cosa. El comunismo, como Hannah Arendt predijo, ha echado a perder la moralidad. El terror totalitario, escribió Arendt, alcanzó su más terrible triunfo cuando tuvo éxito en separar a la persona moral del individuo, y en hacer que las decisiones de conciencia fueran absolutamente cuestionables y equívocas.

Hasta ahora Rusia ha sido cualquier cosa menos un socio fiel de la democracia. Las restricciones a la libertad de prensa y la igualmente desvergonzada explotación de el sistema judicial ruso para perseguir objetivos políticos, sugieren que el corazón de Rusia todavía está en otra parte. Hay otros signos de disfunción, que van desde la expansión de los servicios de seguridad y la insidiosa corrupción burocrática hasta la interferencia en procesos electorales.

El crimen paga

Como los crímenes del pasado son tratados con impunidad y los potentados del antiguo sistema se convierten en principales beneficiarios del nuevo, no es sorprendente que Rusia todavía no haya encontrado lo que Arendt denominó su persona moral. Lejos de ver que se haga justicia, los rusos han aprendido que la deshonestidad y el crimen pagan. Las persecuciones de alto perfil de la SSF sobre cargos dudosos de espionaje, no ocasionan una reacción, en parte porque esas tácticas son más conocidas que los derechos democráticos que están siendo violados. Han habido pocas reacciones frente a las confiscaciones de estaciones de televisión independientes que han criticado el sistema judicial politizado de Rusia.

Debido a que el pasado está borroso, muchos rusos han olvidado las deportaciones masivas brutales de Chechenos en los años 40, así que no pueden simpatizar con la ira y el miedo que los Chechenos sienten hacia la hegemonía rusa. Elena Bonner, la viuda de Andrei Sakharov y una infatigable luchadora por los derechos humanos por derecho propio, lo describió perfectamente: La inercia de la falsedad es más fuerte que la inercia del miedo.

En la primera mitad de marzo de 2002, un buen número de rusos distinguidos, conducido por Bonner, firmó una declaración a la nación, en ella llamaron a Rusia a una democracia controlada y advirtieron que Las reformas de los 80 y de los 90 dieron la impresión de que se estaba creando una sociedad pluralista y humana, un estado legítimo con una prensa libre, cortes independientes, legislación justa, y democracia multipartidista. En vez de eso lo que vemos es la creación sistemática de un estado policiaco centralizado, y una planificada destrucción de la libertad.

Si es obvio por qué la elite Rusa, cuyos closets están llenos de esqueletos, no quiere que se abra la puerta, es bastante menos obvio por qué el resto del mundo ha demostrado poco interés, en esta era de la verdad, de tribunales de crímenes de guerra y de magistrados que encabezan cruzadas.¿Cómo es que la comunidad de los derechos humanos ha perseguido a Augusto Pinochet (y tiene en la mira a Ariel Sharon y Henry Kissinger) ha encontrado poco espacio, en su agenda, para una discusión sobre los crímenes de la era comunista?¿Podría ser que hemos olvidado que cerca de 30 millones de personas perecieron en la Unión Soviética durante esos años, o que los comunistas alrededor del mundo produjeron unos 80 millones de muertos durante el último siglo?

Quizás es que la mayoría de personas, en occidente, nunca vieron estas cosas como realidades, sino como estadísticas. A pesar de que produjo muchas más muertes y mucha más miseria masiva durante un período más largo, la ideología comunista nunca ha asustado con las mismas connotaciones de malignidad que su gemelo del siglo XX, el fascismo. El que esos dos movimientos antidemocráticos, colectivistas y totalitarios sean vistos como opuestos diametralmente es una de las grandes confusiones del pensamiento político del siglo XX.

Una de las grandes mentiras del último siglo la de que el comunismo fue una fuerza fundamentalmente benigna que cayo en manos de hombres perversos tiene un gran poder de permanencia. Los manifestantes en contra de la globalización llevan carteles del Che Guevara y de Mao. Los coreanos protestan contra la presencia de tropas americanas, ignorantes o indiferentes a que su presencia simbolice el sacrificio en nombre de la libertad. Algunos profesores en universidades occidentales se las arreglan para separar la teoría comunista de su aplicación horrible. Miles de húngaros protestan contra su nuevo museo llamado La Casa del Terror, sorprendidos de que el comunismo y el fascismo pueda recibir igual tratamiento, o de que el primero, en particular, pueda ser descrito como una forma de terror. En un mundo que ha redescubierto los valores de la realpolitik, tales cosas deberían de encender los timbres de alarma.

Putin como mucha de la clase política actual en Rusia es un conservador; aunque no en el sentido en el que los estadounidenses entienden la palabra. Su objetivo es guardar y fortalecer lo que es tradicional en la esfera rusa: el poder del estado y los intereses colectivos sobre los derechos individuales. Pero para hacer eso, tal y como Gorbachov lo reconoció parcialmente, son necesarias reformas debido a que el estado, como lo dejaron los soviéticos es débil, atomizado y pobre. Un grado de democracia y de liberalización económica no sólo es consistente con el conservadurismo ruso, sino que es demandado por él.

Expiación y Oposición

El siglo pasado nos enseñó que los países que se involucran en algún proceso de expiación, luego de un pasado sangriento, tienen la posibilidad de superarlo; mientras que aquellos que tratan de esconderse del pasado se vuelven sus prisioneros. Una Rusia que trata de pasar sobre su historia no sólo tendrá dificultades para ser estable, próspera, y democrática tal y como Occidente lo espera; sino que con su timón moral roto, no puede servir como un socio o aliado de los Estados Unidos, o una fuerza para estabilizar su región en el mundo. Ese veredicto no el del autor sino el de la historia sobre un poder nuclear que se extiende a lo largo de once zonas de tiempo, debería de incomodar a los líderes de Occidente.

La defensa de la democracia es una lucha que se libra no simplemente por la posibilidad de un futuro para Rusia; sino por salvar al país de una nueva convulsión y desintegración revolucionaria, advierten Bonner y sus seguidores. La naturaleza de los estados es influenciada por sus pasados. Al final del camino, en algún lado, una versión saneada del pasado comunista será utilizada con un efecto mortal.